AGUSTÍN GONZÁLEZ, EL CURA DE ATIENZA
Hace 16 años, ante la inauguración del museo
de Arte Religioso de San Gil, don Agustín hizo unas declaraciones al diario ABC
de Madrid diciendo que el resultado de esa obra era el de la unión, el milagro
del pueblo de Atienza. El milagro nos lo había hecho usted, don Agustín.
Recopilar veinticinco años en unos minutos
es una tarea difícil, porque en Atienza en estos veinticinco años hemos visto
muchos cambios que debemos agradecer a nuestro cura.
Llegó como tantos otros para cumplir la
labor pastoral de su sacerdocio, pero como hombre de ingenio e iniciativas no
se conformó con eso, Atienza tiene y tenía entonces mucho que ofrecer, pero
oculto a los ojos de todos. Imagino a don Agustín en aquellos primeros tiempos
de su llegada, mientras buscaba fósiles o níscalos, dándole vueltas a la cabeza
sobre cómo poner orden en un patrimonio cultural con amenaza de perderse. Lo
imagino paseando por nuestras iglesias mirando techos cargaditos de goteras, y
lo imagino hurgando en cuartos y sacristías en desuso, ante tallas, lienzos,
objetos de culto, mobiliario y retablos roídos por la carcoma, ideando la
manera de que todas esas cosas no se las comiese el tiempo.
Tiempo por cierto que nuestro cura tenía que
medir con precisión, pues no solamente era el cura de Atienza, sino que,
además, lo era de otras diez parroquias y se convirtió en el arcipreste de la
zona, y no solamente tenía que atender a la feligresía con, por desgracia para
estas tierras y en palabras suyas, mas funerales que bautizos. Había que llevar
los libros de esas diez parroquias, impartir catequesis, cumplir retiros
espirituales, reuniones de formación, dar clases de religión y atender la media
de dos o tres misas diarias, tres o cuatro los festivos, con dispensa especial.
Lo cómodo al llegar hubiese sido dedicarse a
sus misas, novenas y rosarios y dejar las cosas como estaban. En lugar de eso,
pateando pasillos y despachos, alargando los días y estirando las horas, nos
fue desempolvando santos, quitando goteras y dando cuerpo a un sueño, la
inauguración del primer museo. Todos quedamos admirados y había un comentario
general, "si esto es lo que queda, ¿qué no habrá desaparecido?
Por supuesto que, desgraciadamente, nos han
desaparecido muchas cosas, pero al menos ya teníamos algo que no se nos
perdería más. Y sigo imaginando a don Agustín, pensando lo que hacer con todo
lo que quedaba y de lo que los atencinos no teníamos ni idea.
Lo sigo imaginando, entre toreros, cuando la
Peña Taurina de Guadalajara le hizo entrega del Espontáneo de Plata, a la labor
social y cultural más destacada de la provincia del año 1990, y aprovechando
que en el acto se encontraban las autoridades provinciales, tratando de arrimar
el ascua a su sardina, buscando nuevos fondos para nuevas restauraciones,
porque la cosa no quedaba en desempolvar santos, también había que retejar
iglesias, cimentar torres y poner orden en unos archivos eclesiásticos que, no
por ocultos, son menos importantes, porque son nuestra historia.
Recuerdo la primera vez que acudí a ellos
buscando un dato. Don Agustín me abrió un armario y me dijo: "por ahí
tiene que estar". Encontrarlo era un trabajo ímprobo. La última vez que
visité esos archivos encontré lo buscado en un santiamén, porque don Agustín se
halló la maña para que, a través de la Universidad Complutense de Madrid,
quedase todo catalogado, ordenado y publicado para general conocimiento.
Porque también es importante poner orden en
los legajos y dar a conocer lo que tenemos a través de los libros.
Participación directa tuvo don Agustín en esa obra, como la tuvo en la no menos
interesante recopilación del libro "El Arte en Atienza", y la ha
tenido en la más reciente reedición de nuestra "Historia de la Villa de
Atienza". Un don Agustín que tiene mucho guardado y poco escrito, y eso
poco sobre una de sus aficiones de la que es doctor en la materia, la
arqueología o paleontología, sobre lo que publicó un pequeño estudio para
muchos desconocido, se titula "Paleontología de Guadalajara".
