ALFONSO ROMERO, UN CERAMISTA, Y MURALISTA, PARA GUADALAJARA
Una parte de su vida transcurrió en nuestra capital
Fue sin duda el arte de la azulejería uno de los más destacados, al margen de la pintura, en tiempo pasado; un arte que, al día de hoy, perdura en contados lugares, y en donde se encuentra se admira. Muchas de aquellas obras, sin duda, se han perdido para siempre por falta de interés o valoración; siendo tal vez el museo de cerámica de Talavera, surgido en homenaje a los ceramistas Ruiz de Luna, el más prestigioso de los que pueblan la geografía nacional.
Alfonso Romero Mesa, el ceramista aventajado
En Montellano, provincia de Sevilla, en 1882, nació Alfonso Romero Mesa, pasando la mayor parte de su vida fuera de aquella provincia y capital, ya que una parte de ella, en el primer tercio del siglo XX y comienzos de su dedicación al arte de la escenografía, la pintura y la cerámica la ocupó en la capital de nuestra provincia, Guadalajara. El resto de su vida, a partir de la década de 1920 la pasaría en Madrid, con algunas incursiones por provincias, incluso andaluzas.
Se formó para el mundo de los escenarios en el taller de otro de los grandes escenógrafos españoles, Joaquín Fernández Acosta, en Sevilla, dejando el mundo del teatro en los años finales del siglo XIX para entrar en los talleres cerámicos del barrio sevillano de Triana, formándose en el de los hermanos Mensaque; más tarde siguió los pasos de Antonio Romero Pelayo, otro de los grandes ceramistas de aquel tiempo.
Semblanzas de artistas en Guadalajara. Pulsando aquí
En 1906 ya se encontraba en Madrid, buscándose un hueco en el mundo del arte, iniciándose en el taller de quien era considerado el mejor escenógrafo de la capital del reino, Luis Muriel
Encontrándose ya en Guadalajara en el verano de 1911; año en el que llegó a la capital para encargarse de los decorados escénicos que habían de ambientar las fiestas patronales de aquel año en el Teatro Principal, en el que se proyectaron diez funciones: “poniéndose en escena las mejores obras del repertorio antiguo y moderno y los principales estrenos, y se hacen gestiones para traer el decorado que se precise en algunas obras, además de estrenarse el que por cuenta del municipio está haciendo el genial artista D. Alfonso Romero”.
A Romero lo había contratado el Ayuntamiento de la ciudad, noticioso “de las excepcionales condiciones de pintor y escenógrafo que posee, y ante la primorosa labor que ha realizado galantemente pintando las decoraciones que ha de estrenar el New-Club en su función, parece ser que ha decidido restaurar el decorado de nuestro Teatro Principal, y a tal efecto, el Ayuntamiento ha solicitado del Sr. Romero un presupuesto para estudiar el medio, de acuerdo con la empresa, de que se proceda por el distinguido escenógrafo a dotar al coliseo de la calle Mayor de nuevas decoraciones…”. Contaba entonces la prensa.
El decorado del New-Club fue para la obra de Eduardo Marquina: “En Flandes se ha puesto el Sol”; y gustó a la crítica y público de Guadalajara, puesto que, en aquellos tiempos, tan importantes eran los escenarios y sus decorados como la interpretación artística. Alfonso Romero, en esta ocasión, reflejaría en el escenario algunas escenas de las cercanías de Amberes recibiendo, a más del coste presupuestado para las obras, y como recuerdo en esta ocasión de Guadalajara, y de sus contratistas, una pitillera de piel en la que se incrustaron sus iniciales en letras de oro.
