sábado, julio 25, 2015

ATIENZA DE LOS MILAGROS. San Francisco de Borja y las levitaciones de Fray Julián



ATIENZA
DE LOS MILAGROS.
San Francisco de Borja y las levitaciones de Fray Julián

Tomás Gismera Velasco


   Atienza fue a lo largo de los siglos un lugar de referencia y casi hasta de peregrinación, por ser paso obligado de algunos caminos que unían las dos Castillas, Vieja y Nueva, a través del Camino de la Lana.

   Esta denominación, de la Lana, es tan solo una de las más de media docena que tuvo el que conduce, a través de Atienza, hasta Riaza, y que fue utilizado para abrir la carretera que hoy conocemos, abierta entre los años finales del siglo XIX y comienzos del XX.

   Por este camino vinieron y fueron los avances de los siglos XVII al XX, y vinieron también alguna que otra desventura, en forma de partidas carlistas o mesnadas guerreras.

   También vinieron, a predicar en la mayoría de los casos, aquellos personajes que destacaron en religiosidad e incluso santidad, desde que se tiene memoria del tiempo. Fueron muchos quienes se acercaron hasta Atienza desde el siglo XIII o XIV, unas veces para atraer la atención del pueblo en petición de limosnas, y otras para tratar de atraer a su causa a los menos dados a la creencia.

   Atienza, no lo olvidemos, fue un importante lugar en el que la religiosidad, con quince iglesias y dos conventos, estaba presente en la vida diaria.

   La fama de santidad de San Francisco de Borja, por otro lado, tampoco quedó ajena de la historia de Atienza, y para el santo, que recorrió la provincia de norte a sur, tampoco le podía pasar desapercibida la villa.




   El milagro de su paso nos lo contó para la historia de San Francisco, y de la propia Atienza, Alvaro Cienfuegos en 1754. No añadiré, ni restaré al relato original:

Pasaba Francisco de Borja por un pueblo del obispado de Sigüenza, donde hay aquel famoso santuario en una sierra alta entre Somolinos y la villa de Atienza, que se apellida el Rey de la Magestad y acredita su nombre repetidamente con los favores que derrama.

Hallábase en uno de aquellos dos pueblos una doncella que se vio tullida desde la cuna, o a pocos pasos de la vida, halló esta gran ocasión de llorarlos. Supo que había arribado a sus contornos el Grande Borja de cuya santidad decía tanto la fama que llegaban muchos clarines de bronce a cada pobre aldea.

Envió confiadamente a rogarle que quisiese venir a su casa ya que cruel la fortuna no había querido permitirla que pudiese buscar ella consuelo por si misma. Llegó el amoroso Borja, y entregando a la oración todo el alma, estuvo un rato en aquella postura estática en que el espíritu mudaba la pesadez del barro en pluma, girando como el viento a cualquier leve soplo. Sus ojos rebosaban diluvios de llanto que tenían su fuente en la llama del pecho, compitiendo estas vertientes de agua con las dos que nacen de aquella sierra a fomentar el ingenio de la pólvora, mientras en Borja la pólvora que en su pecho se encendía, fomentaba las corrientes al agua.

Puso luego la mano sobre aquella doliente cabeza y dijo el Evangelio, interrumpido a cada palabra de mucho llanto, caso verdaderamente portentoso. Aquella dichosa mujer antes de levantarse sintió que la salud se había hospedado ya en su seno.

Y con un grito el más sonoro dio cuenta de esta novedad al viento y a los que concurrieron con el Borja Divino, quedando de repente con tanta agilidad y proporción aquella criatura, que pudiera hollarse la gentileza con mucha bizarría, si no hubiese quedado impreso el carácter del desengaño en aquella alma que a vueltas de la salud estampó Borja. Cortando a la vanidad de un ala mientras daba a otra la vida.

Este milagro depuso un testigo de mucha honra que se halló presente a tan grande maravilla le refirió el padre Dionisio al padre Gaspar de Salazar, bien conocido del mundo, añadiendo que la memoria de este suceso era un voto pendiente de la admiración de cada individuo, formándose en aquel terreno a la imagen de Francisco otro grande santuario de cada entendimiento que le compitiese veneración al antiguo.


Las levitaciones del beatro fray Julián de San Agustín
    No menos famoso, por lo llamativo de su caso, fueron las llamadas “levitaciones de fray Julián de San Agustín”, igualmente tenido en la comarca de las Alcarrias guadalajareña y madrileña como santo.

   En el año 1550 nació al mundo fray Julián de San Agustín en la villa de Medinaceli, religioso franciscano en numerosos conventos de la orden, entre ellos el de Atienza, habiendo tomado el hábito en La Salceda, por lo que durante algún tiempo fue conocido como Fray Julián de la Salceda.

   Estuvo en San Diego de Alcalá y salió a predicar y en solicitud de limosnas por toda la margen del Tajo, hasta llegar a las cercanías de Toledo, siempre a pie.

   Curiosamente, los frailes franciscanos de nuestro convento atencino solían acudir a los pueblos vecinos en mulos o asnillos de su propiedad, como fray Julián de San Agustín, a predicar, dictar oficios y solicitar limosnas con las que mantener los conventos respectivos y colaborar al sostenimiento y alzamiento de otros.

   Pues bien, estando el venerable padre fray Julián en el campo de Atienza, orando en unos trigos, fue visto levantado en el aire y así lo atestiguaron los testigos a Pedro de la Cuesta, María de Marco y María García al tiempo que llegaron a la Cuesta Bermeja, vieron y admiraron junto unos barrancos, puesto de rodillas en oración al venerable padre fray Julián y tan elevado en el aire que la misma novedad los excitaba a poner toda su atención en tal maravilla.

   Su vida, relatada por Diego Alvarez, historiador de la orden franciscana, llenaría páginas y páginas en torno a sus levitaciones, éxtasis, curaciones, revelaciones… , que de todo hubo por tierras de Torrejón, de Algete, Alcalá, Camarma… poblaciones por las que es fama que cuando iba a predicar le acompañaban las aves y animales del campo con su presencia, los cuales, como el fuego, le obedecían.

   Murió, cargado de años y virtudes, el 8 de abril de 1606 en el convento de Alcalá de Henares, y es fama de que, apenas fallecido y enterrado, comenzaron sus milagros nuevamente.