DON BALTASAR DE ELGUETA Y VIGIL
Nos queda, por último, hablar de Don
Baltasar, digamos por ahora que pocos días después de su muerte la Gaceta de
Madrid, entonces periódico oficial del Reino, publicó entre sus noticias
relevantes:
El día
4 de este mes (abril de 1763), falleció en esta Corte, de edad de 73 años, un
mes y 25 días, D. Baltasar de Elgueta y Vijil, Comendador de Museros en la
Orden de Santiago, Coronel de Caballería, Intendente del Ejército y de la Real
Fábrica del Nuevo Palacio, y Consiliario de las tres artes liberales, de
Pintura, Escultura y Arquitectura, en cuyos empleos, y en los de Oficial de las
Reales Guardias de Corps, sirvió a Su Majestad por espacio de 56 años, con el
zelo, integridad y desinterés correspondiente a su honor y bien notoria conducta.
La Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando hizo duelo el día de su muerte y de su entierro, y su nombre fue
inscrito, como uno de los arquitectos de la obra, en una de las piedras del
palacio de Oriente de Madrid. En su homenaje otro arquitecto, colaborador y
gran amigo de nuestro paisano, Ventura Rodríguez, autor de las más
representativas fuentes de Madrid, se comprometió a levantar en Atienza una de
aquellas que perpetuase su memoria, la obra se alzó en Atienza en 1776, en la
Alameda, la que se conoció como fuente de las “Sirenas” (hoy trasladada, con
sus mutilaciones, a la plaza Mayor):
…
compuesta de un gran pilón y seis caños, tres a proporcionada altura para el
uso del vecindario con figura de cabezas de mujer, y los otros tres sobre un
pedestal con la de tres delfines enlazados cuyas colas sirven de remate…
Don Baltasar también nació en Atienza, en
los comienzos del año 1689, siendo bautizado en la iglesia de la Santísima
Trinidad el día 9 de enero, siendo sus padrinos sus tíos Gaspar de Elgueta y
Antonia de Milla. En el acta firmaron como testigos los atencinos Juan de
Hurtado y Julio Alvarez.
Contaba pues con apenas seis años cuando
falleció su padre, haciéndose cargo de él su tío Gaspar, residente en la Corte,
y militar de profesión. Poco más sabemos de él en cuanto hace a sus años
jóvenes, salvo que a los 15 años, y de la mano de su tío, ingreso en la Guardia
de Corp. Vivió pues, junto con su hermano José, los largos avatares de la
Guerra de Sucesión que llevó al trono a Felipe V de Borbón. No cabe la menor
duda de que se distinguió en el cuerpo, ya que su ascenso fue fulminante,
adquiriendo grados conforme fueron pasando los años. Del mismo modo que tampoco
nos queda la menor duda de que fue un gran entendido en arte, y tal vez
en arquitectura, ya que en
muchas de las
referencias que sobre él pueden encontrarse se le cita como arquitecto. Por
nuestra parte diremos que no hemos encontrado documento alguno que nos lo
signifique como tal. En cuanto al lado artístico no nos cabe la menor duda de
que era un gran entendido en artes, tanto escultura como pintura, ya que su
hermano Antonio le consultó en numerosas ocasiones con motivo de sucesivas
obras en la catedral e iglesias de Murcia.
LIBROS DE ATIENZA Y SU TIERRA. Un mundo por descubrir (Pulando aquí)
LIBROS DE ATIENZA Y SU TIERRA. Un mundo por descubrir (Pulando aquí)
Al contrario que sus hermanos, tuvo don
Baltasar una mayor relación con Atienza, lugar al que consta visitaba con
frecuencia, al menos hasta la década de 1730.
