EL GOBIERNO AMERICANO DE LOS VIRREYES
MENDOZA
TOMÁS
GISMERA VELASCO
MONOGRAFIA
PUBLICADA EN TRES PARTES EN EL BOLETIN ARRIACA, DE LA CASA DE GUADALAJARA EN
MADRID. 2001
EL
GOBIERNO AMERICANO DE LOS VIRREYES ALCARREÑOS
España se fue a las Indias en palabras del
cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, "por la pobreza de los unos, la
codicia de los otros y la locura de los más". Otro de los cronistas de la
conquista, Bernal Díaz del Castillo, dejó escrito que los españoles fuimos a
America "por servir a Dios, a Su Majestad y dar luz a los que estaban en
tinieblas, y también para haber riquezas que todos los hombres comúnmente
buscamos".
Es lo cierto que para bien o para mal, los
españoles descubrieron, conquistaron y colonizaron una buena parte del
Continente Americano, y que aquellas nuevas tierras, tan lejanas de la corona
española, habían de ser gobernadas en nombre y por orden del rey de las
Españas, y éstos, los reyes españoles, echaron mano de los virreyes, para que,
según Felipe II, "provean todo aquello que Nos podríamos hacer".
Las funciones de los virreyes quedaron
escritas en Las Leyes de Indias, donde quedaba recogido cuanto hacía referencia
al cargo, desde el momento de su nombramiento hasta su cese, sus premios y sus
castigos, y aunque en cierto modo limitadas sus funciones, no podían entrar
bajo palio en villas, ciudades , aldeas o templos, privilegio reservado al rey,
y habían de estar siempre prestos a la llegada de visitadores y jueces reales, actuaban en sus virreinatos de Perú y Nueva
España principalmente, como auténticos reyes, amos y señores de aquellos
dominios.
Desde el primer virrey, Cristóbal Colón,
hasta el último, Pedro Antonio de Olañeta, pasaron por el cargo cerca de un centenar
de personas a lo largo de algo más de cuatrocientos años, y entre éstos hubo un
buen número de alcarreños, y otro, aún mayor, emparentado con ellos, y descendientes de la familia
nobiliaria por excelencia de la provincia, desde don Antonio de Mendoza, primer
virrey de Nueva España, y más tarde del Perú,
ocuparon el cargo once Mendozas, si bien es cierto que alguno de ellos
desde Nueva España pasó a Perú, que era un ascenso en la carrera de los
virreyes.
Don Antonio de Mendoza, primer virrey de Nueva
España era el sexto de los ocho hijos habidos del matrimonio entre don Iñigo
López de Mendoza, marqués de Mondéjar y conde de Tendilla, y doña Francisca de
Pacheco y Portocarrero. Era nieto del marqués de Santillana, hermano de Diego
Hurtado de Mendoza, el poeta, y de María Pacheco, que se casaría con el
comunero Padilla.
Don Antonio se casó siendo muy joven con
doña Catalina de Vargas, hija del Comendador Mayor de los Reyes Católicos, y
tuvo tres hijos, Iñigo, que murió en la batalla de San Quintín, Francisco, que
le acompañó a Méjico y Francisca, que se casó con el conde de Alcaudete, Alonso
Fernández de Córdoba.
Había combatido contra los turcos en Austria
y contra los comuneros, incluido su propio cuñado, Juan Padilla, en Villalar, y
desempeñó el cargo de embajador de España en Hungría.
En Abril Carlos I le nombró virrey de Nueva
España y en octubre hacía su triunfal entrada en Méjico. Uno de sus primeros
oficios consistió en apresar a Beltrán
de Guzmán, el alcarreño fundador de varias ciudades que había sido depuesto
de su cargo de Presidente de la
Primera Audiencia por sus constantes atropellos. Tras su detención en Tepic,
posterior juicio y su envió como
prisionero a España, los indígenas comenzaron a entender que la justicia española
podía ser igual para todos, pues hasta entonces no se aplicaba la misma vara de
medir para unos y otros, y a raíz de dar órden a la justicia para que se
tratase a los indios como a todos los otros, sin reglamentos particulares, se
le dio el apodo de "padre de los pobres".
