martes, diciembre 30, 2014

EL CURA DE LA BODERA



Facciosos, salteadores y bandoleros en tierras de Atienza y Guadalajara

Tomás Gismera Velasco

   ¿Quién, por tierras de Atienza, extendiéndose a otros lugares, no ha escuchado una de esas coplillas que pasan de boca en boca, tierra en tierra y año en año?:

El cura de La Bodera
ha perdido la sotana
por el monte de Robledo
por seguir a una serrana.

   A qué cura se refiere la copla es algo que nunca podremos conocer, a pesar de que poco antes de que la copla comenzase a correr mundo sabemos que hubo en La Bodera un cura merecedor de esta y otras muchas coplas más, Francisco Hipólito Bonet Delgado.

   Habitó el lugar en la época de la primera Guerra Carlista, es probable que llegase al pueblo procedente de Sigüenza en torno a 1830. Días, los de la carlistada, en los que algunos que otros clérigos, curas y frailes, colgaron sus sotanas, se echaron el trabuco al hombre y solos o en compañía de otros se lanzaron a combatir a los montes.

   Algunos nombres de curas nos han quedado en la provincia de Guadalajara de los que se lanzaron a correr este tipo de aventuras batallando por su legalidad o creencias, a partir, en este caso, de la muerte de Fernando VII. En el caso que nos ocupa, el del cura de La Bodera, así era, pues apenas muerto el rey y proclamada que fue su heredera, Isabel II, se alzó en armas contra la reina.

   Conocido como Hipólito Bonet, del que no conocemos su lugar de nacimiento, pues no se conservan documentos, todo hace suponer que era de origen levantino por parte de padre. De los libros eclesiásticos han desaparecido algunas páginas, entre ellas las que hacen historia de ese periodo. Indudablemente, no tardarán en aparecer, y puesto que comenzamos a tirar del ovillo, ya que no se había escrito antes sobre este personaje, no dudamos que, una vez comenzado, daremos con el final.



   El cura Hipólito Bonet, en el otoño de 1833, convenciendo a tres o cuatro mozos de La Bodera, de los que igualmente desconocemos más datos, se echó al monte, tomando el camino de Robledo en dirección a la sierra, en donde se hizo fuerte, cometió alguna que otra tropelía por aquellos pueblos y pasado el invierno cruzó la raya de Aragón en busca de unirse a las tropas del pretendiente don Carlos de Borbón. De paso, cometió algunos asaltos e hizo alguna que otra perrería que puso tras él a las fuerzas isabelinas. También en La Bodera, donde como comúnmente se dice “arrampló” con todo lo que pudo, llevándose los dineros correspondientes a las cofradías, a la iglesia e incluso algunos de los objetos de oro y plata con objeto de convertirlos en dinero con los que socorrer a su causa. Lo que originó una orden episcopal, y del gobierno de Guadalajara, en evitación de casos semejantes, reconociendo que hasta ese momento La Bodera era el único pueblo en que por su párroco don Hipólito Bonet se ha cometido tan horrendo delito.

   Uno de los más interesantes partes de guerra que nos ha llegado, corresponde a la primavera de 1834, cuando ya nuestro hombre había inscrito su nombre con letras de molde en el mundo de la guerrilla. Firmado por el alcalde de Alustante, y emitido en Bronchales, en la provincia de Teruel, su autor, Anselmo Santaren, cuenta que:

   Habiendo tenido noticia por un disperso de Molina que el cabecilla ex-cura de La Bodera había dejado en Teruel toda la caballería de su mando, correspondiente al 51 Batallón de Navarra, y que solo él con otros tres habían salido en persecución de un contrabando con dirección al pueblo de Buchatel, al momento reuní 35 escopeteros, que encapados y con las armas ocultas, entramos en el referido pueblo para tomar los puntos mejores de su salida; pero antes de verificar tan acertado dictamen, envié al subteniente que ha sido de carabineros de costas y fronteras don Diego Alarte a que observase en la disposición que se hallaban los rebeldes en la posada, y viendo que con mucho regocijo estaban comiendo, y con todas las armas hasta los sables colgadas de los caballos, movido de su grande valor y adhesión a Isabel II, quiso solo apoderarse de ellos; pero fue infructuosa su resolución, porque al oír el cabecilla la voz de ¡alto ahí!, salió de la cocina donde estaba y le dio un mortal golpe en la cabeza que al poco tiempo murió.
   Confiado en la noticia de debía traer no se verificó la sorpresa como se pensaba, hasta que de improviso salieron a escape y no tuvimos más tiempo que para hacer una acelerada descarga, y en el interin el ex cura salió con cuatro caballos, cuyos ginetes hemos cogido por hallarse fuera de la reunión, los que tenemos bien custodiados hasta que la Reina Gobernadora determine de ellos.
  
