NOTICIAS DE LOS ÚLTIMOS AÑOS
DEL SIGLO XVIII
DEL CONVENTO DE
SAN FRANCISCO,
EN ATIENZA Y SU ENTORNO
Tomás
Gismera Velasco
Al siglo XIII tenemos que remontarnos para
encontrar la fundación del Real Convento de Nuestro Padre San Francisco, y de
la Inmaculada Concepción, en la villa de Atienza, cuyas obras ya debían de
estar concluidas a finales de ese siglo, y que en los siguientes fue
notablemente mejorado, primero por la primera princesa de Asturias, Catalina de
Lancaster, Señora de Atienza; algo más adelante por la familia Bravo de Laguna,
después los marqueses de Velamazán, a quien siguieron los Beladíez y al término
de su historia por la familia Carrillo Lozano.
Densa debió de ser su existencia, ante todo
a partir del reinado de Catalina de Lancaster, alcanzando su máximo poder
durante el reinado de los Reyes Católicos al hacer al dar a los franciscanos
cierto poder en la villa, y donarles, entre otros muchos bienes las tierras del
desaparecido poblado de Vesperinas, que posteriormente vendieron al Concejo.
La invasión, saqueo e incendio parcial del
convento por parte de las tropas francesas en el mes de enero de 1811 nos ha
privado de conocer muchos de los aspectos históricos de uno de los más
significativos emblemas de Atienza, no obstante, la previsión de los frailes al
entrar las tropas invasoras de llevar con ellos los últimos libros de apuntes
nos han dejado para la posteridad algunas páginas que nos permiten reconstruir
algo de su vida en los últimos años, al menos desde mediados del siglo XVIII
hasta su desaparición, mostrándonos que no sólo en la villa de Atienza tenían
gran predicamento, sino que también recorrían, y eran requeridos y de alguna
manera socorridos, por los pueblos del entorno, a los que frecuentemente
acudían a oficiar funerales, decir misas, predicar en festividades señaladas o,
simplemente, a pedir limosna.
El apunte más antiguo que podemos encontrar
en estos libros, de alguna manera de ingresos y gastos, hace referencia a la
villa de Paredes de Sigüenza, de donde en el mes de diciembre de 1784
recibieron la nada despreciable cantidad, reunida por el conjunto de sus
vecinos, de quinientos seis reales para algunas de las obras que entonces se
estaban llevando a cabo.
La población de Cardeñosa fue una de las que
más asiduamente requería la presencia franciscana, a treinta reales ascendía la
cuenta por los sermones que fray Ventura Merino pronunció en su iglesia con
motivo de las fiestas de San Andrés, en el mes de enero de 1785.
Atienza
de los Juglares
Este mismo año, trasladados a la provincia
de Soria, a Alpanseque, llevaron a cabo las confesiones generales en el mes de
febrero, recibiendo por ello ocho reales en limosnas. En el de marzo, y desde
Rienda, les enviaron ciento ochenta reales legados por uno de los ricos
propietarios de aquella población, Gerónimo Ortega de Guevara. El 17 de marzo y
desde Prádena, les remitieron los legados de Fabián Cerrada, en forma de
veinticuatro reales, y de la memoria de Eugenio del Castillo, de Tordelrábano,
sesenta reales y veinticuatro maravedíes. Cuarenta de las dominicas de Miedes y
veintiocho fanegas de trigo del pueblo de Riofrío del Llano.
La Semana Santa de 1785 la pasaron nuestros
franciscanos en el pueblo de Imón, de donde obtuvieron cuatrocientos sesenta y
cuatro reales. Regresaron al convento por Paredes, cuyo vecindario añadió ciento
sesenta y cinco; ciento setenta Alcolea de las Peñas y tres fanegas de trigo,
“para las obras”, añadieron los vecinos de Bustares y Gascueña de Bornoba
cincuenta y ocho reales.
Tras pasar por Miedes, en el mes de abril,
donde reunieron “del platillo”, doscientos cuarenta reales, entraron en Hijes,
de donde salieron con setenta reales. Y también para las obras que se estaban
llevando a cabo, la población de Condemios les mandó veinte reales más.
