UNA COSTUMBRE NAVIDEÑA:
LA FIESTA DE LA MACHORRA.
LA DE BUSTARES
Tomás
Gismera Velasco
A
los pies del Alto Rey, entre las serranías de Atienza y del Ocejón, en medio de
impenetrables bosques de roble, se alzan un buen número de pequeñas poblaciones,
tan apartadas de los caminos principales que a pesar de haber perdido por ello
el tren del futuro en las manos jóvenes de sus habitantes, han conservado un
urbanismo y unas costumbres dignas de figurar en nuestras memorias, como resto
muchas veces de nuestro rico acervo cultural, que ha dado a los pueblos de
Guadalajara una riqueza, a veces impensable, dentro del folclore nacional.
Una
de esas pequeñas poblaciones que al día de hoy ve mermar el número de sus
habitantes es Bustares, uno más de esos pueblos de la Sierra Negra, capaz por
sí solo de figurar en cualquiera de las rutas turísticas tan de moda hoy en
cualquier parte, y desde cuyas alturas se alcanza a ver una buena porción de
nuestra Guadalajara serrana, alcarreña y campiñera.
El
rico folclore de nuestras serranías, representado en muchas ocasiones por
nuestras ancestrales botargas y las representaciones carnavalescas de
vaquillas, diablos, zorramangos y mascaritas, no debe dejar en el olvido otras
muchas representaciones rituales que tuvieron hasta no hace demasiados años un
puesto de honor en la cultura primitiva de nuestros pueblos. Vaquillones,
zarrones y zorramangos recorrieron las calles de Atienza hasta comienzos del
siglo XX. Danzantes y rondas las de El Ordial, y botargas, máscaras y mascaritas
la casi totalidad de una serranía hoy poco menos que despoblada.
Atienza
de los Juglares
Pero
entre la amplia gama de costumbres tradicionales de estas poblaciones en los
días previos a la Navidad, tenían lugar en Bustares, a mitad de camino entre
las fiestas de mozos de carnaval, y ya desaparecida, una peculiar centrada en
“Los Mozos de la Machorra”, encargados de poner en estos días la nota colorista
a las festividades invernales.
El
desarrollo de la fiesta venía a ser, más o menos, así: Se reunían los mozos
quintos del pueblo en los días previos a la festividad de los difuntos,
nombrando entre ellos a un alcalde de los mozos, un regidor, un alguacil y un
ranchero, que integraban su propio ayuntamiento, acordándose al mismo tiempo la
compra de la cabra, la machorra, una o dos, dependiendo de los quintos de cada
año, que era adquirida por tradición ese
día de los difuntos, uniéndola a la cabrada del pueblo, al tiempo que se
la iba engordando con berzas, coles o cualquier otro producto que era robado
por los mozos en las casas del pueblo. Para mantener a la machorra y al mismo
tiempo reunirse ellos, alquilaban un local en el que el día de Nochebuena
revestían a la machorra con lazos, cintas y campanillas, corriéndola por el
lugar mientras los mozos hacían sus rondas de cantos navideños, acompañados con
los sonidos de las guitarras, el rabel, almirez, bandurria, botella y laúd.
Tras
esa ronda se mataba a la machorra, y esa noche, reunidos en el local, se comía
la asadura, reservándose la carne para el día siguiente. Tras la cena, todos
juntos y vestidos de pastores, con un caldero de migas, acudían a la Misa del
Gallo, ocupando el coro e interpretando los cantos tradicionales alusivos a la
noche, mientras daban cuenta del caldero de migas, que cogían con las manos.
Concluida
la misa daba comienzo a las puertas de la iglesia la ronda nocturna de los
mozos con el primero de los cantos:
A
las puertas de la iglesia, en nombre de Dios comienzo, a cantar el primer
verso, al glorioso San Lorenzo.
La
ronda continuaba con cantos alusivos por la casa del cura, del alcalde, y de
aquellas otras en las que había mozas casaderas.
El
día de la Pascua se comía la carne de la cabra, guisada por el ranchero, tras
el aviso a los mozos por parte del alguacil, y bajo las órdenes del alcalde,
encargándose el regidor de mantener el orden y cobrar las multas cuando no se
obedecían las normas de coger bola (trozo de carne), hablar o guardar silencio.
Posteriormente
se organizaba el baile con las chicas del pueblo, la rueda, bailes en tiempo de
jota y por parejas, que se iban intercambiando, encargándose el regidor de que
no se rompiese la rueda, dentro de la cual el alcalde de los mozos bailaba con
todas las chicas que previamente habían pagado la cantidad asignada para hacerlo,
concluyendo la jornada con nuevas rondas de calle en calle y puerta en puerta,
finalizando estas con un característico relincho de los mozos, y una común
despedida:
Se
me olvidaba advertirte lo caras que están las sogas, y en vez de darnos unos
realillos, nos dieras un saco gordas…
Costumbre semejante, en torno a la machorra
de la Navidad y su fiesta de mozos, con similares características, hubo por
otros puntos de la Serranía, entre ellos La Vereda de la Puebla, La Miñosa,
Semillas, Naharros de Atienza… Ancestrales costumbres que nos hablan del rito
del paso de la juventud a la mocedad, y de un oficio, el de pastor, tan
arraigado en las altas cumbres serranas.
De: Una costumbre Navideña: Los mozos de la
machorra de Bustares. Nueva Alcarria, 5 de enero de 2011. T. Gismera Velasco