EL ALMA SEGUNTINA DE DON JULIÁN MORENO
El escritor de Sigüenza que colaboró con Juan Cabré y el Marqués de Cerralbo
Uno de los libros que más dio de qué hablar en los últimos meses del año 1924 fue, sin lugar a dudas, “Alma seguntina”, la obra con la que D. Julián Moreno Pérez, a la sazón cura párroco de Palazuelos, recordaba el 800 aniversario de la reconquista de Sigüenza. Había trabajado en él durante una buena parte de su vida dedicada, a más del sacerdocio, a la docencia, la historia y la arqueología, colaborando con el marqués de Cerralbo en los descubrimientos que este llevó a cabo en tierras de Sigüenza y, cuando el marqués faltó, con su alumno más aventajado, don Juan Cabré Aguiló. Ejerciendo además, como profesor en este arte, de don Justo Juberías, con quien recorrió la parte norte de la provincia de Guadalajara.
Entre Sigüenza y Palazuelos
Es tierra, la de Palazuelos y su entorno, como ya tenemos dicho, de sal y de historia. Tierra de vida en un entorno que se abriga de silencios, como la población se arropa por la centenaria bufanda de piedra que simulan sus dentadas murallas; con las puertas abiertas al campo, al monte o a San Roque. Recuerdan esas murallas, puertas, castillo o entorno, la vieja y noble vida de tiempos medievales en los que, desde los almenares, se asomaron a contemplar la vida los graves Mendoza; y, tal vez, poniendo un poco de atención en medio del silencio, de la umbría que hacía el lavadero proyectan los muros y rondan la villa, pudiera escucharse el temblor de un viejo rabel acompañando el romancear de una historia de amores.
Sobre este entorno que al atardecer de la primavera se convierte en paseo bucólico, se alza el cerro de la Horca, un cerro que, como los de tantas otras poblaciones, tiene un nombre que recuerda los tiempos medievales cuando en nuestras villas en ellos se ejercía la justicia de su nombre, pues no toda ella se llevaba a cabo en los rollos o picotas que ilustran nuestra historia.
En el cerro dela Horca descubrieron nuestros citados arqueólogos, don Juan Cabré, don Enrique de Aguilera, erudito Marqués de Cerralbo y nuestros párrocos de Membrillera y Palazuelos entontes, don Julián Moreno, una de las necrópolis visigóticas más conocidas de estos entornos, de la que poco se escribió, y lo poco lo hizo el párroco de Miedes de Atienza: “La necrópolis de Palazuelos en la que se ha trabajado también en mayo y junio de 1913, es visigótica. Se halla en el altillo inmediato al pueblo, denominado La Horca, es curiosa por el buen estado de conservación de los objetos, la ornamentación de los de metal, cerámica, huesos labrados Etc., De esta época hay muy pocas necrópolis en España que se hayan descubierto”.
Poco más se supo de ella, salvo que la mayoría de los objetos encontrados pasaron a pertenecer al Museo Arqueológico Nacional a través de las propias colecciones del Marqués de Cerralbo y de D. Juan Cabré.
Y no sólo en término de Palazuelos fueron descubiertos este tipo de asentamientos, sino que igualmente lo hicieron en las poblaciones vecinas de Carabias, Ures, La Olmeda, El Atance, etc. En la mayoría de ellas se encontró don Julián, definido como: “hombre ilustrado, trabajador infatigable que dedicó parte de su vida a investigaciones históricas y a la publicación de libros y artículos periodísticos”. Después de que en 1915 se autorizase al Marqués de Cerralbo, por el Ministerio de Instrucción Pública, para la práctica de exploraciones y excavaciones arqueológicas, dentro de la provincia de Guadalajara, en los sitios y lugares que pasaron a conocerse con posterioridad gracias a estos y trabajos de sucesivos investigadores. Interviniendo en las necrópolis que años más tarde serían descubiertas en Atienza, Cincovillas, Paredes, Valdelcubo, Riba de Santiuste o las más significativas de El Tesoro de Carabias, en esta población, o Valdenovillos, el Rebollar o el Perical, en Alcolea de las Peñas; pues justo es reconocer el trabajo de quienes, desde puestos más humildes colaboraron al descubrimiento de nuestro pasado arqueológico, ya que sin desmerecer su importante labor, Enrique de Aguilera y Juan Cabré se llevaron la fama, pero detrás de muchos de aquellos importantes descubrimientos que firmaron para la arqueología nacional se encontraba la figura estirada, amable y despierta de don Justo Juberías, un cura de pueblo, natural de Palazuelos, que pasó por la historia arqueológica prácticamente de puntillas, al permanecer en la mayoría de las ocasiones en segunda fila y, por supuesto, don Julián Moreno, con algunos otros nombres comarcanos más.
