EN TORNO A SAN ANTÓN DE ATIENZA
Del Hospital, convento y cofradía del santo, que paseó por la villa
Pocas son las poblaciones de Guadalajara que, llegado el mes de enero y pasados los fastos navideños, no celebraron la festividad de San Antón; Santo al que mayoritariamente acudieron en busca de protección contra la peste, y para que conservase la buena salud de sus animales.
Fiesta grande fue en Romanones, Taracena, Valdesaz o Trijueque, donde se le encomendaron: “por una peste de ganado mayor, de acémilas, y de mulos, y tomaron por abogado a este bienaventurado Santo, y prometió todo el pueblo guardar su fiesta”; fiesta fue en Rebollosa de Jadraque: “por el amor de las bestias que las guarde”; en La Olmeda de Jadraque o Palazuelos, donde los pastores lo celebraban a golpe de cencerro; en Pastrana y El Pozo de Guadalajara; en Málaga del Fresno, Brihuega o Bustares; Jadraque, Moratilla de los Meleros o Milmarcos, donde le sacaron coplas: San Antón como era viejo/ le quitaron el pellejo/ y le hicieron un tambor/ lo tocaban en Castilla y sonaba en Aragón… En numerosas de estas, y muchas más, de las localidades de Guadalajara, la fiesta continua, con fuego, danza, música, convites y, por supuesto, adoración de sus Santas Reliquias, allá donde se conservan, como fue el caso de la villa de Atienza; reliquias, en forma de hueso, que en su correspondiente relicario llegaron seis o siete u ocho siglos atrás, al convento de su nombre; encontrándose junto a las de otro santo de arraigada veneración: las de San Roque. Los anales de la historia del antiguo convento-hospital del Santo nos dicen que ambas se encontraban en el pedestal del altar mayor; la de San Roque al lado de la Epístola; la de San Antón al del Evangelio; reliquias que estuvieron en un tris de perderse después de que, en aquella de los franceses, el 11 de enero de1811 incendiasen la iglesia y asaltasen el convento; el día 12 siguiente al del derribo, el sacristán, Fermín Roldán, en compañía de otro de los vecinos, de nombre Lorenzo Santamera, rebuscaron entre los escombros hasta dar con ellas y, de entonces a hoy, por aquí se conservan y, llegado el caso, se veneran.
El Hospital-Convento de San Antón, en Atienza
Ni siquiera las venerables ruinas de la que fuese santa casa se conservan, puesto que incluso las piedras que lo cubrieron hubieron de emplearse, tras lo de los franceses, en nuevas obras y, sobre su solar, se emplearon, gobernando la villa el ilustre Sr. Diputado provincial D. Luciano Más Casterad, en 1930, en alzar sobre su suelo un nuevo y elegante “juego de pelota”, inaugurado por el mes de junio de aquel año.
Convento que fundó, conforme cuentan las crónicas, el propio San Juan de Mata cuando comenzaba el siglo XIII, poniéndose la fecha de 1209 manteniéndose, como era habitual en este tipo de instituciones, de las limosnas del vecindario. De San Juan de Mata se cuenta que, por aquellos años, se encontró en Atienza acompañando al rey castellano Alfonso VIII. Si bien hay quien apunta que, a pesar de pasar por aquí el fundador, no se pondría en marcha el convento de Atienza hasta unos años más tarde, 1289. Añadiéndonos los cronistas que desde el primer momento contaron los hermanos trinitarios o “canónigos regulares de San Antonio Abad”, gobernados por un comendador, con algunos bienes que después aumentaron gracias a donativos de gentes piadosas y a las limosnas recogidas en los pueblos del contorno; ingresos con los que atendían a su sustento.
Poco se conoce de él, puesto que archivos, libros y todo tipo de documentos a él relativos, desaparecieron, sino por el fuego de 1811, por los desastres que, desde poco después de su fundación, lo acompañaron.
