sábado, agosto 08, 2015

ATIENZA: EN TORNO AL SANTO CRISTO DEL PERDÓN



ATIENZA:
EN TORNO AL SANTO CRISTO DEL PERDÓN

Tomás Gismera Velasco

   Se trata, sin lugar a dudas, de una de las imágenes más admiradas de la iconografía religiosa con las que cuenta la villa de Atienza, por su factura y realismo. Hoy expuesta en el Museo de Arte Religioso de la Iglesia de la Santísima Trinidad. Su autor, Luis Salvador Carmona. De cómo llegó a la villa de Atienza y se gestó la obra, es de lo que trataremos en este apunte.

LUIS SALVADOR CARMONA, EL AUTOR
   Nació Luis Salvador Carmona en la localidad de Nava del Rey, provincia de Valladolid, el 15 de noviembre de 1708, hijo de Luis Salvador, natural de aquella localidad, y de Josefa Carmona, natural de Medina del Campo. Del matrimonio nacieron tres hijos más, Pedro, Andrés y Tomás.

 
  De clase humilde, la familia vivió del cultivo de algunas viñas y del trabajo del campo, siendo aceptado el que Luis Salvador, desde muy joven, sintió cierta inclinación hacía las manualidades artísticas, y cuenta su biografía que fue un canónigo quien se fijó en sus trabajos para, con el consentimiento paterno, enviarlo a Madrid, al estudio del escultor asturiano Juan Alonso Villabrile, en donde se formó entre 1723 y 1729.Estableciéndose posteriormente en Madrid tras una breve asociación con el escultor segoviano José Galván.

   Abrió su taller primeramente en la calle de Hortaleza para después trasladarse a la de Santa Isabel, concluyendo en la de los Fúcares, en lo que hoy es el Barrio de las Letras, entre la calle de Jesús de Medinaceli y la del Gobernador.

   Contrajo un primer matrimonio en 1731 en la parroquia de San Sebastián con la madrileña Custodia Fernández de Paredes, con la que llegó a tener cinco hijos de los que vivieron dos, Andrea y Bruno, enviudando en 1755 y contrayendo nuevo matrimonio en 1759 con  Antonia Ros Zúcaro, sevillana de nacimiento, quien falleció poco tiempo después, en 1761, al dar a luz.

   Falleció en Madrid el 3 de enero de 1767, siendo amortajado con el hábito de San Francisco y recibiendo sepultura en la iglesia en la que contrajo primeras nupcias, San Sebastián.

   En el inventario de bienes al contraer matrimonio con su segunda mujer, consta que tiene en su taller: Una efigie del Cristo del Perdón “puesto sobre el globo terrestre y la túnica caída en él, puesto de rodillas, de dos varas de alto, y su peana y contrapeana, que sirve de andas, concluido y sin pintar”. La obra está tasada en 3.600 reales. Todo indica que se trató del tercero de los Cristos del Perdón que ejecutó, el de Nava del Rey, ya que se fecha su carta de indulgencia en 1756, y para entonces ya estaba en Atienza el Cristo por todos conocido.


EL CRISTO DEL PERDÓN
   Si tomamos los datos del catálogo de la exposición que se llevó a cabo en Nava del Rey con las obras allí contenidas, y en cuanto aquel Cristo, prácticamente idéntico al nuestro, se dice:

   Representa una interpretación mística de Cristo, después de haber sufrido su propio martirio, intercediendo ante Dios por el mundo pecador como expresión de su Redención, según un escrito de la venerable Sor María Jesús de Agreda, aunque la iconografía de este asunto tiene su precedente más lejano en un grabado de Alberto Durero alusivo a Cristo Varón de Dolores.

   Su descripción es por todos conocida: Su figura expresa una oración implorante, con el torso inclinado hacía adelante, los brazos semi extendidos y separados del cuerpo mostrando al que le contemple las palmas de sus manos horadadas por las llagas. Cubierto tan solo por el paño de pureza. Jesús se arrodilla sobre el globo terráqueo con una genuflexión que le permite apoyar su pie derecho en el suelo mientras que tiene extendida en el aire la pierna izquierda. En la bola del mundo, parcialmente velada por la túnica, aparece pintada la escena del Paraíso Terrenal, en la que Eva ofrece a Adán el fruto del árbol prohibido, entre la representación del diluvio y la historia de Lot con sus hijas huyendo del castigo de Sodoma.

   Su cabeza enmarcada por una cabellera de mechones ondulados que se deslizan sobre las sienes, hombros y espalda, ofrece un expresivo rostro de cuidada barba, boca entreabierta y ojos de mirada suplicante. La corona de espinas ceñida a sus sienes aumenta el carácter piadoso de esta interpretación pasionaria.

