EN EL SEGUNDO CENTENARIO DE SU MUERTE
Don Juan Bautista Sacristán salió a muy
temprana edad de Maranchón para morir en Bogotá (Colombia), el 1 de febrero de
1817, con lo que se cumplen por ahora los doscientos años de su fallecimiento.
Algo que está siendo recordado al otro lado del mar.
En la “Oración fúnebre” que con motivo de
sus honras mortuorias escribiese el racionero de aquella catedral, don Antonio
de León, y con respecto a su muerte inesperada, escribiría:
“… cuando más despejado y sereno se había
levantado la mañana del día 1 de febrero de 1817, fue asaltado repentinamente
de un accidente mortal, que aunque pareció al principio de poca consideración,
luego descubrió toda su fatalidad privándole del conocimiento y sentidos, y por
último quitándole la vida a las cinco de la tarde con inexplicable dolor y
general sentimiento de todos, aun los que se manifestaban indiferentes o poco
aficionados”.
Había nacido en Maranchón el 1 de julio de
1759, hijo de Matías Sacristán Galiano y de María Martínez Atance, siendo
bautizado en la iglesia parroquial de aquella localidad el día 5 del mismo mes.
Anotemos que su padre era, en el momento del nacimiento, el alcalde ordinario
de la localidad, un alcalde que logró para su municipio el título de Villa.
En Sigüenza estudió Gramática y Latín, y con
poco más de catorce años pasó a servir con uno de sus familiares, el entonces
obispo de Valladolid don Joaquín Soria, continuando sus estudios en aquella
ciudad, en cuya Universidad estudió Filosofía, Teología, y Derecho Canónigo y
Civil, graduándose en todas las asignaturas, al tiempo que recibió la
ordenación sacerdotal, contando con 21 años de edad.
Ejerció a partir de entonces
diversos cargos en aquel obispado, entre ellos el de Honorario del Tribunal de
la Inquisición, Doctoral de la Santa Iglesia Catedral, Catedrático de Leyes,
Juez de Bulas, etc.
El 19 de junio de 1804 fue
nombrado Obispo de Santafé y Arzobispo del Nuevo Reino de Granada (Colombia),
viajando a Cádiz en 1805 con el fin de iniciar su viaje. Pero por aquellos días
las aguas revolucionarias bajaban turbias por sus nuevas tierras, por lo que el
rey le ordenó aguardar en España a que aquellas se tranquilizasen, regresando a
Valladolid, desde donde gobernaba su nueva diócesis a través de las cartas, y
órdenes, que remitía a los gobernadores de la diócesis. Entre aquellas la de la
edificación de la nueva catedral, ya que la antigua se venía abajo a causa de
la ruina.
En Valladolid pasó a formar parte de la Junta de Defensa que haría
frente a la invasión francesa en 1808, mientras su diócesis de Bogotá se
tambaleaba a causa de las revueltas y disputas habidas entre quienes la pretendían
gobernar en su nombre; revueltas que concluyeron con la detención de los
clérigos revoltosos, tras no pocos incidentes que obligaron a nuestro paisano a
tomar definitivamente las riendas de su obispado.
Inició nuevamente su peligroso viaje desde Valladolid a Cádiz en el mes
de diciembre de 1809 y en el mes de enero de 1810, el día 20, subió al navío de
guerra “El Montañés”, para hacerse a la mar. Por supuesto que no iba solo, le
acompañaban seis familiares, entre ellos su hermano Valentín, a quien llevó
como Secretario de Cámara. Su primo Bonifacio Martínez, natural de Codes, como
vicesecretario; así como sus sobrinos Juan Atance, de 16 años y Baltasar
Ibáñez, de 17, ambos de Maranchón y estudiantes de Teología, como pajes.
La travesía no duró demasiado, ya que el navío, a causa del mal tiempo,
hubo de dar la vuelta dos o tres días después, regresando a Cádiz, donde
aguardó a que el temporal cesase para poderse embarcar nuevamente, a primeros
de marzo en el bergantín La Aurora, que a punto estuvo de tragárselo la mar a
causa del mal tiempo. Arribando por fin A Puerto Rico, donde fue consagrado
obispo de Bogotá, en el mes de junio, para continuar hacía Cartagena de Indias,
a donde llegó el 19 de junio, con intención de continuar hacía Bogotá. Pero
allí, en Cartagena, recibió la noticia de su detención porque no había jurado
obediencia a las nuevas autoridades que gobernaban aquella tierra, en la que se
había dado el llamado “grito de la Independencia” de lo que sería la primera
república de Simón Bolívar, que dominaría aquella tierra entre 1810 y 1815.
Documentos de la época añaden algún que otro motivo para aquella detención, ya
que “hubo algunos indicios acerca de su conducta y sus opiniones políticas algo
contagiadas por la influencia francesa. A pesar de esto y de la evidencia que
teníamos de haber frecuentado este Señor la antesala del intruso Rey José, fue
tratado como un Prelado español sin sufrir otro detrimento que la detención que
creímos favorable al estado político de este Reyno…”
Se refugió en Turbaco, desde donde viajó a La Habana, donde fue acogido
por el obispo de esta ciudad. Desde La Habana vio como parte de aquel
Continente se levantaba en armas en busca de su independencia, y desde La
Habana, por fin, cuando las revueltas en Bogotá parecieron darse por concluidas,
tomó el camino de su diócesis, desembarcando nuevamente en Cartagena de Indias
el 21 de mayo de 1816 para tomar posesión de su obispado en el mes de diciembre
de aquel año. Doce después de su nombramiento.
No tuvo tiempo para desempeñar el cargo como tal vez hubiese deseado,
pues poco después de su entraba en Bogotá cayó enfermo, falleciendo a causa de
aquella apoplejía con la que se levantó el 1 de febrero de 1817, siendo
sepultado diez días después en la iglesia de San Carlos que ejercía como vicecatedral
A la catedral trasladaron sus restos en 1823, cuando concluyeron las obras.
Con los pormenores de su vida podrían escribirse muchísimos renglones.
El molinés José Sanz y Díaz recogió parte de su vida en un largo artículo
publicado en la revista de estudios “Wad-al-hachara”. Sirven estas líneas para
recordar que, hace ahora doscientos años, falleció en Bogotá un insigne hijo de
Maranchón, en la provincia de Guadalajara, Juan Bautista Sacristán y Galiano
Martínez Atance.
Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Periódico Nueva Alcarria
Guadalajara, 10 de febrero de 2017
ALCOLEA DEL PINAR Y SU CASA DE PIEDRA. El libro, pulsando aquí
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