ATIENZA:
EN TORNO AL SANTO CRISTO DEL PERDÓN
Tomás
Gismera Velasco
Se trata, sin lugar a dudas, de una de las imágenes más admiradas de la
iconografía religiosa con las que cuenta la villa de Atienza, por su factura y
realismo. Hoy expuesta en el Museo de Arte Religioso de la Iglesia de la
Santísima Trinidad. Su autor, Luis Salvador Carmona. De cómo llegó a la villa
de Atienza y se gestó la obra, es de lo que trataremos en este apunte.
LUIS
SALVADOR CARMONA, EL AUTOR
Nació Luis Salvador Carmona en la localidad de Nava del Rey, provincia
de Valladolid, el 15 de noviembre de 1708, hijo de Luis Salvador, natural de
aquella localidad, y de Josefa Carmona, natural de Medina del Campo. Del
matrimonio nacieron tres hijos más, Pedro, Andrés y Tomás.
De clase humilde, la familia vivió del cultivo de algunas viñas y del
trabajo del campo, siendo aceptado el que Luis Salvador, desde muy joven,
sintió cierta inclinación hacía las manualidades artísticas, y cuenta su
biografía que fue un canónigo quien se fijó en sus trabajos para, con el
consentimiento paterno, enviarlo a Madrid, al estudio del escultor asturiano
Juan Alonso Villabrile, en donde se formó entre 1723 y 1729.Estableciéndose
posteriormente en Madrid tras una breve asociación con el escultor segoviano
José Galván.
Abrió su taller primeramente en la calle de Hortaleza para después
trasladarse a la de Santa Isabel, concluyendo en la de los Fúcares, en lo que
hoy es el Barrio de las Letras, entre la calle de Jesús de Medinaceli y la del
Gobernador.
Contrajo un primer matrimonio en 1731 en la parroquia de San Sebastián
con la madrileña Custodia Fernández de Paredes, con la que llegó a tener cinco
hijos de los que vivieron dos, Andrea y Bruno, enviudando en 1755 y contrayendo
nuevo matrimonio en 1759 con Antonia Ros
Zúcaro, sevillana de nacimiento, quien falleció poco tiempo después, en 1761,
al dar a luz.
Falleció en Madrid el 3 de enero de 1767, siendo amortajado con el
hábito de San Francisco y recibiendo sepultura en la iglesia en la que contrajo
primeras nupcias, San Sebastián.
En el inventario de bienes al contraer matrimonio con su segunda mujer,
consta que tiene en su taller: Una efigie del Cristo del Perdón “puesto sobre
el globo terrestre y la túnica caída en él, puesto de rodillas, de dos varas de
alto, y su peana y contrapeana, que sirve de andas, concluido y sin pintar”. La
obra está tasada en 3.600 reales. Todo indica que se trató del tercero de los
Cristos del Perdón que ejecutó, el de Nava del Rey, ya que se fecha su carta de
indulgencia en 1756, y para entonces ya estaba en Atienza el Cristo por todos
conocido.
EL
CRISTO DEL PERDÓN
Si tomamos los datos del catálogo de la exposición que se llevó a cabo
en Nava del Rey con las obras allí contenidas, y en cuanto aquel Cristo,
prácticamente idéntico al nuestro, se dice:
Representa una interpretación
mística de Cristo, después de haber sufrido su propio martirio, intercediendo
ante Dios por el mundo pecador como expresión de su Redención, según un escrito
de la venerable Sor María Jesús de Agreda, aunque la iconografía de este asunto
tiene su precedente más lejano en un grabado de Alberto Durero alusivo a Cristo
Varón de Dolores.
Su descripción es por todos conocida: Su figura expresa una oración implorante, con el torso inclinado hacía
adelante, los brazos semi extendidos y separados del cuerpo mostrando al que le
contemple las palmas de sus manos horadadas por las llagas. Cubierto tan solo
por el paño de pureza. Jesús se arrodilla sobre el globo terráqueo con una
genuflexión que le permite apoyar su pie derecho en el suelo mientras que tiene
extendida en el aire la pierna izquierda. En la bola del mundo, parcialmente
velada por la túnica, aparece pintada la escena del Paraíso Terrenal, en la que
Eva ofrece a Adán el fruto del árbol prohibido, entre la representación del
diluvio y la historia de Lot con sus hijas huyendo del castigo de Sodoma.
Su cabeza enmarcada por una cabellera de mechones ondulados que se
deslizan sobre las sienes, hombros y espalda, ofrece un expresivo rostro de
cuidada barba, boca entreabierta y ojos de mirada suplicante. La corona de
espinas ceñida a sus sienes aumenta el carácter piadoso de esta interpretación
pasionaria.
El cuerpo, anatómicamente correcto, traduce en todos sus detalles la
belleza física del ser humano tocada de ese halo sobrenatural que infunde
admiración y respeto en tanto que su semblante provoca compasión por su dulce y
atribulada mirada. Subrayados los estigmas del martirio padecido por el
Salvador mediante una magnífica policromía, su espalda describe con minuciosidad
los terribles efectos de la flagelación mediante la piel levantada, las
múltiples heridas y los reguerones de sangre coagulada.
