miércoles, marzo 25, 2015

SAN ANTON Y SAN ROQUE, EL COCHINO Y EL BOTO, EN EL FOLCLORE ATENCINO



SAN ANTON Y SAN ROQUE, EL COCHINO Y EL BOTO, EN EL FOLCLORE ATENCINO
Por Tomás Gismera Velasco

           Dos fiestas, agrícolas y ganaderas, enraizadas en Atienza, entre el folclore y la religiosidad, desaparecieron de la villa en los primeros años de la década de 1960, al hilo de la emigración que por aquellos años arrasó como un vendaval una buena parte de los pueblos de la provincia, las tradicionales bendiciones de animales y rifa del cochino por San Antón, (17 de enero), y la quema de botos y procesión de mozos por San Roque, (16 de agosto).

   A través de este trabajo se trata de llegar a una aproximación de cómo se celebraron, puesto que desaparecidas ambas del calendario festivo de la localidad y sin documentos que las reflejen, este trabajo se basa en testimonios recogidos entre el vecindario, así como recuerdos y propias vivencias.

San Antón.
   San Antón, o San Antonio Abad, tuvo en Atienza, desde épocas medievales, una arraigada tradición a través del convento allí existente, levantado en sus orígenes extramuros de la población, frente a la antigua puerta de la Villa, a juicio del historiador Layna Serrano fundado en el siglo XIII por San Juan de Mata.

   Cierto o no, el origen de su fundación, dicho convento convertido con el paso del tiempo en hospital, regido por los canónigos regulares de San Antonio Abad, los más popularmente conocidos como antoninos o antonianos, atendió históricamente a los enfermos de peste y enfermedades contagiosas, particularmente a quienes padecían el llamado “fuego de San Antón”, enfermedad de origen desconocido durante varios siglos, caracterizada por ulceraciones en la cara, y producida por el cornezuelo del centeno, cuya harina fue el principal elemento para la elaboración del pan hasta siglos recientes en época de carestía del trigo. Igualmente es probable que el nombre de la enfermedad se deba a la atención que a los enfermos prestaban los antonianos.

   La vida del santo titular, que ya fue contaba en el famoso libro de vidas de santos “La leyenda dorada”, escrito por Santiago de la Vorágine, se popularizó en España y principalmente Francia, a donde llegaron sus reliquias a lo largo del siglo XI. La leyenda de la milagrosa cura de ceguera a los cerdos, o jabalíes, según las traducciones, y la protección que a partir de dicho acto facilitó al santo una cerda, o jabalina, se hizo tan popular que, enraizada en la tradición, pasó a la historia como el santo patrón de dichos animales, extendiéndose después al conjunto del reino animal.

   Es tradición que los primeros conventos de la orden, como tantos otros, se levantaron en el Camino de Santiago, para curar y atender a los peregrinos afectados de peste que por allí pasaban, del mismo modo que es tradición que los canónigos de dichos conventos, en honor al santo y para atender a las necesidades hospitalarias de sus fundaciones, solían soltar por las calles de sus lugares a sus piaras de cerdos, para que se alimentasen libremente o en su caso fuesen alimentados por el vecindario. Su carne, una vez sacrificados, serviría para dar de comer a los hospitalizados, o para atender la caridad de quienes lo solicitasen, al tiempo que su grasa, bendecida por intercesión del santo, se emplearía para la curación o alivio del llamado “fuego de San Antón”.

   Nada de esto ha llegado hasta nosotros sobre el convento atencino. Si los avatares históricos por los que pasó, ya que fue derruido durante la invasión de las tropas navarras en la Guerra de los Infantes de Aragón, si bien fue reconstruido años después.

   Cuenta el mismo Layna Serrano[1] que con el tiempo la congregación se fue desvirtuando, hasta el punto de que dichos canónigos fueron expulsados de la villa, convento y hospital, para ser ocupado por el Concejo, hasta su total desaparición a causa del saqueo de las tropas francesas durante la Guerra de Independencia, en 1811.

   Fue Atienza por otra parte lugar representativo en la comarca para el comercio del cerdo.
   Hasta bien entrado el decenio de 1970 se mantuvo el mercado semanal de dichos animales, establecido tradicionalmente en la plaza de Mecenas que, por su dedicación, el vulgo pasó a denominar “plaza de los cochinos”. Del mismo modo que en siglos pasados la piara de cerdos de la villa debió de pastar libremente por sus dehesas, puesto que el municipio pagaba a un guarda para su custodia la nada despreciable cifra de mil reales anuales, en 1752.[2]

La tradición.
   Según cuenta Angel Lera de Isla[3], la fiesta del cochino en torno a San Antón no comenzó a popularizarse hasta el siglo XVII, siendo Madrid la ciudad en la que comenzarían dichas celebraciones.