Tuvo durante su mandato dos buenos amigos,
clérigos ambos, Juan de Zumárraga y
Vasco de Quiroga. Zumárraga fundó el
hospital de Santa Fé de la Laguna, influyó en el virrey para crear una
Universidad en Méjico y trató de llevar a la práctica su propia obra piadosa de
ayuda a los indios, fundando varios pequeños hospitales en los pueblos para que
los indígenas viviesen en comunidad, el colegio de Tlatelolco para indios y el
de San Juan de Letrán y de Santiago para mestizos, entre otros.
Vasco de Quiroga, que fue designado obispo
de Michoacán, quería imponer la doctrina utópica de Tomás Moro, y fundó
hospitales, siendo el alma de la primera imprenta.
Don Antonio de Mendoza fue el encargado de
sentar las bases de la administración española y organizar la colonización,
fomentó el desarrollo de la economía y de la ganadería, potenció la plantación
de nuevos cultivos y la minería. Fundó la casa de la Moneda de Méjico, en la
que mandó acuñar el peso tepuzque para uso exclusivo de la colonia, con un
equivalente de ocho reales castellanos de plata.
Tras quince años de gobierno, en 1550, don
Antonio de Mendoza pidió el relevo de su cargo, quería dedicarse ahora al
gobierno de su hacienda española, pero el rey le tenía reservado un ascenso, el
de virrey del Perú, con residencia en Lima. El nombramiento, junto al de su
sucesor, don Luis de Velasco, lo había firmado Carlos I en Bruselas el 4 de
julio de 1549, dando a don Antonio la opción de quedarse en el cargo o marchar
a Lima.
Don Antonio de Mendoza partió hacia el Perú,
se encontró con su sucesor en Cholula, y ambos tuvieron una larga charla,
conversación que duro un mes. Al despedirse de Luis de Velasco le dio un último
consejo "Si no quiere errar, haga poco y muy despacio".
Entró
en Lima en septiembre de 1551, y al poco de llegar encomendó a su hijo
Francisco que hiciera un viaje por todo el territorio para confeccionar un
informe estadístico y topográfico, cuando estuvo listo fue enviado a la Corte y
en ésta se perdió. Encargó a Juan José de Betanzos que escribiera la historia
del Perú, que también fue remitida sin éxito a la corte.
No tuvo tiempo para mucho, el 21 de julio de
1552 fallecía en Lima para ser enterrado en la capilla Mayor de la Catedral
donde reposaban ya los restos de Francisco Pizarro, sería considerado como uno
de los mejores servidores del rey de España en el Nuevo Mundo.
A don Antonio de Mendoza le sustituyó en
Méjico don Luis de Velasco y Alarcón, casado con una prima de don Antonio,
Beatriz de Mendoza. En Perú le sucedía el marqués de Cañete, Andrés Hurtado de
Mendoza y Fernández de Bobadilla.
El virreinato de Nueva España continuó en alza, como lo hicieron sus
virreyes, tras Luis de Velasco llegó el marqués de Falces, éste fue sustituido por Martín Enríquez de Almansa tras un período de interinidad en el que
sucesivamente ocuparon el cargo Luis Carrillo y Alonso Muñoz.
El 25 de septiembre de 1580, don Martín
envió unas recomendaciones a su sucesor, "Aunque juzguen en España que el
oficio de virrey es acá muy descansado y que en tierras nuevas no debe haber
mucho a que acudir, a mi me han desengañado de esto la experiencia y el trabajo
que he tenido."
El destinatario de la misiva era otro
Mendoza, primo también del primer virrey, don Lorenzo Suárez de Mendoza, conde
de Coruña y Vizconde de Torija, que había nacido en Guadalajara y estuvo
casado con Juana Jiménez de Cisneros,
sobrina del Cardenal y casó en segundas nupcias con una hija del duque de
Medinaceli, Catalina de la Cerda y Silva.
Su gobierno había de estar condicionado por
su salud, era anciano y achacoso cuando llegó, pero había tenido un papel destacado en los últimos años de la
historia del Imperio español, había guerreado en Flandes, Italia y Túnez y
ahora tenía una importante misión, acabar con la corrupción de los funcionarios
de aquellas tierras.
Llegó a Méjico en el mes de octubre de 1580
y un año más tarde solicitó del rey un ayudante para sus tareas de gobierno, lo
sería el arzobispo Pedro Moya de Contreras, y entre ambos elaboraron el mayor
informe que la administración española recibió de aquellas tierras, apenas le
dio tiempo a más, el conde de Coruña falleció en Méjico el 29 de Junio de 1583,
y el arzobispo quedó como interino hasta la llegada del nuevo virrey, don
Alvaro Manrique de Zúñiga.