   De lo que se nos cuenta es fácil deducir que para entonces nuestro cura ya se había unido a las tropas carlistas y regimientos y batallones de Navarra, en los que por entonces tenía cargo de oficial. Evidentemente escapó a sus perseguidores, probablemente herido, ya que el parte nos continúa contando que de él únicamente quedó en el lugar su gorra y las dos pistolas que llevaba: y que el sargento de carabineros, Juan Diez, le derribó de un balazo. Las pistolas las tiró el cura: enfurecido porque no le salieron los tiros y ansioso por no querer soltar los caballos, al expresado sargento…

   Un año después, en el otoño de 1835, fueron tropas de Atienza las que salieron en su búsqueda y tuvieron con él enfrentamiento cuando lo trataron de detener, nos queda el informe de la acción:

   La noche del 9 (de octubre de 1835), a las ocho de ella tuve un recado verbal de cierto patriota que había sabido que en el pueblo de Caracena había unos quince a dieciséis faciosos, todos montados…

   Quien nos cuenta la acción es el Capitán de la 3ª compañía del Batallón provisional de voluntarios de Castilla la Nueva, don Juan Bautista Belver, Capitán de Armas en Atienza.

   enseguida dispuse al momento (de conocer que se encontraban en Caracena), reunir este corto destacamento y saliendo de esta Villa de Atienza a eso de las diez de la noche con diecinueve voluntarios, el subteniente don Bernardo Canapa y los sargentos segundos don Bonifacio María Gomara y Norberto Lanchares, tomé el camino de Miedes, más al estar cerca de dicho pueblo a las doce y tres cuartos, dispuse que el Sargento Lanchares con 4 voluntarios se adelantase a pedir unos guías al alcalde de dicho punto y entrando yo con dichos voluntarios por otra calle y al estar en la plaza vio el referido sargento un grupo de gentes y dando el quién vive le respondieron Carlos 5º…

   No podía tratarse, lógicamente, de otras gentes más que de las que acompañaban al cura de La Bodera, como así resultó:

   … eran el cura de La Bodera, un tal Aguilar y otro; y a la voz de Viva Isabel II empezaron conmigo la lucha hiriendo a uno de ellos de una cuchillada; el mencionado sargento se echó tras de otros tantos a cuyo tiempo llegó la pequeña columna que tengo el honor de mandar y desplegada en guerrilla acometieron a los rebeldes con la mayor decisión y el entusiasmo que siempre han acostumbrado… los desalojé del pueblo y perseguidos se hicieron fuertes a la salida de Miedes, camino de Retortillo…

   El tiroteo se prolongó durante toda la noche, y ya de madrugada, rodeados los hombres del cura, optaron por proteger la escapada de su capitán, a fuerza de tenerse que entregar alguno de quienes lo acompañaban, así como parte de lo que habían logrado reunir a fuerza de secuestros, robos y asesinatos:

   …el resultado de esta gloriosa jornada fue pillar a uno de los cabecillas de esta pequeña facción compuesta de 10 caballos, el teniente capitán don José María Mata natural de Ciudad Rodrigo, tres caballos, el uno es de un ex guardia de Corps llamado don Antonio N y el del aprehendido y otro con cinco sacos de cebada, una capa y una carabina y un capote que lo era del Regimiento de Soria; el dicho Mata mañana a las diez será pasado por las armas después de tomarle su declaración por si conviene en algo al mejor servicio de la Reina…

      No entendemos qué servicio debía de hacer a la reina pasarlo por las armas de manera inmediata, pero de lo que no cabe duda es de que la declaración de poco sirvió, pues tan sólo dijo, al parecer, que el cura, acompañado de una mujer de nombre Josefa (probablemente La Cachorra) que le servía como tal, buscaba marchar al Norte, donde pasar el invierno. Y así debió de ser, pues no volvió a aparecer hasta la primavera siguiente, por la Mancha. Indudablemente, entendiendo que la unión hace la fuerza, y que más vale acudir en compañía que en solitario, nuestro personaje se unió a las partidas de Basilio y La Mancha en las que militó La Cachorra, de quienes algo saldrá a relucir por estos lares, combatiendo por una buena parte de la Alcarria, entre Cuenca y Guadalajara, donde lograron reunir buena partida, y danzando por las provincias de Ciudad Real, Toledo e incluso llegando hasta Castilla la Vieja por la zona de Salamanca, Zamora, Segovia… Para terminar uniendo fuerzas con las de otras facciones, dispuestas a enfrentarse en las cercanías de Béjar (Salamanca), entrado el año 1838, con las tropas reales capitaneadas por el general Pardiñas, como comandante en jefe de una de las divisiones del Ejército del Norte.

   En aquella acción, que ha pasado a la historia como “la acción de Béjar”, las tropas carlistas fueron aniquiladas por las de Pardiñas, quien no sólo derrotó al enemigo causándole enormes bajas, sino que, además, logró detener a sus principales capitanes, desarmándolos y deshaciendo unas cuantas facciones, entre ellas la del cura de La Bodera, quien combatiendo con el grado de capitán, y herido, fue hecho prisionero junto a otros 126 oficiales, de los que nos ha llegado relación de cargos, estado y origen; relación en la que no entran los soldados rasos.

   La batalla tuvo lugar en el mes de mayo, el día 3. La mayoría de los detenidos fueron pasados por las armas una vez identificados. Y a partir de entonces desapareció el nombre de Hipólito Bonet, cura de La Bodera, de los diarios. Algunas informaciones aparecidas entonces dan cuenta de que murió a causa de las heridas recibidas; otras cuentan que murió en combate, cosa incierta, puesto que figura como herido en la antedicha relación; otras que fue pasado por las armas… De lo que no cabe duda es de que, como Tamajón, también La Bodera tuvo su cura guerrillero. Y de él, probablemente, nos quedó la copla.