UN OFICIO PARA EL RECUERDO: LA ESQUILA.
Los esquiladores de Milmarcos y Fuentelsaz
fueron famosos en toda la provincia
Los esquiladores de Fuentelsaz famosos en
toda la provincia, tanto o más que los de Milmarcos a la hora de desmelenar
ovejas, llevaron el oficio por toda Guadalajara y provincias aledañas. Fue un trabajo
duro, sacrificado y hasta cierto punto desagradable; echado al saco del olvido
por las técnicas modernas y porque la lana ya no es lo que era. Las fibras
sintéticas han terminado con una de las principales riquezas de la Castilla
medieval.
Estos esquiladores llevaron por los lugares
en los que ejercieron su oficio su propio lenguaje, la Migaña o Mingaña. En
Fuentelsaz sus vecinos aseguran que la jerga popular por la que se entendían fue
inventada por ellos y de aquí se extendió a Milmarcos, claro que en Milmarcos
afirman justamente lo contrario.
En Fuentelsaz, al hilo de la dedicación al
esquileo, trabajaron la lana para hacer mantas de pastores y cobertores para
las caballerías, entre otras muchas cosas; industria, la de la lana, popular en
toda la provincia, donde el rastro de telares y talleres ha dejado señas de
identidad por muchas poblaciones.
En Mochales, hasta la década de 1960,
funcionó un telar en el que el tío Paulino García confeccionaba talegas, sacos
y mantas de retajo. Famosos fueron también los tejedores de Valverde de los
Arroyos. Colchas, mantas, alforjas, costales, sayas y mantones descendieron de
aquellas cumbres del Ocejón para lucirse por toda la provincia, después de ser
vendidos principalmente en las ferias de Atienza, Sigüenza, y Brihuega, aunque
también cruzaron la sierra y llegaron a las de Berlanga y Almazán. En Valverde
de los Arroyos tampoco queda ningún tejedor, aunque sí su recuerdo. Ni en
Atienza, cuyas mantas fueron tan populares o más que las palentinas.
Los esquiladores de Fuentelsaz salían a
mediados de abril para comenzar su labor con los primeros calores de la
primavera; regresaban al pueblo a celebrar la fiesta patronal de San Pascual,
el 17 de mayo, y tornaban a sus tajos, hasta que llegaba la hora de la
finalización del trabajo, que dependiendo de las comarcas podía prolongarse
hasta los días finales del mes de junio. Después de haber dado una batida de
fiesta por los pueblos comarcanos, pues el esquileo, junto con la vendimia y la
matanza, alcanzaban en las casas y lugares donde se realizaban, categoría de
fiesta mayor. Lógicamente, y aunque con técnicas más modernas, se siguen
esquilando ovejas. Las modernas máquinas esquiladoras con motor eléctrico han
suplido a la tijera, a pesar de que no por ello, aunque simplificado, deje de
ser duro el oficio.
El esquileo tenía a su alrededor una serie
de operarios que en su conjunto formaban las conocidas cuadrillas de la esquila, en torno a cualquier rebaño, tuviese esta
lugar en las propias tainas o parideras del propietario del ganado, o en los
esquiladeros de los que disponían los grandes propietarios, y que hasta la
década de 1950 no fueron pocos.
La fiesta de la esquila, si así se nos
permite definirla, daba comienzo con la reunión de los rebaños en torno al
lugar en el que se habían de esquilar, procurando los pastores que en los días
porevios las ovejas saliesen al campo lo menos posible, para que la lana
estuviese limpia; del mismo modo que según los esquiladores las encerraban en
parideras, para que sudasen, o las mantenían al raso para que no lo hicieran,
ya que en ese aspecto hubo diferentes criterios. Cuadrillas que deseaban que la
oveja sudase para que la lana se ablandase y se deslizara mejor la tijera en el
corte, y otros que preferían lo contrario porque el trabajo les cundía menos.
Para gustos se inventaron los colores.
Esquilador era en este oficio quien única y
exclusivamente se dedicaba a cortar la lana con su tijera, sin gastar el tiempo
en otros menesteres que no fuesen los de procurar sacarle a la oveja el vellón
lo más entero posible, y cuanto más arrimado a la carne mucho mejor.