Luis de Velasco y de Castilla, sustituto del
anterior, hijo del virrey Luis de Velasco, estuvo casado cuando llegó al
virreinato, con María de Ircio y Mendoza, nieta de don Antonio de Mendoza, y su
buen gobierno fue premiado con el virreinato del Perú en 1595.
El 19 de mayo de 1603, Felipe III nombraba
nuevo virrey para sustituir al conde de Monterrey, don Gaspar de Zúñiga, el
nombramiento recaía en otro Mendoza, don Juan Manuel de Mendoza y Luna, marqués
de Montesclaros.
El Marqués había nacido también en
Guadalajara, estaba casado con Ana María Mesía de Mendoza, hija del Conde de la
Guardia, y tenía entonces 32 años.
El patrimonio de los Mendoza había sufrido en los últimos tiempos serios
quebrantos por los excesivos gastos que éstos tenían en mantener su estado. El
valido del rey, el duque de Lerma, era entonces el hombre más rico de España,
con dinero pero sin los suficientes blasones, concertó el matrimonio de su hijo
Diego con la hija mayor del duque del Infantado, Luisa de Mendoza y Luma,
hermana del marqués de Montesclaros.
Este matrimonio fue suficiente para que los
Mendoza volviesen al esplendor de la Corte y los Lerma influyesen en el
nombramiento como virrey para Montesclaros.
Había sido lo que podríamos denominar, un
cabeza loca, pero el 29 de junio de 1603 partió de Cádiz hacía Nueva España. El
1 de agosto la flota del virrey llegó a la isla de Guadalupe, allí les atacaron
los indios causando 20 muertos y 30 heridos, el virrey y su mujer tuvieron que
embarcar precipitadamente, no era un buen comienzo. Pocos días después una
tormenta hundió la nave en la que viajaban, salvaron nuevamente la vida pero
perdieron todo el equipaje. Por fin el 5 de septiembre llegaron a San Juan de
Ulúa, y el 14 de octubre se encontraron en Otumba con el virrey saliente.
Allí mismo le inició un juicio de residencia
por corrupción, que culminó en una sentencia con la que condenaba a pagar al
conde de Monterrey 200.000 pesos de multa y provocó el primer escándalo en la
corte, porque llegaron más, la corrupción
de los funcionarios alcanzó las más altas cotas, hasta los criados del
marqués llegaron a vender cargos y
oficios, la corrupción durante su gobierno fue algo habitual, pero desempeñó un
papel fundamental en el progreso de Méjico, llevando a cabo las obras
destinadas a drenar las aguas de la laguna sobre la que se asienta la ciudad de
Méjico, evitando con ello las constantes inundaciones y los problemas de
insalubridad, además de canalizar los distintos cursos fluviales.
Pero en la corte no tenía buena fama, y fue
vista con desfachatez la petición de Montesclaros para acceder
al virreinato del Perú a la muerte de Monterrey, que estaba en aquél
cargo. Nunca antes ningún virrey se había atrevido a tanto, pero el rey le
concedió el ascenso el 20 de julio de 1607.
Tomó posesión del cargo el 21 de diciembre
de aquel año. Llegó acompañado de su sobrino Iñigo de Mendoza y comenzó su
particular batalla contra los piratas
holandeses, aquí se portó de forma distinta, favoreció el descubrimiento de una
importante mina de azogue en
Huancavelica, ayudó a que se publicase la primera novela en el Nuevo
Continente, "La Endiablada", de Juan de Monteviejo, fué personalmente
a conocer las minas de azogue y estuvo 40 días con los mineros, hizo el
primer censo de la ciudad de Lima,
estableció el primer Tribunal del Consulado, escribió un libro de poesías y
otro de recomendaciones para los sucesivos virreyes " Advertencias a los
virreyes de Perú acerca del Gobierno de éstos reinos", y construyó el
puente de Piedra sobre el río Rimac.
El Marqués de Montesclaros dejó el gobierno
el 18 de diciembre de 1615, volvió a la corte rico de fama y gloria, pero
escaso de bienes, y acompañado de la mala fortuna con la que partió, en el
transcurso del viaje de vuelta murió su esposa, que sería sepultada en el
cementerio de la Habana.