Poco, si no es por referencias, conocemos de aquellos primitivos trabajos, que se reanudarían por otros arqueólogos en la segunda mitad del siglo XX. Refiriéndose a ello, nos dice Juan Requejo Osorio, uno de sus principales investigadores, a través del trabajo que tituló “La necrópolis celtibérica de Carabias”: “El problema principal que plantea el estudio de cualquiera de las necrópolis excavadas por el Marqués de Cerralbo es el de la autenticidad de todas y cada una de las piezas, en especial en lo que se refiere a su lugar de origen; dadas las condiciones en que han estado guardadas las piezas hasta hace muy escasos años y la imposibilidad que hasta ahora existe en consultar las notas, diarios o documentos que parece escribió el señor Marqués sobre cada una de sus excavaciones; es muy posible, por desgracia, que algunos materiales no sean del lugar que se les atribuye…”
Es por ello que, al contrario de lo que sucediera con los hallazgos de Juan Cabré, mucho más documentados, no nos queden imágenes o pruebas de lo que en Palazuelos descubrió nuestro hombre.
Un cura ilustrado
Aquella obra, Alma Seguntina, fue la última de su vida, ya que fallecía unos meses después de que el libro se pusiese en manos de los hábiles lectores de la siempre admirable historia de Sigüenza, su lugar de nacencia. Aquí, en la ciudad episcopal vio la luz del mundo en 1865. Su fallecimiento tendría lugar en Palazuelos, donde ejercía de párroco desde 1908, el 12 de febrero de 1925. Por estos días se cumplen exactamente cien años, de ahí el recuerdo.
Con anterioridad había ejercido en Pelegrina, desde los primeros años de la década de 1890 hasta la primavera de 1901, en que pasó a servir la parroquia de Alcolea del Pinar; de Alcolea pasaría a Villarejo de Medina, donde dejaría el recuerdo permanente de su presencia a través de la recuperación de algunos festejos, como los de la Inmaculada, dotando a la parroquia de una imagen de la Patrona; en 1908, pasaría a servir la parroquial de San Juan, de Palazuelos, en donde permanecería hasta el acabarse de su vida.
Don Julián fue, además, un ilustrado escritor, colaborador incesante de uno de los periódicos que más historia dejó en la capital del Obispado, la Defensa, con cuyo director, D. Eduardo Olmedillas, mantendría una incondicional amistad; al tiempo que ejercería como cronista en otros medios de prensa, como Flores y Abejas. Precisamente sería D. Eduardo Olmedillas, quien trajo a estas tierras a los poetas Gerardo Diego y Juan Larrea, quien se encargó de prologar la obra cumbre de D. Julián, su “Alma Seguntina”, editada, como parte de la obra de aquellos poetas, en la famosa imprenta que D. Eduardo, al margen de su dedicación a la abogacía, dirigió en la propia Sigüenza, desde la que saltó a la España literaria.
Sirvan estas líneas para memorar, a los cien años de su fallecimiento, la obra y vida de un hombre que como tantos otros pasó de puntillas por nuestra tierra, merecedor/merecedores, del recuerdo de los suyos, como que colaboró a que nuestra provincia fuese un poco más conocida, un poco más allá de sus horizontes.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria; Guadalajara, 7 de febrero de 2025
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