JUAN DIGES, EN SU CENTENARIO
Se cumplen cien años de la muerte de uno de los más prolíficos escritores de Guadalajara
Como decíamos hace unos meses, Juan Diges Antón se hizo mayor escribiendo sobre Guadalajara, la ciudad de su nacimiento, desde que descubrió con poco más de veinte años su pasión por la historia y el dibujo. La pasión por la historia de su ciudad natal, que trató de descifrar de manera sencilla y dibujar a su manera para dejarnos el reflejo del tiempo en el que él la conoció.
Nació cuando concluía el fatal año de 1855, el 27 de diciembre. Fatal porque fue uno de esos que España, y con España, Guadalajara, quisieron olvidar cuanto antes pues fue el de 1855 uno de esos que pasaron a la historia como “año del cólera”, en el que Guadalajara, capital y provincia, perdieron una buena parte de la población a causa de una epidemia mortal que se extendió por el mapa español casi sin saber de qué manera.
En aquel dichoso año en el que nació don Juan Diges, a falta de hospitales y casas de salud en los que atender a una población enferma, se llegaron incluso a habilitar plazas de toros para atender a los epidemiados, usándolas a modo de hospital. De tal manera castigó aquel mal del Ganges que diezmó poblaciones y llenó de luto a familias enteras.
Cuentan del señor Diges que nació en una familia sin demasiados posibles, que solían ser en aquellos tiempos las más de la provincia, y que la que él formó fue una de esas a las que la mala suerte acompaña a través de los tiempos, pues don Juan, que formó la propia y fue numerosa, al final de sus días quedó prácticamente solo; murieron padres, hermanos, mujer e hijos. A la vista de tantas desdichas como la vida le dio, anotó en su libro de la vida que: continuó mi interrumpida tarea de bibliotecario… después de las desgracias que Dios se ha servido probarme…
La letra de Guadalajara
Fue, Juan Diges Antón, sin duda, la letra impresa de una Guadalajara que dejaba atrás el siglo XIX; un siglo metido en guerras, desde la de los franceses a las tres civiles que acompañaron el discutir por el trono entre los partidarios de don Carlos, V, VI y VII; y la descendencia y propia corona de Isabel II.
La mayor parte de la obra escrita por don Juan Diges Antón se centró en la ciudad de Guadalajara, de la que bien se pudo decir que fue su cronista en los últimos años del siglo XIX y los comienzos del XX. En aquellos, en un espacio de cincuenta años, dio a la imprenta, en solitario unas veces o en unión de otro de los apasionados de esta tierra, Manuel Sagredo, las demás, obras como la más que famosa “Biografía de hijos ilustres de la provincia de Guadalajara”, que vio la luz en 1889; un año después mandaría también a la imprenta su “Guía de Guadalajara”, que fue la primera obra instructiva para conocimiento del visitante, y de propios, editada en la ciudad, dando a través de ella una concisa explicación histórica de lo que el visitante podría encontrarse en su recorrido a través de una Guadalajara que trataba de modernizarse. Precursora, aquella guía, de una revisión a la que en 1914 puso el título de “Guía del Turista en Guadalajara”. De la que tomaron nota otros numerosos publicistas y escritores que a lo largo del tiempo editaron sus propias guías.
Aquellas desgracias de las que antes hablábamos harían que don Juan recordase a sus lectores que mientras escribía aquellas obras, alguien de su familia lo dejó para siempre. Dedicando al difunto el libro, como por entonces hacía otro de los grandes de la pluma, don José María de Pereda, quien recordaba la marcha de sus hijos señalando con una cruz la página del manuscrito de la obra en la que conoció la triste nueva.
Aparte de sus guías también dejó algunas obras señaladas sobre historia local como: “El Periodismo en Guadalajara (1902)”, o su más que conocida obra: “El convento de Santa Clara” (1917); títulos que le valieron para ser nombrado Delegado Regio de Bellas Artes, así como para ingresar como Académico correspondiente por Guadalajara en la Real de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, y de la de San Fernando, de la capital del reino.
Juan Diges, dibujante y diseñador
La revista del Ateneo Caracense, que comenzó a publicarse en la ciudad en 1880, fue una de las primeras que vieron estamparse en sus páginas la firme de don Juan, y en la que aparecieron algunos de sus numerosos dibujos, planos o estampas sobre los monumentos de una ciudad que comenzaba a ver cómo se iban perdiendo a golpe de piqueta y decisión municipal. Parece que fueron los últimos años del siglo XIX tiempos en los que una parte importante de la arquitectura provincial desapareció en beneficio, debieron de entender entonces algunas sabias cabezas, del progreso. Lo viejo era, sin más, viejo, y había que renovarlo. A pesar de que por entonces se encontraba vigilante de que aquellas obras no desapareciesen una Comisión Provincial de Monumentos que en no pocos casos miró para otro lado, o pensó que de poco servía el viejo urbanismo de una ciudad como Guadalajara, entonces con casonas y palacios dignos de admiración.
También perteneció, don Juan Diges, a la Comisión Provincial de Monumentos, adentrado ya el segundo decenio del siglo XX, cuando muchos de los edificios históricos de la ciudad y provincia se habían mandado al rincón del recuerdo y sus piedras se empleaban en nuevas edificaciones o, simplemente, en firme de carreteras.
La cabecera de la revista del Ateneo Caracense fue tan sencilla que no necesitó muchos adornos para darse a conocer, en cambio sí que diseñó el señor Diges, en 1896, la cabecera del entonces semanario por excelencia de la provincia, el famoso Flores y Abejas, del mismo modo que diseñó la cabecera y portada de sus libros, y, por supuesto, la revista que fundó junto a Manuel Sagredo, que llevó el título de “Revista Popular”, primera que en Guadalajara introdujo ilustraciones, la mayoría del propio Diges Antón; e incluso participó en la revista “Atienza Ilustrada” y su secuela, “Alcarria Ilustrada”, dos de las numerosas en las que vieron la luz sus trabajos.
Entre sus dibujos de la ciudad, y de la provincia, sencillos y evocadores, quedaron para el futuro la Torre del Alamín, el Palacio del Infantado, el de los duques de Sevillano, el palacio municipal, el santuario de la Antigua, el Monasterio de Lupiana, iglesias, calles…
Cosas de mi tierra
Quizá fue la serie de artículos que llevaron aquel sello lo que lo hizo popular en la ciudad. Bajo él, escribió de don Miguel Mayoral, del doctor Atienza Baltueña, del Cardenal Cisneros, o de cualquiera de aquellos personajes históricos de una Guadalajara a los que trató de manera familiar, puesto que escribió sus biografías; describiendo los grandes y pequeños emblemas de la ciudad que lo vio nacer, desde la capilla de Luis de Lucena a la de los Urbina. Convirtiéndose en un firme defensor del patrimonio y la historia de Guadalajara. Quizá se deba a él la salvación de la capilla de Lucena o la torre del Alamín, que a punto estaban de perderse cuando puso su mano sobre la cuartilla para exigir de las autoridades que aquello no ocurriera.
Sin duda, tuvo más amigos que enemigos, tantos que, cuando el 29 de diciembre de 1925, dejó este mundo, en Guadalajara continuó presente su nombre, como lo hace en este año, en el que se cumplen cien años justos de su desaparición.
Para él, desde esta página, nuestro pequeño homenaje a las puertas de su centenario.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 31de octubre de 2025
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