Fue uno de los edificios que los navarros destecharon en el verano de 1446 y los castellanos, en las mismas, terminaron de demoler; y fue poco menos que expoliado cuando en 1787 se ordenó la disolución de la orden, por algunas malas prácticas de sus monjes. Siendo por entonces uno de los hospitales más significativos de la villa, de los tres o cuatro que en esta fecha se contaban; aquí se trataba, principalmente, el entonces llamado “fuego de San Antón”, enfermedad o afección cutánea corrosiva o ulcerosa muy cruel, bastante difícil de identificar en aquel tiempo, y hoy perfectamente conocida, la provocaba el cornezuelo del centeno.
Junto a esta, también se trataban algunas afecciones, incluso con operaciones quirúrgicas, consistentes en la amputación de miembros, manos, brazos, piernas o pies.
Hospital que pasó, por aquellos años finales del siglo XVIII, al recién construido de Santa Ana, en el que se refundieron todos los de la villa e, incluso, pasando a depender de alguna manera de él, el de San Galindo, de Campisábalos.
La crónica nos dice que, con el tiempo, la congregación de San Antonio Abad fue desvirtuándose hasta no cumplir los fines para los que fuera creada, y que formada en su mayoría por seglares más atentos a la recogida de limosnas para su provecho que para el de los enfermos a quienes estaban obligados a atender, en ocasiones recogidas bajo coacción, trajeron como consecuencia la supresión de la Orden. El 18 de mayo de 1791 el Sr. Corregidor, siguiendo las reales órdenes de Carlos IV, ocupó la casa conventual, bienes y rentas, que fueron puestos en manos del mejor postor; el edificio, hasta su definitiva ruina, fue empleado en albergar, como casa municipal, a vecinos de la villa, hasta 1811. De la iglesia, lo poco que quedó, pasó a la próxima parroquia de San Salvador, después de su restauración, puesto que los franceses también se ocuparon de ella, entregándola al fuego.
Historia de la Villa de Atienza (pulsando aquí)
La Cofradía de San Antón
Se contó en la desaparecida iglesia conventual, con una cofradía dedicada a Santa Gertrudis; y, por supuesto, con la del Santo titular. Poco nos ha llegado de la “Hermandad de San Antonio”, puesto que, tras su desaparición, en torno a la década de 1950, sus libros de actas y cuentas, si es que existieron como así debió de ser, quedaron en manos particulares, desconociéndose en cuáles, si bien andado el tiempo fueron entregadas a la iglesia las insignias, “varas” o tronos, correspondientes a los cargos de mayordomos y priostes, al día de hoy depositadas en el museo de arte religioso de San Gil, sección platería. La hermandad estaba compuesta por un Prioste, tres vocales y un mayordomo; sus actividades, como en la inmensa mayoría de las cofradías no se reducían a la celebración de la festividad del patrón de los animales, a su vez patrono de los herreros.
Todos los terceros domingos de mes, la Junta de la Hermandad obligaba a sus cofrades a la asistencia a misa mayor en la parroquia titular, pudiendo disculpar la asistencia por razones de edad o laborales; teniendo los cofrades la obligación de la asistencia mutua, como sucediera con el resto de cofradías o hermandades, renovándose anualmente los cargos, concluyéndose la jornada patronal, o de reunión cofrade, con una cena en la casa del prioste, tradicionalmente de judías coloradas, cordero estofado, naranjas para el postre, pan y vino.
Del mismo modo, cada una de las veces que la junta de la hermandad salía o entraba de la casa del prioste para el tradicional “acompañamiento” o “despedida” de las insignias, tras alguna de las celebraciones, en la casa se servía a los hermanos de la junta un vino, acompañado de los típicos bollos de chicharrones.
La despoblación, que tanto daño hace a nuestros pueblos, ha ido arrinconando costumbres y olvidando monumentos; a pesar de que, la advocación al santo patrono de los animales, se mantiene en el calendario, con distinto rito, pero con el mismo calor de la hoguera que lo acompaña.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 17 de enero de 2025
ATIENZA A MI TRAVÉS (Pulsando aquí)
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