EN TORNO A LA NAVIDAD
Fue el Papa Julio quien
determinó en el 25 de diciembre la festividad del Nacimiento de Jesús quien,
según la tradición:
“Nació en Belén, ciudad populosa y rica,
fecunda de tierras. País abundante, situada a siete millas distante de
Jerusalén, en una colina no mui alta y edificada a modo de una corona. Sus
aires mui puros, sus aguas mui dulces y cristalinas, sus valles y collados mui
amenos y fecundos. Al presente está deplorable y desolada, que se ha reducido a
un pequeño lugar, habitado de unos pobres rústicos pastores que apenas llegan
al número de ciento entre moros y cristianos (1600)”.
Belén se interpreta como “Casa del Pan”.
Antiguamente se llamaba Efrata, distante de otro Belén que se encontraba en la
tribu de Zabulón.
Las doce Sibilas, según los escritores e
historiadores sagrados, habían vaticinado el nacimiento de Jesús.
José y María tenían su casa en Nazaret, y
habían marchado a Belén, según la Sagrada Escritura:
“Porque salió un edicto de César Augusto
para que se escribiera todo el orbe sujeto al Imperio Romano, para saber el
número de sus vivientes y diera cada uno censo al real erario, que estaba
exhausto de tanta guerra”.
El establo del nacimiento era como “una
cuevecita cortada dentro de una gran peña, fuera de la muralla, hacía la parte
del mediodía”, según San Justino y San Eusebio. “En este pequeñito agujero de
tierra nació el Criador de los Cielos. Aquí fue envuelto en pañales, aquí
obsequiado por los pastores, aquí adorado por los reyes. El Pesebre se venera
en Roma, en la Basílica de Santa María la Mayor, es de tabla, que estaba dentro
de la iglesiua, formado al modo de una arquita, cuya reliquia, con parte de la
faja del Niño Dios, se llevaron a Roma en el siglo VII (1700)”.
Por tradición se tiene, desde el siglo V,
que en el establo había una mula y un buey, como había profetizado Isaías,
aunque no consta en el Evangelio. Según las interpretaciones “en la mula y el
buei estaban figurados el pueblo judaico y el gentil, otros dicen que ambos
animales eran del patriarca San José”.
Según San Pablo escribiendo a los hebreos,
todos los ángeles del Cielo asistieron en el
nacimiento, y según los autores
sacros, que interpretan la historia
hasta el siglo XVIII, tres fueron los pastores que adoraron a Cristo en
el Portal, a los que se apareció el Angel del Señor, cuando apacentaban sus
ganados. Cornelio Alapide y un Cardenal de Toledo “suponen que fue el Arcángel
San Gabriel por haber sido el Nuncio de la Encarnación”, quien se apareció a
Zacarías y a aquellos pastores.
“En este sitio se fabricó una iglesia que
hoy se conserva, con el nombre de los Tres Santos Pastores”, está distante mil
pasos de Belén. El día que nació el Redentor de la Vida se vio el sol con un
cerco de oro, en medio del qual se registraba una hermosísima doncella con un
niño en los brazos. Lo mostró la Sibila Tibertina en el año 4000 (según la era
vulgar), y le dijo al César: aquél es mayor Rei que tú, adórale; dicen San
Antonio de Florencia y otros”.
Según algunos historiadores de la religión
“aquel día en España se vio una nube mui resplandeciente a manera y forma de
una columna”, y al día siguiente en España también, tres soles “y después se
juntaron en uno”.
En Roma, según los mismos desconocidos
autores “donde es ahora el Templo de Nuestra Señora Transibereim, salió una
fuente de aceite que manó todo aquél día”. De un placio principal “cayó una
estatua de oro y con ella un título que decía “no caerá sino quando una Virgen
pariere”.
Cuentan los autores de sucesivas historias
que “airado el rei Herodes por verse burlado de los Magos, llevado de su
sobervia, vanidad y cólera, quiso quitar del mundo al recién nacido Rei de
Judá. Mandó que en la Ciudad de Belén y todos sus contornos se diera muerte a
todos los que no pasasen de dos años; cuya crueldad fue ejecutada pos sus
mismos soldados, los que llenaron las calles y casas de cadáveres de niños sin
excepción de personas. De esta cruel carnicería de Inocentes Niños hace hoy
memoria nuestra Madre la Iglesia, dándoles el dulce título de Inocentes”.