En Bochones fundó doña María García una
memoria de misas, administrada en ese año de 1785 por don Pascual Bermejo, de
la que recibían los frailes sesenta y nueve reales y en Cincovillas, por decir
cinco misas recibieron treinta reales.
A Carrascosa acudieron en el mes de junio,
recibiendo sesenta y seis reales por dos misas cantadas con ocasión de las
fiestas de San Antonio. Treinta reales cobraron por el mismo sermón de San
Antonio en La Bodera, y ocho reales más les dieron por la rifa de dos pichones.
También dieron el sermón de San Antonio en Somolinos y Condemios, de donde
recibieron ciento veinte reales. También predicaron en Casillas y en Madrigal.
No sólo a decir misas, hacer confesiones o
predicar sermones se dedicaban los franciscanos, pues eran poseedores de unas
pocas fanegas de tierra que solían sembrar de trigo que convertido en harina
les servía para hacer su propio pan. Disponían igualmente de un nutrido
gallinero que les proporcionaba una media de cuatrocientos huevos a la semana
que vendían en la propia villa de Atienza, de igual manera que apacentaban un
pequeño rebaño de ovejas churras que les servía para tener leche y queso y
carne, al igual que lana, vendida en este año de 1785 al atencino Juan Medranda
por dos mis reales. Igualmente mantenían una pequeña cabaña de ganado de cerda,
y algunas vacas. Cerdos que empleaban en su propia alimentación, al tiempo que,
algún que otro mes, y para su alimento, mataban también alguna vaca vieja. El
sebo de los cerdos y los pellejos de las vacas
también los vendían.
Suponiendo un ingreso
extra la venta de hábitos
franciscanos que servían de mortaja
a los devotos del santo, ya en Atienza, ya en los pueblos del entorno.
Recibiendo además una compensación extra del Administrador de la “Real Casa
Hospital de San Antón”, a cuenta de la manutención de uno de sus hermanos, fray
Francisco Clemente.
En el mes de agosto predicaron las fiestas
de la Asunción en Tordelloso, Cañamares, Hijes, Pinilla de Jadraque, La Bodera
e Imón; las de la Virgen del Rosario y San Roque en Miedes.
Cobraban todavía la parte que les
correspondía de la memoria que fundase doña Magdalena Bravo de Laguna, entonces
administrada por don Juan de Brihuega, recibiendo por ella ciento setenta y
seis reales con veinticuatro maravedíes; recibiendo igualmente la parte que les
correspondía de la memoria de otro atencino, Manuel Madrigal, médico en Avila,
donde falleció, que ascendía a cuarenta y cuatro reales.
No conocemos qué tipo de obras se estaban
llevando a cabo en aquellos momentos en el convento, lo que si está claro es
que gastaron en madera una gran parte de lo recaudado, lo que podría llevarnos
a pensar que se trataba de arreglos de techumbre.
Las predicaciones de las fiestas de San
Diego, en El Atance, de San Andrés en Cardeñosa y Riofrío, y las rentillas de
Romanillos, redondearon los ingresos de ese año de 1785, que ascendieron a
80.802 reales con 2 maravedíes.
Seis eran entonces los frailes que habitaban
nuestro convento, el Guardián, fray Francisco Moyano; fray Francisco García,
fray Eugenio Pardo, fray Manuel Alvarez, fray Francisco Torija y fray Ventura
Merino, a juzgar por sus constantes viajes, un gran predicador, ejerciendo como
síndico del convento don Joaquín de Iturmendi.
Olvidadas las desavenencias que a lo largo
de los siglos mantuvieron con el poderoso Cabildo de Clérigos de la villa, los
franciscanos comenzaron a predicar con cierta regularidad en las iglesias de
Atienza. Siendo habituales en la práctica totalidad de cofradías, y sus
festividades más señaladas.
Del mismo modo que la aristocracia atencina
protegió el convento a través de numerosas dádivas y fundaciones de misas. Ya
hemos citado a algunos, quedan muchos más: María de Mingo, María Pacheco, Blas
Rufo, Francisco de Fuenmayor, Juan Antonio Lozano, Segundo Celerín, Juan
Manrique, Antonio de Blas, Antonio Vigil, etc.
