LA ANTIGUA COFRADÍA DE LA SANTA VERA
CRUZ DE NARRILLOS DEL ALAMO
(AVILA)
TOMÁS
GISMERA VELASCO.
Lignun Crucis/Sevilla
LA
COFRADIA DE LA SANTA VERA CRUZ DE NARRILLOS DEL ALAMO
(AVILA)
Son
los predicadores franciscanos del convento de Bonilla de la Sierra quienes
introducen en la comarca el culto a la Vera Cruz, fundando en la iglesia de
Narrillos, al mismo tiempo que lo hacen en la de Mercadillo, la cofradía de
dicho nombre, a la que según los tiempos se denomina “de la Vera Cruz”, de “la
Sangre de Cristo” o de “la Cruz de Nuestro Señor”. A pesar de referirse a la
misma.
No
nos han llegado completas sus constituciones primitivas, a pesar de conservarse
los datos suficientes como para hacernos una idea de lo que fue y significó
para un pueblo como Narrillos del Álamo. Ya que parte de aquellas se
trasladaron al libro de la fundación en 1624, siendo aprobadas por el entonces
obispo de Ávila don Francisco de Gamarra.
Los
datos ciertos con los que contamos remontan su origen a los primeros años del
siglo XVI, estando plenamente constituida en 1550, para dar culto al Señor y acompañar
los oficios de Semana Santa, principalmente Jueves, o Jueves de la Cena, y
Viernes Santo, días en los que los hombres del pueblo se entregaban al
acompañamiento religioso en la iglesia y fuera de ella.
Formado
su cabildo por doce hombres, presididos por un Alcalde o Hermano Mayor, a la
cofradía pertenecían la práctica totalidad de los varones del pueblo, algunas
mujeres e hijos varones, celebrando una asamblea anual en la que se renovaban
cargos, se rendían cuentas y se acordaban oficios de difuntos por los
fallecidos. Reunión anual celebrada coincidiendo con el día de la Santa Cruz de
Mayo, tras la que tenía lugar una colación general en la casa propia, levantada
en el siglo XVI en la entonces plazuela del Ejido, con donaciones hechas por
los propios cofrades, quienes a su vez mantenían en la iglesia la capilla del
Señor.
La
colación general, o fiesta de la Hermandad en el día de la Santa Cruz de Mayo,
tenía características de fiesta local, sacrificándose, para la comida de la
Hermandad, una vaca. Lo que nos da cuenta del alcance tanto de la fiesta, como
del número de sus componentes.
Se
trataba de una cofradía de disciplinantes, estando obligados todos los cofrades
a la asistencia a los oficios religiosos que tenían lugar la tarde noche de
Jueves Santo, donde los doce cofrades que en ese momento componían el cabildo o
junta directiva, ocupaban lugar privilegiado dentro de la iglesia, y en los que
se significaba el lavatorio de pies por el sacerdote o predicadores, llegados
para la ocasión.
Tras
aquello, se reunían en una vigilia general que duraba toda la noche, y en
donde, al tiempo que velaban el “monumento del Santísimo”, procedían a rezar
por el alma de todos aquellos cofrades que a lo largo del tiempo habían ido
encargando estos rezos, consistentes en padres nuestros y ave marías, al
momento de su fallecimiento. A cambio de los rezos habían entregado a la
cofradía algunos bienes que, puestos a censo, contribuían al pago de los
oficios, así como al del entierro de aquellos cofrades que no disponían de
caudal suficiente para dignificarlo. Todas aquellas mandas y rezos eran
anotados convenientemente en los libros de cuentas de la cofradía que,
periódicamente, eran inspeccionados por el Visitador Eclesiástico de la
Diócesis.
Eran
igualmente los cofrades los encargados de trasladar a la iglesia el cadáver de
los que a la cofradía pertenecieron, habiendo acompañado en vida al enfermo por
riguroso turno nombrado por el alcalde o prioste de la cofradía, de la misma
manera que habían participado del velatorio, en el que se comía y bebía a la
memoria del difunto, reuniéndose con el mismo fin tras el funeral.
La
noche del Viernes Santo celebraban una procesión de disciplina y penitencia
“hasta la cruz del camino”, tras la suya propia, en la que simbolizaban el
entierro del Señor.
Estaba
presidida, como anteriormente señalamos, por un alcalde o prioste, cuyo cargo
se renovaba anualmente; dos mayordomos, dos mullidores encargados de los avisos
y siete diputados, encargándose mayordomos y alcalde de que se cumpliesen sus
constituciones y ejerciendo a modo de administradores temporales de unos bienes
que, con el tiempo, llegaron a ser cuantiosos, principalmente en tierras de
labor y prados.
