ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LOS DERECHOS DE
LOS MAESTROS.
Para Isabel Muñoz Caravaca, el maestro ha de
ser, ante todo, amigo del alumno, al que ha de respetar para obtener su
respeto, oponiéndose por tanto al castigo físico, tan en boga en la época: “el
castigo en las clases es el mas antipedagógico de los procedimientos, sus
resultados son negativos. No hay motivo jamás para pegar a un niño, para
encerrarlo, para maltratarlo. Respetar a los niños. Lo mismo un maestro, que
uno que no lo es, puede ser, por sus instintos inhumanos, un delincuente. Con
los niños tenemos contraída la inmensa responsabilidad de educarlos, y esto no
se consigue pretendiendo vengar en ellos nuestras humillaciones y nuestro
abatimiento voluntario”.
Su queja constante, que los maestros no
están bien considerados: “Convengamos que los maestros, al menos los maestros
españoles, no tenemos suerte. Hemos sido durante largo tiempo risible modelo
para los caricaturistas”.
Esa es únicamente una de sus muchas
opiniones.
“Se ha dicho, hasta abusar del concepto y de
las palabras, que los maestros tenemos la misión de formar a los pueblos.
Derechas saldrán, como dos y dos son veinte las masas de población formadas de
víctimas pacientes de cosas como estas que nos hace aparecer sin quererlo y sin
pensarlo, en plena y perpetua irregularidad”.
Del mismo modo que reclamará,
permanentemente para los maestros, incluso dirigiéndose al ministro del ramo
(en esa ocasión el conde de Romanones), un salario digno que hasta ese momento
no han tenido: si los sueldos son mezquinos que se aumenten, si son suficientes
sufran sus descuentos como los demás sueldos del Estado; si se nos quiere
privilegiar sin descuentos, venga el privilegio, pero no a consta de otro.
Su pensamiento es que los maestros de
primera enseñanza forman una de las colectividades más dignas; su misión es
quizá la más honrosa de todas las misiones, por nuestras manos pasan también
los que, sin ser sabios, han de formar la inmensa masa social sabiendo leer y
escribir, capaz por su número de hacer que se clasifique a la nación como
ilustrada o como atrasada.
Su concepto de la enseñanza es igualmente
innovador: “Yo no podía hacer comprender a mis alumnos que 10 por 10 por 10 son
1000, al punto de hacerles admitir que
un decímetro cúbico contiene mil centímetros cúbicos, hasta que hice
construir mil piececitas de a centímetro y se las di para que jugasen con
ellas”.
Y luchará permanentemente, a través de
Flores y Abejas, por la dignificación de una profesión, en muchos casos mal
mirada: “somos los últimos, los desgraciados, los desheredados, casta inferior
dentro de una sociedad que no reconoce castas”.
Del mismo modo que celebrará que, por fin,
en 1902, las maestras puedan pasar a formar parte de las Juntas de Enseñanza,
hasta entonces dirigidas única y exclusivamente por los hombres, las mujeres en
las juntas. “He aquí una variante felicísima de este eterno motivo de censura
de los hombres contra las mujeres. Las que matan, las que escriben, las que
cumplen su deber de mujeres y de madres, pueden ser las vocales en las juntas
campo espacioso donde pueden ganar las más generosas batallas, los principios
de cultura, de moralidad, de igualdad, iniciados por la intervención de las
madres de familia. Esto es largo”.