ISABEL MUÑOZ CARAVACA Y LA ASTRONOMIA.
Es, igualmente, una apasionada de la
astronomía. De la observación de los astros, y del universo y, por supuesto,
observadora de los eclipses que tienen lugar en su época:
“¡Hermoso espectáculo que, por desgracias,
no tiene todos los seguidores que se merece!”
Son varios los eclipses, tanto de luna, como
de sol, que tiene ocasión de contemplar, y de los que da cuenta a través de
extensos artículos que, en la mayoría de los casos, son discutidos por quienes
no la creen capaz, o piensan que una mujer no puede ser capaz, de alcanzar a
conocer una ciencia, hasta ese momento dominada por los hombres; ciencia que,
igualmente, transmite a su hijo Jorge, quien acompaña a su madre con ocasión de
la visita de Flammarion a España a fin de seguir el eclipse total de sol que
tiene lugar a finales del mes de agosto de 1905, y para el que, por mejor
observarlo, ya que se ha establecido que aquel será el mejor punto, se
desplazan hasta Almazán.
Jorge Moya será el corresponsal especial que
cuente, para Flores y Abejas, el desarrollo del acontecimiento desde el
campamento que montan en las cercanías de Almazán, lugar al que se desplazan
importantes periodistas de toda España; dando cuenta, igualmente, del recibimiento
que se le hace al astrónomo francés:
“A las diez y pico llegan Flammarion y su
señora. El Ayuntamiento los acompaña al antiguo palacio de Altamira, propiedad
de los señores Martínez Azagra, quienes galantemente ofrecen su casa al
astrónomo. Las notas de la marsellesa se encargan de demostrar los sentimientos
y el entusiasmo del pueblo de Almazán por la misión francesa… Vamos a la
instalación del provisional observatorio, y queda constituida la misión
Flammarion”.
Su relato es apasionado, tanto por lo que
observa, como por la calidad de las personalidades que allí se encuentran,
entre ellas su madre, doña Isabel, pertenecientes la mayoría de ellos a la
Sociedad Astronómica de Francia.
El estudio de Isabel Muñoz Caravaca sobre el
eclipse será ridiculizado por algunos periodistas, no porque sea mejor o peor
que el de otros astrónomos, sino porque es una mujer, lo que no causará en ella
la más mínima molestia, aunque contestará firmemente a quienes la critican,
ante todo al periódico madrileño Gedeón.
De la mano de Flammarion visitará Francia en
más de una ocasión. Unas veces para conocer los estudios de este, y otras para
participar en asambleas de la Sociedad Astronómica, y continuará, desde
Atienza, observando los astros, la luna, y dando cuenta de sus descubrimientos.
Incluso en Atienza, escéptica para con ella
en tantas cosas, se la respeta por la observación de los cielos, como sucede
cuando, en el mes de agosto de 1907, se observa sobre sus cielos un extraño
fenómeno que ella describe como el “cometa Daniel”, lo que le da pie para dar
toda una lección sobre los planetas que giran alrededor de la tierra,
desechando las supersticiones que suelen acompañar estas apariciones:
“La aparición de un cometa a nuestra vista
no tiene nada de anormal en el orden del Universo. Lo vemos porque se acerca, y
se acerca siguiendo su camino. Y en cuanto a predecir o anunciar males, no se
nos ha ocurrido pensar que anuncie bienes, en cuanto a sucesos futuros, no
influirá la presencia de un cometa más que la de Venus, la estrella de la
mañana o de la tarde…”
Supersticiones que volverán con ocasión del
paso del Cometa Halley en 1910:
“Hemos leído horrores contra el sentido
común, y lo que nos queda por leer”.
El paso del Halley le dará pie para, a
través de varios artículos que denominará “Actualidades”, desgranar toda su
ciencia planetaria, demostrando ser algo más que una simple aficionada.
Tras su paso, el 19 de mayo, y no sin cierto
sarcasmo, se dirigirá a sus lectores:
“En fin, se acabó el miedo. Ahora quedan
comentarios para unos días. Con que adiós hermoso, que no tengas novedad; ya
nos dejaste, ahora te veremos como te alejas…”
Todavía tendrá ocasión de observar otro
eclipse de sol en el verano de 1912, será el último para ella:
“Yo conocí, y recuerdo, el eclipse total del
18 de julio de 1860; tenía yo doce años
aún no cumplidos; hizo un día espléndido y vi maravillada aquella magnífica
corona solar… Después… a medias, muy a medias, me ha favorecido la suerte en
los eclipses totales.
En mayo de 1900 el eclipse total fue como el
del miércoles, parcial para esta nuestra meseta; lo vi en un cielo muy
despejado; hice la observación en el campo con mis alumnas de Atienza. En 1905,
en Almazán, hice el observatorio, pasamos tremendas ansiedades y una rabieta al
fin por culpa de una nubecita… eran cirrus… que se pusieron por delante. Con
que hasta el próximo… Será para nuestra Península allá por mil novecientos
sesenta… y no se cuantos. Que lo leamos lectores amadísimos, aunque sea con
cirrus, cúmulos, o lo que quiera venir…”