BUSTARES, EN EL ALTO REY
Es sin duda, la cumbre de nuestras poblaciones
El 23 de enero de 1811 murió en Bustares uno de los personajes más atrayentes para la historia de la Serranía de Guadalajara de aquellos años, don Juan José Arias de Saavedra quien, nacido en Atienza y criado en Jadraque, pasó por el mundo de la política, la cultura, la guerrilla, la historia y, por qué no, de la novela universal, puesto que universales son las obras de don Benito Pérez Galdós, por las que nuestro hombre se pasea al lado, o de la mano, de otro de los personajes de aquella España irrepetible, Gaspar Melchor de Jovellanos, quien llamó al de Atienza: “papaíto”, por haber sido, durante sus estudios en Alcalá, su tutor; el de Atienza lo trató, a falta de propios, como a un hijo, y ambos se designaron herederos de parte de sus obras; pasando en el mundo político por los ministerios de Hacienda y Gracia y Justicia en los años revueltos de la década de 1790, unidos en la gracia, y en la desgracia. Saavedra, a secas, lo nombra Galdós en sus obras y, de manera especial, en la que comienza a marcar un tiempo: “La Corte de Carlos IV”.
Arias de Saavedra, miembro a la sazón de la Junta de Defensa de Guadalajara, en lucha contra los imperiales de Napoleón, en aquel mes de enero de 1811, se encontraba subido a la cumbre serrana, acosado por la edad, y por la enfermedad. Aquí murió, se cree que en la casa que los del lugar llamaron “de las monjas”, por hallarse en ellas, igualmente refugiadas ante la persecución francesa, las clarisas de Sigüenza; y aquí firmó el párroco de San Lorenzo, su defunción y entierro, en la capilla de Nuestra Señora del Rosario; con asistencia de varios eclesiásticos y curas vecinos. Se encontraba a punto de cumplir los setenta y cuatro años de su edad.
Bustares, en las alturas
Es Bustares, sin duda, la capital de estos pueblos serranos que se miran en la devoción del Santo Alto Rey de la Majestad; pueblo alto y pueblo frío arropado por la espesura de sus montes; que no fueron capaces de traspasar los franceses, aunque bien lo hicieron las tropas carlistas que pocos años después de que aquellos abandonasen la patria hispana y muerto que fue el rey por el que los españoles batallaron, por aquí se refugiaron, perseguidos unas veces y a la espera de la reunificación otras. Por aquí corretearon los hombres que siguieron a don José María de Fuenmayor, originario de Berlanga de Duero y propietario en Atienza, por aquellos años de la primera mitad del siglo XIX, de la emblemática Posada del Cordón, heredada de sus mayores. Aquí en Bustares, Fuenmayor, como hiciese en otros puntos, se dedicó a reclutar a los mozos del pueblo, de manera voluntaria o por la fuerza en caso contrario, para que lo siguiesen a combatir a los isabelinos de la niña reina Isabel II.
La suerte no acompañó al capitán atencino, que apresado junto al arroyo Pelagallinas, fue remitido en cuerda de presos a la justicia de Madrid que, tal y como en aquel tiempo se contó, lo juzgó por rebelión militar, dictando última sentencia que se ejecutó públicamente la mañana del 18 de septiembre de 1838; después de que nuestro capitán confesase y encomendase a Dios el alma.
Las alturas, y el alejamiento de las grandes poblaciones, dejaron que Bustares mantuviese, a más de ese hálito de misterio que acompaña los pueblos que se cobijan al abrigo de sagradas montañas y espesos robledales, un calendario etnográfico que continúa siendo al día de hoy uno de los más llamativos de la provincia, muy a pesar de que numerosas de sus celebraciones hayan quedado relegadas a la memoria de los naturales.
El calendario festivo, que por aquí se iniciaba con el año, comenzaba con la fiesta de San Antón, continuaba con Santa Águeda, seguía con el Carnaval; se remansaba en el silencio de la Semana Santa; alzaba el mayo; bendecía sus campos con la Cruz; antes de la llegada del Corpus y su Octava; acudía en romería, por San Antonio, a la cumbre de sus devociones; dejándose embargar por la magia del rito y el fuego de San Juan y San Roque para, tras el salto silencioso de la devoción a los difuntos, concluir el año con sus visita al pesebre de Belén, en la festividad de la Natividad, cuando los pastores, y los mozos, dedicaban sus cantos al Nacimiento del Niño Dios en las alturas.
Fue Bustares, además, uno de esos pueblos que se armó de paciencia para edificar sus casas con lo que el terreno brindó, la pizarra. En pizarra negra levantó los muros de sus casas y con pizarra los techó, pudiendo formar parte, como lo hacen las poblaciones que se asientan en torno al Ocejón, de esa ruta de los pueblos negros que tantas miradas atrae. Por aquí el tiempo modernizó muchas de estas obras y las dotó del halo de la modernidad y, al día de hoy, las hay que mantienen la original estructura que les dieron sus pasados constructores, mientras que otros las adaptaron a las modernas técnicas del siglo XX; siglo que, para estos altos desde los que se observa la práctica totalidad de la provincia, tardó en llegar; las carreteras y los caminos andaderos, como lo hicieron los servicios que modernizaron nuestros pueblos: el agua o la luz, mejor que otros.
Por aquí, por estos pueblos grises y pobres por los que pastó la cabra Rebeca, o Rebeza, que escribiese uno de los maestros descubridores de nuestro pasado, Sergio Caballero Villaldea, los avances del siglo se atrasaron, como lo hicieron a las poblaciones que desde aquí descienden hasta la meca dela plata, Hiendelaencina, que esta sí que fue población que se modernizó con la revolución minera de la mitad del siglo XIX.
También hasta estas alturas llegaron los inversores de la minería en busca de fortuna, aunque no la debieron de encontrar, pues al contrario que otras poblaciones de más abajo, por aquí no horadaron las profundidades de la tierra, tal vez, por falta de caminos. Caminos que mostró, a quienes se pusieron a su alcance, quien en los años finales del siglo XIX fuese uno de sus más prestigiosos doctores, don Claudio Casado. A don Claudio le siguió en el empeño médico don Francisco Madero quien en tenebrosa jornada del mes de febrero de 1930, iniciado camino desde Atienza con el peatón de correos, que lo era Federico Torija, se las hubieron de ver con los lobos que, a poco más…
Los caminos andaderos llegaron por entonces; el agua corriente a los hogares todavía tardaría unos cuantos decenios; en los últimos del siglo; y la luz se la deben los de Bustares a don Vicente Sainz Taberné, industrial de Madrid que montó un molino para generar energía en la misma corriente del Bornova, en los remansos de Alcorlo; el 24 de mayo de 1927 recibió los beneplácitos de la autoridad provincial; después el tiempo haría lo demás: levantar el molino, poner en funcionamiento las turbinas y, finalmente, tender el cableado por la montaña y la Campiña, desde Alcorlo a Bustares, pasando por Alcorlo, Villares, Gascueña… En los inicios de 1930, la energía eléctrica comenzó a llegar a todos estos pueblos, que lo celebraron con fiesta mayor. Luego que el 27 de noviembre de 1929, el Sr. Gobernador, D. Luis Mª Cabello, firmase la orden que lo autorizaba.
De entonces a hoy todo ha cambiado, salvo el paisaje, la historia y las gentes de una tierra siempre admirable, como que por aquí, anduvieron los grandes hombres de nuestra tierra.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 24 de enero de 2025
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