viernes, agosto 08, 2025

UNA LIGERA MIRADA A DOS ECLIPSES DE SOL

 

UNA LIGERA MIRADA A DOS ECLIPSES DE SOL

El de 1860, y el de 1905, que se vivió en Sigüenza

 

   Una de las personas que más entendió de eclipses y de todo lo que tiene algo que ver con el universo, allá por los últimos años del siglo XIX e inicios del XX, fue Isabel Muñoz-Caravaca, maestra en Atienza. Doña Isabel, nacida en 1848, contaba con 12 años de edad cuando se produjo el eclipse de sol más seguido de la historia hasta entonces, el del 18 de julio de 1860, escribiendo que: “hizo un día espléndido y vi maravillada aquella magnífica corona solar”; no opinarían lo mismo los astrónomos europeos que se desplazaron a España para seguirlo. A alguno de ellos, tal que Leon Foucault, el del péndulo, a causa de las inclemencias, se le arruinó la fiesta.

 


 

 

El eclipse de 1860

  El antes y el después de aquel eclipse de 1860 fue tan atrayente o más que el momento mismo, porque durante meses se habló en la prensa de lo que podría o no ocurrir; con animales, plantas, personas e, incluso con el sol, por aquello de que la luna, hechicera por encima de todo, podría arrebatarle la mirada. El Gobierno del reino, por aquello de que España, a nivel europeo, era uno de los lugares en los que dadas las condiciones ambientales y geográficas mejor podía seguirse, designó una serie de lugares en los que serían recibidos los científicos y astrónomos más relevantes de medio mundo. Lugares tan atrayentes como los altos picachos de la provincia de Guadalajara, los cántabros, por aquello de que por allí vendría; o las costas valencianas, por donde tomarían las de Villadiego. Tanta expectación levantó el asunto que Su Majestad la Reina anunció que iría allí donde mejor se viese. Lo mismo anunció su cuñado. Tanto cariño se tenían Su Majestad la Reina y el Duque de Montpensier, que si la reina anunciaba que iría a Atienza, al día siguiente lo anunciaba el duque, con lo que la reina, al tercero, daba cuenta de que lo vería desde el Moncayo; terminaron viéndolo en Sagunto el duque, y la reina en Aranda de Duero.

   Se estaba llevando a cabo por aquellos días la construcción de la vía férrea que desde Madrid, siguiendo la línea del Henares atravesaría Guadalajara para llegar a Zaragoza primero y Barcelona después. La línea férrea que trazó, o de la que sacó tajada don José de Salamanca. E ideó don José la manera de que el eclipse se convirtiese en el lanzamiento publicitario de su nueva industria, desde Madrid hasta las cercanías de Jadraque, que eran los tramos más o menos en función. Hasta Jadraque no llegaban, pero poco faltaba. Don José encargó a su hijo, don Fernando, la expedición que había de llevar al confín del mundo, es decir, Atienza o Jadraque, a los expedicionarios. El marqués de la Vega de Armijo, el duque de Sexto; diputados, senadores, banqueros… La flor y nata de las glorias del reino. Se montó un convoy especial que desde Madrid los llevase hasta donde pudiera llegar el ferrocarril. El tren salió a las siete y media de la mañana, con previsión de llegar, a donde fuese, a eso de la una del mediodía, porque lo del sol y la luna tendría lugar a eso de la una y media. A las nueve y media de la mañana llegaron a Guadalajara donde se sirvió a los invitados un suculento desayuno a base de chocolate y picatostes sin descender de sus coches correspondientes, mientras se daba tiempo a que llegase, para unirse a la comitiva, el señor Gobernador Civil de la Provincia, D. Pedro Celestino Argüelles, con altos representantes de las Alcarrias. Como don José de Salamanca había pensado en todo, incluso en lo de que les entraría la gazuza por el camino, se llevó, para aplacar los estómagos más exigentes, a quien entonces era en la capital del reino el mago de los fogones. Don Emilio Lhardy. Del figón de la Carrera de San Jerónimo.

