BELTRAN DUGLESCIN, Señor de Atienza
Era el mayor de los diez hijos de la familia
de Juana de Malemains y de Roberto Duguesclín, el que, según las primeras
biografías del héroe, basadas en la tradición y en la leyenda poética que
ensalzaban sobremanera al más prosaico de los caballeros franceses de la época,
descendía de un rey moro, llamado Aquín, que a mediados del siglo VIII se
estableció en la Armórica, donde edificó un castillo, al que dio el nombre de
Glay, con el que, y el de Aquín, se formó el apellido Glayaquín, convertido después
en Gleaquín, Gleasquín, Gueaclín y Duguesclín, habiendo prevalecido entre los
castellanos la forma Claquín, pues Mosén Beltrán de Claquín le llama López de
Ayala en sus crónicas. Agrega la leyenda que el rey Aquín, vencido por
Carlomagno, huyó con tal precipitación que abandonó a un hijo de un año de
edad, a quien el vencedor hizo bautizar con el nombre de Giacquín. Según otra
versión, la familia Duguesclín pertenecía a la casa de Dinan, que se fundió con
las de Avangour y Laval. Se cita también como tronco de la familia un tal
Richer, señor del castillo de Gayclic, que vivía en la primera mitad del siglo
XI.
Pero la verdad es que el primer Duguesclín
que figura en la historia es Beltrán, y que su familia debió ser seguramente
modesta, pues en los siglos anteriores no hay de ella la menor noticia
fidedigna. Si fuera cierto que la belleza física revela nobleza de origen o de
raza, no quedaría tampoco bien parada desde este punto de vista la alcurnia de
Beltrán; aquel hombre de cabeza enorme, cuerpo grande, piernas cortas, ojos
pequeños, aunque de mirar vivo y penetrante, según un cronista de la época,
debía muy pocos favores a la naturaleza: “Yo soy muy feo, decía, para ganarme
el afecto de las mujeres; pero en cambio sé hacerme temer de mis enemigos”. Y
ciertamente, su fuerza era extraordinaria, manejaba las armas con singular
destreza, y no eran muchos los que le aventajaban en dureza y crueldad.
Era el tipo perfecto de aquellos aventureros
franceses del siglo XIV que vivían de la guerra y de la rapiña a favor del
espantoso desorden que había provocado la guerra de los Cien Años. Muy joven,
como jefe de las compañías blancas, a los dieciséis ó diecisiete años, dio ya
pruebas de su fuerza y osadía, derribando en un torneo a varios caballeros. En
aquella época los ingleses dominaban gran parte de Francia, y al frente de un
puñado de hombres emprendió contra ellos lucha encarnizada, apelando al sistema
de guerrilla, de sorpresas y emboscadas, cuyas víctimas eran siempre
destacamentos aislados y escoltas de convoyes.
Así empezó la fama militar de Duguesclín,
pues tal sistema de guerra, poco conocido en Francia, contribuyó a debilitar
mucho el poderío de Inglaterra en el Noroeste de aquel país. Dicen que en
Vannes se sostuvo durante una noche, sólo con veinte hombres, contra 2.000 ó
3.000 ingleses. Sitiaban éstos a Rennes, bajo el mando del Duque de Lancaster,
y en pleno día, y con 100 hombres escogidos, atacó el campamento, incendió las
tiendas y se apoderó de un convoy de 200 carros. Le desafió un caballero
inglés, famoso entre los suyos por su fuerza prodigiosa, y fue vencido por
Beltrán en singular combate y en presencia de sitiados y sitiadores. Rechazados
éstos en todos los asaltos que intentaron, se vieron forzados a levantar el
sitio de Rennes 1357. Lo mismo les sucedió en Dinan, y también aquí el forzudo
bretón venció al caballero inglés Tomás de Cantorbery que se atrevió a retarle.
Como entonces la Bretaña no formaba parte de Francia, Beltrán había peleado por
su propia cuenta ó al servicio de Carlos de Blois. De todas maneras, es
nombrado por éste último como capitán de Pontorson y del Monte Saint-Michel
además de otorgarle el señorío de La Roche-Derriere.
Luego entró a servir al rey Carlos V de
Francia y obtuvo el gobierno de Pontorson y una compañía de cien lanzas.
Combatió de nuevo con los ingleses en Normandía; pasó después a Nantes, donde
contrajo matrimonio (probablemante 1363) con Epifanía Raguenel (muerta en
1373), hija de Roberto III Raguenel, señor de Châtel-Oger, héroe del combate de
los treinta, y de Juana de Dinan, vizcondesa de La Bellière.
Casó después, el 21 de enero de 1374 en
Rennes, con Juana de Laval (muerta después de 1385), hija del señor de
Chatillón (muerto en 1398) y de Isabel de Tinteniac. Tras su viudez, en 1380,
Juana de Laval casó de nuevo el 28 de mayo de 1384.
No se conoce descendencia legítima de
Beltrán Duguesclín. En cambio, Juana de Laval, por su segundo matrimonio, es el
antepasado de un número incalculable de nobles y soberanos de toda Europa.