LOS
CRISTOS DE CARMONA
En 1749 D. Juan Bartolomé, que junto con D. Gregorio González de
Villarubia pertenecía al servicio de la reina viuda, Doña Isabel de Farnesio y
del Infante D. Luis de Borbón le había encargado un Cristo del Perdón que llegó
a la Granja de San Ildefonso el 28 de febrero de 1751, cuyo destino inicial se
desconoce, pero que dos años más tarde se convirtió en el titular de la
Hermandad de la Esclavitud del Cristo del Perdón de la que era hermano mayor y
protector el citado Infante.
En febrero de 1751 a punto de entregar esta obra, el escultor afirmaba “sin que sea pasión sino conocimiento, que le
lleva muchas ventajas al que se venera en el convento del Rosario de esta Corte”,
refiriéndose al que hizo en torno a 1648 el portugués Manuel Pereira, opinando
que le ganaba en “espíritu compasivo, en carnes, en pañetes y en túnica”, y
expresaba su no disimulado orgullo por haberlo conseguido “para la mayor honra
y gloria de Dios”.
Es lo cierto que desde hacía al menos cien años, imágenes semejantes, aunque sin tanta expresión y realismo habían sido talladas por escultores de la escuela vallisoletana como Bartolomé del Rincón o Francisco Díaz de Tudanca, llevando la misma denominación de “Cristo del Perdón”. Siendo estas algunas de las que se conservan de aquella época, al haber desaparecido la de Pereira en 1936/39. Siguiendo todas ellas la misa temática iconográfica, repetida en pintura y escultura entre los siglos XVII y XVIII.
Cristo suele estar de rodillas con un paño de pureza blanco con franjas
doradas. Mirando al cielo, implorando el perdón, con los brazos abiertos y extendidos.
Espalda flagelada y ensangrentada, como consecuencia de la exaltación del dolor.
Representando un pasaje que habría que colocar después de llegar al Calvario,
justo antes de la crucifixión, viniendo a ser un momento análogo al de la
Oración del Huerto
EL
CRISTO DEL PERDÓN DE ATIENZA
Nos dicen los biógrafos de Carmona:
Se le brindó una segunda oportunidad para
trabajar el mismo asunto cuando recibió el encargo de hacer otro ejemplar
idéntico, en esta ocasión destinado al
Hospital de Santa Ana que se construía en Atienza bajo la atenta mirada
de D. Baltasar de Elgueta, quien será, sin duda alguna, el responsable de
encomendar al escultor su segundo Cristo del Perdón, tan magnífico como el
anterior.
Efectivamente así era. Desde años atrás, 1741, nuestro paisano don
Baltasar de Elgueta, íntimamente ligado a Atienza, en cuya villa nació, en la
hoy calle de Cervantes, casa en la que estuvieron los juzgados y audiencia de
la villa, bautizado en la iglesia de la Santísima Trinidad el 9 de enero de
1689, ocupaba el cargo de Intendente General de Obras, actuando en la mayoría
de los casos como intermediario entre el Rey y los arquitectos, o entre el
ministro Carvajal y el personal empleado en dar realce a la obra.
Fue don Baltasar de Elgueta el encargado de llamar a la Corte a
pintores, escultores, u orfebres encargados de la decoración interior y
exterior de palacio, enviando cartas a todas las provincias del reino a fin de
que se presentasen a él, y a la Intendencia de Palacio, aquellos artistas que
se sintiesen capacitados para pasar a la posteridad dejando su nombre en la
entonces más grande de las obras proyectadas en Madrid.
Entre las personas que respondieron a su llamada se encontró Luis
Salvador Carmona, de quien ya se conocía la obra, y a quien le fueron
encargadas algunas de las esculturas de los reyes destinadas a coronar la
balaustrada cimera de palacio, conforme al programa de esculturas trazado por
otro de los integrantes del diseño de la obra, el padre Martín Sarmiento (Pedro
José García Balboa en lo civil). Salvador Carmona ya había trabajado, con
anterioridad al encargo de las esculturas reales, en algunas otras obras
menores.
De su cincel salieron las esculturas de los reyes Ramiro I, Ordoño II, Doña Sancha, Fernando I y Felipe IV; en la actualidad en distintos lugares ya que ante el peligro que suponía situarlas en la cima de palacio se situaron en la plaza de Oriente, o plaza de Palacio, encontrándose en la actualidad en distintos lugares; Ramiro I, Ordoño II, Doña Sancha de León y Fernando I en la plaza; Felipe IV en el Museo del Ejército.
Las constantes desavenencias que Salvador Carmona tuvo con el padre
Sarmiento fueron frenadas en múltiples ocasiones por Baltasar Elgueta, tomando
a Carmona bajo su protección, llevándolo junto a él a la fundación de Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, uniéndose finalmente ambos nombres en
Atienza a través del Cristo Perdón.