   La realidad es que en Madrid se celebró desde dicho siglo la tradicional romería de San Antón, con su más o menos compleja representación del “rey de los berracos”, tan comentada y descrita desde el Siglo de Oro, llegando a ser prohibida por sus excesos y falta de religiosidad en muchos casos, en 1697 por vez primera, conforme a lo que recoge Pedro de Répide en sus “Costumbres y Devociones Madrileñas”[4]. Por su parte Emilio Jorrín[5] afirma que con motivo de dicha festividad se rifaba en la Puerta del Sol madrileña, un cochino.

La Cofradía de San Antón.
   Nada conocemos sobre los orígenes de esta fiesta en Atienza, conforme a lo anteriormente expuesto. No obstante si tenemos la certeza de que existió hasta finales de la década de 1960, una hermandad de San Antonio, dedicada a dar culto al santo en la iglesia de la Santísima Trinidad. Hermandad de la que participaban mayoritariamente los propietarios de ganado mular y vacuno, en su mayoría unidos a su vez desde 1929, en la llamada Comunidad de Propietarios del Toro Semental de la Villa.         

     Poco nos ha llegado de dicha “Hermandad de San Antonio”, puesto que tras su desaparición, sus libros de actas y cuentas, si es que existieron como así debió de ser, quedaron en manos particulares, desconociéndose en cuales, si bien andado el tiempo fueron entregadas a la iglesia las insignias, “varas” o tronos, correspondientes a los cargos de mayordomos y priostres, al día de hoy depositadas en el museo de arte religioso de San Gil, sección platería.   

   Si conocemos a través de uno de sus últimos priostres[6] que la hermandad estaba compuesta por un Priostre, tres vocales y un mayordomo, y que sus actividades, como en la inmensa mayoría de las cofradías no se reducían a la celebración de la festividad del patrón de los animales, a su vez patrono de los herreros.

   Todos los terceros domingos de mes, la Junta de la Hermandad tenía obligación de asistir a misa mayor en la parroquia titular, así como el resto de los hermanos, estos pudiendo ser disculpados por razones de edad o laborales, y como cofradía, asistirse mutuamente.

   Los cargos se renovaban anualmente, y en cada una de las juntas celebradas al cabo de la tarde, la directiva concluía la jornada con una cena en la casa del priostre, tradicionalmente judías coloradas, cordero estofado, naranjas, pan y vino[7].

   Del mismo modo, cada una de las veces que la junta de la hermandad salía o entraba de la casa del priostre para el tradicional “acompañamiento” o “despedida” de las insignias, tras alguna de las celebraciones, en la casa del priostre se servía a los hermanos de la junta vino, acompañado de los típicos bollos de chicharrones[8].

El cochino de San Antón.
   Como forma de ayudar a los gastos de la celebración del día, así como de los ocasionados a lo largo del año, la junta directiva entrante de la hermandad, tras el cambio de mandos en la tarde noche de la festividad del santo, solía comprar en el primer día de mercado siguiente a la celebración, una cría de cerdo, generalmente negro[9], que en los primeros días era mantenido por la directiva en la casa del priostre, sacándolo a las calles al cabo de la tarde, hasta que se habituaba a caminar solo por las calles del pueblo y regresar a la casa de cobijo.

   Costumbre esta llevada a cabo en otros numerosos pueblos de España.
   Particularmente en Pozoamargo (Cuenca), en celebración más o menos similar, el cerdo pequeño era adquirido antes de la subasta del grande, para que junto a él aprendiese a ir de un lado para el otro.

   Finalmente el cerdo, el cochino de San Antón, distinguido por una campanilla que a la vez que lo identificaba delataba su posición, vagaba libremente por las calles del pueblo.

   La memoria infantil lleva al autor a verlo corretear por las callejuelas de San Gil atencinas, deteniéndose ante las puertas de las casas que habitualmente le daban alimento, y regresando como si de un perrillo se tratase al oscurecer, al lugar en el que lo mantenía la hermandad.

   Dicha tradición o costumbre, soltar el cerdo por las calles y que fuese alimentado y engordado por el pueblo, por supuesto que no fue exclusivo de Atienza, ni siquiera de la provincia de Guadalajara.

   En un veloz repaso, tras pasar por Pozoamargo, podríamos detenernos en Trévago (Soria), donde era obligatorio dar de comer al animal en la casa ante la que se detenía, y darle cobijo nocturno en la que al cabo de la tarde entraba. En La Alberca (Salamanca), se seguían métodos similares al atencino, lo mismo que en Berrinches (Ciudad Real), y en San Román de Arnija (Valladolid), el cerdo quedaba en propiedad de quien le dio asilo la noche de San Antón. Así podríamos continuar por la práctica totalidad de la geografía nacional.