Todos
los miembros de la cofradía estaban obligados al cumplimiento Pascual, de lo
que había de dar razón el propio abad de la misma, simbolizado en el párroco de
la población, teniendo una confesión y comunión general oficiada habitualmente
por los predicadores franciscanos que dirigían, tanto la procesión de disciplina,
como sus rezos.
Son
decenas las donaciones que recibe, la inmensa mayoría a cambio de rezos la
noche de jueves Santo, en la iglesia parroquial: Vicente Hernández, en el mes
de noviembre de 1757, a cambio de que perpetuamente los Jueves Santo de cada
año les recen los hermanos de la cofradía un padre nuestro y un avemaría,
entrega una tierra en los Valles, de media fanega, y otra en los Redondos, que
hace una fanega de centeno.
Santos
Martín Prieto, en julio de 1768, una tierra en la Herrera, de dos fanegas de
trigo, a cambio de dos padres nuestros y dos avemarías la noche del Jueves
Santo.
Francisco
Martín, en febrero de 1627, ordena a la cofradía de la Cruz de este pueblo de
Narrillos y a la misma del de Mercadillo, todos sus bienes tierras, a cambio de
tres pater nosters y sus avemarías, todos los jueves santos.
Paula
García, en febrero de 1777, deja una tierra en los Valles, en lo angosto de la
Serradilla, que hace media fanega, con la carga de un paternóster y avemaría la
noche del Jueves Santo de cada año.
Roque
Díaz, en agosto de 1751, una tierra en la Fuente de la Herrera de una fanega de
trigo.
Así
hasta más de un centenar.
A
la cofradía podía pertenecer cualquier hombre del pueblo, mayor de edad, a
condición de cumplir las ordenanzas, ser avalado por dos cofrades antiguos y
comprometerse a cumplir todo lo ordenado en sus constituciones, además de
entregar una libra de cera y una cuartilla de trigo o su valor en dinero, de lo
que estaban exentos los sacerdotes, a cambio del rezo gratuito de un oficio de
difuntos.
EN
TORNO A LA VERA CRUZ
La
transcripción de su documento fundacional reviste un interesante carácter
etnográfico:
“En
el nombre de Dios todopoderoso y de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Spíritu Santo, tres personas distintas pero un solo Dios verdadero y a gloria y
honra de la Gloriosa Virgen María y a gloria y honra de todos los santos,
tenemos por bien que a mayor honra de Dios nuestro señor fundamos la presente
cofradía…”
La
relación de hermanos más antigua que se conserva es la correspondiente a 1646,
tomada el 15 de mayo, en su inmensa mayoría, hijos y familiares de los
fundadores.
El
objetivo principal de la cofradía, como ya señalamos, es el de rendir culto a
la Vera Cruz en la Semana Santa, tanto con rezos, procesiones, como disciplinas.
Constituciones cuentan con veinte “órdenes” o capítulos, en los que van
señalándose las obligaciones de los cofrades, tanto en el tiempo pascual, como
fuera de él. Hacen referencia los cuatro primeros a la clase de cofrades que la
constituyen, hermanos de cera y hermanos de disciplina; siendo los primeros,
durante los oficios y procesiones, portadores de “una candela encendida que
ilumine la procesión a gloria de nuestro señor”.
Todos
los hermanos mayores de veinte años y menores de cuarenta han de acudir, las
noches de Jueves y Viernes Santo, a la procesión, tras el pendón y la cruz
propias de la cofradía, “delante de los pasos”, con las caras cubiertas, y
cubiertos los cuerpos por hábito franciscano, a excepción de la espalda, que
debe de ir desnuda y que ha de recibir “la disciplina”, en modo de penitencia,
golpeándola con un látigo de cuero.
Ninguno
de los hermanos de disciplina, so pena de expulsión, puede faltar a la
procesión, y al castigo propio, salvo exención dada por el abad de la cofradía,
y previo pago de la correspondiente bula. Igualmente quedan exentos del castigo
corporal los enfermos. A cambio, unos y otros, han de cumplir otro ritual:
“Y
tenemos por bien que si por enfermedad o por obligación o por licencia, alguno
de los cofrades no viniere el día de jueves de la cena a hacer la disciplina,
que sean obligados a hacerla dentro de la iglesia de dicho lugar dando cinco
vueltas a la iglesia, saliendo desde la capilla del crucifijo otro dia
cualquiera haciéndolo saber al mayordomo y al cura y quien no lo
hiciere
pague de multa dos libras de cera”.
