DE LA DURA
EMIGRACIÓN
Se tiende a pensar que esta cosa de la
emigración, fenómeno que con la crisis parece ganar nuevos adeptos, viene de
tiempos recientes, de cuando se fundó nuestra Casa, poco más o menos. Os animo
a echar un vistazo a nuestra paisana revista Alcarria Alta, donde nuestro buen
amigo José J. Labrador viene desgranando historia de emigrantes alcarreños al
otro lado del charco. Cuando el otro lado se llamaba “Las Indias”. Claro que
aquello era por los siglos XVII e incluso el XVIII. ¡Ya ha llovido! Las
historias de aquellos tiempos tienen mucho que ver con las de nuestros días, y
como de la Alcarria ya habla nuestro cifontino ilustre, o sea José J. Labrador,
yo hablaré de Atienza, que es mi tierra. Quizá el primer emigrante, camino de
Las Indias, que salió de tan ilustre villa, fuese un tal Antonio de la Riba, que
embarcó en Cádiz el 17 de marzo de 1513 y del que nunca más se supo.
Andado el tiempo, quienes emigraban debían
de reunir ciertos laureles: ser mayor de 18 años, más o menos; estar sano y ser
soltero. Y a falta de documentos oficiales que acreditasen la imagen del emigrado,
se recurría al retrato literal: “hoyado de viruelas…”; “desdentado”;
“ojituerto”; y retratos parecidos, se encuentran en los oficiales documentos.
Tiempos hubo en los que tan alto fue el
número de solicitantes a la partida, puesto que había que solicitar la marcha y
estar autorizado, fuera de aquello de emigrantes ilegales, aunque los hubiese,
que Real Orden llegó a Atienza 4 de noviembre de 1531, para advertir a los
autorizados a cruzar el charco que no se moviesen de sus casas hasta pasada la
primavera. Puesto que desde Atienza tenían que llegar a Sevilla, o a Cádiz, y
allí buscar pasaje, y Cádiz y Sevilla debían de andar por aquellos días como la
Puerta del Sol en días navideños.
La gran mayoría de quienes fueron en busca
de fortuna, lograron, con mucho esfuerzo y no pocas recomendaciones algún medio
de vida; otros se hicieron ricos, claro está, y de muchos más nunca más se
supo. s doy algunos nombres:
Andrés Ramírez, que se marchó a la Florida
en 1538, y por allá ha de andar; Pedro de Soto, que murió en Santo Domingo de
Guare en ese mismo año, y dejó una buena herencia a su hermano, cura en la
iglesia de la Trinidad; Francisco del Rivero, que marchó tras sus padres y con
un criado en el junio de 1626, y por las Indias se perdió; Antonio de Salcedo,
que triunfó como escribano público en Coyoacán, de la Nueva España; Antonio de
Luzón, que marchó entre los taitantos criados de Francisco de Sande cuando
marchó este a tomar posesión de la Real Audiencia de Guatemala… En fin. Que
esto no es nuevo.
Tomás Gismera Velasco
Para Arriaca, febrero 2013