El rastro ceramista de Romero, en Madrid
Desde Guadalajara marchará a Madrid, antes de regresar de nuevo, instalando su taller y estudio en la calle del Rollo número 9, compaginando en la capital los trabajos de decorado de pintura con los de cerámica, de la mano, entre otros, del ceramista talaverano Juan Ruiz de Luna, encargándose de llevar a cabo algunos de los trabajos más significativos de la decoración de los establecimientos madrileños a base de azulejería que, al día de hoy, todavía pueden contemplarse por las calles de la capital, protegidas como auténticos emblemas de un arte milenario, entre ellos los que ornamentaron la plaza de Toros de las Ventas, elaborados en los últimos años de la década de 1920, así como otros numerosos para el comercio madrileño, entre los que figurarán los de las más famosas y emblemáticas tabernas o tablaos flamencos que al día de hoy subsisten, así como la azulejería del Palacio de la Música o el Metropolitano; sin que falte otra de las obras que han permanecido en el tiempo, dando carácter a una de las plazas más significativas del centro de Madrid, la de Santa Ana, tal vez la fachada más fotografiada del entorno, ya que llevó a cabo toda la obra de azulejería, interior y exterior, de lo que más tarde sería conocido tablao flamenco con el nombre de “Villa Rosa”; curiosamente, sobre este local se establecería en 1961 la Casa Regional de Guadalajara en Madrid, con decoración ornamental, igualmente en azulejería talaverana, de otro Ruiz de Luna, nieto de quien compaginó sus trabajos con Alfonso Romero. Desgraciadamente, perdidas al día de hoy para la provincia.
La gran obra de Romero en Guadalajara
El éxito como ceramista, pintor y decorador, se consagrará en nuestra ciudad con la que ha de ser la obra que le abra las puertas de Madrid, y que le ocupará durante algún tiempo, en el segundo decenio del siglo. Tiempo que no desaprovechará, puesto que su vida en Guadalajara será tan exitosa que, incluso, en Guadalajara llegará a contraer matrimonio, en el mes de junio de 1913, con la joven y agraciada, al decir de sus amigos, Amparo Ortigado.
Tras el éxito obtenido en la recreación de escenarios teatrales, Alfonso Romero será el encargado de la decoración de los salones de la Nueva Peña, gestionados por el Casino de la Ciudad, en estilo inglés con caricaturas de diferentes sports.
Al finalizar estos trabajos, y tras la reestructuración y ampliación del Casino, al año siguiente de su matrimonio, en 1914, le será encargada la decoración y ornamentación de gran parte del salón de fiesta, junto al también pintor y decorador Mariano Martínez; encargándose Alfonso Romero de las pinturas que imitaban los tapices que cubrían las paredes. En la reinauguración de los salones la prensa provincial se hará eco de la obra de Romero: “… un salón de actos y fiestas que desde hoy llamaremos de tapices, donde el gran pintor y colosal artista Alfonso Romero ha vaciado su poderoso ingenio pintando diez tapices que son maravilla de belleza y de ejecución; y es que los pintores, como los poetas, tienen que vivir con un pie en la tierra y con otro en la región de lo fantástico y lo infinito, rompiendo encajes y neblinas en el firmamento, montados sobre su escala azul, o arrancando del pudridero o trapería de la muerte sus gusanos”.
El encargado de enjuiciar las obras murales del Casino de Guadalajara sería el periodista Juan Isidro Ruiz, quien una a una daría cuenta de las pinturas que dejó en Guadalajara nuestro hombre: Los ángeles, Los Trovadores, Un día de pesca a las orillas del Sena, El idilio, La lección de música, La pureza, La Cenicienta, El trabajo interrumpido o La presentación del Caballero, copia de una obra del palacio de Versalles.
Juan Isidro Ruiz, concluirá el semblante del artista, y su juicio en torno a sus obras, con una afirmación: En el Cielo, se dice que está la gloria, yo creo, amigo Romero que usted ya vive en la gloria de ese Cielo del Casino de Guadalajara.
Dejaría la capital, sin olvidarse de ella, por Madrid, donde falleció en los primeros días del mes de enero de 1940.
Sus pinturas, y sus cerámicas, decoran el universo de un arte siempre presente.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria; Guadalajara, 12 de mayo de 2023
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