SOBRE EL TRAJE POPULAR DE LA SERRANÍA
DE ATIENZA
Tomás
Gismera Velasco
Lo
que hoy llamamos traje regional, y que fue en su tiempo el traje o vestimenta
habitual de nuestros mayores, nunca dejará de atraernos, sea por su estilo,
colorido, llamativos ornamentos, o por ese sentido que tiene de festiva
etnografía.
De cómo era tenemos muchas versiones, ya que
desde los inicios del siglo XX, cuando las modas comenzaron a dar el vuelco que
ha llegado a nuestros días, de alguna forma uniformándonos en las ropas pret a
porter, o de hipermercado, cuando no de marcas elitistas, y alguno de nuestros
investigadores comenzó a tomar notas a fin de que, pasado el tiempo, se
mantuviese al menos la memoria de cómo vistieron, quizá, nuestros bisabuelos o
tatarabuelos.
Uno de los grandes investigadores en torno
al tema, Luis de Hoyos Sainz, nos dejó escrito a su debido tiempo en cuanto a
esta vestimenta, extendida a la provincia de Guadalajara:
Foco de dispersión al propio tiempo que
es centro de refugio y paso de los habitantes de los páramos circundantes y de
los altos valles que a Duero, Tajo y Ebro dan aguas, preséntanse en Soria
aislados elementos del traje aragonés, con la alpargata y la media azul, del
vestir castellano con la capa parda y los sombreros a medio armar y de los
elementos que por degradación o mezcla han de constituir la indumentaria
manchega que a la soriana se une por tierras de Atienza y los páramos
alcarreños.
Y cierto era, puesto que a Atienza, todavía
en los comienzos de la década de 1960 llegaban gentes vistiendo de manera
semejante, a pesar de esa modernidad que comenzaba a cambiarlo todo de forma
irreversible.
Las referencias más lejanas, en prensa y
libro, se nos ofrecen a través de alguna que otra crónica que llega de mediados
del siglo XIX. No se refieren de forma abierta al traje regional como hoy lo
llamamos, sino a la vestimenta habitual. Podemos encontrar dichas referencias
en alguno de los muchos edictos que se publican en los boletines oficiales,
dando cuenta de las señas de alguna persona buscada, añadiendo su forma de
vestir:
El Alcalde de Atienza me comunica: Sobre las
once y media de la noche, se escapó de la cárcel de este partido el preso de 26
años Nicolás Sanz Sanz, casado, natural de Cantalojas, delgado, vestido al
estilo serrano de los pinares: boina color café oscuro, calzado de alpargatas,
lleva pantalón azul remendado o calzón de paño pardo, una manta azul a cuadros,
bolsa de algodón y punto a cuadros blanco y azul y algo de ropa blanca…
Así iba vestido, en la década de 1880,
precisamente la anterior reunió en Madrid a una representación de todos los
trajes populares españoles, para desfilar ante la nueva reina de España, el día de su boda con el rey Alfonso XII, y
que fueron retratados por la cámara de J. Laurent.
Muchos años después, en 1924, cuando ya la
mayor parte de aquella vestimenta comenzaba a pertenecer a la memoria de los
mayores, se ideó la gran exposición nacional sobre el traje regional, que
originaría el artículo de Luis de Hoyos con cuya reseña abríamos este artículo.
La exposición se llevaría a cabo en 1925. Gran movimiento hubo entonces por desempolvar
viejas prendas:
El traje regional es una reminiscencia de
las razas que han dominado nuestras tierras (nos decían a través de la prensa).
Mientras que a través de la misma prensa
provincial, el entonces cronista provincial, Antonio Pareja Serrada, volvía a
recordarnos que:
En la Serranía de Atienza y Sigüenza es
donde se encuentra el traje regional más puro; es casi idéntico al usado en los
últimos años del reinado de los Austrias: calzón corto ajustado a la pierna,
cerrado en la rodilla con botones de pasta o de metal, o simplemente un cordón;
chaqueta de manga estrecha sin solapa, cuello recto sin vuelta, chaleco de
cierre cuadrado y dos filas de botones; polainas de paño, en unos pueblos
cerradas hasta la corva y en otros más corta y abiertas por el costado y zapato
de orejuelas en las grandes festividades; el cubrecabezas adecuado a este traje
es sombrero de paño de alas anchas con una orlita o pompón de seda en el ala de
la izquierda y otra en la copa del mismo.
Esta clase de vestido es usada aun a diario
(1925) en la serranía de Atienza a excepción del sombrero, que sustituyen por
la montera de pellejo.
