DIABLEANDO POR LUZON
El viajero se imagina a los brujos alcarreños rondando danzas a la luz de la luna, buscando sobre ellos alguna señal divina, e incluso a los más famosos y carnavaleros Diablos luzoneros, salir de estos lugares con ruido de cencerros valle arriba, hacía las crestas de su pueblo.
-Los Diablos –contaron al viajero-, representan el lado carnal del carnaval, el aspecto demoníaco. Aprovechando las luces y sombras del crepúsculo realizan su aparición con la irremediable intimidación hacia aquellos que los ven por primera vez y a aquellos otros que a pesar de haberlos visto todavía no tienen muy claro si debajo de las vestimentas hay realmente personas. Así los diablos sólo respetan a aquellos que van disfrazados, o son Mascaritas, donde estos disfraces actúan a modo de protección con respecto al acoso de los diablos; sin embargo, a todos aquellos que no participan activamente en el carnaval, los Diablos los atacan manchándoles con su inigualable marca de hollín y aceite, provocando numerosas escenas de miedo, haciendo caso omiso de edad, sexo, cargo o religión.
Diablos y mascaritas, mascaritas y diablos que, todos los carnavales, se asoman a cualquiera de los rincones provinciales, tras años de vagar por el perdido mundo de la memoria.
-La vestimenta de los Diablos se compone de saya y chaquetilla negras, el cinturón está recubierto por cencerros grandes, y en la testa unos cuernos de toro, todo el cuerpo visible está untado con una mezcla de hollín y aceite, manos, brazos y cara, en la boca una dentadura hecha de patata, y el calzado recubierto de tela negra, todo con la intención de resultar totalmente irreconocibles, finalidad que doy fe que se consigue porque aquí el que le cuenta no fue reconocido ni por su propia madre. Y un punto importante del Carnaval de Luzón son también las Mascaritas, que son todas esas personas que ocultan sus rostros tras un disfraz o unas caretas y que gracias a eso están a salvo de ser manchadas por los Diablos. Las tradicionales son las que se visten como lo hacían las señoras de antes, y podemos asegurar que casi dan el mismo miedo que los Diablos.
El viajero sonrió escuchándolo. Vio las máscaras y las imágenes de carnavales pasados. Bajó hasta la fuente, donde escuchó el ulular del viento valle abajo, e imaginó que, de un momento a otro, por cualquiera de los callejones que conducen a la amplitud de la plaza, podrían aparecer.
El viajero se imagina a brujos y brujas dando vida a su aquelarre particular, como cuentan hacían las brujas de Barahona, Pareja, Casasana, Auñón, Sacedón, Córcoles o Millana, a las órdenes de Quiteria de Morillas y Francisca la Ansorena, quienes acabaron ante los tribunales de la Santa Inquisición en 1527, en el proceso que se llevó a cabo en Cuenca contra las brujas de Baharona.
De toda la comarca se acercaban a buscar patatas a Luzón, hasta que dejaron de plantarse para la venta y se quedaron para el consumo propio.
-En Luzón las patatas siempre pintaron bien, será el agua, o quizá la tierra, el caso es que pintan mejor que en otras partes, y tienen mejor sabor, y mejor color.
Por la zona ha sido un cultivo joven, tal vez tengan doscientos años, nadie lo puede asegurar con certeza. No son muchos los datos referentes al cultivo del tubérculo, pero si se sabe que sobre 1741 comenzaron a cultivarse en Miedes de Atienza. En 1795 en Galve de Sorbe, y en 1769 en Jadraque. Después, o por esos mismos años, llegaría el cultivo a lo largo de todo el valle del Henares para darle a las patatas de la provincia fama nacional, y a las de Luzón...
-Las patatas de Luzón son las únicas que tienen don.
A Miedes de Atienza las llevaron los descendientes hidalgos de aquellas familias que en el lugar levantaron casonas, los mismos que hicieron fortuna en América, los Beladíez, Recacha o Somolinos, no hay datos comprobados de que en la provincia se cultivasen con anterioridad.
Eran llamadas el pan de los pobres, aunque se utilizaban mayoritariamente para alimento de los animales. Las malas lenguas advertían de que eran portadoras y transmisoras de la lepra y de otras enfermedades contagiosas por el estilo, en unos tiempos en los que todo eran señales de la divinidad, ante la falta de una cultura que diese a los pueblos algo más de conocimiento que el de las fuerzas sobrenaturales.
Las escobas del tío Melchor eran menos famosas que las patatas, pero más prácticas a la hora de barrer la era, los portales de tierras apisonadas y la casa, porque entonces no había otros útiles.
Daba gusto verlo, sentado en la banqueta, a las puertas de su casa, machacando y atando ramas de retama o de brezo.
Las matas de brezo tienen muchas utilidades, sirven para hacer escobas, y la cepa se usa en la tornería y la raíz para taracear.
-Ya nadie compra escobas, se hacen por el gusto de seguir haciendo lo poco que uno aprendió en la vida, por mantener la agilidad de las manos, si no se usan se entumecen los huesos y el cuerpo se resiente.
En Luzón, mientras hacía el camino entre Valencia y Valladolid, se cuenta que predicó San Vicente Ferrer.
Todavía se conserva el poyato desde el que, según la tradición, lo hizo. Quizá tratando de espantar a los diablos que todos los carnavales cencerrean, alborotan y tiznan, en una imagen que tanto tiene de mística como de festiva.
T. Gismera Velasco