HISTORIAS DE ANDAR POR CASA, LA PLAZA
DE SAN JUAN
Por
Tomás Gismera Velasco
Se ha convertido, con el paso del tiempo, en
una de las plazas mayores más admiradas y fotografiadas de España, pero a lo
largo de su historia ha experimentado algunos cambios hasta tener la fisonomía
que hoy nos ofrece.
Pedro La Porte Fernández-Alfaro, quien la
estudió en profundidad a través del Archivo Municipal, nos ofreció en su
trabajo “La Plaza Mayor de Atienza en el siglo XVI”, publicado en el número 3
de Anales de Historia del Arte, de Editorial Complutense de Madrid, en 1992,
una visión de cómo alcanzó su actual imagen que, junto a su historia reciente,
os pasamos a contar de forma resumida.
Los orígenes.
A pesar de que el profesor La Porte no lo
confirma, y en el caso se remite a la opinión de Layna Serrano, no es difícil
imaginar que una buena parte de la actual estructura de la plaza de San Juan
surgió de aquella ocupación de Atienza por las tropas navarro-aragonesas, con
la devastadora conquista de la villa por las tropas castellanas a las órdenes
de Alvaro de Luna y en presencia del rey Juan II.
De lo que sucedió en aquellos días de 1446,
da cuenta la historia. De lo que vino después dan cuenta, igualmente, los
documentos. Atienza salió bastante mal parada de aquella afrenta, y quedaron en
ruina mucho edificios, ante todo en la parte alta, sobre todo en el segundo y
primer recinto amurallado; los más cercanos al castillo donde, como último
reducto, se refugiaron las tropas al mando del capitán Rodrigo de Rebolledo.
De aquella ruina que asoló la parte de
Atienza de la que hablamos, y que con el tiempo habría de convertirse en el
centro urbano, surgiría una parte de la estructura del callejero que hoy
conocemos, actual calle de Cervantes (antigua de la Zapatería), Layna Serrano,
Cellejón de las Plazuelas, calle de San Pedro y, por supuesto, plaza del Trigo
o del Mercado.
Fue a lo largo del reinado de los Reyes
Católicos cuando se inició la urbanización de lo que hoy conocemos como “plazas
mayores”, ya que de ellos parte la idea de que en pueblos, villas o ciudades se
habilite un lugar público donde se concentrase la vida de la población; lugar
en el que podría haber una iglesia y, por supuesto, se habilitasen espacios
para la administración civil, comercial, y en donde tuviesen lugar los eventos culturales o festivos de importancia.
Puede que no sea de esta manera la redacción de la real orden, pero si que es
su esencia. Como lo es que desde entonces las plazas mayores de las poblaciones
se convirtieron en lugares agradables, bien dotados de una mínima regularidad y
armonía estética que propició el encuentro, el intercambio y el descanso. Al
tiempo que sirvieron, y muchas de ellas lo continúan siendo, escenario para la
representación del poder y la administración de justicia, para las
manifestaciones de protesta y para las revueltas contra ese mismo poder y esa
misma administración de justicia que en ellas se ejercía.
En ellas se reunieron los concejos, se
hicieron los bailes, las fiestas, los toros, las celebraciones religiosas de
mayor importancia, y tantas cosas más.
Lo que hoy conocemos como Plaza del Trigo,
del Mercado, de San Juan, o como su placa indica, de don Bruno Pascual Ruilópez
surgió pues, como la plaza Mayor de Atienza a partir de mediados de la última
década del siglo XV, cuando es más que probable que surgiesen las edificaciones
más antiguas, sobre solares anteriormente devastados tras la entrada en la
población de las tropas castellanas, tras la aludida guerra de los Infantes de
Aragón.
Por supuesto, y como afirma el profesor La
Porta, con edificaciones en su mayoría modestas y, como afirma el historiador
Layna Serrano, puede que uno de los edificios más antiguos conservados de
aquella época, si bien con las consiguientes reformas con las que ha llegado
hasta nuestros días, sea la casa del balcón esquinado que cierra una parte de
la plaza entre las calles de Layna Serrano y Cervantes, o Zapatería. El resto
de edificios, en los tres ángulos de soportales, no serían en aquel entonces
sino modestas casas que se vieron con el paso de los años convertidas en lo que
hoy observamos.
