LA MIGAÑA. LA FILA ROMA DE GUADALAJARA
Fue la jerga que emplearon los esquiladores
de Milmarcos y Fuentelsaz para comunicarse
Hay que difundir nuestro lenguaje; hay que hablar en Migaña,
recuperarla, que no se pierda; que se mantenga, que se convierta, como se han
convertido otras lenguas, no en un signo de distinción que nos separe, sino en
una seña de identidad que nos una y alegre…
Bienvenido Morales, natural de Milmarcos,
puede que sea, junto a Miguel Martínez Morales, Fernando Marchán, Alcalde de aquella
población y…, muy pocos más, uno de los últimos habitantes de la provincia de
Guadalajara que recuerdan, conservan y mantienen, ese lenguaje tan
característico, nacido entre Milmarcos y Fuentelsaz, en nuestra provincia, y
que se fue extendiendo, a través del oficio de quienes lo llevaron a cuestas,
por algunas otras localidades de Guadalajara. Bienvenido Morales, aprendió la
jerga de su padre; por ello “le chista amochales
chafar la Migaña en el calmarzar”.
Su padre, Justo Morales, esquilador
ocasional, como tantos vecinos de la localidad que salieron a correr mundo de
la mano de ese oficio, el de desmelenar ovejas en la primavera a golpe de
tijera, dejó escritos en Migaña algunos de sus recuerdos; de las formas de vida
que aquellos hombres duros llevaban. Una dureza que empezaba cuando los
muchachos comenzaban, poco menos, que a sacar los pies de las alforjas. Mejor
dicho, a podérselas ventilar por cuenta propia, como dirían las personas mayores.
Esas que al día de hoy se acercan al siglo de edad. Que haberlos, los hay.
El escrito de Justo Morales que me recuerda
su hijo Bienvenido, comienza diciendo: “En los siglos que el limes acurbaba delara, en las polizas
de amayas de rupe, no falo tutas, pero si amochales, los delaras cuando acurbaban
tarín de fajos de siglos, los chafaban de verdes de mitorras con truesgo verde
carroño, para chafar de chacurra, que a los puertoricos les chistaba romo el
dicar chacurras con las mitorras”.
El abuelo paterno de quien esto escribe también
le dio a la tijera de esquilar y anduvo al oficio por esos mundos de Dios. Algo
se le pegó de aquella extraña lengua, de esa fila roma. Solía contar, cuando venía al caso que, efectivamente, a
los amos de las ovejas, cuando preñadas, no les gustaba que los perros las
alborotasen, se asustaban y del susto podía mal nacer la cría.
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A la “Migaña” se la han dado muchas
definiciones. La más exacta es, a juicio de quienes más o menos la hemos echado
un ojo, la de Miguel Martínez Morales. Coincide con lo que otros piensan, o
pensamos, al decir que “Migaña” quiere decir “me engaña”. Porque de eso se
trata, de engañar a quien escucha, dando a las palabras habituales otro
sentido, otra interpretación, otro giro. Otra denominación a la cosa conocida.
Al año, al siglo, a la silla, a la mesa, al número, al billete, a la fiesta… Es
el sentido de las jergas, de las jerigonzas; de las formas de habla gremiales,
que únicamente entienden los del gremio, puesto que de eso se trata, de
comunicarse entre ellos sin que se enteren los demás.
La Migaña, en otras partes “Mingaña”,
parece una lengua romance, una lengua arrancada a los libros de la historia;
sacada de cuajo de los escritos del Arcipreste de Hita o del infante don Juan
Manuel, ambos dueños de letra y pluma en lejanos tiempos, y que a través de la
Migaña parecen estar presentes detrás de cada una de sus expresiones. Sin
embargo nació en los últimos años del siglo XVI o en el XVII, y se fue
ajustando en tiempo y forma a los años y siglos que le fue tocando vivir. A
pesar de que jergas y jerigonzas viniesen de tiempo atrás.
Quien escribe recuerda, escuchando la
Migaña, el parloteo de los trilleros de Cantalejo, la Gacería o Briquería, que
en aquel lugar atribuyen a la época de la guerra de los franceses; o las
jerigonzas de los distintos gremios de la que ya se hace eco El Lazarillo de
Tormes; o las distintas jergas que utilizaron pastores, tratantes, chalanes o
trashumantes; e incluso el Maconeiro o el Donjuan que utilizaban los cesteros
en Aragón, Asturias, Vizcaya o La Rioja. A lo largo de la Península Ibérica son
decenas las formas de habla, las jergas que se han conocido. Pocas las que se
conservan, y donde las hay se las mima como a niño chico.