E incluso, en 1725 fue prioste de la Cofradía de Hidalgos de Santiago,
en Atienza, sirviendo en años sucesivos el resto de cargos de hermano consiliario
y alcalde de la Hermandad, paso previo a solicitar su ingreso como Caballero de
la Orden de Santiago, algo que igualmente llevarían a cabo el resto de sus
hermanos, y a pesar de que dicho ingreso no fue efectivo hasta 1746, llevándose
a cabo la información testifical tanto en Atienza como en Sigüenza, Medinaceli
y resto de lugares nativos de la familia, en 1732 fue nombrado Comendador de
Bétera en la Orden de Santiago, encomienda que dejaría en 1735 pata tomar la de
Museros, desempeñándola hasta su muerte.
Ya estaba por esos años en obras el nuevo
Palacio Real de Madrid, después de que un incendio redujese a escombros el
viejo alcázar en la noche del 24 de diciembre de 1734. Las obras del nuevo
palacio se habían encargado al arquitecto Filippo Juvara, quien falleció en
1736, tras haber elaborado apenas el proyecto del gran edificio que hoy
conocemos, reanudando el proyecto su discípulo Giovanni Battista Sachetti. Las
obras se prolongarían durante cerca de cincuenta años, sin embargo conocemos
que en 1737 ya estaba elaborado el proyecto, que el 6 de abril de 1738 se
colocó la primera piedra, que en 1742 estaban concluidos todos los sótanos y la
edificación alcanzaba al patio de la armería y que en 1752 comenzaba a
techarse. Se dice que en aquella piedra estaban grabados los nombres de las
personas que hasta ese momento habían participado en los proyectos, y entre
aquellos nombres figuraba el de Baltasar de Elgueta.
Dentro de aquel infinito mundo de obreros,
maestros de obras, e incluso arquitectos de todo tipo que habían de ocuparse de
las distintas estancias, decoración, patios o jardines, ocupó don Baltasar de
Elgueta un papel principal. En 1741 fue nombrado Intendente General de Obras,
actuando en la mayoría de los casos como intermediario entre el rey y los
arquitectos, o entre el ministro Carvajal y aquellos, siendo su toma de decisiones concluyente a la hora de ejecutar nuevos
añadidos o valorar
las obras
realizadas. Si bien, y a juzgar por sus trabajos, la mayor parte de sus
decisiones estuvo centrada en las decoraciones interiores y exteriores.
Encontramos a don Baltasar dando
los primeros pasos para la ejecución de su labor en los primeros meses de 1743,
dirigiéndose a todos los corregidores del reino a fin de que le presentasen a
los mejores escultores, cumpliendo la orden del rey. En la carta que todos
aquellos recibieron se les decía que: “se ynforme…si en la Corte o en alguna
ciudad del Reyno se conocen por experiencia práctica algunos oficiales de
escoltura capazes de encargarse de alguna parte de esta obra…”
Es de esta manera como don Baltasar de
Elgueta entabla relación con los más prestigiosos escultores de la época,
atrayéndolos a Madrid, otros, como Salcillo, recomendado por su hermano
Antonio, rechazarán la llamada, si bien serán los menos. Del mismo modo que
salvo tres provincias, Guadalajara, Palencia y Zamora, que no recomenzaron a
nadie, el resto comenzaron a responder a los diez días, con largueza de nombres
y proyectos.
No nos detendremos en la inmensa mayoría, sí
en Luis Salvador Carmona, a quien recibió don Baltasar, después de conocer su
obra, como uno de sus protegidos, llevando a cabo la ejecución de alguna de las
esculturas de reyes que se situaron sobre la balaustrada cimera, antes de que
el rey Carlos III ordenase su retirada, por temor a su derrumbe. La orden del rey
fue comunicada a Elgueta por el marqués de Esquilache el 8 de septiembre de
1760 en estos términos: El Rey manda que
se quiten del nuevo Real Palacio todas las estatuas que están en la
circunferencia de sus cuatro fachadas, tanto sobre la cornisa superior de su
fábrica como las del medio de ella y que se depositen y guarden por ahora en
las piezas inferiores del mismo palacio que parecieran a VS más a propósito
para el intento en el interin que SM delibera
situarlas en otro paraje más decente.