Invadida otra vez Normandía por los
ingleses, allá volvió Duguesclín y recuperó la mayor parte de las plazas de que
aquellos se habían apoderado. Cuando Carlos de Blois y Montfort convinieron en
repartirse Bretaña después de una guerra en que Beltrán había combatido contra
el segundo, Carlos lo entregó en calidad de rehén a su rival, y como éste,
terminado el plazo convenido, se negara a darle libertad, Duguesclín se escapó
y se presentó en la corte del rey de Francia Carlos V, quien le nombró general
en jefe de las tropas que debían reconquistar la Normandía, invadida ahora por
Carlos II el Malo de Navarra. La victoria de Cocherel contra los soldados de
éste que mandaba el capitán de Buch le valió el título de mariscal de Normandía
y el condado de Longueville. Pero poco después, el 29 de septiembre de 1364,
perdió la batalla, de Aurai y quedó prisionero de los ingleses. Libre gracias a
100.000 francos que costó su rescate, Carlos V le confió la difícil misión de
librar a Francia de las grandes compañías que asolaban el país y que entonces
se hallaban reunidas en las llanuras de Chalóns. Eran los días en que el hijo
bastardo de Alfonso XI de Castilla, Enrique de Trastamara, reclamaba auxilios
de Francia contra su hermano el rey don Pedro.
Aprovechó esta coyuntura Duguesclín para
proponer a las compañías que pasaran bajo sus órdenes a la península ibérica
mediante 200.000 florines de oro, de los que dio la mitad, mal de su grado, el
Papa, que en aquellos tiempos residía en Aviñón. Las tales compañías no llegaron
a pelear en las tierras hispánicas, pues se volvieron a su país sin hacer nada
de provecho; antes al contrario, cometieron toda clase de rapiñas y violencias,
y Enrique de Trastamara, creyéndose ya rey de Castilla, las licenció pagándoles
con esplendidez. Quedaron sólo Beltrán Duguesclín con sus bretones y Hugo de
Caverley, que también se ausentó después con sus gentes porque, como inglés, no
quiso pelear contra el príncipe Negro, auxiliar del rey don Pedro. Cuando en
Nájera tomaron posiciones los ingleses, Beltrán opinó que no debía darse la
batalla; los castellanos fueron de distinto parecer y se libró reñido combate
en el que aquel capitaneó la vanguardia y quedó vencido y cautivo (10 de abril
de 1367). Recibió la libertad mediante rescate que él mismo fijó, pues la
exigua cantidad que le exigía el príncipe Negro le pareció que no guardaba
relación con la importancia que tan ilustre prisionero tenía, y en 1369 se
presentó de nuevo en Castilla al frente de su compañía y se unió a don Enrique
en el campo de Orgaz. Poco después Enrique y Beltrán ganaron la fácil victoria
de Montiel, y terminó la sangrienta lucha entre los dos hermanos, como dice el
historiador Lafuente, “con un acto de perfidia y felonía” por parte de
Duguesclín. Fingió éste que favorecía la fuga de don Pedro, encerrado en el
castillo de Montiel, y lo atrajo a su tienda, donde le esperaba Enrique.
Lucharon cuerpo a cuerpo los dos hermanos, y venció Enrique, gracias al
supuesto auxilio que le prestó Beltrán. Bien recompensó al francés el nuevo rey
de Castilla; antes le había transferido su condado de Trastamara, otorgándole
además el ducado de Molina; ahora le dio las poblaciones de Soria, Almazán,
Atienza, Deza, Monteagudo, Serón y otros lugares. Más adelante, cuando la
escuadra castellana venció a la inglesa en la Rochela y aprisionó a su
almirante el conde de Pembroke, que el rey entregó a Beltrán, con 100.000
francos de oro, recuperó por este precio las villas que antes le había dado.
Al regresar Duguesclín a Francia fue
nombrado condestable y renovó sus campañas contra los ingleses. Vencidos éstos
en todas partes, vencido también Monfort, el rey incorporó Bretaña a la corona,
y entonces los bretones trataron a Duguesclín como traidor, y hasta sus mismos
amigos y parientes le abandonaron. No parece, sin embargo, que aprobase la
resolución del monarca, pues llegó a infundir sospechas a éste, y aun se dice
que renunció a su dignidad de condestable. Se preparaba a pasar a Castilla, a
la corte de Enrique II, y habiéndose detenido ante el castillo de Randan, en el
Gevaudan, que sitiaba el mariscal de Saucerre, cayó enfermo y luego murió de
disentería (1380), tras haber reconquistado la mayor parte de los dominios
ingleses en territorio francés. En reconocimiento a su figura, Carlos V lo hizo
inhumar en la basílica de St. Denis, en la tumba de los Reyes de Francia. Su
sepultura, como la de la mayor parte príncipes y dignatarios allí enterrados,
fue profanada por los revolucionarios en 1793. Su corazón se encuentra en un
catafalco en la iglesia de Saint Sauveur de Dinan.