SE REGALA UN ÁBSIDE,
EL DE SAN FRANCISCO DE ATIENZA
Tomás
Gismera Velasco
Estamos
dispuestos a regalar el ábside de San Francisco al primero que llegue dispuesto
a restaurarlo, habilitarlo y por supuesto sin que saque de Atienza una sola
piedra. Nos conformamos con que lo restaure… (Agustín González) La restauración del ábside del desaparecido
convento de San Francisco de la Inmaculada Concepción de Atienza casi se ha
convertido en una nueva, y última al menos por ahora, cruzada del párroco de
Atienza, Agustín González Martínez. No vamos a negar que otras muchas personas,
asociaciones e instituciones han llevado a cabo llamamientos de atención en
torno al estado de uno de los monumentos más significativos no sólo de Atienza,
Guadalajara o Castilla, también de España, ya que se trata, si no nos
equivocamos, del único resto de ábside gótico inglés o gótico normando que
existen en territorio nacional, sin hasta ahora haber logrado para su
restauración más que promesas y una cantidad de dinero que no alcanza siquiera
para instalar un andamio. La situación de crisis que afecta al panorama
económico y la multitud de edificios históricos diseminados por el territorio
nacional incide además en que la restauración institucional de este emblemático
conjunto sea cada vez más difícil.
En las Navidades del año 2012 el propio Don
Agustín González sorprendía a muchos atencinos, y no atencinos, al comunicar
que la sociedad propietaria de los terrenos en los que se levantó el convento y
se levanta el ábside, tras la edificación de un conjunto de viviendas, y sin
haber logrado la restauración del último resto conventual, había cedido, o
regalado, al Ayuntamiento de Atienza, que lo habría aceptado, el ábside
conventual.
Se trata, como ya indicábamos, de un
conjunto único. No podemos cifrar la fecha de su construcción, salvo que se
llevó a cabo en el siglo XV bajo las órdenes de la reina de Castilla y Señora
de Atienza, Catalina de Lancaster, casada con Enrique III de Castilla.
Probablemente la reina trató de que el convento se convirtiese en una obra
acorde a su propio poderío, y el de Atienza. A pesar de que aquellas obras
iniciadas por la reina, y como en anteriores ocasiones hemos reseñado, no se
llevaron a cabo, salvo las del ábside.
Obras que continuarían años después los
descendientes de Gonzalo Bravo de Lagunas y de su yerno, Diego López de
Medrano, Señor de San Gregorio, principalmente la viuda de este, Magdalena
Bravo de Lagunas y su hija, Catalina de Medrano. Desconocemos a cuánto
alcanzaron aquellas nuevas obras, no obstante si conocemos que desde los años
finales del siglo XV el convento se convirtió en panteón familiar de los Bravo
de Lagunas, de los Medrano y del segundo hijo del marqués de Denia. Y que de la
relación de epitafios y enterramientos que recogió Salazar y Castro, constaban
al menos siete enterramientos monumentales de la familia, con sus bultos
funerarios. Desaparecidos tal vez a lo largo del siglo XIX. Enterramientos,
capillas y conformación del convento que conocemos a la perfección como era a
lo largo de los siglos posteriores a través de los largos pleitos que
sostuvieron los Bravo de Laguna en base a mantener sus derechos sobre las
capillas. Constaba el convento, al otro lado de la capilla, de la residencia de
los franciscanos. Igualmente reformada por los Bravo de Lagunas y con cierto
carácter de monumentalidad a juzgar por los restos.
Desaparecidos de Atienza los Bravo de
Lagunas continuó siendo objeto de la atención de nobles familias atencinas,
principalmente de la casa de los Manrique, y más concretamente Baltasar
Carrillo Lozano Manrique, quien inició su ascendente carrera social y política
siendo síndico del convento.
Cierto también que los desastres de la
Guerra de la Independencia condujeron al convento a un semiabandono. Cuando se
produjo el saqueo de Atienza, en el mes de enero de 1811 el convento contaba
con 6 religiosos y la protección de Baltasar Carrillo, y tras el incendio al
que los franceses lo sometieron cuatro de aquellos religiosos marcharon a
Romanillos, quedando los otros dos en Atienza; y en el mes de octubre de ese
año reanudaron la vida conventual e iniciaron la reconstrucción de lo dañado.
Del último libro de ingresos y cuentas del
convento podemos deducir que los daños no afectaron a la totalidad del
conjunto. Sin embargo los frailes gastaron mucho del dinero que recaudaban en
reacondicionarlo nuevamente, contando con una primera ayuda del Ayuntamiento de
Atienza de 500 reales; cantidades superiores aportaría Baltasar Carrillo. Lo
que nos lleva a pensar que cuando recibieron la orden de abandonarlo en 1835 el
convento no estaba tan en ruinas como podríamos imaginar.
La ruina fue posterior a la salida de los
franciscanos, ya que su abandono y no adquisición en la distintas subastas que
se llevaron a cabo hizo que vecinos y municipio de Atienza fuesen utilizando
parte de la piedra. Del mismo modo que lo hizo el obispado de Sigüenza, quien
terminó llevándose la teja y parte de la techumbre, lo que definitivamente lo
condenó a la ruina en el último tercio del siglo XIX.
Las primeras fotos que conocemos del
convento y del ábside, correspondientes a los años finales del siglo XIX nos lo
muestran en ruina total. Tan sólo aparece el ábside y parte de los muros, y no
debemos llamarnos a engaño, en esas imágenes el ábside ya ha desaparecido. Lo
que hoy conocemos se debe a la reconstrucción llevada a cabo a partir de los
inicios del siglo XX por la Sociedad Eléctrica Santa Teresa, a fin de
utilizarlo como almacén y posteriormente como fábrica de harinas, manteniendo
eso sí, la estructura, y lo que es más importante, su techumbre.
En cualquier caso, y no dudamos que con la
mejor voluntad, y a juzgar por las informaciones facilitadas por el propio Don
Agustín González, el Ayuntamiento de
Atienza aceptó la donación del ábside, si bien y según se nos informa, sin
posibilidades económicas en cuanto a su posible restauración por lo que el
párroco de Atienza ha optado por lanzar la propuesta, loable y entendible, de
regalar este trozo de la historia de Atienza a aquel, persona o entidad, que se
comprometa a restaurarlo y rehabilitarlo.
Sea pues bienvenida la oferta, en la
esperanza de que esa rehabilitación, si se produce, sea respetuosa, lo que no
dudamos. Puesto que ya tenemos en Atienza dignos ejemplos de ese respeto, como
queda probado en la que fuese iglesia parroquial de San Salvador, cuya venta a
particulares incluyó una importante cláusula, la del respeto total al edificio
manteniendo en todo su aspecto exterior tal y como se encontraba en el momento
de la adquisición, lo cual se cumplió y se continua respetando, para el bien
arquitectónico e histórico de Atienza.
Probablemente si esa importante cláusula se
hubiese incluido en otras desgraciadas transacciones, Atienza no hubiese
perdido una parte de su riqueza arquitectónica e histórica, y no nos referimos
únicamente a la intervención llevada a cabo en el Hospital de Santa Ana o la
Escuela de Niñas. Los rastros de lo que pudiéramos definir familiarmente como
“descortesía arquitectónica”, han poblado la villa en las dos últimas décadas y
se pueden descubrir por toda Atienza. La piedra, aunque se piense lo contrario,
no siempre es bella.