La plaza, mucho más reducida de lo que hoy
se nos presenta, se complementaba con la iglesia de San Juan, de origen
románico, como es reconocido, abierta por cada uno de sus lados por la ya
citada calle de la Zapatería, la de Layna Serrano, entonces calle Mayor o Real,
la de San Pedro, que ascendía hacía dicho barrio e iglesia, el arco de San
Juan, que comunicaba con los extramuros de la villa, el callejón que asciende
hacía el castillo, entre lo que fuese casa del Concejo y la antigua confitería
y una calle, desconocida en la historia reciente que, paralela a la iglesia de
San Juan, y a través de los edificios que fueron cárcel del Concejo y después
central de teléfonos y oficina de
correos, comunicaba con una nueva plazuela, la del Mesón, que ocupaba parte de
los edificios traseros de la plaza de San Juan, y parte de lo que hoy conocemos
como La Mina.
Tras el edificio del balcón esquinado, el
siguiente edificio más antiguo de la plaza correspondería al que fue casa del
Concejo, frente a la iglesia. Allí, en la actual casa conocida como “de los
Iturmendi”, estuvo el Ayuntamiento de Atienza hasta mediados del siglo XIX,
cuando se construyó el actual edificio en la también actual Plaza Mayor,
entonces plazuela de la Reina, el resto de edificaciones, algunas de ellas
pertenecientes al Cabildo de Clérigos de Atienza y otras más a particulares, no
serían sino meros edificios de sencilla y pobre construcción. No obstante, el
edificio del Ayuntamiento comenzaría a tomar la forma con la que lo conocemos
en la actualidad a partir de 1591, año en el que se tomó el acuerdo, en obras
que, iniciadas en 1592 se prolongarían por espacio de tres años.
Aquellos edificios propiedad del Cabildo,
junto con los que posteriormente adquiriría, o recibiría, como recibió otros, a
través de donaciones, hacen suponer a través de los documentos existentes y
estudiados por La Porta que, salvo el del Concejo y lo que actualmente
conocemos como Casa del Cabildo, pertenecían precisamente al Cabildo
eclesiástico atencino, ya que era este quien se encargaba de su alquiler y
cobro de rentas.
La parte en la que se levantó el nuevo
edificio pertenecía, conforme a esos documentos estudiados, en su mayoría, a un
tal Juan Martínez Corto quien, efectivamente, legó o vendió sus casas al
Cabildo, sobre las que se levantaría su sede, probablemente a cambio de la
institución de una memoria perpetua, como solía ser habitual.
El edificio del Concejo se levantó siguiendo
la costumbre ya impuesta de dotarlo de amplios corredores en la primera planta,
desde la que los miembros del Concejo pudiesen seguir los eventos a
desarrollarse en la plaza y, por
supuesto, con materiales nada lujosos, es decir, poca piedra y mucha madera y
argamasa, como era habitual en las construcciones de la época, puesto que la
piedra, en contra de la moda actual de descarnar las fachadas para dejarla
vista, no era utilizada salvo en edificios representativos como iglesias o
aquellos otros que, debido a la fastuosidad de sus propietarios podían
permitirse el pago de uno de los materiales más caros en la construcción, como
era la piedra de cantería.
Tras este surgirían la parte de soportales
en las que se encuentra la casa rectoral de San Juan, la que ocupa el tramo que
va desde la calle de Layna Serrano hasta el lugar en el que se abría el
callejón que comunicaba con la plazuela del Mesón, indudablemente con menor
riqueza en su construcción y, tras estos, avanzado ya el siglo XVI, lo que
conocemos en la actualidad como Casa del Cabildo de Clérigos, junto a los
edificios sin soportal, a derecha e izquierda, y que, al parecer, igualmente
pertenecieron al Cabildo.
El edificio central se levantó de forma
semejante al ya edificado del Concejo, con corredores sobre la planta de calle
desde la que los capitulares podían seguir los festejos. Corredores que, al
igual que los pertenecientes al edificio del Concejo, se cerraron, tal vez para
ganar espacio interior, avanzado el siglo XIX.
La iglesia de San Juan, levantada con toda
la representatividad que se la trataba de dar en lugar tan céntrico de la
población, y cuyas obras se iniciaron en la misma época de la transformación de
la plaza, merece capítulo aparte, por lo extenso.
