jueves, agosto 17, 2017

HIENDELAENCINA: CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA



HIENDELAENCINA: CRÓNICAS PARA UNA HISTORIA
La minería cambió la vida de un pueblo que, decían, no tenía historia.

Tomás Gismera Velasco


   Fue uno de los historiadores más desconocidos de la Serranía de Atienza, Dionisio Rodríguez Chicharro, quien escribió la primera historia conocida sobre la localidad: “Memoria de Hiendelaencina”, obra que presentó, junto a otra numerosa colección de su autoría en la Exposición Provincial de Guadalajara, que se llevó a cabo en el palacio del Infantado en el otoño de 1876. Ninguna de sus obras se imprimió para conocimiento general. Probablemente la muerte de Dionisio Rodríguez nos privó de conocer la amplitud de sus trabajos. También se desconoce lo que sucedió con el conjunto de su obra, que permaneció en Miedes tras su muerte, si bien nos consta que sus trabajos contenían información de primera mano respecto a numerosas poblaciones, como nos consta que aquellos trabajos pasaron a los diccionarios. Uno de ellos, el tan traído y llevado de Tomás Madoz.


   Años antes, 1826, otro diccionario, el de Sebastián Miñano, nos deja también su reseña de Hiendelaencina:

   Hiendelaencina, L. S. de España, provincia y partido de Guadalajara, tierra de Jadraque, obispado de Sigüenza. A.P., 68 vecinos, 305 habitantes…

   Y nos permitiremos añadir la referencia a un tercer diccionario, el Nomenclátor de la Diócesis de Sigüenza de 1866, en el que, entre otras cosas, podemos leer:



   … Este pueblo ha llamado y sigue llamando por todas partes la atención por sus minas de plata, fuera de las cuales, nada tiene de particular.

   Al publicarse el último de ellos estaba en pleno apogeo el universo minero de la plata que lo cambiaría todo, al menos por unos años, antes de volver a despertarlo de aquel sueño que a lo largo de cincuenta o sesenta años hizo pensar que Hiendelaencina pasaría a ser una de las primeras poblaciones de España o, cuando menos, de Guadalajara: A vuelta de pocos años Hiendelaencina, pueblo casi olvidado del mapa, va a ser uno de los puntos más codiciados de los españoles y extranjeros. Escribía la prensa en la década de 1850.  

   Al respecto del pasado de Hiendelaencina, escribe Bibiano Contreras en su “País de la Plata”:
   Difícil es reconstituir la historia de un pueblo separando la verdad de la fábula; pero esta labor de benedictino resulta ineficaz cuando ese pueblo carece de tradiciones y leyendas, fuentes primitivas a que hay que apelar para descubrir el hecho histórico.

  Es por ello que la inmensa mayoría de autores que han escrito sobre Hiendelaencina lo han hecho basándose en las Relaciones Topográficas, el Catastro de Ensenada, o el tan traído y llevado Diccionario Madoz.



   Hasta entonces, mediados del siglo XIX, se decía que Hiendelaencina no tuvo historia. Que la historia de la localidad, olvidando los pormenores de la Reconquista, de la repoblación, de su paso por el sexmo del Bornoba, por la tierra de Atienza y de Jadraque, comenzaba un día del mes de junio de 1844, cuando un navarro, agrimensor oficial de la provincia, y de paso por la población, descubrió el primer filón de plata que daría pie al inicio de la gran historia industrial de Hiendelaencina. La que convirtió el pueblo en la meca de todo inversor; de cuantos trataban de alcanzar la gloria, la fortuna personal y monetaria con rapidez; a ser posible de la noche a la mañana.

