sábado, septiembre 13, 2014

CALLEJERO DE ATIENZA: CALLE DE LAS HERRERÍAS



De la historia de las calles de Atienza, y algo más

   En la actualidad, y aunque no se conozca por buena parte de los visitantes, y por los propios vecinos de la villa, la calle de las Herrerías es la que da entrada a Atienza, y nos recibe.

   Sus orígenes, claro está, hay que buscarlos en la madurez medieval, cuando la Atienza emergente en múltiples industrias tenía a gala ser un centro en el que fraguas y herrerías llevaban sus productos a las ferias y mercados de ambas castillas, y de más allá.


   No se conocen en la actualidad, ni se conocieron tiempo atrás herrerías en esta parte de Atienza, pero indudablemente las hubo, ya que el nombre de la calle lo indica.

   Estaba formada por dos callejas, a uno y otro lado del último tramo de muralla que rodeó en tiempos la villa, a la izquierda de la puerta de Antequera, o de los arrabales de San Gil, en el que se encuentra.

   Casas de labriegos y labradores fueron las que la conformaron y aún hoy la conforman, convenientemente amoldadas a los nuevos vientos del siglo XXI.


    Hubo algo que destacó en esta calle, ya que hasta comienzos del siglo XX la carretera que a través de Atienza lleva a Soria y Berlanga con tal denominación no era tal, ni llevaba la tal, sino que, desde la entrada a la villa hasta las cercanías del viejo y desaparecido convento de San Francisco, el tramo continuaba llamándose “calle de las Herrerías”, y en ella se situaba el antiguo Hospital de Santa Ana, actualmente rebautizado como “Convento”, y convertido, tras su restauración, en uno de los mayores adefesios castellanos…  ¡Ay! Si doña Ana Hernando o don Baltasar de Elgueta levantasen la cabeza y viesen su obra convertida en…

  Fuera del adefesio “conventual”, la calle de las Herrerías, en San Gil, nos trae el recuerdo de la historia de la forja, y del hierro que por Atienza hubo, fue explotado y generó riqueza en un tiempo que, aunque lejano, todavía nos trae la memoria viva del soplo del fuelle avivando el fuego.

Tomás Gismera Velasco