miércoles, marzo 25, 2015

GENTES DE FERIA, LOS MULETEROS.



GENTES DE FERIA, LOS MULETEROS.

Una visión de los muleteros de Maranchón, de 1870.

   Estamos en tiempos de fiebre para recoger todos los gritos de conquista que la ciencia lanza en nuestros días, para abarcar todas las ideas que el ingenio transforma en otras de arte.

   Dichosos de aquellos de nuestros lectores, que en el fondo de una aldea, o en el tranquilo albergue de una provincia pueden detenerse en el efecto de la civilización; nosotros, que necesitamos estar en todas partes, verlo todo, reproducirlo todo, les entregamos los efectos.

   Algo diremos aquí de los muleteros de Maranchón. Los dos tipos que ofrecemos a nuestros lectores, aunque desde el punto de vista de la locomoción representan el ayer, viven hoy, y uno de nuestros dibujantes los ha visto recientemente, en Getafe.

   Ocultos bajo los pliegues de esa brillante capa que se llama la civilización moderna, apenas aparecen en las grandes ciudades.

   Su vida tiene mucho que ver con la de los gitanos, y aunque los muleteros maranchoneros, son por lo general paisanos del inmortal don Quijote, hay motivos para presumir, dadas sus costumbres, que cuando menos son una rama desprendida del árbol de la gitanería.

   El muletero que está apoyado en la vara de acebuche junto a la antigua reja de la casa de un pueblo, es un criado. Cerca de él están las yeguas con el cencerro, cuyo sonido reúne en breve a las muletas esparcidas.

   Ese joven se ha criado en el campo, ha pasado todas las noches de su vida al raso, puede contar a los poetas que se levantan a las doce cómo sale la aurora, ni conoce el frío ni el calor, come siempre con buen apetito y es capaz de digerir piedras. Duerme sobre la tierra sin más almohada que su castoreño y nadie le gana a ocultar lacas entre los animales, escamotear lo que encuentra al paso, ponderar las cualidades de las muletas, apurar un jarro de vino y dar una puñalada al lucero del alba.

   No le habléis de política, de arte, de nervios; no os entenderá. Preguntarle por el pelo de las mulas, por los corvejones, por el diente, habladle de las ferias, de unas magras de jamón y de un cané, y le veréis animarse. Está en su salsa.

   El personaje que aparece montado en una mula hermosa es el amo. Ya le ven ustedes que gordo y que templado. Lo menos lleva en el cinto que rodea su abdomen un centenar de oncejas.

   En su casa guarda infinitas más en un arca de madera, o las tiene enterradas en su huerta, o en su misma casa ha fabricado un agujero para esconderlas.

   Es lo que se llama un hombre rico y el ancho gabán con que se preserva del frío es irrisorio. Pero con el calañés completa su pintoresca figura. Rara vez se ríe, y sus diez o doce criados le temen más que al coco los niños. El los trata de salvajes, de idiotas, pero les da el pan y esto basta para que le quieran y le teman.
   Comparte con sus criados las intemperies, con ellos recorre las ferias capitaneando seiscientas y mil mulas a veces, pasa la noche en su compañía, cerca de los pueblos, esperando a que amanezca para trasladarse al lugar de la feria, y sus órdenes son obedecidas ciegamente sin que a ninguno de sus criados se le ocurra apreciarlas.

   Cualquiera al verle diría que era incapaz de hacer un buen negocio; pero esta vez engañan las apariencias. Tiene mucha gramática parda y no hay orador más elocuente que él cuando se trata de vender una mula.

   Después de recorrer las ferias vuelve a su casa, llevando una saya a su mujer y pañuelos de yerbas a sus hijas, oculta las onzas y vuelta a la faena.

   Por regla general, el muletero propietario quiere que sus hijos sean abogados, y cuando esto sucede, las monedas atesoradas por papá se las llevan en Madrid capellanes, el tapete verde y los amigos íntimos.
   Estos tipos desaparecerán muy pronto por completo, porque las onzas se acabarán muy pronto y ellos no entienden de otra moneda.

En: La Ilustración Española y Americana.