sábado, mayo 19, 2018

MAYO, DE CRUCES Y CAMPANAS. Cuando las campanas espantaban las tormentas, y se bendecían los campos

MAYO, DE CRUCES Y CAMPANAS
Cuando las campanas espantaban las tormentas, y se bendecían los campos

 
   El mes de mayo fue la puerta de los graneros de nuestros pueblos, desde el primero al  último día. El santoral nos ha ido recordando que con la Santa Cruz se bendicen los campos; con San Isidro se santifican y con Santa Quiteria, por si las anteriores preces no hubiesen dado resultado, se remataban los rezos. Habitual fue, lo sigue siendo por muchos lugares de la tierra provincial, que los concejos encargasen misas a San Isidro para que los trigos granasen convenientemente; y hubo otros, Atienza a la cabeza, que como poseedores de reliquia milagrosa, las Santas Espinas, tenían a bien, por el mes de mayo, dedicar unas misas a la intercesión porque las aguas llegasen a su tiempo, el trigo granase y los graneros se colmasen. Otras tantas, de agradecimiento, cuando lo pedido estaba cumplido, se ofrecían por el mes de octubre. Cuando el trigo descansaba plácido en las trojes.





   Espantar las nubes, las tormentas, cuando la cosecha se encontraba próxima y amenazada fue cosa de las campanas. Una más. Las campanas de las iglesias tuvieron múltiples fines: de llamada, de anuncio y, como en el caso, amuleto que espantase la vecindad del mal.

   A este respecto nos contaba Isabel Muñoz Caravaca, maestra y periodista, un sucedido del lejano mes de junio de 1907: Anoche hubo tormenta. Era casi media noche; estábamos despiertos, de pronto, entre los truenos, oímos campanas. El nuevo día ha traído la explicación; tocaban a nublado en una iglesia lejana; a tinte nublo, como dicen aquí los viejos.

   La iglesia en la que sonaban las campanas era la de Santa María del Val, desde la que habitualmente se hacía el llamamiento del campanil para el espanto de la tormenta. Cuyo toque venía siendo encargado por el Concejo, no por la iglesia. Santa María del Val era entonces iglesia sufragánea de San Juan del Mercado, a cuya feligresía pertenecía el Concejo, quien a su vez pagaba al sacristán o santero, por prorrateo del vecindario, para casos semejantes.

   Nos decía la maestra que algún campanaero se llevó los vidrios rotos a cuenta de aquel acto, y no estaba errada, tan sólo hacía unos pocos años que en Zarzuela de Jadraque ocurrió una gran desgracia; el primero de julio de 1885, mientras tocaban a tente nublo, el sacristán y uno de sus hijos fueron alcanzados por un rayo en lo alto de la torre, dejándolos muertos en el acto.


ALMIRUETE. ENTRE EL OCEJÓN Y LAS BOTARGAS. Pulsando aquí


   El toque de campanas en caso de tormenta venía siendo en nuestros pueblos algo habitual desde más allá de la Edad Media. Costumbre a la que se opuso la iglesia en alguna que otra ocasión, y que iba pareja al cargo de secretario municipal y sacristán en la mayoría de las ocasiones, y de los pueblos provinciales: Se halla vacante la sacristía de la villa de Escopete, su dotación consiste en 600 reales pagados por los vecinos a pie de altar, y un caíz de trigo por tocar a nublo y niebla…

   El anuncio, en el Boletín Oficial de la Provincia, se publica en 1842. En Sotoca de Tajo los vecinos pagaban medio celemín de trigo puro, al tiempo de la recolección, en los inicios del siglo XX; en Luzón le añadían 50 pesetas por la misma dedicación y la de dar cuerda al reloj municipal; en Baides, en 1911, el agraciado con el cargo de secretario municipal tiene también la obligación de desempeñar el cargo de sacristán, por el que disfrutará el haber anual de 60 pesetas y derechos de pie de altar; más 25 pesetas que abona el Ayuntamiento por el toque de nublo. Medio celemín de trigo pagaban también al sacristán-secretario, por tocar al nublo, los vecinos de Torrecuadrada de los Valles, allá por 1860. Y así, por todo el mapa de Guadalajara.

