EL CORAJE DE UNA MAESTRA, LA DE
CASILLAS DE ATIENZA EN 1908
Cuando doña Guadalupe López llegó a Casillas
de Atienza en el mes de septiembre de 1907, seguramente que no esperaba
encontrarse con la oposición municipal y más tarde vecinal a su labor y métodos
de enseñanza.
En aquellos tiempos la profesión de maestro
no estaba ni mucho menos tan valorada como lo estaría años después, a pesar de
que las maestras y maestros, sobre todo en esta parte de la provincia de
Guadalajara, con escasez de medios y la indiferencia municipal y provincial de
parte de la Diputación, llevaron a cabo una importante labor.
Llegó doña Guadalupe a Casillas y se armó el
gran lío. La escuela de niñas, de la que desconocemos el lugar en el que se
encontraba en aquella época había desaparecido en 1905 a causa de un incendio,
y el local habilitado no reunía las más mínimas condiciones de habitabilidad, y
a pesar de que a doña Guadalupe se la obligó por parte del señor Alcalde a dar
clase en el local asignado, cosa que doña Guadalupe hizo, con la llegada del
invierno y las primeras nieves se sintió incapaz de llevar a las chiquillas del
pueblo a un lugar en el que además de la amenaza del frío tenían sobre sus
cabezas la amenaza de la ruina del edificio.
No se la facilitó otro local, por no haberlo
en la localidad. Tampoco el Ayuntamiento cumplió con lo acordado en cuando al
pago de su salario y del alquiler de la casa habitación, teniendo que ser el
Alcalde de Casillas requerido por la Diputación y las fuerzas políticas del
partido para que cumpliese con sus obligaciones.
Pasó el curso de 1907, y comenzó el de 1908,
y para ese doña Guadalupe se negó en redondo a acudir al viejo local, por lo
que le facilitaron uno nuevo, así lo contaba a otra maestra amiga suya:
“Figúrate, una habitación que me facilitaron
en lugar de la escuela, donde nos teníamos que colocar 34 seres humanos en 15
metros cuadrados.
Los medios de enseñanza brillaban por su
ausencia; pues no contaba más que con una mesa carcomida, dos bancos que se
caían de viejos, un libro del Juanito que llevó un chico, y una plana de papel
del 6º y un palillero que llevó otro chico.
Yo, cumpliendo con la ley, me personé en el
pueblo el 1º de septiembre, ¿pero a qué?, a estarme mirando hasta el 7 de
octubre en que la bondad del Señor Cura me proporcionó otro local, pues el
primero al que llegué hubo que desalojarlo el 29 de junio. Y el local se
encuentra en peores condiciones que el primero.
Las condiciones higiénicas del local son
desastrosas, es una habitación junto a la iglesia que se ha destinado para
guardar el ataúd de los pobres que mueren en el lugar (recordemos que todavía
por esa época la gran mayoría de las personas que fallecían eran enterradas en
la tierra envueltas en simples sudarios, siendo trasladadas al cementerio en un
ataúd de propiedad municipal o de la iglesia, que cumplida su labor regresaba a
su lugar, a la espera del siguiente oficio), y para guardar los enseres que no
sirven en la iglesia. También creo que sirvió en tiempos para osario cuando
enterraban en las iglesias.
Lo más laudable es el aspecto que presenta
el local: las paredes ennegrecidas; las ventanas pequeñas y en un extremo del
local, de modo que la mayor parte de la escuela queda en tinieblas y siempre el
aire viciado, teniendo que pasar mucho frío y calor al mismo tiempo por no
poder cerrar la ventana aún cuando esté nevando, pues no podríamos respirar.
Cuando llueve, llueve tanto fuera como dentro del local.
Aún no he sufrido lo bastante, aún me queda
por sufrir más. Como creo haber indicado el edificio escuela está en
construcción, más bien en días de arruinarse sin estar terminado. Pues bien,
como el Sr. Presidente de la Junta Provincial conminó a las autoridades del
pueblo a mis instancias, a que aprovecharan las vacaciones para que lo pusieran
al corriente, esta es la fecha que estamos en las mismas, y la que paga las
consecuencias soy yo, como te contaré.
Al venir y encontrarme que no habían hecho
nada me negué a tener clase en el viejo local, y por ver si les movía la
conciencia a los padres se me ocurrió llevar a los niños dos tardes a paseo al
monte del pueblo que está cerca y es un sitio muy hermoso; pero aquí fue Troya.
El domingo pasado, después de salir de misa fui llamada por el Alcalde y todos
los vecinos al pórtico de la iglesia, y fue la llamada para llenarme de
insultos y de improperios por el delito de no querer meterme donde ellos
querían. Al fin lo han conseguido. El mismo día por la tarde vinieron el
Alcalde de Atienza y el diputado del distrito, y mediante sus ruegos
consiguieron que diera palabra de abrir la escuela hasta tanto se abriera la
otra, estando otra vez lo mismo que antes; pero dispuesta a todo si veo que no
dan principio enseguida.
Esta es mi situación, y sabe Dios cuándo
terminará, porque no sirve de nada recurrir a la Junta provincial. Ya estoy
harta de recurrir a ella y de gastarme en franqueo, a bien que el sueldo es
zaresco, para no conseguir nada”.
La amiga de doña Guadalupe remitió la carta
a la prensa madrileña, que la dio a conocer con el correspondiente llamamiento
al Sr. Ministro del ramo, quien como es lógico no respondió, pero si que obligó
al municipio de Casillas a concluir las obras de la escuela. La prensa de
Guadalajara, siempre servil al poder de turno, no se atrevió a recoger las
quejas de la maestra. Tan sólo la gaceta de información de los docentes dio
cuenta a leves rasgos de lo que estaba ocurriendo en Casillas. Ningún medio
contó, a pesar de todo, que a doña Guadalupe le hicieron la vida tan imposible
que unos meses antes de concluir su relación laboral con el municipio de
Casillas, en el mes de abril de 1910, tras una resistencia de casi tres años,
dejó el pueblo por un destino mejor, el de Castroserna de Abajo, en la
provincia de Segovia.