viernes, septiembre 06, 2024

IMÓN, CON MÚSICA Y SAL

 

IMÓN, CON MÚSICA Y SAL

Memoria de don Policarpo del Amo Llorente, que fue organista de la Catedral de Cuenca

 

   Imón fue conocido en algún tiempo, más allá de los confines provinciales como Imón de las Salinas, por la riqueza que aquellas grandes instalaciones salineras dieron al pueblo, al entorno y a la Corona de Castilla. Las Reales Salinas de Imón fueron una de las grandes riquezas con que contó la Hacienda Real Española. La calidad de la sal que las salinas de Imón y su entorno generaban fue producto para mesas que atendieron paladares exquisitos en siglos pasados, tanto que, las Señorías que dictaron las definitivas leyes del desestanco en 1869, después de poner en manos privadas la inmensa mayoría de saladares que para entonces se encontraban bajo la directa administración del Estado, se guardaron las de Imón hasta mejor ver, temiendo que su sal dejase de llegarles, o que la alta sociedad, acostumbrada a ella, protestase por su falta en los mercados madrileños, uno de los principales a los que la flor de la sal de Imón alcanzaba.

 

 


 

   Los de Imón llevaron como apelativo, sin que sepamos si bien o mal aceptado, el nombre de “jaquetones”, y de ello dejó constancia uno de sus últimos administradores de este salinar, don José de Hoces, que lo era en 1852, cuando nos dijo, respecto a las gentes de Imón y su apelativo:  “Los de la precitada villa de Imón en su mayor parte lo pasan medianamente a causa del excesivo número de habitantes y poca extensión del territorio; la ninguna industria y oposición que tienen a salir del país (o sea, a emigrar), pues muchos días del año no se ocupan en nada, y acostumbrados a este género de vida desde niños, no deja de predominar en ellos un tanto de desidia y esto se deja ver aun en el cultivo de la poca tierra que labran, que por lo general es de rentería, reduciéndose su cosecha a buen trigo, cebada y demás legumbres. La afición a vestir bien tanto las mujeres como los hombres y esto unido a la superioridad que tienen siempre los de los pueblos mayores respecto de los pequeños da a su carácter cierto aire que explica la denominación de Jaquetones, con que los llaman los habitantes de las aldeas circunvecinas”.

   Mucha razón no llevaba don José de Hoces, pues las gentes de Imón se distinguieron en múltiples oficios con los que ganaron el pan de cada día; siendo diestros en salir del país natal para recorrer las comarcas cercanas, entre otros ejercicios, a vender mulas, pues mucho antes que otras poblaciones lo hiciesen, en Imón, muchos de sus vecinos, próximos al medio centenar, se dedicaron en los siglos XVIII y XIX al sano ejercicio de la muletería, lo que les generó buenos caudales; no pocas de las gentes de Imón se dedicaron igualmente a otro  ejercicio, el de la arriería, llevando sal a cualquier parte de la tierra castellana y tornando con productos de los que por aquí se carecía; y muchos de ellos, por obligación, puesto que así lo marcaron las leyes del reino de Castilla, a sacar y acarrear la sal de sus salinas, de las balsas a los almacenes, en cuyo oficio tuvieron que poner su mano hombres, mujeres y hasta niños, con sus respectivas mulas, pues de no haber obreros la sal no se recogía, y de no recogerse, la Hacienda regia no ingresaba sus suculentos beneficios; diariamente, durante la época de recolección del producto, el Ayuntamiento nombraba las cuadrillas que debían acudir al saladar. Cierto, a las gentes de Imón se les pagaba a conveniencia, cobrando en la salina mucho más de lo que lo hiciesen dedicándose al cultivo de la tierra, de ahí que, no pocos de ellos, viviesen a lo largo del año con lo que les rindió su trabajo en la extracción de la sal. Y de que se permitiesen contratar segadores para sus campos.