   Consistía pues, el toque del tente nublo, o tinte nublo, de Atienza, en tocar las campanas, solía ser un campanil, para ahuyentar la nube de la tormenta.

   Mientras la campana sonaba, tanto quien la hacía sonar como quienes la escuchaban deberían, para que el sortilegio resultase completo, acompañarlo de alguna estrofa a modo de letanía:

   Tinte nublo que viene nublo, con los ángeles de San Juan, sea agua que no piedra, por el bien y por el pan…

   O bien:
   Tente nublo, tente en ti, no te caigas sobre mí, guarda el pan y guarda el vino, y guarda los campos, que están floridos…

    Sin que faltase el tan tradicional de:
   Santa Bárbara bendita, que en el cielo estás escrita con papel y agua bendita. En el ara de la cruz, Pater noster, amén Jesús.

   El toque de niebla tenía otro fin, el de guiar a quienes se encontraban en las cercanías de los pueblos cuando la niebla densa impedía la visión, para que a través de la campana pudiesen seguir el camino y llegar al lugar.

   Desgraciadamente no conocemos el son de los toques de cada uno de ellos, puesto que cada uno tenía su propia cadencia y número de repiques que, en conjunto, venían a dar acompañamiento, pudiéramos decir que musical, a la letanía que en cada ocasión se recitaba. No los conocemos por la tierra serrana, que no se han conservado, al contrario que en otras.


EL CID EN TIERRAS DE GUADALAJARA (Pulsando aquí)


   En algunos lugares el sacristán, o santero de Santa María del Val de Atienza en esta ocasión, estaba obligados a llevar a cabo el toque de nublo generalmente desde los primeros días de mayo hasta mediados de septiembre; es decir, desde que la cosecha comenzaba a granar hasta que se encontraba recogida en los graneros. Si bien en el caso de Atienza al menos, como en la gran mayoría de los lugares de los que se conserva memoria, el toque se centraba en el momento en que la nube de la tormenta comenzaba a ser visible y amenazadora para el pueblo.

   Sobre el toque existen multitud de normativas, civiles y eclesiásticas, ya que en algunos casos estaba mal comparado con la hechicería, por lo que algunos sacerdotes aplicando estrictamente la legislación eclesiástica llegaban a negar la posibilidad de llevarlo a cabo, por lo que fue habitualmente legislado en las distintas constituciones sinodales de la diócesis.

   Doña Isabel no nos dejó la explicación del por qué las campanas no espantaban las nubes, como ella decía, en cambio sí que tenemos la explicación del por qué debían de tocarse las campanas, para espantarlas, nos la ofrece el tratado sobre Reprobación de las supersticiones y hechicerías, de Pedro Sánchez Ciruelo, editado en Salamanca en 1538: La razón desto es porque ella (la nube) es una espesura o congelación hecha por el frío, y haciendo aquel grande movimiento en el aire con las campanas y bombardas, despárceses y caliéntase algo el aire; y ansí la nube se disuelve o derrite en agua limpia sin granizo o piedra, y también hace mover allí la nube a otro lugar, con el grande movimiento de aire.  El apunte lo recogemos de Diego Sanz Martínez: El uso de las campanas en el Señorío de Molina, (Cuadernos de Etnología de Guadalajara, núm. 37), que nos ilustra en otros datos en torno al uso de las campanas.

   No tenemos muchos más datos sobre el tinte nublo de Atienza, salvo el de que la última santera-campanera de Santa María del Val, Victoria Clemente Izquierdo, gran nombre para una gran mujer, que fue quizá la última persona que hizo este toque, y gozó en la villa de merecida fama como buena campanera. Gloria a ella, que supo heredar tradiciones que otros no supimos conservar.

   Costumbres y tradiciones que no se encuentran en las páginas gloriosas de los libros de la historia, pero que formaron parte de nuestras costumbres, de nuestro diario vivir y son memoria de cada uno de nuestros pueblos, que no debemos perder.


Tomás Gismera Velasco
Nueva Alcarria, 18 de mayo de 2018






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