MEMORIA RENOVADA DE FRANCISCO LAYNA SERRANO
Un nombre y un legado, para la historia de Guadalajara
Tuvo lugar, su nacimiento, el 27 de junio de 1893 en Luzón. Pudiera decirse que de manera casual, puesto que su padre, médico de pueblo, recorrió unos cuantos de la provincia, hasta recalar finalmente en Ruguilla, donde le llegó la muerte. Su padre vio la luz del mundo también por estas tierras, en Medranda; en Galve de Sorbe nació al de la medicina, de donde pasó a Jadraque, Jirueque, Las Inviernas, Luzón… Por aquellos pueblos le nació la descendencia, numerosa; en Jadraque los mayores; en Las Inviernas y en Luzón los más pequeños. Con lo que, nuestro hombre, aunque desde que lo conoció sintió un inmenso cariño por el pueblo que le vio nacer, pudo haberlo hecho en cualquiera de los otros. También es cierto que llegó un momento en el que se sintió, por encima de todo, de Guadalajara. Y no, a pesar de habernos acostumbrado al darle el título, nunca fue Doctor en medicina; se quedó en simple licenciado. En su día contó que no accedió al doctorado porque prefería ocupar su tiempo en otras cosas, antes que hacerlo en lograr un título más que colgar en la pared de su despacho. Cada cual es como es.
Falleció en Madrid, cincuenta y dos años hace, el 8 de mayo de 1971, y, como tenía previsto, se fue a descansar a la eternidad entera de los siglos a la ciudad que reunía en su nombre a todos los pueblos de la provincia: Guadalajara.
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Un estudiante de armas tomar
Don Francisco siempre fue hombre de armas tomar. De genio pronto y comedido en sus detalles desde que se inició en el camino de la vida y los estudios en la Ruguilla de sus mayores por la parte de los Serrano. Aquí aprendió las primeras nociones gramaticales de la mano de la maestra local, doña Petra Mateos que se llamó quien le enseñó a trazar las primeras letras. Doña Petra, que estaba casada con don Venancio Recuero, zapatero de profesión. En aquellos tiempos de estudiante infantil dejó notar su capacidad de liderazgo, destacando como buen alumno y mejor estudiante a la par que otro de sus vecinos, Juan Francisco Yela Utrilla. Doña Petra, para que no discutiesen, y ya que en aquellos tiempos se destacaba a diario al mejor estudiante, tomó la decisión de alternarlos, un día uno, al otro, el otro.
También destacó en Guadalajara, estudiando el bachillerato, tras la preparación que le proporcionó don Galo Recuero, que fuese gran pedagogo en Valencia y en cuya casa habitó hasta que marchó a Madrid a prepararse como Médico de la mano, entre otros, del sabio, tal y como lo definió, don Santiago Ramón y Cajal, que fue su profesor de Histología y Anatomía Patológica.
Tanto destacó en sus estudios médicos, y al frente de los estudiantes que, en aquellas revueltas que tuvieron lugar en los inicios del siglo XX, fue Layna Serrano uno de los líderes estudiantiles que encabezaron las revueltas y se enfrentaron al Director General de Seguridad tras los tumultos que tuvieron lugar en el teatro Novedades y paralizaron Madrid cuando nuestro hombre andaba por el segundo curso en la Facultad, y el Director General, contra quien iban las voces, le vaticinó que “llegará usted muy lejos”, porque era muy determinado; claro que, cuando le pidieron el nombre, para la ficha policial, reaccionó inmediatamente con un: “No me llamo de ninguna manera, soy tan sólo un representante de mis compañeros que dejó nombre y apellidos en la puerta de la calle”.
Un médico ambulante
No existía, cuando don Francisco Layna concluyó la carrera de Medicina, la organización médica o asistencial como hoy la conocemos. Los médicos, quienes podían, montaban su propia clínica o se ajustaban en los pueblos o, como hiciese Layna Serrano, montaban su consulta en cualquier fonda, recorriendo pueblos o provincias, haciéndose de esa manera con una clientela y, de paso, con algunos ahorros que les permitiesen sobrevivir y labrarse un futuro.