    El final del cochino de San Antón en cualquier caso, y teniendo en cuenta que la celebración coincide en el tiempo con la época de matanzas, era terminar convertido en alimento de aquellos que tuviesen la fortuna de ser agraciados con la papeleta ganadora del sorteo, puesto que en el caso de Atienza, y desde los días previos a la Navidad, la hermandad, acompañada del cochino, salía a vender por las casas las papeletas de la rifa, cuyo punto final, el sorteo o “remate”, tenía lugar en la tarde de San Antonio ante las puertas de la iglesia de la Santísima Trinidad.

La fiesta de San Antón.
   Los informantes no fueron capaces de situar, dado el paso del tiempo y la edad, al cochino de San Antón durante la celebración de los oficios del santo. Todos los consultados coincidieron a la hora de situarlo en el patio de la iglesia, engalanado con lazos de colores y su identificativa campanilla, aprovechando la hermandad la celebración para vender las últimas papeletas de la rifa en los oficios de la mañana, tras los cuales tenía lugar la tradicional bendición de los animales, mulas, asnos, vacas, caballos o bueyes, que generalmente engalanados para la ocasión hacían su entrada en el patio de la iglesia, dando la vuelta al edificio, sin que esto quiera decir que rodeaban el templo como en otros lugares es costumbre, sino que entraban en el patio desde la parte posterior de la iglesia, rodeándola, como es costumbre en otras cofradías, procesiones y celebraciones que tienen lugar en dicha iglesia.

   Del mismo modo que era costumbre el que a la misa del santo se llevase pan, agua o cebada para ser bendecidos y llevarlos a los animales que no acudieron a recibir la bendición[10].

   Siendo el día del patrón, en consideración al acto, festivo para los animales de labor; pues ese día mulas, vacas, bueyes, asnos o caballos no araban ni hacían oficios correspondientes a la época agrícola, por otro lado prácticamente nula.

La oración de San Antonio.
   Por supuesto que al término de la misa se cantaban los ya famosos “Milagros de San Antonio”, que en sus diferentes formas han llenado el cancionero tradicional:

Divino y glorioso Antonio,
Suplícale al Dios del cielo,
Que con su gracia divina,
Alumbre mi entendimiento,
Para que mi lengua cante,
Aquel milagro en tu huerto…

   Del mismo modo que, al paso de los animales se hacían las correspondientes y, en algunos casos, interesadas peticiones:

San Antonio bendito,
Guárdame el cabrito.

O bien:

Antonio bendito, por Dios te lo pido,
Guarda mis ganados con celo divino.

Y más particular todavía:

Oh glorioso San Antonio,
Lo que te vengo a pedir,
Solo tú lo puedes dar,
Y tu mano conseguir,
Que me guardes el borrico,
Y no lo dejes morir.

   Borrico que, por supuesto, podía ser suplido por mula, mulo, caballo, cerdo o cualquier otro animal necesitado de intercesión.

   Desconocemos si, en caso de necesidad, el santo acudió en su auxilio, el pastor Francisco Serrano[11] contaba que ante el ataque del zorro siempre relataba la oración de San Antonio, para que protegiese a las crías, “y algún cordero siempre degollaba la zorra”.

    El caso es que la anteriormente citada “Comunidad de Propietarios del Toro Semental de la Villa”, creó una especie de caja comunal para pagar de manera prorrateada entre todos los propietarios de ganado vacuno, cualquier res que, por enfermedad o accidente, tuviese que ser sacrificada, lo que prueba que, a pesar de la religiosidad y confianza tenida hacía el santo, siempre se dio margen al error.

   Del mismo modo que oraciones y súplicas al santo pasaron de boca en boca por tradición oral, la figura del santo y su cochino lo hicieron a los juegos y cantos infantiles, mayoritariamente femeninos en el salto de la comba:

San Antón tiene un cochino,
Al que da sopas con vino,
Y su padre le decía,
No emborraches al cochino
Pórtate bien Antoñito,
Y haz que gane el jueguecito…

O bien:

San Antón con su bastón,
A San Roque pegó un palo,
San Roque le achuchó al perro,
Y al cochino mordió el rabo.
San Antón con su bastón,
Se puso a guardar su huerto,
Y al perro de San Roque,
Tiraba las calabazas,
Que San Roque recogía,
Para llenarlas con agua…

E igualmente se cantaba:

San Sebastián fue francés,
Y San Roque peregrino,
Y lo que tiene a los pies,
San Antón, es un cochino.
San Roque tenía un perro,
Que le guardaba los pasos,
Y cuando venía el lobo,
El perro siempre ladraba.

Cantos que enlazan con las coplas de ronda serranas:

San Antón perdió el cochino,
San Roque la calabaza,
Y tú perderás el moño,
Serrana si no te casas.

