ATIENZA, LAS FERIAS DE SEPTIEMBRE.
La Atienza de 1860 distaba mucho de la que
hoy conocemos en todos los aspectos. Su población se multiplicaba por seis, los
edificios mantenían el sabor añejo, y a veces con aspecto descuidado, heredado
de las penurias del siglo XIX y anteriores, y sus gentes, entre la desconfianza
ante los avances que el siglo comenzaba a traer, y la conformidad con una vida
sin demasiadas apreturas, se preparaba, en los primeros días de septiembre,
para vivir un año más sus ya famosas en la comarca, ferias del Cristo.
El pueblo estaba metido en obras, proyecto
de canalización para la traída de aguas a algunas de sus numerosas fuentes con
un presupuesto de algo más de nueve mil escudos, bajo la supervisión del
maestro de fontanería de la villa, don José López; obras para la conclusión del
nuevo edificio del Ayuntamiento, nuevo empedrado para alguna de sus calles más
céntricas, e incluso como última novedad, la instalación de algunos faroles que
desde la caída de la tarde, hasta la medianoche, iluminasen alguna de sus
plazas con una luz oscura, alimentados con petróleo.
Los nombres históricos de las calles
permanecían en la memoria de todos los atencinos, no obstante el Ayuntamiento,
que por entonces se renueva cada dos años, presidido por el Alcalde don
Valentín Fernández Manrique, uno de los mayores ganaderos del partido, se había
encargado de hacer la nueva división de calles y barrios, de cara a las
próximas citas electorales, acordando las secciones:
“El primer distrito comprende todos los
electores insertos en las calles de dicha población, tituladas Zapatería,
Aguila, Plaza del Mercado, San Pedro, Plazuela o Plaza de la Constitución,
Salida, Puerta Canales, calle Real y Pozuelo, y emitirán su voto en la Casa
Consistorial de dicha Atienza.
El segundo distrito, del Hospital, comprende
los electores inscritos en las calles denominadas de las Herrerías, callejuelas
de San Gil, Barruelo, Corredera, Puertacaballos, ermita de Santa Lucía y Venta
de Riofrío, los que emitirán los sufragios en el Hospital de esta población,
situado en la calle de las Herrerías…”
En la cárcel, en uno de los ángulos de la
plaza del Mercado, no faltan
“huéspedes”, una media de catorce personas al mes pasan por sus dependencias.
Al ser la cárcel del partido la inmensa mayoría de presos provienen de los
cercanos pueblos del Alto Rey, y de Hiendelaencina, que día a día multiplican
su población a cuenta de los cientos de prospecciones mineras que se llevan
realizando desde los años 20, y aún más desde finales de la década de 1830. No
faltan en Hiendelaencina, La Bodera, La Miñosa, Gascueña o Zarzuela, las riñas,
alborotos o robos de todas clases, que dan con sus autores en la cárcel de
Atienza, por lo que el juzgado de instrucción trabaja prácticamente a destajo
para dar salida a tanta diligencia como la que tiene que atender. Y los siete
miembros de la guardia civil que ocupan el cuartel de la calle Real, buscan por
la comarca a los tres osados bandidos que en mitad de la noche de San Roque,
por la zona de Alcorlo, han secuestrado al jefe de la explotación La Constante.
El secuestrado logró escapar en un descuido, pero el juzgado de Atienza ordenó
la detención de los tres desconocidos.
La justicia actúa con toda la dureza de que
es capaz, las leyes se aplican sin miramiento de edad o estado, y cualquier
pequeño incidente, una tala ilegal de leñas, una riña o una descortesía a la
autoridad, es penada con todo rigor. Además de la cárcel correspondiente, el
condenado puede verse abocado a la total miseria, ya que en muchas ocasiones,
si no le es posible costear el pleito, los gastos carcelarios y la
indemnización correspondiente, todos sus bienes se sacan a subasta con un
descuento del diez por ciento de su valor, descuento que aumentará en subastas
sucesivas, hasta que los bienes quedan adjudicados. En ese embargo entra todo:
“una sartén usada, dos vasos, tres camisas, un taburete, un espejo roto, dos
cucharas de madera, un candil, tres fanegas de trigo, una carga de leña…”
Las fiestas de San Roque, con su procesión
de botos a través de las calles, y su corrida de novillos en la plaza, se saldó
con apenas media docena de heridos, exaltados por el espíritu del vino barato
que procedente de la Alcarria llegó a lomos de buenas mulas en los ya clásicos
pellejos. Hay en el pueblo quien dice que a las tabernas llega el vino un tanto
agrio, pero con mucho espíritu, porque los taberneros compran los restos de
añadas anteriores. Hay quien dice, aunque no lo han comprobado, que el vino
alcarreño, por malo que sea, al subir a Atienza gana en grado y calidad.
A los atencinos, desde luego, lo que menos
les importa es que la Reina Isabel se encuentre de gira por Mallorca y
Barcelona.
Comienzan a abrirse algunas mal llamadas
carreteras, está presente el proyecto que ha de enlazar Atienza con Durón a
través de Brihuega, y Atienza con Riaza a través de la sierra. Para los
trabajos de desmonte de tierras se emplean lo mismo a hombres que a mujeres y
niños. Por supuesto que mujeres y niños, aunque realicen un trabajo similar, cobran
menos que los hombres. Y todavía se está pendiente en Atienza de la respuesta
oficial del ministerio de las Obras Públicas para ver si es o no viable enlazar
Atienza con Hiendelaencina a través del ferrocarril, en la línea que ha de
prolongarse hasta la general de Madrid a Zaragoza.