Un nuevo Mendoza, Gaspar de Silva y Mendoza de la Cerda, conde
de Galve, e hijo del duque de Pastrana y de la duquesa del Infantado llegará a
Méjico como sustituto de Melchor Portocarrero el 20 de noviembre de 1688.
El nombramiento era para su suegro, el
marqués de Villafranca, don Fadrique de Toledo, elegido personalmente por la
reina regente, doña María de Austria, pero éste no aceptó el nombramiento, que
recayó finalmente en el conde de Galve.
No lo tuvo fácil, aunque demostró buenas
dotes en el campo de batalla, pues apenas llegó a sus nuevas tierras tuvo que
enfrentarse a un ejército francés en el Guanarico. Salió victorioso y los
franceses tuvieron que abandonar Venezuela. Formó una expedición mitad
colonizadora, mitad guerrera para dirigirse al Norte y adentrarse en Texas y
Nuevo Méjico, exploró la costa de la Florida y fundó Panzacola, dando a la
entrada del puerto el nombre de Santa María de Galve.
Hubo de abandonar la expedición para sofocar
una rebelión de indios tahuymares. La rebelión tenía su origen en la sequía que
había asolado sus tierras condenándolos a la hambruna. Con la ayuda de un
jesuita, el padre Salvatierra se atajó la rebelión, pues éste se encargó de
repartir maíz por las aldeas más castigadas por la sequía, si bien en la capital mejicana se sucedieron los
asaltos a los almacenes, e incluso fue asaltado el palacio del virrey. El Conde
y su familia pudieron huir, escondiéndose en el convento de San Francisco, y el
palacio quedó destruido.
El 27 de febrero de 1696, tras dejar el
mando en manos del obispo de Michoacán, Juan Ortega Montañés y volvió a España.
Un prudente,
honesto y trabajador licenciado en Teología, natural de Cifuentes, Diego
Ladrón de Guevara, obispo de Quito y de Panamá, fue virrey del Perú durante
cinco años y medio, desde 1710 a 1716.
Se indispuso con el gobernador y capitán
general de Panamá, José de Guzmán, antes de llegar al virreinato, el capitán le llevó a prisión, y de Panamá
fué trasladado a Huamanga, sin que nadie en la corte acertara a entender
la postura del gobernador y la mala
suerte de don Diego.
Siendo obispo de Quito hubo de hacerse cargo
del virreinato en sustitución del marqués de Castell dos Rius, cesado por orden
real, y comenzó su gobierno con buen pié, al lograr aumentar la producción de
plata de las minas de Potosí. Puso en pleno rendimiento las minas de San
Nicolás de Huancavelica y grabó con un alto impuesto el aguardiente ante los
excesos de la población.
A pesar de todo no había nacido para el
gobierno y aunque por mejor llevarlo renunció a la mitra de Quito, solicitó con
insistencia su relevo, le llegó tarde, a la corte española había llegado una
denuncia contra él por malversación de las arcas reales, fue sustituido por el
arzobispo de Charcos, Diego Morcillo, mientras Diego Ladrón de Guevara iniciaba
su triste regreso a España. Murió durante el viaje en tierras de Méjico a los
dos años de abandonar Perú.
Hubo más Mendozas en aquellos gobiernos,
José Antonio de Mendoza Caamaño, Diego Carrillo de Mendoza, Juan de Palafóx y
Mendoza, Andrés Hurtado de Mendoza,
García Hurtado de Mendoza, Jerónimo Fernández de Mendoza... y toda una pléyade
de parientes, unidos por distintos vínculos familiares que dejaron en el Nuevo
Mundo recuerdo de su paso.
Algunos de los virreyes marcharon hacía
aquellas tierras con hombres de su confianza, naturales de éstas, y hombres míticos de la historia
americana quedaron grabados para la posteridad como recuerdo de su paso, como
en nuestra provincia quedó su huella,
muchos de ellos fueron clérigos que entregaron sus vidas en pos de sus ideales,
como Francisco de Ayala; otros fueron maestros como fray Alonso de Veracruz;
muertos en Santidad, como fray Pedro de Urraca; traductores de las Sagradas
Escrituras a lenguas nativas, como fray Manuel Yangües, Alonso de Veracruz o
Alonso de Molina; descubridores como Blas de Atienza o Diego de Mendoza, y en
fin, gentes que hicieron de su nombres, historia.