 

Gentes de Imón

   A pesar de todo, dio Imón buenas gentes que dejaron su nombre inscrito en los anales de la historia provincial; aquí nació al mundo don Manuel Esteban Álvarez, Licenciado en Medicina en 1716, quien, tras ejercer en alguna de las villas cercanas, dio Cátedra en la Universidad de Alcalá, donde alcanzó la gloria; don Eusebio Ventura Beleña, aquí nacido en 1736, fue Oidor de la Real Audiencia de Méjico, en cuya tierra logró hacer mediana fortuna con la que vivir con holgura, y su hermano, don Leandro Beleña alcanzó a ser Abogado de los Reales Consejos, ganándose la vida con los altos emolumentos de su profesión.

   Don Silvestre Morterero Baquero fue uno de los más conocidos farmacéuticos comarcales de la segunda mitad del siglo XIX; Fray Nicolás Alonso se significó como misionero en las Islas Filipinas, en cuya capital, Manila, falleció en 1888; don Juan Baquero pudo llegar a ser uno de los mejores pintores que pudo conocer la provincia, de no haberlo arrebatado la muerte con apenas veinte años de edad, cuando triunfaba en la Academia de Bellas Artes, en Madrid, y se le auguraba un futuro prometedor en el mundo del pincel; don José del Amo fue un prestigioso Médico rural en los años primeros del siglo XIX, y de los primeros inversores en la minería provincial; don Fulgencio de Miguel, quien a temprana edad se buscó la vida en el comercio minorista, alcanzó a ser un popular concejal en el Madrid de los primeros decenios del siglo XX; don Alejo Hernando, siendo maestro en Imón, saltó a la fama del magisterio, como iniciador de las primeras Asociaciones de Maestros, antes de ordenarlas sobre el papel estatutario en las de Atienza; don Policarpo del Amo estudió latines en el seminario seguntino, después se dedicó a la música.

 

Policarpo del Amo, el músico de Imón

    El 26 de enero de 1866, año de nieves y de bienes, nació en Imón don Policarpo del Amo Llorente, hermano que fue del médico don José; su madre, doña Gregoria, era entonces la maestra de la villa; ingresando a los siete años de edad en el colegio de Infantes de la Catedral de Sigüenza; edad en la que ingresaban quienes con el tiempo habían de distinguirse en el coro y en el canto de una institución que tantas glorias ha dejado a la historia musical de la provincia de Guadalajara; siete años después ingresaría en el Seminario de San Bartolomé. En él, al poco de su llegada, sería nombrado primer organista; no mucho más tarde, maestro de música. Cuando ya don Policarpo comenzaba a componer hermosas melodías.

   Contaba con apenas veinte años de edad cuando el cabildo de la catedral de Cuenca, ante la avanzada edad de su entonces maestro de capilla, y la marcha de quien ejercía como maestro de coro, convocó oposición para cubrir ambas plazas uniéndolas en una sola; oposición a la que se presentó don Policarpo viendo aquello como una puerta abierta al ascenso de su carrera, obteniendo la plaza y pasando a ser, a partir de 1887 una de las figuras centrales de aquella catedral, y de la provincia de Cuenca, en lo musical, sin olvidarse de la Guadalajara natal.

   Escribió, durante su estancia en Cuenca, numerosas composiciones, de las que se conservan once; y aun pudo llevar a cabo una mayor labor de no haberle sorprendido la muerte a la temprana edad de 35 años, el 13 de julio de 1901, en su cuarto de la casa convento de las monjas de San Benito, a causa de un inesperado y repentino derrame cerebral. En aquella casa era capellán y allí residía.

   Su nombre todavía se escucha cuando, con motivo de las grandes celebraciones episcopales, el órgano deja escapar la nota de unas composiciones que nos traen el recuerdo de una gente, de una tierra, hermosa…, blanca de sal y vida.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 6 de septiembre de 2024

 

 



 

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