Facciosos,
salteadores y bandoleros en tierras de Atienza y Guadalajara
Tomás
Gismera Velasco
¿Quién, por tierras de Atienza, extendiéndose a otros lugares, no ha
escuchado una de esas coplillas que pasan de boca en boca, tierra en tierra y
año en año?:
El cura de La
Bodera
ha perdido la
sotana
por el monte de
Robledo
por seguir a una
serrana.
A qué cura se refiere la copla es algo que nunca podremos conocer, a
pesar de que poco antes de que la copla comenzase a correr mundo sabemos que
hubo en La Bodera un cura merecedor de esta y otras muchas coplas más,
Francisco Hipólito Bonet Delgado.
Habitó el lugar en la época de la primera Guerra Carlista, es probable
que llegase al pueblo procedente de Sigüenza en torno a 1830. Días, los de la
carlistada, en los que algunos que otros clérigos, curas y frailes, colgaron
sus sotanas, se echaron el trabuco al hombre y solos o en compañía de otros se
lanzaron a combatir a los montes.
Algunos nombres de curas nos han quedado en la provincia de Guadalajara
de los que se lanzaron a correr este tipo de aventuras batallando por su
legalidad o creencias, a partir, en este caso, de la muerte de Fernando VII. En
el caso que nos ocupa, el del cura de La Bodera, así era, pues apenas muerto el
rey y proclamada que fue su heredera, Isabel II, se alzó en armas contra la
reina.
Conocido como Hipólito Bonet, del que no conocemos su lugar de
nacimiento, pues no se conservan documentos, todo hace suponer que era de
origen levantino por parte de padre. De los libros eclesiásticos han
desaparecido algunas páginas, entre ellas las que hacen historia de ese
periodo. Indudablemente, no tardarán en aparecer, y puesto que comenzamos a
tirar del ovillo, ya que no se había escrito antes sobre este personaje, no
dudamos que, una vez comenzado, daremos con el final.
El cura Hipólito Bonet, en el otoño de 1833, convenciendo a tres o
cuatro mozos de La Bodera, de los que igualmente desconocemos más datos, se
echó al monte, tomando el camino de Robledo en dirección a la sierra, en donde
se hizo fuerte, cometió alguna que otra tropelía por aquellos pueblos y pasado
el invierno cruzó la raya de Aragón en busca de unirse a las tropas del
pretendiente don Carlos de Borbón. De paso, cometió algunos asaltos e hizo
alguna que otra perrería que puso tras él a las fuerzas isabelinas. También en
La Bodera, donde como comúnmente se dice “arrampló” con todo lo que pudo,
llevándose los dineros correspondientes a las cofradías, a la iglesia e incluso
algunos de los objetos de oro y plata con objeto de convertirlos en dinero con
los que socorrer a su causa. Lo que originó una orden episcopal, y del gobierno
de Guadalajara, en evitación de casos semejantes, reconociendo que hasta ese
momento La Bodera era el único pueblo en
que por su párroco don Hipólito Bonet se ha cometido tan horrendo delito.
Uno de los más interesantes partes de guerra que nos ha llegado,
corresponde a la primavera de 1834, cuando ya nuestro hombre había inscrito su
nombre con letras de molde en el mundo de la guerrilla. Firmado por el alcalde
de Alustante, y emitido en Bronchales, en la provincia de Teruel, su autor,
Anselmo Santaren, cuenta que:
Habiendo tenido noticia por un
disperso de Molina que el cabecilla ex-cura de La Bodera había dejado en Teruel
toda la caballería de su mando, correspondiente al 51 Batallón de Navarra, y
que solo él con otros tres habían salido en persecución de un contrabando con
dirección al pueblo de Buchatel, al momento reuní 35 escopeteros, que encapados
y con las armas ocultas, entramos en el referido pueblo para tomar los puntos
mejores de su salida; pero antes de verificar tan acertado dictamen, envié al
subteniente que ha sido de carabineros de costas y fronteras don Diego Alarte a
que observase en la disposición que se hallaban los rebeldes en la posada, y
viendo que con mucho regocijo estaban comiendo, y con todas las armas hasta los
sables colgadas de los caballos, movido de su grande valor y adhesión a Isabel
II, quiso solo apoderarse de ellos; pero fue infructuosa su resolución, porque
al oír el cabecilla la voz de ¡alto ahí!, salió de la cocina donde estaba y le
dio un mortal golpe en la cabeza que al poco tiempo murió.
Confiado en la noticia de debía traer no se
verificó la sorpresa como se pensaba, hasta que de improviso salieron a escape
y no tuvimos más tiempo que para hacer una acelerada descarga, y en el interin
el ex cura salió con cuatro caballos, cuyos ginetes hemos cogido por hallarse
fuera de la reunión, los que tenemos bien custodiados hasta que la Reina
Gobernadora determine de ellos.
