domingo, enero 13, 2013

BALTASAR DE ELGUETA Y VIGIL



DON BALTASAR  DE ELGUETA Y VIGIL

   Nos queda, por último, hablar de Don Baltasar, digamos por ahora que pocos días después de su muerte la Gaceta de Madrid, entonces periódico oficial del Reino, publicó entre sus noticias relevantes:

   El día 4 de este mes (abril de 1763), falleció en esta Corte, de edad de 73 años, un mes y 25 días, D. Baltasar de Elgueta y Vijil, Comendador de Museros en la Orden de Santiago, Coronel de Caballería, Intendente del Ejército y de la Real Fábrica del Nuevo Palacio, y Consiliario de las tres artes liberales, de Pintura, Escultura y Arquitectura, en cuyos empleos, y en los de Oficial de las Reales Guardias de Corps, sirvió a Su Majestad por espacio de 56 años, con el zelo, integridad y desinterés correspondiente a su honor y bien notoria conducta.
   La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando hizo duelo el día de su muerte y de su entierro, y su nombre fue inscrito, como uno de los arquitectos de la obra, en una de las piedras del palacio de Oriente de Madrid. En su homenaje otro arquitecto, colaborador y gran amigo de nuestro paisano, Ventura Rodríguez, autor de las más representativas fuentes de Madrid, se comprometió a levantar en Atienza una de aquellas que perpetuase su memoria, la obra se alzó en Atienza en 1776, en la Alameda, la que se conoció como fuente de las “Sirenas” (hoy trasladada, con sus mutilaciones, a la plaza Mayor):

   … compuesta de un gran pilón y seis caños, tres a proporcionada altura para el uso del vecindario con figura de cabezas de mujer, y los otros tres sobre un pedestal con la de tres delfines enlazados cuyas colas sirven de remate…

   Don Baltasar también nació en Atienza, en los comienzos del año 1689, siendo bautizado en la iglesia de la Santísima Trinidad el día 9 de enero, siendo sus padrinos sus tíos Gaspar de Elgueta y Antonia de Milla. En el acta firmaron como testigos los atencinos Juan de Hurtado y Julio Alvarez.

   Contaba pues con apenas seis años cuando falleció su padre, haciéndose cargo de él su tío Gaspar, residente en la Corte, y militar de profesión. Poco más sabemos de él en cuanto hace a sus años jóvenes, salvo que a los 15 años, y de la mano de su tío, ingreso en la Guardia de Corp. Vivió pues, junto con su hermano José, los largos avatares de la Guerra de Sucesión que llevó al trono a Felipe V de Borbón. No cabe la menor duda de que se distinguió en el cuerpo, ya que su ascenso fue fulminante, adquiriendo grados conforme fueron pasando los años. Del mismo modo que tampoco nos queda  la menor duda de  que fue un gran entendido en arte, y tal vez en arquitectura, ya que en
muchas de las referencias que sobre él pueden encontrarse se le cita como arquitecto. Por nuestra parte diremos que no hemos encontrado documento alguno que nos lo signifique como tal. En cuanto al lado artístico no nos cabe la menor duda de que era un gran entendido en artes, tanto escultura como pintura, ya que su hermano Antonio le consultó en numerosas ocasiones con motivo de sucesivas obras en la catedral e iglesias de Murcia.

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   Al contrario que sus hermanos, tuvo don Baltasar una mayor relación con Atienza, lugar al que consta visitaba con frecuencia, al menos hasta la década de 1730.  E incluso, en 1725 fue prioste de la Cofradía de Hidalgos de Santiago, en Atienza, sirviendo en años sucesivos el resto de cargos de hermano consiliario y alcalde de la Hermandad, paso previo a solicitar su ingreso como Caballero de la Orden de Santiago, algo que igualmente llevarían a cabo el resto de sus hermanos, y a pesar de que dicho ingreso no fue efectivo hasta 1746, llevándose a cabo la información testifical tanto en Atienza como en Sigüenza, Medinaceli y resto de lugares nativos de la familia, en 1732 fue nombrado Comendador de Bétera en la Orden de Santiago, encomienda que dejaría en 1735 pata tomar la de Museros, desempeñándola hasta su muerte.

   Ya estaba por esos años en obras el nuevo Palacio Real de Madrid, después de que un incendio redujese a escombros el viejo alcázar en la noche del 24 de diciembre de 1734. Las obras del nuevo palacio se habían encargado al arquitecto Filippo Juvara, quien falleció en 1736, tras haber elaborado apenas el proyecto del gran edificio que hoy conocemos, reanudando el proyecto su discípulo Giovanni Battista Sachetti. Las obras se prolongarían durante cerca de cincuenta años, sin embargo conocemos que en 1737 ya estaba elaborado el proyecto, que el 6 de abril de 1738 se colocó la primera piedra, que en 1742 estaban concluidos todos los sótanos y la edificación alcanzaba al patio de la armería y que en 1752 comenzaba a techarse. Se dice que en aquella piedra estaban grabados los nombres de las personas que hasta ese momento habían participado en los proyectos, y entre aquellos nombres figuraba el de Baltasar de Elgueta.

   Dentro de aquel infinito mundo de obreros, maestros de obras, e incluso arquitectos de todo tipo que habían de ocuparse de las distintas estancias, decoración, patios o jardines, ocupó don Baltasar de Elgueta un papel principal. En 1741 fue nombrado Intendente General de Obras, actuando en la mayoría de los casos como intermediario entre el rey y los arquitectos, o entre el ministro Carvajal y aquellos,  siendo su toma de decisiones  concluyente a la hora de ejecutar nuevos añadidos o valorar

las obras realizadas. Si bien, y a juzgar por sus trabajos, la mayor parte de sus decisiones estuvo centrada en las decoraciones interiores y exteriores.

