Un día como hoy (5 de enero), pero de 1966, quienes ahora
pasamos de los cincuenta pudimos ver, por vez primera en Atienza, uno
de esos espectáculos que todos los chiquillos aguardan en noches como
esta en las que la magia, la ilusión y unas cuantas cosas más, se dan
cita debajo de las estrellas, como se dieron cita debajo del castillo de
Atienza a la luz de las antorchas.
¡Increíble! Desde la plaza
del Mercado podíamos ver, a través de la calleja de San Pedro, nada
menos que a los Reyes Magos de Oriente saliendo de la torre del homenaje
de nuestro entonces desmorillado castillo.
Los vimos con su
corte de magos de colores bajar del cerro a lomos de unos cuantos
caballos; los seguimos dando la vuelta al pueblo, bajando por el Arco de
la Guerra, subiendo por la Calle Real y entrando en la plaza por el
Arco de San Juan… Allí estaba montado el Belén. Pastoras y pastorcillos
al calor de sus hogueras aguardaban el momento de verlos.
En el
portal, levantado con los tableros de la plaza de toros, San José, María
y el Niño, con su vaca y su mula. Más tarde, en medio de una plaza
abarrotada, se fueron. Después, a través de calles y callejones, el
sonido de los cascos de caballos, mulos y asnos cargados de obsequios,
los acercaba a cada casa.
Fue una idea de uno de los entonces
curas de Atienza, el de la iglesia de San Juan (si no me equivoco), don
Alejandro Tabernero; del maestro de los chicos, don Juan Valero; del
encargado de la oficina de Extensión Agraria, don Ceferino, y de los
mozos del pueblo. Unos y otros hicieron el “casi” milagro de que en
Atienza los chicos viésemos a los reyes.
No había presupuesto,
salvo lo poco que en cada casa se juntaba para que cada chiquillo
tuviese al menos un regalo. Los trajes de los reyes eran las mejores
telas que cada uno tenía en su casa; las capas de los pajes unas sábanas
blancas… Las chicas de la escuela (las mayores), se afanaban en
colorear las caras de los participantes y en ayudar a colocar los
mantos, las capas, los turbantes… y compartir la ilusión.
Una
suerte esa de que un día te tocase representar el papel de cualquier
mago y ver la cara de ilusión de los niños, ajenos a los devaneos
absurdos que en ocasiones organizan los adultos buscando un protagonismo
que ya tienen, y sobrado, a lo largo del año.
En dos ocasiones
me tocó pintarme la cara de amarillo y representar a Gaspar repartiendo
ilusión por las callejuelas de San Gil.
Son experiencias que
nunca se olvidan y que hoy la juventud de Atienza, heredera de quienes
un día fuimos jóvenes y pasamos por ello, volverán a repetir, como desde
hace cincuenta años.
¡Feliz cumpleaños, cabalgata de reyes de Atienza!
Tomñas Gismera Velasco
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