De lo que se nos cuenta es fácil deducir que para entonces nuestro cura
ya se había unido a las tropas carlistas y regimientos y batallones de Navarra,
en los que por entonces tenía cargo de oficial. Evidentemente escapó a sus
perseguidores, probablemente herido, ya que el parte nos continúa contando que
de él únicamente quedó en el lugar su gorra y las dos pistolas que llevaba: y que el sargento de carabineros, Juan Diez,
le derribó de un balazo. Las pistolas las tiró el cura: enfurecido porque no le salieron los tiros y
ansioso por no querer soltar los caballos, al expresado sargento…
Un año después, en el otoño de 1835, fueron tropas de Atienza las que
salieron en su búsqueda y tuvieron con él enfrentamiento cuando lo trataron de
detener, nos queda el informe de la acción:
La noche del 9 (de octubre de
1835), a las ocho de ella tuve un recado verbal de cierto patriota que había
sabido que en el pueblo de Caracena había unos quince a dieciséis faciosos,
todos montados…
Quien nos cuenta la acción es el Capitán
de la 3ª compañía del Batallón provisional de voluntarios de Castilla la Nueva,
don Juan Bautista Belver, Capitán de Armas en Atienza.
… enseguida dispuse al momento (de
conocer que se encontraban en Caracena), reunir este corto destacamento y
saliendo de esta Villa de Atienza a eso de las diez de la noche con diecinueve
voluntarios, el subteniente don Bernardo Canapa y los sargentos segundos don
Bonifacio María Gomara y Norberto Lanchares, tomé el camino de Miedes, más al
estar cerca de dicho pueblo a las doce y tres cuartos, dispuse que el Sargento
Lanchares con 4 voluntarios se adelantase a pedir unos guías al alcalde de
dicho punto y entrando yo con dichos voluntarios por otra calle y al estar en
la plaza vio el referido sargento un grupo de gentes y dando el quién vive le
respondieron Carlos 5º…
No podía tratarse, lógicamente, de otras
gentes más que de las que acompañaban al cura de La Bodera, como así resultó:
… eran el cura de La Bodera, un
tal Aguilar y otro; y a la voz de Viva Isabel II empezaron conmigo la lucha
hiriendo a uno de ellos de una cuchillada; el mencionado sargento se echó tras
de otros tantos a cuyo tiempo llegó la pequeña columna que tengo el honor de
mandar y desplegada en guerrilla acometieron a los rebeldes con la mayor
decisión y el entusiasmo que siempre han acostumbrado… los desalojé del pueblo
y perseguidos se hicieron fuertes a la salida de Miedes, camino de Retortillo…
El tiroteo se prolongó durante toda la noche, y ya de madrugada,
rodeados los hombres del cura, optaron por proteger la escapada de su capitán,
a fuerza de tenerse que entregar alguno de quienes lo acompañaban, así como
parte de lo que habían logrado reunir a fuerza de secuestros, robos y
asesinatos:
…el resultado de esta gloriosa
jornada fue pillar a uno de los cabecillas de esta pequeña facción compuesta de
10 caballos, el teniente capitán don José María Mata natural de Ciudad Rodrigo,
tres caballos, el uno es de un ex guardia de Corps llamado don Antonio N y el
del aprehendido y otro con cinco sacos de cebada, una capa y una carabina y un
capote que lo era del Regimiento de Soria; el dicho Mata mañana a las diez será
pasado por las armas después de tomarle su declaración por si conviene en algo
al mejor servicio de la Reina…
No entendemos qué servicio
debía de hacer a la reina pasarlo por las armas de manera inmediata, pero de lo
que no cabe duda es de que la declaración de poco sirvió, pues tan sólo dijo,
al parecer, que el cura, acompañado de una mujer de nombre Josefa
(probablemente La Cachorra) que le servía como tal, buscaba marchar al Norte,
donde pasar el invierno. Y así debió de ser, pues no volvió a aparecer hasta la
primavera siguiente, por la Mancha. Indudablemente, entendiendo que la unión
hace la fuerza, y que más vale acudir en compañía que en solitario, nuestro
personaje se unió a las partidas de Basilio y La Mancha en las que militó La
Cachorra, de quienes algo saldrá a relucir por estos lares, combatiendo por una
buena parte de la Alcarria, entre Cuenca y Guadalajara, donde lograron reunir
buena partida, y danzando por las provincias de Ciudad Real, Toledo e incluso
llegando hasta Castilla la Vieja por la zona de Salamanca, Zamora, Segovia…
Para terminar uniendo fuerzas con las de otras facciones, dispuestas a
enfrentarse en las cercanías de Béjar (Salamanca), entrado el año 1838, con las
tropas reales capitaneadas por el general Pardiñas, como comandante en jefe de
una de las divisiones del Ejército del Norte.
En aquella acción, que ha pasado a la historia como “la acción de
Béjar”, las tropas carlistas fueron aniquiladas por las de Pardiñas, quien no
sólo derrotó al enemigo causándole enormes bajas, sino que, además, logró
detener a sus principales capitanes, desarmándolos y deshaciendo unas cuantas
facciones, entre ellas la del cura de La Bodera, quien combatiendo con el grado
de capitán, y herido, fue hecho prisionero junto a otros 126 oficiales, de los
que nos ha llegado relación de cargos, estado y origen; relación en la que no
entran los soldados rasos.
La batalla tuvo lugar en el mes de mayo, el día 3. La mayoría de los
detenidos fueron pasados por las armas una vez identificados. Y a partir de
entonces desapareció el nombre de Hipólito Bonet, cura de La Bodera, de los
diarios. Algunas informaciones aparecidas entonces dan cuenta de que murió a
causa de las heridas recibidas; otras cuentan que murió en combate, cosa
incierta, puesto que figura como herido en la antedicha relación; otras que fue
pasado por las armas… De lo que no cabe duda es de que, como Tamajón, también
La Bodera tuvo su cura guerrillero. Y de él, probablemente, nos quedó la copla.