El dinero apenas corre, se paga en grano, en
paja, en harina… Los médicos cobran una parte de sus honorarios en dinero y la
otra en trigo y leña, y por supuesto, hay en Atienza dos clases sociales
ampliamente diferenciadas, la de los simples labradores y la de los
contribuyentes, los poderosos hacendados locales que gobiernan la población
como si únicamente fuese de ellos.
El otro
tiempo famoso y poderoso Cabildo
de Clérigos, se ha reducido a la mínima
expresión, aunque en Atienza todavía sirven ocho o diez sacerdotes. Las casas,
parcelas, molinos o huertos que poseyó la institución han salido a subasta tras
las desamortizaciones, y continúan saliendo, ya que muchos de quienes las
compraron no pudieron después hacer frente al pago de las mismas. En las
subastas del mes, que tienen lugar en el Ayuntamiento de la villa como cabeza
de partido al mismo tiempo que en la capital de la provincia, Fernando Flores,
vecino de la calle de la Zapatería se hará con unas cosas y corrales en
Bustares, Isidro de la Pastora unas tierras en Somolinos, Antonio de la Fuente
un terreno en Umbralejo, y Clemente López unos baldíos en Alcorlo y unas
tierras en Semillas.
El Ayuntamiento cuenta con unos cuantos
empleados: dos guardas de monte, un encargado del reloj, otro de puertas, otro
de aguas, secretario, y hasta encargado de las nuevas farolas.
Las tabernas de Atienza, a pesar de todo, se
encuentran bien abastecidas, para atender a los propios, y a todo aquel que
llegue de fuera.
En Atienza, oficialmente, hay tres tabernas,
la de Juan Espeja, Saturnino Cabellos y Agapito Sancho; se encuentran en la
calle Real y callejuelas de San Gil, pero también se puede beber en el almacén
que Juan Espeja tiene cerca de la puerta de la Guerra, donde también se vende
el aceite, en la de Francisco Hernando, que aparte de ser almacenista de
aguardiente lo es igualmente de jabón de sebo, y en la casa de Antonio
Lafuente, que es igualmente aguardentería en la plaza de la Constitución.
Al margen de tabernas, Atienza está bien
surtida de almacenes de toda clase, los más elegantes, dedicados a los tejidos,
ocupan las partes nobles de las plazas del Mercado y Constitución. En ellas
están las tiendas de tejidos y lienzos al por menor de Mariano Madrigal, Genaro
Gomezte, Inés Pérez, Librada de Diego, Andrés Arroyo y Tomás de San Agustín.
Silvestre Gallego tiene en la calle Real una tienda de jergas y alforjas, y en
el barrio de Puertacaballos, la familia Lázaro tiene un almacén de cedazos en
el que trabajan los hermanos Lorenzo, Francisco y Miguel. Dos cedaceros más hay
en la Salida, los hermanos Ambrosio y Manuel Pérez.
No son los únicos comercios y artesanos que
se abastecen para exponer sus productos y esperar que las ventas les ayuden a
pasar el invierno. La carnicería de Isidro de la Fuente, en la plazuela de
Mecenas, está hasta arriba. Lo mismo que las cererías de Mariano Núñez, de la
que se abastece el Ayuntamiento, así como las de Pedro Ruilópez y Simón de la
Fuente.
Leonardo Santamera, almacenista de
legumbres, cuenta con el mejor producto en garbanzos y judías de toda la
comarca, y las pescaderías igualmente han llenado sus almacenes, Bruno Asenjo
el de pescados, sobre todo salazones, al igual que Ciriaco Medina.
La frutería de Segundo Ruiz es la que menos
abastecida se encuentra, pues que quien más y quien menos tiene algún árbol
frutal del que echar mano a unas manzanas o unas peras de don Guindo.
Blas Pérez, el calderero, no necesita
almacén, puesto que es vendedor ambulante. Tampoco se ocupan demasiado en
prepararse para las ferias los hermanos López, Cecilio, Juan Antonio, Plácido y
Venancio. En cambio si que lo hacen Juan Remartínez, almacenista de lanas, el
pizarrero Felipe Alonso, y Manuel Ruilópez, que tiene una tienda de albarcas.
Antonio Asenjo, que fuera y volverá a ser Alcalde, se frota las manos pensando
en sus tratos mulares, puesto que es uno de los principales tratantes de mulas
del partido de Atienza.
Todo y todos estaban preparados para que
cuando sonasen las campanas, en la tarde noche del 13 de septiembre, acudir a
la iglesia de San Bartolomé, las mujeres con sus reclinatorios en la mano, y
los hombres detrás.
También la iglesia se había ido preparando a
lo largo de los últimos días para recibir a propios y extraños. Las mujeres, en
los últimos días, se habían encargado de repintar suelos y columnas con el
sobrante de la sangre de los corderos sacrificados para abastecer la carnicería
de la villa, y los pobres de solemnidad, legalmente reconocidos y con
autorización para ello, se apostaban a las puertas de la iglesia o recorrían la
población en busca de la caridad, por el amor de Dios. Todos acudían al
miserere.
El 14 fiesta mayor, con misa matinal y baile
público, al son de las gaitas o dulzainas de la zona, tarde de preparativos
para las ferias y fiesta de novillos del día siguiente, y cierre nocturno a la
festividad con la quema de alguno de los fuegos de artificio valencianos
contratados por el Ayuntamiento. El 15, tras la misa, suelta de novillos en la
plaza del Mercado, después a recorrer las plazuelas, donde se ofertaba de todo,
trigos, cebada, frutas, salazones, ropas, aperos, animales….
Las posadas del Cordón, de San Gil o de
Puertacaballos, llenas de forasteros, y los corrales de mulas, ovejas, vacas…
Las ferias atencinas de septiembre, del 15 al 22.
Tomás
Gismera Velasco