Obra de don Baltasar fue, igualmente, el
proyecto de los caminos del agua del Amaniel, que abastecían a Palacio, la
decoración de la capilla, el encargo de la escalera, e incluso la elección de
los mármoles, enviando en 1758 al escultor Fernando Ortiz a recorrer las
canteras andaluzas en busca de las mejores piezas, con la desesperación real
ante la tardanza en ejecutarse alguna de las obras, ante la indecisión de don
Baltasar de cuales elegir.
Don Baltasar no conocería la finalización de
las obras del Palacio, consta que vivió en él, ocupando algunas dependencias en
los sótanos, a pesar de tener su residencia particular en las cercanías, en la
calle de Segovia, no obstante, con anterioridad a su fallecimiento ya se había
fundado la Escuela de Escultores, de cuya fundación tomó parte, siendo uno de
los principales impulsores, como también, junto al ministro Carvajal, sería uno
de los primeros impulsores para la fundación de la Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando, fundación llevada a cabo en 1752
en la Casa de
la Panadería de la Plaza Mayor de Madrid, hasta su posterior ubicación en la
calle de Alcalá, siendo su primer Viceprotector, actuando a modo de Rector o
Presidente, en ausencia del ministro Carvajal, a quien se concedió el cargo y
delegando este en nuestro paisano “para
que la gobierne con las mismas facultades en mi ausencia”.
En la Academia de Bellas Artes, y en las
obras de escultura de Palacio, introdujo don Baltasar de Elgueta a personajes
como Salvador Carmona o Ventura Rodríguez.
Del mismo modo que don Baltasar se introdujo en las obras del Hospital
de Santa Ana de Atienza como testamentario de doña Ana Hernando, y al que envió
el Cristo del Perdón de Carmona, en relato del que ya nos hemos hecho eco.
Los muchos trabajos, falta de salud y edad,
sin abandonar las obras de Palacio, le hicieron irse retirando de sus trabajos
en la Real Academia, dejando el cargo de Viceprotector para ocupar el de
Consiliario y Académico Honorario perpetuo, hasta el día de su muerte.
En los anales del año de su fallecimiento,
se escribió en el Boletín de la
Academia: “El señor Don Baltasar
de Elgueta Vigil, Caballero del Orden de Santiago, Comendador de Museros,
Brigadier de los Reales Ejércitos, Intendente del nuevo Real Palacio, murió en
cuatro de marzo de este año. Debe contarse igualmente entre los fundadores de
la Academia. Encargado de la obra del nuevo Palacio, como Intendente de su
fábrica, promovió los intereses de las Artes aun antes de ser individuo de la
Junta Preparatoria. Por muerte del señor don Fernando Triviño fue creado
Vice-protector de ella, y jamás olvidarán las artes y sus profesores los
auxilios que les franqueó. Su empleo le daba los más oportunos medios, y así
trabajó en beneficio del Instituto hasta ponerle en estado de merecer el título
de Academia. Entonces fatigada ya su crecida edad con los continuos y
gravísimos cuidados del nuevo Palacio, hizo dimisión del oficio de
Vice-Protector, admitióla la piedad del Rey y la justificación del Ministro,
pero quiso S. M. privar a la Academia de un individuo tan digno y le creó uno
de sus primeros Consiliarios y en esta clase continuó sirviéndola hasta sus
últimos días con el mismo celo que siempre”.
Apretadas son las líneas precedentes, no
obstante, con ellas cumplimos la labor de dar a conocer, aunque breve, lo
esencial de la biografía de tres atencinos ilustres y de alguna manera perdidos
entre los pliegues del tiempo pasado, de esta manera, al pasar por la calle de
Cervantes, o penetrar en la que fue su casa natal en Atienza, hoy sede de parte
de la cultura de la villa, podemos tener presente que, en aquella, nacieron
hombres que figuran con letras de molde en la historia de España. Tampoco
estaría mal que, en su memoria, una placa recordase su paso por aquella.