SIGÜENZA, DON BERNARNO Y EL DONCEL
Una Ciudad, siempre por celebrar
Cuenta la historia que hace por ahora novecientos años, Sigüenza iniciaba nueva vida de la mano de un obispo francés, don Bernardo de Agén. Don Bernardo entró en Castilla cuando el siglo XI se apagaba. Batalló, conquistó y dejó su nombre inscrito en la piedra de la historia de la Ciudad y la comarca. De entonces a hoy Sigüenza continúa teniendo un aire capitalino, de señorío.
Sigüenza, para su entorno, tiene el encanto de ser algo así como la gran Ciudad. Fue hasta no hace demasiados años el punto de referencia para ir a tomar el tren. Acudir a hacerse unas simples fotos para la cédula oficial. Ir de compras más allá de los pueblos del partido, o para conocer las novedades del mundo. Que en muchas ocasiones se encontraba muy lejos, de cualquiera de los pueblos serranos. Sigüenza continúa teniendo un encanto especial para quienes desde cualquiera de los pueblos de este confín provincial la conocieron con ojos niños y la ven hoy ciudad crecida al ritmo que crecieron quienes antaño la descubrieron por primera vez. El tiempo, que como a los membrillos en otoño, a todos hace madurar, ha hecho madurar a Sigüenza; novecientos años después de que don Bernardo de Agén entrase en la ciudad espada en alto. Novecientos años después de su conquista, o reconquista, o… Novecientos años después.
Sigüenza de mil visitas
Don Bernardo de Agén, en una de aquellas batallas, halló la muerte en El Vado de las Estacas, a las márgenes del Tajo, en término de Huertahernando. Allí reposó desde el 14 de enero de 1152, cuando se cuenta que murió; hasta que sus restos fueron trasladados a la catedral de la que él puso, sin duda, la primera piedra. Como murió lo enterraron, y como lo encontraron lo llevaron a la catedral, para ser objeto de visita y culto eterno.
¿Quién no ha visitado Sigüenza en esos días en los que, a la vieja estación, aquella con trenes de carbón y locomotoras humeantes, llega ahora el tren del Doncel y se cubre de visitantes la Alameda y después recorren sus calles, como en las jornadas medievales lo hicieron obispos, o arzobispos, o cardenales; reinas presas y princesas, junto a donceles que escapan de la piedra, al lado de cetrinos espaderos? ¡Sigüenza de leyenda! De la mano del Obispo Bernardo.
Siempre hay un algo por descubrir en Sigüenza. La nueva y vieja ciudad medieval de los obispos guerreros; albañiles y pastores de almas que la engrandecieron para que, en cualquier tiempo, tuviese alguna novedad que mostrar a quien acude a postrarse ante ella.
La plaza, esa plaza Mayor que ideasen los Reyes Católicos, como todas las mayores plazas de sus reinos, y a la que la mano recia de Pedro González de Mendoza dotó de filigrana en piedra, casas con sillar esquinero, rejerías forjadas a fuego y golpe de martillo y arcadas renacentistas para lo que puede que hubieran sido sus casas propias, las del tercer rey de las Españas, luego de la Tesorería y Municipal, se baña en los días grandes, de visitas.