En tanto hacía estas cosas, nuestro
"padre Citroén", como lo denominaban en un reportaje periodístico,
continuaba su labor sacerdotal en esas diez parroquias, a punto de jubilarse y
jubilado ya, continuaba siendo el cura que más parroquias atiende en
Guadalajara visitándolas con su "Citroén móvil", como denominaban a
su vehículo, no a su primer coche, un 2 caballos, sino al último que, según se
afirmaba y comprobarse puede hacía y hace por estas serranías más kilómetros
que el "papa-móvil".
Por estas serranías y por las calles de
Guadalajara, porque continuando por esos despachos oficiales nos logró un nuevo
milagro, el museo de San Bartolomé.
No es de extrañar que se reconociese su
labor cultural a través de la prensa nombrándolo en Guadalajara,
"Personaje Popular".
Pudiera nuestro buen cura de pueblo haber
reducido con los años su actividad, porque con los años llegan también las
goteras de la salud. Pero no. Logró la restauración de Santa María del Val, y
ha logrado otra impensable, la de Santa María del Rey, y entre tanto, un tercer
museo, el de la Trinidad.
Reacio a los reconocimientos públicos dice
aceptarlos porque el señor obispo se lo pidió, ya que estamos en una época en
la que los curas no tienen muy buena prensa. Yo, como tantos más, creo que hay
curas malos y curas buenos, pero cuando generalizan siempre pongo la mano por
delante, "en ese saco no entra el cura de mi pueblo".
Por eso, por la mala prensa, aceptó don
Agustín el nombramiento de Hijo Adoptivo de Atienza. Decía entonces don Agustín
que los homenajes se le dan a los muertos y a él le quedaban muchas cosas por
hacer. También decía don Miguel de Unamuno que cuando a una persona le hacen
una mención por su labor es porque se la merece, y es más que seguro que con
esos ánimos mejor hará lo que le queda, que todavía es mucho.
Hace dos años, en Guadalajara, cuando
recibía un nuevo reconocimiento por parte del Club Siglo Futuro, me dieron
ganas de cantarle a don Agustín una vieja copla que por aquí se cantaba:
"Señor cura, baile usted, que Cristo se
lo perdona".
Ahora se lo puedo decir, porque de hecho y
derecho, ha querido incluso ser hermano de La Caballada.
Quedan muchas cosas, hablar de proyectos, de
prosperidad turística y cultural para Atienza, pero es obligado dar paso a
otras palabras, no sin antes dejar claro que el prestigio de Atienza, en cuanto
a restauraciones de iglesias, archivos, lienzos, retablos u objetos de culto,
ha traspasado fronteras de manos de don Agustín. El nombre de Atienza va ahora
unido a su arte, de lo que hemos de sentirnos orgullosos, y colaborar con él,
en la medida de nuestras posibilidades, para continuar su labor. Porque no todo
ha de quedar en lo bonito que ahora vemos el altar mayor de esta o de cualquier
otra iglesia, de las tallas, de nuestro Rosario de Faroles, de los inmensos
lienzos de Santa María del Rey, del órgano, de los suelos, de los bancos, de la
iluminación, de los tejados, de las puertas, del cementerio incluso, sin
nuestra colaboración no se podría mantener, ni continuar.
Vaya mi felicitación a quienes están detrás
de este merecido acto, surgido del pueblo, y al que el pueblo se ha unido, y a
usted, don Agustín, unas últimas palabras:
Como ya le dije en su momento, desconocía su
nacimiento casual fuera de la provincia, y aunque sus orígenes paternos se
encuentren en esa hermosa tierra molinesa de Prados Redondos, con la que compartimos
Santas Espinas, cuando a usted, parafraseando a Andrés Berlanga, le pregunten,
como suelen hacer por su tierra molinesa:
- ¿De dónde es el hombre?
Sin renunciar a su tierra nativa, meta una
mentirijilla, para nuestro propio orgullo, y responda:
- De Atienza.
Seguro que le dicen:
- ¡Menudas ferias las de Atienza!
Las ferias son pasado pero su obra presente,
y esa mentirijilla es seguro que Cristo se la perdona.
Gracias don Agustín, siga usted así,
capitaneándonos, veinticinco años más, o en su defecto, los que Dios quiera.
En los 25 años de Agustín González como párroco de Atienza
TOMAS
GISMERA VELASCO.