EMBID Y EL MARQUÉS DE LAS ALFORJAS
Embid, y su castillo, fueron parte de la historia de Castilla y Aragón
Don León Luengo Martínez, nacido en Embid en 1875 y en Embid fallecido en el mes de julio de 1939, de haberse conocido bien pudo ser el modelo del que Pérez Galdós pudo servirse para dibujar al Blas Miedes de sus Episodios Nacionales. Don León Luengo, al igual que el Miedes de la novela, pasó su vida indagando entre legajos de antiguas bibliotecas para escribir, a pluma, ciento y una historia de Embid y de Molina. Don León, que vivió en casona hidalga de la localidad, de las de portón adovelado, estudió primero para cura en Sigüenza y tras colgar la sotana se dedicó a ser maestro de primeras letras, después Secretario municipal de su localidad natal y administrador de los señores marqueses del título de su pueblo. En medio dejó sus escritos en la prensa molinesa, En La Torre de Aragón; La Voz de Molina; El Vigía de la Torre o Tierra Molinesa, que fueron medios de prensa que en los primeros años del siglo XX contaban las cosas que sucedían por aquí, por tierras del Señorío; cuando para enterarse de las cosas había que leer el papel.
Don León Luengo dejó publicadas unas cuantas narraciones, o leyendas, de las que se transmitieron de boca en boca sus antepasados y únicamente dio a la imprenta, de don Manuel Larrad, de Molina, en 1926, un: “Cancionero de Santo Domingo de Silos, patrono de Embid, con una Memoria de su Santuario”. El resto de sus legajos, archivos y papelotes los puso primero en manos del erudito Hilario Yabén, este los pasó al también erudito José Sanz y Díaz y, algunos de ellos, por otros conductos, pueden hoy consultarse en la Biblioteca de Investigadores de la Provincia de Guadalajara; en ellos don León contó el devenir de su pueblo y de sus gentes, desde que la memoria de los hombres dejó escrito el pasar de los días.
Embid en la frontera, su castillo y señores
De Aragón y Castilla, por esta parte de la tierra. Por aquí pasaba el camino real que conducía a Daroca y por ello, estar en la frontera, fue Embid un día castellano y otro aragonés. Quizá sin que sus naturales lo entendiesen demasiado puesto que los de Embid de siglos atrás tuvieron harta familiaridad con los aragoneses de tiempos remotos, y con sus vecinos mantuvo la devoción del santuario que se dedicó en tiempo inconcreto a Santo Domingo de Silos, que goza de amplio predicamento en tierras aragonesas, como nos cuenta don Ángel Muñoz Bello.
De Aragón, de Bello, Castejón de Alarba, Las Cuerlas, y algunas poblaciones más, se llegaban año a año, por sus festividades, hasta tierra de Embid, a pedir a Domingo el milagro de la salud, o el del agua, pues también fue santo al que recurrir a más de para pedir libertad de cautivos, en tiempo de sequía. Alguno de los milagros del Santo, pintados en tablilla, se muestran agradecidos en las paredes de la ermita.
Los acaeceres del castillo, levantado en sus orígenes en el siglo XIV, luego que de torre centinela pasase a mansión de señorío, los cuentan los anales de la historia, y más desde que el conde de Medina, don Luis de la Cerda, se lo cediese a don Juan Ruiz de Molina, que nuestra historia conoce como “El Caballero Viejo”, uno de esos nobles de hidalga sangre, tal vez, el de sangre más espesa de todo el señorío molinés y quien ha dejado más letra escrita en los antiguos anaqueles. Don Juan Ruiz debió de ser el primero de los señores de Embid si la historia no engaña, y a través de las líneas de su sangre, hasta que esta se diluyó en el río de la nobleza patria, llegó a tener hasta nueve señores, de Embid, parte del señorío, y su castillo. Pues los señores de Embid lo fueron también de El Pobo, Tortuera, Terzaguilla, Guisema… y una decena de poblaciones más, enlazando, cuando los tiempos fueron buenos, con lo más selecto de la nobleza castellana.
El castillo, desde entonces, siempre estuvo ahí, señalando con su torre vigía y sus muros espesos la frontera de Castilla y Aragón, hasta que llegaron los malos siglos de las guerras civiles y, allá por 1710, en los finales de la Guerra de Sucesión, los austriacos le prendieron fuego y echaron abajo parte de su hidalguía, de la que ya no se repuso. Para entonces los señores de Embid habían pasado a ser marqueses. Don Carlos II, firmó el 31 de diciembre de 1687 el real decreto por el que concedía el título a su 9º Señor, don Diego de Molina Arellano y Mendoza. El pobre de Don Diego apenas pudo disfrutar del título unos meses, murió el agosto siguiente; pasando el marquesado a su hermano don Íñigo, que lo poseyó cinco años y de este pasó a su hijo. Un siglo más tarde, extinguida la línea masculina de los Molina, el título se perdió entre lejanos familiares y, llegado que fue el siglo XIX, como suele suceder, no fueron pocos los que trataron de alzarse con el título de marqués de Embid, del que ya, en 1752, los encargados de responder al interrogatorio para el establecimiento de la Única Contribución, contaban al Regidor de Molina, D. Vicente Peyró, “que esta población corresponde y es propia del Señor a quien el Real Consejo de Castilla declare pertenecer, por estar litigándose su pertenencia, y que hasta aquí ha sido siempre de los señores Marqueses titulares de Embid”. En el XIX del que hacíamos memoria, los litigantes eran un don Juan Ruiz de Molina, después de cambiar sus apellidos, y el duque de Rivas, que aspiró también a ser marqués de Embid.