Claro está, que también se cometían algunas irregularidades, las de nuestro genio consistieron en operar de manera clandestina en la sala grande la casa de Ruguilla, de amígdalas o ganglios a algunos vecinos del pueblo y alrededores; e incluso se atrevió a recomponer la nariz al “chato de Abánades”, famoso muletero de la comarca a quien le partió la cara la coz de una mula mientras servía a la Patria en Melilla; alquilando los trastos de operar en la farmacia de Sánchez Covisa de la calle Mayor de Madrid, como se tenía por costumbre.
Por aquellos días, los de junio de 1915, a Layna Serrano le propusieron lo que pudo ser la carrera de su vida, marchar como Médico a Chile, hacer las Américas y, seguramente, hacerse con un capital entre los indianos ricos de aquí y de allá. Optó por la patria chica; por operar al panadero de Majadahonda y devolverle el oído a cambio de quinientas pesetas, precio de la operación que luego tuvo que gastar en viajes de ida y vuelta, alquiler de caballerías y útiles; que entonces, desde Madrid a Majadahonda, que hoy son unos minutos de viaje, suponía echar el día a lomos de mula.
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Los viajes manchegos
Don Francisco, previamente a instalar su consulta en Madrid, recorrió pueblo a pueblo los de la provincia de Ciudad Real y parte de Badajoz, pasando consulta en fondas, pensiones y casas particulares, viajando en tren, en carro y mula de un lugar a otro, con la maleta al hombro y los bártulos de operar en el portaequipaje, como solían hacer muchos de los médicos de entonces, emulando a los cómicos de la legua. Cobrando en ocasiones mal y tarde y en otras bien y pronto. Contó, y llegando de su boca hubo de ser cierto, que siempre fueron mejores pagadores quienes de menores recursos disponían.
Fue su vida, verano a verano, desde que concluyó la carrera por el 1916, hasta el inicio de la década de 1920. Y no se le dio mal. Con lo que fue ganando montó casa y consulta en Madrid, cuando a punto estaba de casarse: Vuelta la tranquilidad al espíritu merced a aquellas salutífera inyección de papel moneda que me pusieron en Alcázar y Manzanares, torné al acopio de muebles para mi nueva casa, adquiriendo un excelente despacho de caoba, de estilo inglés. La sillería nueva para la sala de espera, un buen perchero y dos butacas para el recibimiento y dos o tres lámparas así como los trebejos necesarios a una cocina provista de batería decentita; mientras mi prometida se hallaba también metida en faena terminando su equipo, preocupándose de la modista y demás cosas propias de su sexo, en lo que atañe a ajuar de casa, muebles de la alcoba matrimonial y gabinete adjunto; en cuanto al comedor, no nos preocuparemos pues los hermanos de Carmen decidieron adquirirlo ellos como regalo de boda…
El retorno
Don Francisco, decíamos al comienzo, falleció en Madrid, por estas fechas de 1971. Poco antes dejó ordenado su testamento; que si me digan unas misas; que si repartan esto y lo otro a los pobres; y que: es mi voluntad, que los muebles y enseres de mi despacho…, y todo lo que en él se contenía, sean entregados a la Excma. Diputación Provincial de Guadalajara, para que todo ello lo instale de manera algo parecida a la actual…
Unos cuantos años han pasado, pero, al fin, la voluntad está cumplida. Nos lo mostraba quien le sucedió en el cargo de Cronista provincial, cincuenta años hace, don Antonio Herrera Casado, en estas mismas páginas hace unas semanas. Ya se puede admirar aquel despacho, que palpita historia, en el que se forjó una parte de la de Guadalajara. Seguro que don Francisco, en este volver de su despacho y recuerdos a su ciudad-provincia de Guadalajara, se siente al fin feliz.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 5 de mayo de 2023
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