  Hiendelaencina alcanzó la cumbre industrial a partir de 1844, al descubrirse los primeros filones de plata. A finales del siglo, cuando la industria comenzó a dar sus primeras bocanadas, Hiendelaencina ya no era la misma. Sobre el porqué de aquella pronta ruina minera, nos dejó reseña el segundo cronista de la provincia, Antonio Pareja Serrada:

   Sucedió lo que necesariamente había de suceder. Fundadas muchas de las minas sin orden ni concierto, sin plan fijo ni acaso recto fin, la actividad fue decreciendo; muchos se llamaron a engaño y mientras aumentaba el valor de las acciones en La Suerte, Santa Cecilia y otras explotaciones, bajaba la cotización de las demás hasta el extremo de venir la debacle minera y con ella la paralización de la naciente industria… 



   Cuando Pareja Serrada escribió lo anterior, a comienzos del siglo XX, de camino hacia la ermita del Alto Rey, Hiendelaencina había perdido gran parte de aquel sueño que dio comienzo sesenta años atrás. Un sueño en el que intervinieron desde el navarro agrimensor, Pedro Esteban de Gorriz, hasta el Médico de la localidad, Bibiano Contreras, también su padre; y muchos otros aventureros, e industriales, entre los que destacaron personajes como Antonio Orfila quien, además de ser por aquel entonces administrador del duque del Infantado, era Alcalde y Jefe Político de Guadalajara y su provincia y fue, sin lugar a dudas, el impulsor de la nueva Hiendelaencina. De la que comenzó a levantarse con nuevos materiales, dejando atrás el urbanismo de lajas de pizarra y ladrillos de adobe, materiales con los que hasta entonces se levantaron las casas que aun pueden observarse en el “barrio Bajero”, de la localidad.

   La plata, o la revolución minera, dio a Hiendelaencina una nueva iglesia, nuevas plazas, calles urbanizadas y todos los servicios de una gran ciudad, entre los que no podían faltar casinos, escuelas o teatros. Una ciudad que comenzó a crecer, desde los dos o tres centenares de habitantes, de comienzos del siglo XIX, hasta alcanzar los cerca de cinco mil de las décadas de 1860/70, sin contar la población ambulante de las instalaciones mineras. Con sus problemas de sanidad, insalubridad y, por supuesto, delincuencia.

   Hiendelaencina se inventó, o se reinventó, en la segunda mitad del siglo XIX. Levantó nueva iglesia en una nueva plaza. Creó un mercado popular, quizá el más popular de toda la provincia, y que más disgustos ocasionó a la iglesia, por celebrarse en domingo, y a pesar de que el urbanismo no miró hacia el lado del arte, sino a la construcción rápida, levantó inmejorables viviendas. De entre todas, según se contaba en la época, las mejores pertenecían a don Antonio Orfila, en la misma plaza Mayor, que se asemejaban, según las crónicas, a un palacio. Las casas de don Antonio Orfila, en las que pudieron habitar hasta doce o catorce familias las vendió su viuda cuando el siglo XIX comenzaba a dar las últimas bocanadas.

   Fue don Antonio Orfila, junto a Pedro Esteban Gorriz, de los primeros en hacer fortuna. Orfila continuó hasta su muerte en el negocio de la minería, entre otros muchos. Gorriz, en el inicio de la década de 1850, cuando Hiendelaencina era un nombre codiciado, vendió sus acciones en las minas de plata para convertirse en un hombre inmensamente rico. Invirtió en otros muchos negocios en su tierra y, como en tantas ocasiones sucede, sus descendientes liquidaron la hacienda.

   Mientras, a Hiendelaencina llegaron los inversores franceses e ingleses, y a tal grado llegó la fama, y el dinero que a manos llenas circulaba por la localidad, que a punto estuvo de tener línea de tren, e incluso de alzarse en capital de la Serranía, arrebatando el histórico derecho a la no menos histórica Atienza.



   Allí, entre sus calles, los mineros lucharon por sus derechos y los políticos se inventaron revoluciones con aires de cambiar los gobiernos del reino. Quizá nada extraño a una población que creció rápido, y muy por encima de la entonces capital provincial.

   Mucho de aquello se recoge en el libro que, a través de las crónicas de un tiempo, han ido conformando una historia. La de Hiendelaencina, que nos acerca a lo que fue, y pudo o quiso ser. El libro se presenta el próximo domingo, día 20, en el Centro Social de la localidad. Es una obra sencilla, pero que demuestra que Hiendelaencina, antes y después de la plata, tuvo historia. Una historia que ahora se recoge en eso, en un libro.

Nueva Alcarria. Viernes, 11 de agosto 2017

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