Según los mismos autores los muertos fueron
“muchos” o “ciento cuarenta y cuatro mil”, aunque “el común sentir de los
Expositores Sagrados es no ser posible que en el breve tiempo de dos años
hubiera tantos niños en Belén, por ser una ciudad pequeña y sus contornos están
con unas poblaciones como son lugares, castillos y villas limitadas, distante
solamente dos leguas de Jerusalén”.
La iglesia
se valió de aquél
número porque el
ciento es el
número debido a las vírgenes y el 44 es el símbolo de los fieles de
Cristo. El mil el símbolo de la cumplida perfección, lo que todo unido se
expresó en el número ciento cuarenta y cuatro mil.
“El doctísimo Salmerón, Genebrardo en su
Gloria y Alonso de Flores, dicen que en la Liturgia de los griegos y etíopes se
halla registrado que los Niños Inocentes fueron 14 mil, y que no había más en
Belén y sus lugares”.
Sobre cual de los tres Herodes dio la orden,
se dice: “tres fueron los Herodes más famosos en la crueldad. El primero
Herodes Escalonita, en cuyo tiempo nació Cristo Nuestro Señor, y fue el que
mandó degollar a Cristo Señor Nuestro, matando a los Inocentes, discurriendo
sería uno de ellos su Majestad. El segundo fue Herodes Antipa, que degolló al
Bautista y a este Herodes Antipa envió Pilatos a Cristo Nuestro Señor el día de
si Pasión. El tercero, Herodes Agripa, que degolló a Santiago el Menor y
encarceló al Apósto San Pedro”.
La festividad de los Reyes se celebraba en
la iglesia oriental el mismo día de la Navidad, y no se ponen de acuerdo los
autores para datar la fecha de su origen en la occidental, resolviendo que la
tradición es “vetustísima”.
Tampoco hay noticia cierta de cuántos fueron
los magos, ni de sus nombres:
“… lo cierto es que muertos estos Santos
Reyes, se sepultaron en la ciudad de Sevé, donde permanecieron hasta que el
Emperador Constantino los trasladó a Constantinopla. De allí el César hizo
donación a Eustaquio, su primer Gobernador y Obispo de Milán, y entregándoles
esta iglesia a la de Colonia en tiempo de Eudardo Emperador, fue con estos
nombres: Melchor, Baltasar y Gaspar”.
Natal Alejandro dice que en hebrero se
llaman Apelio, Americo y Damasco. Que Melchor era joven, robusto, rubicundo, de
edad de 20 años; vestía una túnica azul, el sobre todo de color de miel, el
calzado azul, mezclado de blando, y el turbante de varios colores. Baltasar era
de edad de 40 años, cerrado de barba, el color pardo “de donde quedó el
pintarle etíope, siendo cierto que ninguno de ellos vino de Etiopía. Su
vestidura era roja, con alguna variación de blanco y su calzado amarillo.
Gaspar era un venerable anciano de sesenta años, su vestidura amarilla, el
sobretodo nacarado y su calzado de color violeta”.
Sobre su procedencia, algunos escritos
hablan de que eran persas, otros sitúan su procedencia “en los últimos confines
de la tierra”, y algunos más dicen que eran de la Magodia, parte de Arabia.
El número de tres, sin saber en realidad
cuántos fueron, fue símbolizado en “el Misterio de la Santísima Trinidad”, o
bien “en las tres partes del Mundo”, o eran tres “por los tres dones que
ofrecieron”.
Es parte de la historia de los orígenes de
la Navidad, orígenes que se pierden en el tiempo y en la interpretación de las
generaciones que han ido añadiendo titos, significados y costumbres, desde sus
orígenes hasta nuestros días, en cada uno de nuestros pueblos.
Parte de esa “historia que no cesa”, y que
es la historia de todos.
Tomás
Gismera Velasco