Copla que nos enlaza directamente con San Roque:

Arrímate a mi viña,
Que soy San Roque,
Por si viene la peste,
Que no te toque.

San Roque.
   San Roque y una supuesta rivalidad con el santo patrón de los animales, en una nueva tradición perdida en Atienza, en la misma época que la anterior. Fiesta esta de la que participaban en práctica exclusividad los mozos de la población. 

    Desconocemos desde cuando Atienza se encomendó a San Roque, y qué grado de protección solicitó u obtuvo del santo. No obstante hay constancia de la existencia de la capilla de San Roque, situada en la calle de Cervantes, antigua Zapatería, al menos desde mediados del siglo XVIII, e igualmente desconocemos desde cuando en Atienza se celebró lo que podríamos denominar “procesión de los botos”, en cambio si hay constancia de la celebración de una fiesta dedicada a San Roque al menos desde la fecha anteriormente señalada, en la que el concejo destinaba una cantidad para los gastos de la novena, 227 reales; cantidad considerable, pues para la Virgen de los Dolores, que veinte años después sería patrona de la Villa, destinaba 123, lo que habla de la importancia de esta fiesta.

   Datos que se echan a faltar teniendo en cuenta que si bien Atienza tuvo merecida fama en su producción artesanal, la industria de la botería, partícipe indirecto del festejo, no fue tan destacada como en otras poblaciones de la provincia.

   Tornando a las respuestas generales del Catastro de Ensenada, encontramos que en Atienza, en 1752, había quince tenerías, y que entre veinte y treinta personas se dedicaban al curtido de pieles o fabricación de botas, botos, botillos, odres o cueros para el transporte del vino o del aceite, en una población que por aquella época debía de rondar las dos mil personas.

   Botos, botas, botillos, odres o cueros que en los días próximos a San Roque eran hábilmente buscados por la juventud, en época, la de la siega y trilla, en la que se empleaban en elevado número entre los agricultores.

   Todo nos lleva a pensar que dichos utensilios eran los que habitualmente desechaban los pellejeros o boteros, que con ocasión de la festividad quemaban públicamente, hasta convertirlo en tradición,  ya que en la noche del santo y a través de la calle Real, plazas Mayor y del Mercado y calle de Cervantes, hasta la capilla del santo, desde la Puerta de Antequera en la entrada de la villa, iluminaban la población a modo de estandartes de fuego, alimentados, cuando era necesario, en tres grandes hogueras situadas en la Puerta de Antequera, Plaza Mayor y Capilla de San Roque.

   En esa especie de desfile procesional, los mozos, llevando botas y botillos prendidos de largas pértigas, paseaban calle arriba y calle abajo, iluminando la noche, al tiempo que cantaban la famosa canción a San Roque:

Por decir viva San Roque,
Me llevaron prisionero,
Ahora que estoy en prisiones,
Vivan San Roque y su perro.

   La celebración concluía, una vez consumidos los pellejos por el fuego, con el salto de las hogueras y un baile popular ante la capilla del santo, pagado por los mozos.

   San Antón y San Roque, dos santos venidos a menos, con su cochino y sus botos, en el recuerdo del folclore atencino.

En: Cuadernos De Etnología y Folclore. Diputación Provincial de Guadalajara 2007.



[1] Historia de la Villa de Atienza, Madrid 1945, págs. 421 y siguientes.
[2] Según las respuestas del Catastro de Ensenada, Atienza 1752, Madrid 1990, pág. 89. 430 reales ganaban los guardas de monte y dehesa, 470 los de ganado vacuno y 3.300 el alcalde mayor.
[3] “Del folklore campesino; la fiesta de San Antón”, en Revista de Folklore, Valladolid 1982, núm. 13, págs. 20-22.
[4] Recogido a su vez por Reyes G. Valcárcel en “Fiestas tradicionales madrileñas”, Madrid 1997, págs. 13-16.
[5] “Rasgos de Campoó. La Matanza”. Torrelavega 1999, págs. 127-129.
[6] Tomás G. Galán, 82 años, priostre de la Cofradía en 1960.
[7] Información de Juliana V. Lázaro, 83 años.
[8] Parte de las grasas e intestinos del cerdo, fritas y resecadas.
[9] La figura del cerdo en el grupo escultórico atencino, es negro. El autor ha conocido cerdos negros, y blancos y negros, como “cochinos de San Antón”.
[10] En el relato de Pedro de Répide anteriormente mencionado se dice: “…bendícenos este pan –decía el grotesco rey. Y la mano sacerdotal hacía el signo de la cruz sobre el pan que el extraño monarca repartía entre los más cercanos a la hueste.
   -Bendícenos la cebada para las bestias –volvía a pedir luego.
   Y el fraile bendecía el grano de los campos que había de nutrir a los brutos, también criaturas de Dios”.
[11] Fallecido a los 88 años en 1997.