viernes, junio 29, 2018

FRANCISCO LAYNA SERRANO. EL SEÑOR DE LOS CASTILLOS. A los 125 años de su nacimiento


FRANCISCO LAYNA SERRANO. EL SEÑOR DE LOS CASTILLOS.
A los 125 años de su nacimiento


   Dos meses antes de lo previsto llegó al mundo Francisco Zoilo Layna Serrano, en el pueblecito de Luzón. Una madrugada del 27 de junio de 1893. Dos meses antes de lo previsto porque nació sietemesino, como él mismo solía recordar cuando la ocasión le era propicia; y con los problemas que ello conllevaba en aquellos tiempos. La suerte estuvo en que su padre, entonces médico de aquella población, estaba especializado en obstetricia. A pesar de ello, y a lo largo de los dos meses siguientes estuvo entre la vida y la muerte.



   Quizá este nacimiento, recordado mucho tiempo después, fuese lo que de alguna manera marcó su vida y la dirigió hacía un trabajo constante y unos deseos por hacer todo lo que debía, o necesitaba, antes de que llegase el día de despedirse del mundo. Porque hay gentes que pasan por él predestinadas a dejar huella. Y don Francisco la dejó.

   Cuando vio publicado en la prensa provincial su primer artículo: “La marcha del soldado”, probablemente estaría imaginando que, con el tiempo, podría dedicarse a la escritura, su sueño. Corría el año 1909 y a su tío Manuel Serrano Sanz, su maestro en esto de la historia, le faltaban aún muchos años para ser Cronista Provincial, y poco después dejarle el cargo.

   La Marcha del Soldado, que marcaba el inicio de una carrera a medio camino entre la literatura creativa, y la historia: ¿Veis aquél camino tortuoso que serpentea entre los riscos del alto cerro? ¿Distinguís aquella muchedumbre de hombres, mujeres y niños que en larga procesión camina por la estrecha vereda?...

   Eran tiempos de ardores guerreros en los que los mozos alcarreños, como los de media España, marchaban a las guerras coloniales.



   Y es que por aquellos tiempos de los primeros decenios del siglo XX Francisco Layna soñaba con viajar y escribir. Eligió los estudios de medicina por tradición familiar, a pesar de que siempre le “tiró” lo de la literatura y la historia. Y las revueltas estudiantiles. Que alguna lideró en aquellos revoltosos tiempos en los que los estudiantes también se movilizaban en contra de la injusticia social; y de unas normativas demasiado estrictas para los universitarios. A pesar de habernos legado su imagen de hombre ordenado, fue uno de los que en el teatro Novedades de Madrid lideró la revuelta estudiantil que concluyó en alboroto callejero y manifestación multitudinaria hasta la Dirección General de Seguridad, para pedir la libertad de los detenidos. Y uno de los que habló ante el Ministro de la Gobernación, para poner sobre la mesa las propuestas: libertad o huelga general. En algunos medios de prensa, de aquellos difíciles años del inicio del segundo decenio del siglo XX, sacaron su foto liderando a los estudiantes. Una escena, casi de película, sucedió cuando abandonando la Dirección General de Seguridad su jefe supremo, don Ramón Méndez de Alanís,  le espetó aquello de:

   -Es usted muy determinado. Llegará muy lejos. ¿Cuál es su nombre?
   Y la inteligente respuesta del hombre de acción:
   -En este momento no me llamo de ninguna manera; soy tan sólo un representante de mis compañeros que dejó nombre y apellidos a las puertas de la calle.

   Años más tarde lideraría, también como estudiante de sus últimas asignaturas médicas, las revueltas estudiantiles que pidieron en Madrid el indulto para un médico que cometió uno de los más graves errores de su vida, enfrentarse a un alcalde. Se trató del famoso caso del Médico de El Pobo de Dueñas. Con este motivo apareció por vez primera su nombre en la prensa nacional, escribiendo en defensa de aquel pobre médico y su infeliz familia. Layna fue uno de los que hablaron en el antiteatro de la San Carlos; y sus artículos vieron la luz en “La Acción”, y “La Correspondencia de España”.

   Por aquellos tiempos fue alumno de don Santiago Ramón y Cajal, su profesor de Histología, y único que libró de su particular juicio crítico, en cuanto a humanidad y conocimientos. Siempre lo consideró como lo que fue, un genio por encima de la genialidad de sus coetáneos.