   El cuerpo, anatómicamente correcto, traduce en todos sus detalles la belleza física del ser humano tocada de ese halo sobrenatural que infunde admiración y respeto en tanto que su semblante provoca compasión por su dulce y atribulada mirada. Subrayados los estigmas del martirio padecido por el Salvador mediante una magnífica policromía, su espalda describe con minuciosidad los terribles efectos de la flagelación mediante la piel levantada, las múltiples heridas y los reguerones de sangre coagulada.

LOS CRISTOS DE CARMONA
   En 1749 D. Juan Bartolomé, que junto con D. Gregorio González de Villarubia pertenecía al servicio de la reina viuda, Doña Isabel de Farnesio y del Infante D. Luis de Borbón le había encargado un Cristo del Perdón que llegó a la Granja de San Ildefonso el 28 de febrero de 1751, cuyo destino inicial se desconoce, pero que dos años más tarde se convirtió en el titular de la Hermandad de la Esclavitud del Cristo del Perdón de la que era hermano mayor y protector el citado Infante.

   En febrero de 1751 a punto de entregar esta obra, el escultor afirmaba “sin que sea pasión sino conocimiento, que le lleva muchas ventajas al que se venera en el convento del Rosario de esta Corte”, refiriéndose al que hizo en torno a 1648 el portugués Manuel Pereira, opinando que le ganaba en “espíritu compasivo, en carnes, en pañetes y en túnica”, y expresaba su no disimulado orgullo por haberlo conseguido “para la mayor honra y gloria de Dios”.

  Es lo cierto que desde hacía al menos cien años, imágenes semejantes, aunque sin tanta expresión y realismo habían sido talladas por escultores de la escuela vallisoletana como Bartolomé del Rincón o Francisco Díaz de Tudanca, llevando la misma denominación de “Cristo del Perdón”. Siendo estas algunas de las que se conservan de aquella época, al haber desaparecido la de Pereira en 1936/39. Siguiendo todas ellas la misa temática iconográfica, repetida en pintura y escultura entre los siglos XVII y XVIII.

   Cristo suele estar de rodillas con un paño de pureza blanco con franjas doradas. Mirando al cielo, implorando el perdón, con los brazos abiertos y extendidos. Espalda flagelada y ensangrentada, como consecuencia de la exaltación del dolor. Representando un pasaje que habría que colocar después de llegar al Calvario, justo antes de la crucifixión, viniendo a ser un momento análogo al de la Oración del Huerto

EL CRISTO DEL PERDÓN DE ATIENZA
   Nos dicen los biógrafos de Carmona:

   Se le brindó una segunda oportunidad para trabajar el mismo asunto cuando recibió el encargo de hacer otro ejemplar idéntico, en esta ocasión destinado al  Hospital de Santa Ana que se construía en Atienza bajo la atenta mirada de D. Baltasar de Elgueta, quien será, sin duda alguna, el responsable de encomendar al escultor su segundo Cristo del Perdón, tan magnífico como el anterior.

   Efectivamente así era. Desde años atrás, 1741, nuestro paisano don Baltasar de Elgueta, íntimamente ligado a Atienza, en cuya villa nació, en la hoy calle de Cervantes, casa en la que estuvieron los juzgados y audiencia de la villa, bautizado en la iglesia de la Santísima Trinidad el 9 de enero de 1689, ocupaba el cargo de Intendente General de Obras, actuando en la mayoría de los casos como intermediario entre el Rey y los arquitectos, o entre el ministro Carvajal y el personal empleado en dar realce a la obra.

   Fue don Baltasar de Elgueta el encargado de llamar a la Corte a pintores, escultores, u orfebres encargados de la decoración interior y exterior de palacio, enviando cartas a todas las provincias del reino a fin de que se presentasen a él, y a la Intendencia de Palacio, aquellos artistas que se sintiesen capacitados para pasar a la posteridad dejando su nombre en la entonces más grande de las obras proyectadas en Madrid.

   Entre las personas que respondieron a su llamada se encontró Luis Salvador Carmona, de quien ya se conocía la obra, y a quien le fueron encargadas algunas de las esculturas de los reyes destinadas a coronar la balaustrada cimera de palacio, conforme al programa de esculturas trazado por otro de los integrantes del diseño de la obra, el padre Martín Sarmiento (Pedro José García Balboa en lo civil). Salvador Carmona ya había trabajado, con anterioridad al encargo de las esculturas reales, en algunas otras obras menores.

 De su cincel salieron las esculturas de los reyes Ramiro I, Ordoño II, Doña Sancha, Fernando I y Felipe IV; en la actualidad en distintos lugares ya que ante el peligro que suponía situarlas en la cima de palacio se situaron en la plaza de Oriente, o plaza de Palacio, encontrándose en la actualidad en distintos lugares; Ramiro I, Ordoño II, Doña Sancha de León y Fernando I en la plaza; Felipe IV en el Museo del Ejército.

   Las constantes desavenencias que Salvador Carmona tuvo con el padre Sarmiento fueron frenadas en múltiples ocasiones por Baltasar Elgueta, tomando a Carmona bajo su protección, llevándolo junto a él a la fundación de Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, uniéndose finalmente ambos nombres en Atienza a través del Cristo Perdón.