   Encontramos a don Baltasar dando los primeros pasos para la ejecución de su labor en los primeros meses de 1743, dirigiéndose a todos los corregidores del reino a fin de que le presentasen a los mejores escultores, cumpliendo la orden del rey. En la carta que todos aquellos recibieron se les decía que: “se ynforme…si en la Corte o en alguna ciudad del Reyno se conocen por experiencia práctica algunos oficiales de escoltura capazes de encargarse de alguna parte de esta obra…”

   Es de esta manera como don Baltasar de Elgueta entabla relación con los más prestigiosos escultores de la época, atrayéndolos a Madrid, otros, como Salcillo, recomendado por su hermano Antonio, rechazarán la llamada, si bien serán los menos. Del mismo modo que salvo tres provincias, Guadalajara, Palencia y Zamora, que no recomenzaron a nadie, el resto comenzaron a responder a los diez días, con largueza de nombres y proyectos.

   No nos detendremos en la inmensa mayoría, sí en Luis Salvador Carmona, a quien recibió don Baltasar, después de conocer su obra, como uno de sus protegidos, llevando a cabo la ejecución de alguna de las esculturas de reyes que se situaron sobre la balaustrada cimera, antes de que el rey Carlos III ordenase su retirada, por temor a su derrumbe. La orden del rey fue comunicada a Elgueta por el marqués de Esquilache el 8 de septiembre de 1760 en estos términos: El Rey manda que se quiten del nuevo Real Palacio todas las estatuas que están en la circunferencia de sus cuatro fachadas, tanto sobre la cornisa superior de su fábrica como las del medio de ella y que se depositen y guarden por ahora en las piezas inferiores del mismo palacio que parecieran a VS más a propósito para el intento en el interin que SM  delibera situarlas en otro paraje más decente.

   Obra de don Baltasar fue, igualmente, el proyecto de los caminos del agua del Amaniel, que abastecían a Palacio, la decoración de la capilla, el encargo de la escalera, e incluso la elección de los mármoles, enviando en 1758 al escultor Fernando Ortiz a recorrer las canteras andaluzas en busca de las mejores piezas, con la desesperación real ante la tardanza en ejecutarse alguna de las obras, ante la indecisión de don Baltasar de cuales elegir.

   Don Baltasar no conocería la finalización de las obras del Palacio, consta que vivió en él, ocupando algunas dependencias en los sótanos, a pesar de tener su residencia particular en las cercanías, en la calle de Segovia, no obstante, con anterioridad a su fallecimiento ya se había fundado la Escuela de Escultores, de cuya fundación tomó parte, siendo uno de los principales impulsores, como también, junto al ministro Carvajal, sería uno de los primeros impulsores para la fundación de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, fundación llevada a cabo en 1752
en la Casa de la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid, hasta su posterior ubicación en la calle de Alcalá, siendo su primer Viceprotector, actuando a modo de Rector o Presidente, en ausencia del ministro Carvajal, a quien se concedió el cargo y delegando este en nuestro paisano “para que la gobierne con las mismas facultades en mi ausencia”.

   En la Academia de Bellas Artes, y en las obras de escultura de Palacio, introdujo don Baltasar de Elgueta a personajes como Salvador Carmona o Ventura Rodríguez.  Del mismo modo que don Baltasar se introdujo en las obras del Hospital de Santa Ana de Atienza como testamentario de doña Ana Hernando, y al que envió el Cristo del Perdón de Carmona, en relato del que ya nos hemos hecho eco.

   Los muchos trabajos, falta de salud y edad, sin abandonar las obras de Palacio, le hicieron irse retirando de sus trabajos en la Real Academia, dejando el cargo de Viceprotector para ocupar el de Consiliario y Académico Honorario perpetuo, hasta el día de su muerte.

   En los anales del año de su fallecimiento, se escribió en el Boletín de la  Academia: “El señor Don Baltasar de Elgueta Vigil, Caballero del Orden de Santiago, Comendador de Museros, Brigadier de los Reales Ejércitos, Intendente del nuevo Real Palacio, murió en cuatro de marzo de este año. Debe contarse igualmente entre los fundadores de la Academia. Encargado de la obra del nuevo Palacio, como Intendente de su fábrica, promovió los intereses de las Artes aun antes de ser individuo de la Junta Preparatoria. Por muerte del señor don Fernando Triviño fue creado Vice-protector de ella, y jamás olvidarán las artes y sus profesores los auxilios que les franqueó. Su empleo le daba los más oportunos medios, y así trabajó en beneficio del Instituto hasta ponerle en estado de merecer el título de Academia. Entonces fatigada ya su crecida edad con los continuos y gravísimos cuidados del nuevo Palacio, hizo dimisión del oficio de Vice-Protector, admitióla la piedad del Rey y la justificación del Ministro, pero quiso S. M. privar a la Academia de un individuo tan digno y le creó uno de sus primeros Consiliarios y en esta clase continuó sirviéndola hasta sus últimos días con el mismo celo que siempre”.

   Apretadas son las líneas precedentes, no obstante, con ellas cumplimos la labor de dar a conocer, aunque breve, lo esencial de la biografía de tres atencinos ilustres y de alguna manera perdidos entre los pliegues del tiempo pasado, de esta manera, al pasar por la calle de Cervantes, o penetrar en la que fue su casa natal en Atienza, hoy sede de parte de la cultura de la villa, podemos tener presente que, en aquella, nacieron hombres que figuran con letras de molde en la historia de España. Tampoco estaría mal que, en su memoria, una placa recordase su paso por aquella.