Es más que probable que el encargo de la talla del Cristo del Perdón
encargada por Baltasar de Elgueta tuviese un primer destino conocido, la
iglesia de San Juan, todavía no acabada de ornamentar por esa época, tratando
de rivalizar con otras familias que en esta iglesia ornamentaban sus capillas,
principalmente con los Madrigal y Paniagua que lo hacían con la de la entonces
Virgen de la Soledad, que ya comenzaba a considerarse como Patrona de la Villa
(actual Virgen de los Dolores), y fuese destinado a ornamentar la capilla de
sus familiares, los Rodríguez de Tapia (desconocemos en la actualidad de cuál
de ellas se trata), en cuya capilla, con lauda sepulcral, fue enterrado su
padre, de igual nombre, el 24 de septiembre de 1697. Su madre, doña Josefa de
Milla falleció repentinamente en La Olmeda de Jadraque, mientras visitaba a su
tercer hijo, administrador entonces de aquellas salinas, siendo enterrada en el
altar mayor de aquella iglesia.
Era por otra parte don Baltasar un miembro relevante de la sociedad de
Atienza, participando de la entonces floreciente Cofradía de Hidalgos del Señor
Santiago, radicada entonces en San Juan, y en la que sirvió todos los cargos.
Un hecho circunstancial, el fallecimiento en Madrid de la también hija
de Atienza, Ana Hernando, es más que probable que hiciese variar todos los
planes.
Doña Ana, cerera de la reina, nombró a don Baltasar de Elgueta
testamentario de sus bienes, así como encargado de gestionar la fortuna
familiar. Se encontraba viuda y con un hijo cuya salud, causada por problemas de
demencia, no auguraba nada bueno, como así, ya que falleció poco tiempo después
que la madre, quien encargó la construcción de un hospital en Atienza, de lo
que se ocuparía don Baltasar de Elgueta. El Hospital de Santa Ana, proyectado
en primer lugar con menores dimensiones pero que, conforme fue creciendo el
proyecto, con la intervención municipal, terminó siendo el edificio por todos
conocido a la entrada de la villa. La primera intención de doña Ana era la de
levantarlo dentro del recinto murado de la villa, en las cercanías del hoy conocido
como “Portillo de Palacio” o de las “Escuelas Viejas”.
Es el caso que proyectado el Hospital y diseñada la capilla, el Cristo
del Perdón, a pesar de no encajar por sus dimensiones en capilla tan
insignificante para la talla, fue destinado a presidir el pequeño retablo que
la presidiría.
De cómo llegó y cuándo fue colocado en su lugar es testimonio que el
tiempo ha borrado, a pesar de la ventura que hace escribir al párroco Julio de
la Llana en la primera mitad del siglo XX:
En un ladrillo de una de las salas aparece
grabada la fecha de 1751. ¿Fue cuando echaron aguas fuera? Al pie de la
escultura del Santo Cristo del Perdón, detrás del Sagrario, en caracteres rojos
sobre yeso blanco el 1753. ¿Se trata de la inauguración del altar?.
Documentalmente consta que el 1765 se habían invertido los fondos que ordenó la
fundadora, que bendijo la imagen el P. Maestro Fray Juan de Riga, que el 1763
se concluyó el edificio, que empezó a funcionar el 1766 y que el 26 de abril de
1777 se colocó la Capilla del Santísimo Sacramento por mano del obispo Sr. Cano
con la gran solemnidad que aquí era corriente y con la asistencia de todas las
cofradías y cruces parroquiales de la Villa.
Para entonces, para cuando fue concluido el edificio y bendecida la
imagen, su promotor, Baltasar de Elgueta había fallecido. Lo hizo en Madrid el
4 de abril de 1763 a los 73 años de edad, dejándonos sus secretos, y su obra.
Tampoco su mujer, doña María Teresa Coscojuda Cavaría, camarista de la
reina Isabel de Farnesio, dejó nada escrito en sus últimas voluntades en cuanto
a esta grandiosa obra.
EL
CRISTO DE NAVA DEL REY
El último ejemplar de esta serie de Cristos del Perdón, lo llevó el
artista a su pueblo natal, pero no se sabe si fue un encargo directo de la
comunidad de monjas capuchinas o intervino algún protector de las mismas. Lo
cierto es que el Cristo de Nava del Rey se hallaba en el estudio del escultor,
prácticamente concluido a finales de agosto de 1756.
UN
CUARTO CRISTO, EL DE PRIEGO
Todavía nos encontraremos un cuarto “Cristo del Perdón”, de talla
prácticamente idéntica a los tres anteriormente conocidos. Se trata del Santo
Cristo de la Caridad, ejecutado para el convento de San Miguel de las Victorias
de Priego (Cuenca), que salió de las manos del sobrino y discípulo de nuestro
escultor, José Salvador Carmona, tallado hacía 1770.