SINFO CUMPLE CIEN AÑOS
|
El 8 de junio de 1911, hace ahora cien años,
nacía, en Robledillo de Mohernando, Sinforiano García Sanz.
Nacía en una época en la que la provincia de
Guadalajara, y la Campiña a la que Robledillo pertenece, conservaba intacto
todo un acervo folclórico heredado a través de los siglos, y que formaba parte
de la identidad cultural de un gran número de poblaciones en las que
enmascarados y botargas, como personajes más identificativos, acudían a su
diaria representación anual en el momento en el que las nieves comenzaban a
teñir los picachos del Ocejón, continuando su escandaloso cencerreo más allá de
los primeros fríos invernales, cuando las cigüeñas comenzaban, por San Blas, a
ocupar sus viejos nidos en las centenarias torres de las iglesias de la zona.
Nunca fue hombre de letras universitarias,
que cuando hay amor a la tierra y deseos de engrandecerla parece que los libros
sobran, pues se escriben a diario con el empeño mismo de dejar para las
generaciones futuras la ciencia propia de lo sentido y lo vivido. Así se fue
Sinforiano haciendo mayor, a base de comprobar, viviendo la realidad, lo que
era el folclore provincial de las décadas de 1920 y 30. Cuando ya su ciencia se
encontraba en sazón y comenzó a elaborar sus propios trabajos e idear su forma
de vida, a través del libro, organizando y montando su propia librería, tras un
viaje a Barcelona al concluir la Guerra Civil, en la entreplanta de un caserón
madrileño de la calle de Fuencarral.
Dicen quienes mejor le conocieron, y lo
dicen con la certeza de quien no teme equivocarse, que Sinforiano García Sanz
fue el auténtico descubridor de las botargas alcarreñas, de esas que, al día de
hoy, se han convertido en signo de identidad festiva del invernal reposo de
Guadalajara. Y cierto ha de ser, puesto que en sus trabajos recopilatorios
sobre botargas y enmascarados figuran las que hoy son y las que fueron, en
número tan elevado que, tratando de llegar a él, no hay año que desde que
Sinforiano se marchó para siempre, no surja una nueva, como testimonio que lo
trata de recordar y hacer presente.
En sus trabajos, dedicados más a la
investigación que al adorno literario,
dejó reseña escrita en sus “Botargas y enmascarados alcarreños, (Notas
de etnología y folclore)”, que vio la luz en su primera parte en la Revista de
Dialectología y Tradiciones Populares, corriendo el año de 1953. Trabajo
completado en los Cuadernos de Etnología de Guadalajara, y su número 1,
publicado por la Diputación Provincial de Guadalajara y su Institución de
Cultura “Marqués de Santillana”, en 1987, cuando Sinforiano García Sanz se
había convertido, simplemente, en Sinfo.
Pero más allá de esos trabajos reseñados a
vuelapluma, Sinfo fue mucho más lejos en su labor autodidacta de recopilador de
la cultura tradicional de la provincia, añadiendo a su conocimiento una inmensa
biblioteca de temas provinciales a la que, como cuentas de un rosario, fue
incorporando viejos volúmenes desaparecidos en manos de anticuarios, que en su
día volaron en alas del destino, escapando de las bibliotecas de conventos o
monasterios, y quedaron registradas para el conocimiento general, junto a
libretos, estampas, o figuras de Belén, de las que también llegó a ser
coleccionista.
Pero a más de todo lo reseñado, Sinforiano
García, reconvertido en popular Sinfo para centenares de amigos y conocidos,
comenzó en la década de 1940 a ser uno más de aquellos soñadores que trataron
de dar a Guadalajara un realce necesario, aún a fuerza de estar fuera.
Sinfo, entre aquella “manada” de
intelectuales que comenzaron a lamerse las heridas del destierro provincial a
fuerza de laborar desde fuera por lo que dejaron atrás, comenzó a ser uno más
entre aquella pléyade de hombres y nombres hoy míticos en la cultura de la gran
Guadalajara: Francisco Layna Serrano, Tomás Camarillo Hierro, José Sanz y Díaz,
Claro Abánades, el doctor Castillo de Lucas, José María Alonso Gamo, José
Antonio Ochaíta…, y tantos más cuya relación haría interminable la lectura de
su nómina.
En aquella década de los años 40 en la que Guadalajara,
como la España entera, se sacudía el hambre a base de hueso sustanciero y guiso
de patatas sin sustancia, estos que en Madrid se sacudían la sed de soles de
mayos alcarreños forjaban su “Colmena” de hijos amantes y laboriosos de su
tierra, de la que Sinfo fue uno de sus primeros seguidores, uno de sus primeros
impulsores, y su primer Secretario General. Su vuelo, por las circunstancias de
los tiempos, fue breve, tan breve como el vuelo de la perdiz en los trigales de
la Campiña; pero a “La Colmena” seguirían otras iniciativas, tal vez con
mejores cimientos, en ocasiones surgidas al embrujo de los viejos cafés, entre
halos de humo negro y el penetrante tufo del humo de la pipa que se le pegó a
los labios y pasó a ser parte del Sinfo intelectual y erudito.
Tras “La Colmena” llegaría el sueño de La
Casa de Guadalajara en Madrid, que en la idea de Sinfo debía de ser otra
Colmena. También aquí fue Sinforiano García uno de sus primeros impulsores, y
defensores, tanto que se asignó, para no ser el primero, el cuarto puesto en el
orden jerárquico de la fundación, y su primer vicesecretario de la Junta
Constituyente, que le designó, con las puertas de la Casa abiertas,
Vicepresidente, cuando Guadalajara comenzaba a despertar a los años 60. Y a La
Casa de Guadalajara dedicó parte de su vida, entre secretarías,
vicesecretarías, vicepresidencias y, ya puestos, libros de biblioteca, pues
desde que la biblioteca se abrió, hasta que las piernas de Sinfo comenzaron a
subir con paso temblón los peldaños de la escalera, Sinforiano fue
Bibliotecario de la Casa de Guadalajara en Madrid.
Largos fueron los años, y largo el camino
recorrido. Recompensado con el tributo amistoso de quienes, en vida, le
admiraron y pusieron su nombre en una placa, en su Robledillo natal, cuando ya
el viejo seiscientos con el que se recorrió la Guadalajara entera comenzaba a
dar muestras de cansancio.
Aquello fue en el frío enero de 1993,
templado con un cencerrear de botargas y unos guisos de patatas. Dos años
después Sinfo, en ese caminar que nunca para, por más que trate de pararse el
tiempo, se fue a dormir, hasta la eternidad entera, al lugar del que salió, a
Robledillo de Mohernando.
Atrás dejó, para los amantes de la cultura
tradicional de una Guadalajara que se sacudió el polvo de los caminos y se
embruja al sonido, color y sentimiento mundano de botargas y enmascarados
alcarreños, un primaveral invierno que lo revive cada año. Por ciento y muchos
más.
TOMAS
GISMERA VELASCO