   Los excursionistas se entretuvieron demasiado escuchando las ventajas que en torno a la vía férrea y sus puentes les fueron detallando al por menor los ingenieros de la obra, echándoseles la hora encima. El jefe de la expedición advirtió que ni a Jadraque podrían llegar, por lo que tres o cuatro kilómetros antes de alcanzar los pies del castillo hubieron de descender sus señorías. Claro, previsto estaba el por si acaso, así que los arrieros de los pueblos vecinos prevenidos con sus caballerías los subieron a los altos de Miralrío donde, abierta a propios y extraños, como en media España, se encontraba la iglesia. Condes, duques, marqueses, banqueros, ilustres y excelentísimos, tomaron por la embocadura de la escalera de la torre de la iglesia hasta llegar a su campanario poco antes de que, allá en el horizonte, sol y luna comenzasen el baile que preludia la cópula astral y, extasiados, contemplaron el evento.

 

Sigüenza, 1905

   Aquél de 1860 no fue el único eclipse que pudo contemplar doña Isabel, vivió y contó con precisión el de mayo de 1900, como acostumbraba a observar el ir y venir de las estrellas desde el pretil del patio de la atencina iglesia de la Santísima Trinidad. Desde aquel año hasta el que relató su hijo Jorge Moya de la Torre, el de 1905, hubo algunos más, solares y lunares, totales y parciales. Hasta que llegó el de 1905 que, de nuevo, atrajo la atención de cuantos observadores de los fenómenos interestelares pisaban la tierra. Para este se convino desde la capital del reino que uno de los lugares desde donde mejor podría observarse era Sigüenza, y aquí se dirigieron las miradas.

   Doña Isabel, en cambio, entendió que en lugar de Sigüenza el lugar más apropiado se encontraba en las alturas de Almazán y allá se dirigió con cuantos la quisieron seguir, entre ellos el flamante Camille Flammarion, fundador de la Sociedad Astronómica de Francia a la que doña Isabel perteneció. Tanto ella como sus acompañantes fueron recibidos en la población como se recibe a las grandes personalidades, muy a pesar de que los científicos españoles desdeñaron los escritos de la Muñoz-Caravaca, por mujer. Desde Almazán, Jorge Moya de la Torre contó a quienes lo quisieron leer, el sucedido, mientras que la prensa se hacía bocas de lo vivido en Sigüenza, donde se puso el completo a hostales y casas de viajeros, recibidos estos en la estación a los acordes musicales de la banda; sobre todo a los viajeros de postín, ya que fueron numerosos los ministros que, invitados por el conde de Romanones, acudieron a la ciudad para presenciarlo. También hubo viajes en tren, de ida y vuelta, por el módico precio de 20 pesetas, más 5 por el almuerzo, en primera clase. Contaron que, en pleno apogeo eclipsal, se sintió un frío glaciar, y eso que era agosto, el día 30. También comenzaron a cantar los gallos cuando se descorría la cortina solar. Contaron que Sigüenza fue, ese día, una sucursal de la corte real. Como que todo personaje de posibles se llegó hasta aquí.

   Desde Almazán, doña Isabel, lo mismo que sus invitados, disfrutaron y estudiaron el fenómeno; tuvieron mucha más suerte que quienes acompañaron a Leon Foucault en 1860 quienes, subidos a la cumbre del Moncayo, no pudieron apreciarlo; en el instante en el que el sol comenzaba a nublarse por el influjo lunar, una procesión de nubes cubrió el cielo y…

   Seguro que, de este que nos viene, y que ampliamente podrá seguirse en la provincia, salvo que las nubes, como a los del Moncayo hagan de las suyas, las crónicas no dejarán de contarnos maravillas; eso sí, tras el celaje, la vida, como antes sucedió, continuará abriéndose camino.

  

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 8 de agosto de 2025

 

 

ELMONCAYO DE FOUCAULT

EL MONCAYO DE FOUCAULT


El 18 de julio de 1860 tuvo lugar uno de los mayores eclipses de sol conocidos hasta aquella época. Hubo otro anterior, en la década de 1840, pero faltaron los medios suficientes para seguirlo. 

EL MONCAYO DE FOUCAULT. El libro, pulsando aquí


Para 1860 la ciencia astronómica había avanzado lo suficiente como para tener un cono-cimiento más exacto del tiempo de duración así como de la línea que seguiría y de los lugares desde donde mejor poderlo observar. 

De entre toda Europa, y a través de los distintos observatorios, se llegó a la conclusión de que España era el lugar más apropiado para la observación. Lo que sucedió en el Moncayo aquel 18 de julio de 1860, aquí se cuenta.

El libro obtuvo el premio "Villa de Ágreda" de Narrativa.
Premio de Turismo Medioambiental del Moncayo.


 

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