CIEN AÑOS,
SIN
ISABEL MUÑOZ CARAVACA
El
28 de marzo de 1915, tras toda una vida dedicada a la lucha obrera, a la del
reconocimiento de los derechos de la mujer; a la abolición de la pena de
muerte; al respeto a los animales; a la docencia, a los demás… fallecía, en el
silencio que acompañó sus últimos años, Isabel Muñoz Caravaca. La mujer, la
maestra, la publicista, la escritora. Quien, desde las páginas de los
semanarios provinciales, en unos años duros para toda mujer, se atrevió a
hurgar en la conciencia de los seres humanos.
Fue,
por espacio de más de diez años, hasta que forzada por los poderes políticos
municipales y eclesiásticos tuvo que abandonar, maestra de niñas en Atienza, y
en Atienza residió por espacio de cerca de 20 años, como una atencina más, a
pesar de las dificultades que conllevó su existencia, entre otras cosas por ser
mujer, y ser nacida fuera de la villa, y levantar la voz ante las injusticias.
Fue,
por encima de todo, y como la definió su biógrafo, Juan Pablo Calero Delso, una
mujer adelantada a su tiempo.
Un año antes de morir, y en previsión de
páginas que glosasen su obra, envió una carta al semanario en el que dejó lo
más granado de sus sentimientos, carta dirigida a su entonces director, Luis
Cordavias:
Amigo
Cordavias: Hágame el favor de decir al que ordena o redacta las noticias, que
tenga la bondad de no ocuparse de mí en ellas; no se a qué santo han puesto que
estoy mucho mejor de la enfermedad que padezco y que desean que me cure pronto,
con lo cual he recibido varios recados de lectores preguntándome qué me sucede,
que si he estado muy grave, etc.
Yo
estoy enferma. Padezco una lesión que no se cura y acabará conmigo; pero estos
días no he estado ni peor ni mejor que de costumbre, y tenga en cuenta que uno
de los lectores soy, que se cual va a ser el desenlace y que desearme una
completa y rápida curación, dicho con la mejor intención del mundo, es una
broma cruel.
Y
a propósito, voy a dirigir a Vd. un ruego que en cualquier ocasión sería
extemporáneo y después de lo dicho es oportuno: la semana que viene, o dentro
de quince días, o de un mes –no me atrevo a decir de dos-, abandonaré este
mundo.
Cuando
Vd. se enteré de que esto ha ocurrido, yo le ruego, y si es necesario se lo
exijo como precepto de última voluntad que no se me dedique en Flores y Abejas
ningún recuerdo, ni el más sencillo elogio fúnebre; den la noticia si quieren
darla en la sección correspondiente, sin comentarios:
Ayer
falleció Isabel Muñoz Caravaca… y nada más, y nada más. Le diré a Vd. por qué:
porque cuando yo leo lo que dicen los periódicos de un muerto, siempre saco de
ello motivo para reír.
Atienza
de los Juglares
Los
elogios fúnebres son ridículos y tengo el deber de velar porque no se me ponga
en ridículo, después de muerta.
Si
ve Vd. a mi hijo por ahí, no le diga que le he escrito en este sentido; esta es
una de las cartas que escribo a escondidas, porque no quiero cerca de mí caras
tristes y uno de mis mayores cuidados es tener engañado, en lo posible, a
Jorge, sobre la gravedad –inminente quizás-, de mi estado.
¿Con
que quedamos en esto?
Su
verdadera amiga, Isabel Muñoz Caravaca.
Guadalajara,
17 de febrero de 1914.