En cuanto a la vestimenta femenina, nos
apunta:
Puede considerarse la amplia falda de bayeta
azul o negra, corta hasta la mitad de la tibia y adornada con una franja de
indiana o percal de vivos colores, muy plegada en la cintura, y amplia de vuelo
por abajo.
De esta prenda llevan dos o tres a veces de
diferente color de la de encima, pues el lujo consiste en el número que de
ellas llevan y en hacer resaltar por este medio la amplitud de la cadera.
Cubren el talle con un jubón de paño muy
ajustado con manga de farola cerrada en la muñeca por un puño de la misma tela
sujeto con dos botones. Sobre este jubón usan un pañuelo grande de algodón,
rameado de flores de colores chillones y cuyas puntas anudan a la cintura por
la parte de la espalda; otro pañuelo de la misma clase y gusto les sirve,
doblado en triángulo para cubrir la cabeza, anudándose las puntas bajo la barba
o recogidas sobre el occipital.
Usan medias elaboradas por ellas a punta de
aguja y de estambre generalmente negras, de la que hilan ellas mismas durante
el invierno; el calzado de calle y días de fiesta es zapato escarpín de piel de
cabra con orejuelas, si bien para el campo calzan alpargatas y en invierno
abarcas.
Su peinado es el moño trenzado con muchos
ramales, en forma que haga la pala lo más ancha posible, recogiéndose el pelo
de los costados en unos rodetes que cubren los parietales.
Como ropa interior usan camisa y enagua de
lienzo o estopa hilado por ellas mismas y producido en sus cañamares y para
sujetar el cuerpo, llevan corsés fabricados en casa; en la serranía sustituyen
las ballenas de esta prenda por mimbres y el muelle delantero con una ancha
pala de haya.
A todo lo anterior, nos añade Sinforiano
García Sanz en la década de 1940:
Las zonas pinariegas de Cantalojas y Galve
han contribuido a que el tipismo no haya desaparecido y sea el sector
provincial de más tradicionales costumbres…
El fondo de los colores del traje femenino
suele ser de los más variados colores. rojo, verde, granate, morado, amarillo,
etc., y siempre de tono vivísimo; el pañuelo de la cabeza es de seda y bello
colorido, el justillo o jubón muy ajustado, de tonos oscuros, el delantal
negro, la media blanca el zapato negro escotado. Como adorno los collares de
cuentas de cristal, porcelana o aljófar.
El traje de diario es menos vistoso pero no
pierde carácter, sobre la saya una amplia falda con rodapié interior de
unos veinte centímetros de ancho
de fuerte contraste en su colorido y gran belleza indumental, ya que en
tiempo frío al ser puesta esta falda sobre la cabeza y en forma de mantón
origina una silueta que nos hace recordar el traje del Alto Aragón.
El traje masculino sufre menos variación con
otras comarcas, el de campo compuesto de calzón de cuero y zamarra de pellejo,
castoras de áspera piel tosca y primitivamente curtidas. Unas fuertes medias de
lana hiladas por zagalas, fuertes peales y rudas abarcas, mantas oscuras para
abrigarse contra la nieve y los cierzos; a la cabeza, en verano, sombrero y en
invierno, la clásica montera de piel.
El traje de fiesta lo componen el calzón, la
zamarra, el chaleco cruzado, la media de lana blanca hilada en el país, la
alpargata abierta o la abarca menos tosca, camisa de lienzo blanco, pañuelo al
cuello de vistosos colores y en los días de solemnidad, la tradicional pañosa….
La gran mayoría de esta vestimenta la recogió
entre 1917 y 1920 la maestra María Butrón Moreno mientras
ejerció su profesión
en
Atienza
de los Juglares
Guadalajara,
dejando un completo estudio, no publicado, sobre el traje popular provincial
que ella conoció.
María Butrón no sólo describió estos trajes,
sino que reunió una serie de imágenes, la mayor parte cedidas por sus
titulares, que dejaron reflejo de unas costumbres ya desaparecidas, y que nos
sitúan entre 1870 y 1920.
No es mucho lo que conocemos de esta mujer,
fallecida en París el 17 de septiembre de 1975 a una edad muy avanzada. Es de
suponerse que nació en la provincia, puesto que en su esquela funeraria,
rechazando títulos y homenajes recibidos en otras provincias en las que ejerció
la docencia, señaló únicamente a Guadalajara, su primer destino como maestra
nacional en 1917, dejando como depositaria de su obra a Nieves de Hoyos.
Así vestían nuestros antepasados. Muy
distinto a como lo hacemos en la actualidad. Eran otros tiempos, y otro clima,
y otros oficios.