La calle Mayor es una de esas calles a las que la pendiente del terreno dota de encanto adicional. Suele suceder que cuando una calle es lisa como la palma de la mano, pasan desapercibidos los aleros, los portales, la ventana ajimezada a lo gótico, o las portadas románicas. Cuando la calle, desde la profundidad de la Plaza Mayor, frente a la puerta del Mercado o de la Cadena, se empina con pesadez hacia la singular fortaleza de los obispos guerreros, el visitante tiene tiempo de saborear el encanto de una de las calles mayores con más esencia medieval. Una de esas calles en las que se espera que, de un momento a otro, por cualquiera de los callejones que salen al encuentro, o de los portales que se le asoman y añaden la frescura de la hiedra que le crece por el patio, o de las ventanas que le miran, aparezca una Blanca de Borbón; un Martín Vázquez de Arce regresando de su última batalla; un Bartolomé de Sigüenza…
Sigüenza, historia, música y literatura… y Doncel
Sigüenza, aparte de ser historia, tiene ese saber estar que añaden a los blasones y a las cartas de Naturaleza el saberse parte de la historia y de la literatura, y de la gastronomía española desde mucho más allá del Quijote de Avellaneda que se paseó por sus calles, o del Guitón Onofre que desde Palazuelos hizo un alto por aquí. Sigüenza es historia gastronómica que sale a descubrir mesa y mantel en la mano y la ciencia, tal vez exclusiva de uno de los mejores historiadores de la gastronomía provincial, Juan Antonio Martínez Gómez Gordo, historiador que fue, Alcalde, y… gastrónomo. Cronista de la Ciudad de los Obispos.
Sigüenza se aprendió de memoria aquella lección que dieron los años del hambre, o de la penuria en la mesa sin mantel, y ha sabido renovar sus cocinas y servir, a quien lo pide, el lechazo en su salsa y las migas en su punto. Como referente de una gastronomía que conjuga lo viejo con lo nuevo sin perder el aroma del tomillo o el sabor de la alcaravea, tan cantada por el poeta de estas tierras, el Ochaíta jadraqueño que recitó sus versos a la umbría del Arquillo de Santa María.
Sigüenza… con aires de dulzaina que tiembla y repica y estalla entre los cerros de la Serranía; junto a ermitas cuajadas de espliego y de romero por la primavera serrana, y se mira en la estampa inmortal de aquel que fuera uno de los últimos maestros de la fiesta, de la tradición y del caballeroso estar… dulzaina en mano… José María Canfrán.
Sigüenza, en trazos pintureros, los del pincel del Cronista Artístico, Fermín Santos, de una Ciudad que, se mire por donde se haga, siempre tiene un horizonte, una luz, un enfoque distinto.
Y, en un lateral del inmenso edificio, robusto como un castillo, de su catedral, casi oculto entre los suyos… El Doncel. Don Martín Vázquez de Arce, que se dejó la vida en la Acequia Gorda de la Vega de Granada cuando Granada no era todavía cristiana, corriendo el año de 1486, y luego lo trajeron para ser, como don Bernardo de Agén, imagen viva de la historia en piedra de una Ciudad que asombra en cada esquina y gusta descubrir.
Sigüenza festiva
Sigüenza, blanca de plata, a través de la Virgen Blanca, que ardió sin consumirse en los tiempos aquellos de la francesada. Cuando fue una de las primeras ciudades que resistieron a la invasión desde que, a través de los correos que llegaron desde la casa de postas de Bujarrabal, el 31 de mayo de 1808, se conoció lo ocurrido en Madrid, y que Zaragoza estaba a punto de caer.
Nueve siglos de Sigüenza se muestran ahora, a las puertas de San Roque, al repique de sus campanas, al estallido de los cohetes de la fiesta; a través del pincel de Fermín Santos; del retrato en sepia y blanco y negro en la imagen de Camarillo, Layna, Ortega… y tantos más cuyos nombres compondrían, más que rosario, letanía.
A través de sus calles y callejones con sabor a historia medieval, a través de los arcos que fuesen sus murallas, a través de las plazoletas abiertas allá donde el terreno se aplana y lo permite, Sigüenza, con su obispo guerrero, don Bernardo, y su Doncel, que no lo fue, Don Martín, se enseñorea de un paisaje que lo es todo en este rincón serrano de una provincia que despierta.
Luego Sigüenza, enmarcada en la luz del mediodía, arrebata las miradas y se dispone, un día más, a celebrar su existencia. Quizá por ello, hay que ir a caminar Sigüenza.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 2 de agosto de 2024
EL VALLE DE LA SAL
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