Los sermones de las fiestas de la Asunción,
de los Dolores, de San José, San Roque y San Gil, se encargaban a nuestro ya
mencionado fray Ventura Merino, por estos años, y fray Francisco Torija solía
predicar para la cofradía de Ánimas del Salvador, y de la Cruz, de San Juan.
Todavía mantenía su capilla el viejo
convento de San Antón, que funcionaba como hospital, en ella decían misas
nuestros franciscanos con ocasión de la memoria que allá tenía fundada doña
Ramona Merino, pagadas por el Corregidor del Real lugar, Gabriel de Palafox.
En el año 1786 marchó de Atienza fray Manuel
Alvarez, ocupando su lugar fray Manuel Bodera, y al año siguiente fray
Francisco Moyano fue sustituido como Guardián por fray Francisco Aguado,
produciéndose una práctica renovación de los frailes, ya que marcharon con el
antiguo Guardián quienes hasta entonces estaban, pasando a constituir la
comunidad, junto a fray Francisco, fray Manuel Micover, fray Manuel Gallego
Yela, fray Santos Tejedor y fray José de Sosa.
Curiosas son las cuentas del mes de
noviembre de 1787, ya que nos informan de que uno de los retablos ha sido
renovado, no sabemos cual, sin embargo el viejo es vendido por 110 reales. Mes
en el que asisten al entierro de los curas de Imón y de Aragosa. Al tiempo que
un anónimo vecino de Retortillo ofreció 150 reales de limosna para las Santas
Espinas.
A fray Francisco Aguado lo sustituyó como
Guardián fray Joseph Cano, y a Joaquín de Iturmendi, como síndico, Manuel
Roldán. Y continuaban recibiendo todavía, en 1790, la parte que les
correspondía de aquellas fanegas de sal que les donaron los Reyes Católicos, y
que traducidas a moneda sumaban la cantidad de 294 reales.
Pinilla de Jadraque era entonces Pinilla de
las Monjas, y a esta localidad acudían igualmente con ocasión de los
aniversarios del fallecimiento de Quiteria Hernando, pues allá dejó una
cantidad para que los franciscanos fuesen a decirla misas, del mismo modo que
Bárbara Parra lo hizo en Gascueña o Joseph Clemente en Pálmaces y Angela Alonso
en Bustares, entre otros muchos.
A fray Joseph Cano lo sustituyó como
Guardián fray Manuel Hornillos y a este, fray Alonso Álvarez, que a su vez fue
el encargado de dirigir unas señaladas rogativas a las Santas Espinas,
encargadas con el Concejo con motivo de una pertinaz sequía que asoló la tierra
de Atienza en el mes de julio de 1795, rogativas por las que se pagaron 40
reales.
Los Medrano y los Bravo de Laguna habían
dejado ya la villa de Atienza, aunque algunos miembros de esta familia
conservaban la devoción hacía el convento, tal era el caso de fray Luis de
Medrano y Loaysa, quien al fallecer dejó una memoria de 400 reales en misa a
nuestros franciscanos; del mismo modo que otro atencino, José González de
Castejón, gentilhombre de cámara de su majestad, hacía otro tanto, al igual que
Domingo Carrillo, comendador de Burgos.
Los viajes a las poblaciones vecinas las
solían hacer en mula y en borrico. Tenían nuestros frailes en sus cuadras un
macho, una mula y un asnillo. La mula, por vieja, la cambiaron en 1797 por otro
macho. Se la vendieron a un muletero de Atienza por 324 reales que les dio a
modo de limosna. Año este en el que comenzaron a ejercer como síndicos del
convento los miembros de otra poderosa familia atencina, los Manrique Lozano,
en la persona de Juan Manuel Lozano. Al concluir el siglo XVIII el convento
contaba con los seis franciscanos con los que comenzamos la reseña: fray Isidro
de Villalón, que ejercía de Guardián, fray Manuel Gómez, fray Joaquín Calvo,
fray Manuel López, fray Joseph Cano y fray Matías Rodríguez.