El marqués de las alforjas
Don Juan Ruiz de Molina, que antes se apellidó Díaz, fue el noble padre de don Luis Díaz Milián, hombre de recia estirpe y significativo historiador molinés. Don Luis dejó publicada una “Reseña Histórica del Cabildo de Caballeros de Molina de Aragón”, a más de algunas novelas en torno a la historia molinesa. Como es de rigor, lo fue casi todo en la política provincial y, tal vez cansado de trajines viajeros, en 1903 renunció a títulos y honores y puso el marquesado en la cabeza de su hijo, don Luis Díaz Sorolla quien, al igual que sus antecesores, todo lo fue en la política provincial, e incluso representó al Señorío en la nacional y, por si ello fuera poco, emparentó con la nobleza más arraigada de esta parte de nuestra tierra, pues casó con doña María Dolores López-Pelegrín, apellido, como el Molina, de los de “toda la vida”.
Por aquellos primeros años del siglo fue cuando don Francisco Layna Serrano se hacía Bachiller en Guadalajara, y tomaba la diligencia, precursora del coche de línea. Y su recuerdo: “No se me olvidará jamás un señor joven, delgado, de ojos saltones y cara de buena persona, muy puesto de chaquet y hongo, pero con unas pueblerinas alforjas al hombro; era diputado provincial, conservador por más señas y nada menos que… ¡marqués de Embid! Cuando fui hombre hecho y derecho, tuve ocasión de tratar en Madrid al antiguo diputado provincial del chaquet y las alforjas, que desempeñaba el cargo de administrador en el Hospital del Niño Jesús; era en efecto como su aspecto denotaba, una excelente persona, todo un caballero, sencillo afectuoso, honrado a carta cabal, y todo un marqués…”
Hoy el castillo de Embid ha recuperado en parte la nobleza del tiempo pasado, de ese en el que sus marqueses usaban alforjas y viajaban en diligencia.
La interminable historia de nuestros pueblos, siempre por descubrir.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 22 de agosto de 2025
EMBID (Guadalajara) Un Acercamiento a su Entorno, Castillo y Gentes
Se encuentra Embid en la actual provincia de Guadalajara, dentro de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha, integrado en la comarca del Señorío de Molina de Aragón, en las proximidades con el parque natural del Alto Tajo.
Su relieve es lo más parecido a un páramo castellano con arroyos, barrancos y elevaciones aisladas.
El entorno, o Señorío de Molina, quedó descrito por uno de los más eminentes estudiosos de esta tierra, José Sanz y Díaz, quien al hablarnos del entorno nos dice:
“Que abundan en su suelo los vegetales y cultivos de las zonas frías. Está cortada la comarca por barrancos llamados hoces, formando valles de erosión y solanas agrícolas, laderas y altiplanicies con pastos abundantes para el ganado lanar, ovino, vacuno y cabrío, principalmente. Cumbres, rochas, cárcavas y muelas de espesos pinares, con manchas de sabinas y carrascas, aparte del monte bajo. Por el fondo de esta espléndida escenografía fragosa discurren los ríos Tajo, Mesa y Tajuña y otros menos importantes. El agua y la piedra dan lugar a paisajes tremendos, de secuencia tectónica, lo mismo en lo natural que en lo histórico. Quedan de ello algunas, pocas, alusiones descriptivas desde la antigüedad remota.
Por las fosilizaciones que han llegado hasta nosotros, se sabe de la flora y la fauna terciarias, y por los plegamientos de la genética terrestre en sus sedimentos de periodos sucesivos, anotan los científicos que ello dio lugar a simas, cuevas, grutas, cavernas, fuentes y lagunas, desde el jurásico al cretáceo.
En las entrañas de esta tierra se esconden ricas minas de hierro, explotadas desde los tiempos prerromanos; de lo que dan testimonio montones de escoria repartidos por los montes de muchos pueblos y las numerosas ruinas de importantes ferrerías que abundan en los ríos del partido judicial de Molina.
El autor, a través de los testimonios escritos a lo largo del tiempo por cronistas e historiadores, en su recorrido por los pueblos de Guadalajara, nos adentra en el ayer de Embid y su castillo; tomando los textos publicados por aquellos, junto a otros que nos hablan de él, para darnos cuenta de la importancia que estas tierras alcanzaron a través de los siglos; acompañando la obra con los textos de aquellos quienes, cada uno en su sentir, opinó en torno a lo que admiraron sus ojos y conocieron en su debido momento.
Puede, en ocasiones, parecernos confuso el discurrir del texto de unos y otros; ha de ser el lector quien, observando y analizando, llegue a la conclusión que las páginas siguientes buscan.
Como parte de la propia obra, el autor nos lleva a conocer, siquiera de manera somera, los acontecimientos históricos del entorno; así como de las costumbres que acompañaron la vida de esta parte de la provincia de Guadalajara; empleando investigaciones y fuentes propias.
Sin duda, las páginas siguientes, como otras anteriormente publicadas, nos acercan a un entorno que siempre merece una atención; una detenida mirada...
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EL LIBRO:
- ASIN : B0DL37PMGL
- Editorial : Independently published
- Idioma : Español
- Tapa blanda : 273 páginas
- ISBN-13 : 979-8344429045
- Peso del producto : 422 g
- Dimensiones : 13.97 x 1.75 x 21.59 cm
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