    De los escritos de aquellos años, en los que compaginaba la dedicación a la escritura con los estudios de medicina, y el juego amoroso con quien compartiría una parte de su vida, Carmen Bueno Paz, quedan esparcidos por semanarios y revistas algunas que otras cuartillas de lo que él llamó “recuerdos y memorias”. También esparcidas han de quedar las páginas de alguna de sus novelas costumbristas, como su apreciada “Amelia de Castellar”. Ante todo son recuerdos de sus años jóvenes en Ruguilla, el pueblo alcarreño que lo vio crecer; sin que falten las reseñas a Jadraque, Molina, Cifuentes, Durón, Trillo… Aquellos pueblos por los que se desparramó la familia y a la que, a lomos de mula, era casi obligado visitar al menos una vez al año y, por supuesto, en bodas, bautizos y funerales.

   Puede que de esas visitas familiares le naciese también la afición por viajar. Francisco Layna fue un gran viajero, y como pionero en el mundo de la fotografía, en aquellos viajes no podía faltar su cámara de fotos. Con ella al hombro y Carmen como compañera, recorrió media España a partir del día de su boda en la que tras los fastos de la ceremonia marcharon a pasar la noche a la imperial Toledo. Después vendrían Córdoba, Sevilla y Cádiz. Más adelante Mérida, Cáceres y Badajoz, y en años sucesivos la totalidad de La Mancha, Castilla y el Levante… España entera. Y dentro de esa España, Guadalajara estaba escrita con letras mayúsculas en sus recorridos. Visitar la Alcarria resultaba obligado, lo mismo que hacerlo con la comarca de Molina, donde quedó la otra parte familiar, la de Carmen Bueno, desde su pueblo, Maranchón, hasta la propia capital del Señorío.

   El relato de sus viajes quedó plasmado en unas “Memorias” que Francisco Layna nunca quiso publicar. Las encontraba demasiado críticas hacía sus paisanos, a pesar de que por ellas desfilen personajes, horizontes y escenas imposibles de recuperarse al día de hoy. Y es que en el relato corto de las vivencias y encuentros, Francisco Layna se veía en la obligación de ir “al grano” para contar en breves líneas lo que deseaba destacar. Sin cuidar formalismos, y sin temor a las críticas.

   Como perteneciente a múltiples asociaciones, principalmente a la de los Amigos de los Castillos y a la Sociedad Española de Excursiones, llevó a través de la provincia a sus amigos académicos e historiadores, viajes que plasmaría en los textos que acompañaron las reseñas de aquellas excursiones en las revistas o boletines de estas y otras asociaciones, junto con sus fotos. En otras ocasiones, y con motivos extraordinarios, algunas poblaciones editaron la breve reseña de su historia o su castillo en alguno de esos folletos que hoy consideraríamos como “turísticos”, y fueron en su tiempo la página que faltaba para darlos a conocer, en algunas ocasiones, de casualidad.



   Alcanzó en la provincia los máximos honores. También se le hicieron algunos de los mayores desplantes. Notándose su ausencia, descortesía municipal que todo el mundo notó, en la firma protocolaria de la cesión del Palacio del Infantado al Estado y al Municipio. Un palacio al que, en la defensa de su reconstrucción, empeñó media vida. La descortesía municipal para con  sus gentes ha sido, y es, en muchas ocasiones y algunos pueblos de la provincia, asignatura pendiente.

   Su vida histórico-literaria dejó una docena de títulos de libros publicados. Los suficientes como para marcar el camino de los historiadores venideros. Una docena de libros de historia. Otra de libros médicos. Cientos de artículos de prensa. Miles de fotogramas irrepetibles; marcando, sin lugar a dudas, el camino para futuras publicaciones e investigaciones, ya que sus métodos, muy criticados al día de hoy, sin tener en cuenta los medios existentes hace cien años, han servido para que otros historiadores mejorasen su obra.

   Fumador empedernido desde la juventud; sobrio en el trato; cordial con sus amigos; forjador de una Guadalajara que en su tiempo no lo entendió, y que sigue hoy, con cincuenta o sesenta años de retraso los caminos que marcó, se despidió hasta la eternidad un día de comienzos de mayo de 1971.

   Y su nombre, a ciento veinticinco años de su nacimiento, sigue siendo, sin duda, el más pronunciado en la provincia que lo vio nacer. Y viva continúa su memoria.


Tomás Gismera Velasco
Guadalajara en la Memoria
Semanario Nueva Alcarria. Guadalajara, 29 de junio de 2018

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