Al esquilador
se le entregaba la oveja ya trabada de patas y manos, esto lo hacía el ligador, oficio de cuidado, pues habían
de estar atendos de que al trabarlas no se hiciesen daño, o lo que sería peor,
se dislocasen o rompiesen una pata con lo que el animal quedaría inútil y por
ello no habría más remedio que sacrificarlo.
MARANCHÓN Y SUS MULETEROS. UN PUEBLO Y UNA TRADICIÓN. AQUÍ
MARANCHÓN Y SUS MULETEROS. UN PUEBLO Y UNA TRADICIÓN. AQUÍ
El vellón era recogido por el recibidor, encargado de hacer la
separación de lanas según sus cualidades y calidades. Del vellón separaba las caídas, la lana que rodea las patas y
que es de inferior calidad a la del resto del cuerpo.
Los velloneros
se ocupaban de recogerla y almacenarla, entregándola a los apiladores, quienes con maestría eran capaces de ir colocando
vellón sobre vellón para que estos ocupasen el mínimo espacio.
Entre los esquiladores estaban las bedijeras, generalmente las mujeres de
los pastores, quienes con escobas y cestas recogían las bedijas -los
excrementos- para que estos no fuesen pisados y se manchase la lana más de lo
que estaba. Los moreneros eran los
zagales, chiquillos de los pastores encargados de estar al tanto de dar a los
esquiladores ceniza o polvo de carbón con el que curar las heridas de la oveja
cuando la tijera se deslizó más de la cuenta; los echavinos dan de beber; de manera que el esquilador no tenga que
moverse de su sitio salvo por causas de fuerza mayor, o para almorzar, comer o
merendar.
Cada uno de los partícipes en el esquileo
recibía al día una hogaza de pan; la carne de una oveja para cada diez
personas; unos veinte tragos de vino, sin contar almuerzo, merienda, comida y
cena; porque la labor comenzaba al rayar el alba y concluía al caer la tarde;
después de haberse esquilado de media cada uno de los esquiladores unas treinta
o cuarenta ovejas. E incluso más, dependiendo de la corpulencia del animal; de
la maestría del esquilador y de la clase de lana. Había quien era capaz de
esquilar una res en diez o doce miunutos y quien lo hacía en media hora. En los
carneros se empleaba el doble de tiempo, porque estos para que no se sofocasen
y perdiesen fuerzas, no solían ser trabados, por lo que se necesitaban para
esquilarlos dos, tres o cuatro personas.
Y claro, alrededor de la esquila no faltaban
los pobres ni los mendigos, como en cualquier fiesta que se precie, para ellos
quedaban los menudos, las asaduras y las cabezas de las reses que se
sacrificaban.
Esquiladas las ovejas, y antes de salir al
campo o retornar a las parideras de origen, eran desviejadas, apartando las viejas para carne y marcando las jóvenes
con la pez hirviendo y el hierro de sus dueños, que serían las destinadas a la
cría.
LA MIGAÑA O MINGAÑA, LA LENGUA QUE TODO EL MUNDO QUISO ENTENDER. AQUÍ
LA MIGAÑA O MINGAÑA, LA LENGUA QUE TODO EL MUNDO QUISO ENTENDER. AQUÍ
Concluido el esquileo llegaba la hora de la
tasa, pesando la lana por arrobas. En caso de venderse en sucio no había
problema, pero como generalmente se solía hacer en limpio para aumentar su
valor, se tenía que lavar, procediendo previamente al apartado de las
calidades. Las caídas se dejaban a un lado, aprovechándose mucho mejor las lanas
del pecho y espaldilla, y por supuesto se apartaba la de primera clase, la de
la barriga y los lomos. Y el si el tiempo auguraba alza de precios, como el
azafrán se conservaba, pues no hubo, en según qué tiempos, mejor cartilla de
ahorros que unos cuantos cientos de libras de lana.
Cardar la lana e hilarla fue un oficio de
mujeres, pero no creamos que se dedicaron a él gentes de baja cuna, también fue
oficio de reinas y a ello se dedicó entre clase y clase, antes de reinar, la
Católica señora doña Isabel I de Castilla.
Este año, auguran los ovejeros, muchas más
ovejas de la cuenta no tendrán quien las esquile, quizá porque los oficios
manuales se olvidaron y, al día de hoy, dependemos de las máquinas.
Tomás
Gismera Velasco
Guadalajara
en la memoria
Nueva
Alcarria, 22 de mayo de 2020
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