Milmarcos. Iglesia de San Juan Bautista |
Porque la Migaña es eso, una jerga, una
jerigonza, un código de lenguaje que utilizaron los esquiladores, los
tratantes, los colchoneros, los cardadores y algunos más de quienes se
dedicaron a oficios trashumantes por la zona de Molina de Aragón y fue
extendiéndose por la raya de la provincia de Guadalajara con la de Zaragoza y
Soria, y que quedó con el paso del tiempo en Fuentelsaz y Milmarcos como
últimos reductos.
Código de lenguaje que no tiene ni tuvo
nunca un abierto arraigo local, ya que en ese caso su raíz hubiese terminado
por conocerse, haciendo ineficaz un vocabulario creado por quienes, tratando de
defender su gremio, buscaban entre ellos una comunicación particular mediante
la cual darse a conocer entre sí, avisarse, prevenirse y diferenciarse mediante
un lenguaje coloquial que hoy ha traspasado la frontera de aquellos oficios
para hacerse más popular, más culturalmente representativo de una comarca, o de
unas poblaciones que lo quieren, o lo deben mantener vivo.
Los esquiladores de Fuentelsaz famosos en
toda la región, tanto o más que los de Milmarcos, a la hora de desmelenar
ovejas, trabajo duro, sacrificado y hasta cierto punto desagradable lo pasaron
también a algún que otro esquilador serrano, como el abuelo del viajero, el tío
Soria quien, tijera en mano, dicho está, se desenvolvía mingañeando. Hablando
la fila roma. La lengua extraña. Puesto que eso significa: fila, lengua. roma,
extraña.
En Fuentelsaz sus vecinos aseguran que la
Migaña nació aquí, y de aquí se extendió a Milmarcos y Maranchón, claro que en
Milmarcos y Maranchón afirman justamente lo contrario. Uno piensa que entre
ambos debían de ponerse de acuerdo para hacer de ella una bandera con la que
salir a presumir, de vocabulario propio, al mundo.
No han sido pocos los estudios que de un
tiempo acá se han llevado a cabo, desde el molinés Sanz y Díaz a Fernando
Marchán, o Justo Morales Atienza; desde María Rosa Nuño a Blanca Gotor, quien
adaptó a “Migaña” algunos cuentos de los más conocidos. De la Migaña se
ocuparon, entre otros, Evilasio Rodríguez García, Áurea Cascajero Garcés y Manuel
García Estrada; Nicanor Fraile, Sinforiano García Sanz, López de los Mozos y,
seguramente, algunos más quedarán en el tintero; porque no deja de ser un tema
digno de estudio. Porque mientras se la estudie, y se la cite y recuerde,
estará presente entre nosotros y no se perderá.
Tiene su apartado, en un rincón de ese magno
monumento a la cultura popular que es el Centro de Interpretación de la Posada
del Cordón de Atienza, a través de los cuentos de Blanca Gotor, y el reciente
libro-estudio-vocabulario aparecido el pasado año: “La Migaña o Mingaña, jerga
o jerigonza de tratantes, muleteros y esquiladores de Milmarcos y Fuentelsaz,
en Guadalajara”, recorre desde entonces mundo, con su estudio y su diccionario,
ampliamente elogiado por quienes le han puesto la vista encima.
Hay que difundir nuestro lenguaje; hay que
hablar en Migaña, recuperarla, que no se pierda; que se mantenga, que se
convierta, como se han convertido otras lenguas, no en un signo de distinción
que nos separe, sino en una seña de identidad que nos una y alegre.
La MIgaña fue un lenguaje que surgió en torno a la lana |
La Migaña debía de ser, como alguien decía
(cierto que eran los Santos Inocentes),
el idioma cooficial de la tierra molinesa, de la serrana o, apurando un poco,
de Guadalajara. Porque los tiempos han cambiado y ha de dejar de ser la lengua
extraña, para que por todos sea conocida. No son los tiempos de que nos hablaba
Justo Morales que decía: “cuando yo era chico, en las casas pobres, no digo en
todas, pero si en muchas, los muchachos cuando tenían diez años los ponían de pastores
de ovejas con otro pastor viejo para que le ayudaran, o sea, para hacer la
labor de los perros, que a los dueños no les gustaba ver perros con las
ovejas…”. Los perros, en este lenguaje, son los “chacurras”.
Podría ser un buen propósito para el año
naciente, para el 2018 que nos viene: Aprender a hablar en Migaña. Tomar un
libro de los que de este lenguaje tratan y echarnos al monte de su fabla.
Enorgullecernos y presumir de lo propio. Para poder decir lo de “¡Gallardo
siglo!, el venidero; gallardo por bueno, por feliz, por dichoso; siglo, por
año.
Así sea. Y que a todos les chiste a mochales chafar la Migaña en el calmarzar (les guste
mucho escribir en Migaña). Porque,
además de edificios monumentales en los que fijarnos, tenemos también en la
provincia otras formas de cultura a las que echar el ojo.
Tomás Gismera Velasco
Nueva
Alcarria, 29 de diciembre de 2017
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