Las primeras noticias de la plaza, cuenta La
Porta, son de 1529, y “a partir de 1530 ya podemos establecer una ordenación
clara de los edificios que la componen, partiendo de noticias recogidas en diferentes documentos”. Y afirma: “el
nuevo palacio del Cabildo se levantó sin estrecheces económicas”.
La decoración de los aleros está inspirada
en motivos muy difundidos durante el Renacimiento.
En el edificio del Cabildo se emplea la
sillería. Las columnas de piedra en estilo dórico con los ornamentos heráldicos
de la institución que ha de ocuparlos, la madera y, por supuesto, la teja en la
cubierta. Las paredes, de las plantas superiores, como es lógico, madera y
argamasa.
La plaza, desde el siglo XVI a la actualidad.
De esa manera, ya prácticamente urbanizada y
con la estructura que conocemos, llegó hasta mediados del siglo XIX, cuando el
Ayuntamiento se traslada a la actual Plaza Mayor y, tras la desamortización de
Mendizábal, los edificios pertenecientes al Cabildo de Clérigos pasan a manos
particulares, pasando a ser la plaza, como ya lo era hasta entonces, además de
centro de las representaciones festivas, toros o bailes, centro igualmente del
comercio de la villa, ya que en aquellos edificios que anteriormente
perteneciesen al Cabildo, por uno y otro lado, se establecería una parte de lo
más representativo del comercio de Atienza, tiendas de tejidos, de
alimentación, etc.
La
plaza, por establecerse en ella el comercio de grano durante los días de
mercado, era ya conocida como “plaza del Trigo” y, andado el tiempo, pasaría a
llamarse de “Don Bruno Pascual Ruilópez”,en homenaje al político atencino que
tantas cosas intentó para su pueblo. El nombre se propuso por vez primera en
una cena que, en homenaje a don Bruno, tuvo lugar en el Casino de Atienza, el
12 de octubre de 1918, tras el paso por la villa de la comisión que trataba de
realizar el informe del llamado “ferrocarril internacional” que uniría Madrid
con París, con parada en Atienza y, como es sabido, nunca se llevó a realizar.
La placa con dicho nombre se pondría un año después, en 1919. Pudiera ser la
que, sobre la fachada del antiguo Ayuntamiento, se pudo observar hasta finales
de la década de 1950.
La calle de la Zapatería cambió aquél nombre
por el de Cervantes con motivo del Centenario del Quijote, en 1905; y la
antigua calle Mayor pasó a ser la del “portillo de la Virgen”, que unía la
plaza de San Juan con la plazuela de la Picona o de Mecenas.
En la plaza de San Juan (utilizaremos este
nombre por ser el más clásico), se celebraron las corridas de toros desde que
en ella se centró la vida de la población hasta los comienzos de la década de
1920, cuando en un desgraciado incidente, al hundirse parte del tablado,
encontró la muerte un chiquillo y varias personas más resultaron heridas.
En la plaza se dieron mítines y en ella se
ha centrado, y centra, lo principal de las fiestas del pueblo y, como decíamos,
en ella estuvo el comercio.
Puede que uno de los comercios más
significativos fuese “Casa Aparicio”, que desapareció en un voraz incendió en
la primera década del siglo XX, incendio que arrasó varios edificios
adyacentes. Sin olvidar la confitería La
Azucena, los almacenes Robisco, o la farmacia Gallego, que ocupó el edificio
del antiguo Ayuntamiento.
Por supuesto que la actual fisonomía nada
tiene que ver con aquella con la que iniciamos el relato, la del siglo XVI,
pues como bien puede comprobarse a través de las instantáneas fotográficas de
distintas épocas, sus edificios han sufrido considerables reformas y
remodelaciones, hasta la gran obra que a partir de 1963 le ha dado la actual
imagen.
Esto es parte de la historia de una de las
plazas más representativas de la Castilla que conocemos y, como decíamos al
comienzo, una de las más fotografiadas de España.
Para nosotros, al dejar este esbozo de
“historia de andar por casa”, es y seguirá siendo nuestra “plaza del Trigo”,
convertida en uno de los más hermosos paisajes de nuestra emblemática Atienza.