   Es más que probable que el encargo de la talla del Cristo del Perdón encargada por Baltasar de Elgueta tuviese un primer destino conocido, la iglesia de San Juan, todavía no acabada de ornamentar por esa época, tratando de rivalizar con otras familias que en esta iglesia ornamentaban sus capillas, principalmente con los Madrigal y Paniagua que lo hacían con la de la entonces Virgen de la Soledad, que ya comenzaba a considerarse como Patrona de la Villa (actual Virgen de los Dolores), y fuese destinado a ornamentar la capilla de sus familiares, los Rodríguez de Tapia (desconocemos en la actualidad de cuál de ellas se trata), en cuya capilla, con lauda sepulcral, fue enterrado su padre, de igual nombre, el 24 de septiembre de 1697. Su madre, doña Josefa de Milla falleció repentinamente en La Olmeda de Jadraque, mientras visitaba a su tercer hijo, administrador entonces de aquellas salinas, siendo enterrada en el altar mayor de aquella iglesia.

   Era por otra parte don Baltasar un miembro relevante de la sociedad de Atienza, participando de la entonces floreciente Cofradía de Hidalgos del Señor Santiago, radicada entonces en San Juan, y en la que sirvió todos los cargos.

   Un hecho circunstancial, el fallecimiento en Madrid de la también hija de Atienza, Ana Hernando, es más que probable que hiciese variar todos los planes.

   Doña Ana, cerera de la reina, nombró a don Baltasar de Elgueta testamentario de sus bienes, así como encargado de gestionar la fortuna familiar. Se encontraba viuda y con un hijo cuya salud, causada por problemas de demencia, no auguraba nada bueno, como así, ya que falleció poco tiempo después que la madre, quien encargó la construcción de un hospital en Atienza, de lo que se ocuparía don Baltasar de Elgueta. El Hospital de Santa Ana, proyectado en primer lugar con menores dimensiones pero que, conforme fue creciendo el proyecto, con la intervención municipal, terminó siendo el edificio por todos conocido a la entrada de la villa. La primera intención de doña Ana era la de levantarlo dentro del recinto murado de la villa, en las cercanías del hoy conocido como “Portillo de Palacio” o de las “Escuelas Viejas”.

   Es el caso que proyectado el Hospital y diseñada la capilla, el Cristo del Perdón, a pesar de no encajar por sus dimensiones en capilla tan insignificante para la talla, fue destinado a presidir el pequeño retablo que la presidiría.

   De cómo llegó y cuándo fue colocado en su lugar es testimonio que el tiempo ha borrado, a pesar de la ventura que hace escribir al párroco Julio de la Llana en la primera mitad del siglo XX:

   En un ladrillo de una de las salas aparece grabada la fecha de 1751. ¿Fue cuando echaron aguas fuera? Al pie de la escultura del Santo Cristo del Perdón, detrás del Sagrario, en caracteres rojos sobre yeso blanco el 1753. ¿Se trata de la inauguración del altar?. Documentalmente consta que el 1765 se habían invertido los fondos que ordenó la fundadora, que bendijo la imagen el P. Maestro Fray Juan de Riga, que el 1763 se concluyó el edificio, que empezó a funcionar el 1766 y que el 26 de abril de 1777 se colocó la Capilla del Santísimo Sacramento por mano del obispo Sr. Cano con la gran solemnidad que aquí era corriente y con la asistencia de todas las cofradías y cruces parroquiales de la Villa.
  
   Para entonces, para cuando fue concluido el edificio y bendecida la imagen, su promotor, Baltasar de Elgueta había fallecido. Lo hizo en Madrid el 4 de abril de 1763 a los 73 años de edad, dejándonos sus secretos, y su obra.

   Tampoco su mujer, doña María Teresa Coscojuda Cavaría, camarista de la reina Isabel de Farnesio, dejó nada escrito en sus últimas voluntades en cuanto a esta grandiosa obra.


EL CRISTO DE NAVA DEL REY
   El último ejemplar de esta serie de Cristos del Perdón, lo llevó el artista a su pueblo natal, pero no se sabe si fue un encargo directo de la comunidad de monjas capuchinas o intervino algún protector de las mismas. Lo cierto es que el Cristo de Nava del Rey se hallaba en el estudio del escultor, prácticamente concluido a finales de agosto de 1756.

UN CUARTO CRISTO, EL DE PRIEGO
   Todavía nos encontraremos un cuarto “Cristo del Perdón”, de talla prácticamente idéntica a los tres anteriormente conocidos. Se trata del Santo Cristo de la Caridad, ejecutado para el convento de San Miguel de las Victorias de Priego (Cuenca), que salió de las manos del sobrino y discípulo de nuestro escultor, José Salvador Carmona, tallado hacía 1770.