De
la categoría de los castigos que se infligían da cuenta el hecho de que, en las
cuentas de la cofradía, se anotan los gastos correspondientes al “cirujano” y a
las medicinas necesarias para restallar las heridas:
“Más
es data treinta maravedíes que tuvo de costa el lavatorio para los hermanos de
disciplina, inculsos todos los accesorios de cirujano e ingredientes de
botica”.
Por
supuesto que a la procesión y distintos actos, han de llegar los hermanos con
el correspondiente cumplimiento pascual:
“Y
tenemos por bien que por siempre jamás, a honra y gloria de Dios, en dicha
procesión se haga la dicha disciplina y más plegarias a mayor gloria de Dios, y
pedimos que todos los cofrades sean obligados de venir confesados para el dicho
día Jueves de la Cena en la dicha procesión, bajo la pena de una libra de cera
para la dicha cofradía y para hacerlo cierto vendrán con cédulas de sus
confesores, que mostrarán al fiel de fechos de la dicha cofradía”.
La
procesión de la disciplina irá siempre encabezada por los hermanos de mayor
edad, que impondrán el orden y silencio:
“Y
ordenamos que los que fuesen rigiendo en la procesión sean viejos y puesto que
no se dirá por palabra, señalen a aquellos que no cumplan los preceptos”.
Nada
se dice en cuanto a las imágenes que pudieran salir en dicha procesión, salvo
las referencias a su propia cruz y estandarte, no obstante, si nos atenemos a
lo que consta en los libros de cuentas, referente al paso que se hace a quienes
portan las imágenes, hemos de entender que esta iba acompañada por un Cristo
Yacente y una imagen de la Dolorosa o de la Soledad, cuyas imágenes consta que
se encontraban en la parroquia en su correspondiente altar llamado “del Cristo
y de Nuestra Señora de la Soledad”.
Dicha
procesión transcurría en total y absoluto silencio. Para ingresar en la
cofradía, a mayor gloria de Dios, y para los gastos de la misma, cada uno de
los hermanos ha de pagar seis maravedíes, más las multas que se les impongan
por falta de respeto, orden, o asistencia a alguna de las reuniones.
“Y
el que fuere rebelde pague doscientos maravedíes para cera y misas de la
hermandad y sea munido por los cuatro diputados”.
Heredándose,
so pena de agravio público, las deudas: “el hijo pague lo que el padre deba,
enfermos y viejos sus hijos en su lugar”.
Se
desprende de las sucesivas cuentas, actas y amonestaciones que, tras las
procesiones, rezos y disciplinas, los cofrades se reúnen en su casa propia “a
beber y platicar sin licencia, y en presencia del cura”.
Por
vez primera el obispo Francisco de Rojas y Borja, el 13 de abril de 1673,
llamará al orden a la cofradía, a través del licenciado Santos García de
Cimadevilla, Comisario del Santo oficio y Vicario perpetuo de la villa de
Madrigal:
“Por
cuanto su señoría ilustrísima ha tenido noticia de que en este lugar, el día de
jueves santo de cada un año hay un abuso e indecencia grande de que la Cruz y
algunas Insignias de la Parroquia y el cura y sacristán van a una casa particular
donde se juntan los hermanos de la disciplina y los llaman y acompañan a los
hermanos a tal casa, donde se hace la plática y juramentos, so pena de
excomunión mayor, sentenció que dicho cura no salga con la cruz ni traiga
insignia ni de lugar a ello sino que solo en la iglesia, después de juntos se
les haga la plática y desde allí comience la procesión prosiguiendo por los
pasos acostumbrados, y los unos y los otros lo cumplan so la dicha pena”.
Orden
que será nuevamente dictada en 1701 por el obispo Gregorio de Solórzano: “Otro
si manda su señoría ilustrísima que de aquí en adelante persona alguna sea
osada a sacar de la casa de la cruz trastos ni alajas que en ella halla propias
de su cofradía con título ni pretexto alguno so pena de excomunión mayor y bajo
de ella no se hagan en dicha casa bailes, juegos, comidas ni otras funciones
profanas ajenas a la veneración que se debe de tener y solo se tenga habío de
hacer en ella los ayuntamientos de justicia que parece tienen”.
La
cofradía, que mantendrá sus funciones hasta la mitad del siglo XIX, unida ya a
la del Santísimo, perdidos sus bienes, estaba obligada a correr con los gastos
de entierro de los hermanos difuntos, celebrando con toda solemnidad la
festividad de la Santa Cruz de Mayo, donde los hermanos tenían una cena de
hermandad en la que como ya dijimos, se sacrificaba, para consumirla entre
todos, una vaca.