sábado, mayo 11, 2024

UN OBISPO GUERRERO: ANTOLÍN GARCÍA LOZANO

 

UN OBISPO GUERRERO: ANTOLÍN GARCÍA LOZANO

De Atienza a Salamanca, pasando por Sierra Morena

 

  Todavía, en el último tercio del siglo XVIII Atienza era una de las villas más significativas de la vieja Castilla. Lugar de referencia en el comercio, la industria, y en algunas cosas más que el tiempo se encargó de ir arrinconando. Atienza conservaba todavía en aquel siglo la grandeza de su Cabildo de Clérigos, que renovaba estatutos para adaptarse a los duros tiempos venideros en los que terminaría por desaparecer. La lana continuaba siendo uno de los mejores y mayores productos con los que negociar, y a través del que alcanzar, además de poder, una riqueza que llevase incluso a lograr título de nobleza. Así lo hacían algunos de los pocos ganaderos que iban quedando en la villa, negociar y enriquecerse con la lana.

    A los Lozano Manrique, o Manrique Lozano, pues el apellido en primer o segundo lugar lo llevaron numerosos personajes de la familia, ganaderos originarios de la serranía, pertenecía Ana María Lozano, aunque como muchos de sus familiares nació en Atienza. Y es que, por aquellos tiempos, los pueblos comarcanos estaban relacionados entre sí mucho más estrechamente de lo que nos pudiera parecer. Ana María Lozano casó con Pedro García Baroín, natural del vecino Barcones. Del matrimonio nacería, entre otros numerosos hijos, nuestro Antolín García Lozano, quien vio la luz el 2 de septiembre de 1779.

   Sus hermanos y hermanas se dedicaron al engrandecimiento de la hacienda familiar; a Antolín lo destinaron al servicio de la iglesia. Cuentan las crónicas que, como hombre de talento y buenas virtudes, ingresó en el Seminario de San Bartolomé de Sigüenza el 25 de noviembre de 1795, saliendo de él como docto latinista. De Sigüenza marchó a la diócesis de Osma, allí se doctoró, en su Universidad, en Sagrada Teología.

 

 

HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA (Pulsando aquí)

 

Sobre la vida de García Lozano

   Pasó nuestro paisano a la diócesis de Zaragoza, viéndose sorprendido en aquel reino por la invasión francesa que tantos descalabros dejaría en aquella capital. En Zaragoza, fue uno de los miembros de la Junta de Defensa de Aragón, del mismo modo que otros de sus familiares, en Atienza, Villacadima o Guadalajara, pasaban a formar en las diferentes juntas de defensa locales y provinciales que más tarde, unificadas las unas con las otras, tratarían de hacer frente al invasor.

   Pudiera decirse que nuestro paisano no debía de sentirse muy a gusto en aquel cometido y aquella capital, ya que inmediatamente después del toque a las armas, dejando a un lado los hábitos talares, tomó un caballo, se echó la espada al cinto y el trabuco al hombro, y marchó a combatir al francés por las sierras andaluzas, dejando rastros de su paso desde Sierra Morena hasta la capital del Guadalquivir, donde fue recibido no con pocas simpatías. Por aquella tierra, dan cuenta algunos viejos testimonios, anduvo don Antolín a modo de vigía de fronteras, dando cuenta de los movimientos de las tropas enemigas, hasta que definitivamente se retiraron de suelo patrio. A tanto alcanzaron los servicios prestados al pueblo español que, sin abandonar sus estudios religiosos, desde Sevilla, y antes de la pacificación total del reino, solicitó en 19 de enero de 1810, algún tipo de prebenda con la que cobrarse sus servicios.

   Terminada la gloriosa campaña de la guerra de la Independencia, en recompensa a los padecimientos anteriores, fue agraciado con una prebenda en la catedral de Osma, ejerciendo de catedrático en aquella Universidad hasta el año de gracia de 1816, en que después de haber hecho oposición a Calahorra, fue agraciado con igual prebenda en la segoviana Real Colegiata de San Ildefonso, lugar de descanso de la regia familia. En la Colegiata iniciaría lo que sería su ascenso en el ámbito de la iglesia de Segovia. La frecuencia con que Sus Majestades acudían al Real Sitio le facilitó desarrollar sus dotes oratorias, así como la finura de modales y extraordinaria sagacidad, cuentan, para conocer el corazón humano, lo que le granjearía lugar distinguido en los círculos de la más elevada aristocracia. En 1818 fue agraciado con los honores de inquisidor de Valladolid y más adelante le llegó el nombramiento de predicador de Su Majestad don Fernando VII.

    En 1820 se vio inmerso en las persecuciones de la época, dentro del trienio liberal, y a principios de 1823, el conde del Abisbal, don Enrique, hermano de don Leopoldo O´Donell, general de una división de tropas constitucionales, lo aprisionó con otros respetables eclesiásticos y particulares, quienes debieron la vida a la serenidad y energía que en tan crítica ocasión manifestó el penitenciario de la colegiata de San Ildefonso. Pasado el tenebroso momento en el que nuestro don Antolín estuvo a punto de ser ajusticiado por sus ideas liberales desempeñó el mismo cargo de Inquisidor en Segovia, al tiempo que Gobernador del obispado, ejerciendo de obispo interino en la sede. En 1824 Fernando VII lo nombró, a propuesta de la cámara, deán de la catedral de Segovia, cuya dignidad primera, post pontificalem, desempeñó por el largo y difícil tiempo de los veintisiete años siguientes. Su estancia en Segovia no pasó desapercibida, llegando a ser el autor de una dignísima Exhortación religiosa al benemérito cuerpo de Voluntarios Realistas de la ciudad, que pronunciada a modo de sermón en la catedral con motivo de la bendición de la bandera del cuerpo, el 30 de mayo de 1831, fue dado a la imprenta, constando como una de las obras señaladas de la época, y cuerpo, a juicio de su entonces Brigadier en Jefe.

   A pesar de todo, no siempre estuvo a favor de la realeza, puesto que parece ser que no guardó silencio ante las injusticias, lo que le valió más de una privanza. Pasando algún tiempo, tras la muerte de Fernando VII, desterrado y encarcelado en Ciudad Rodrigo. En prisiones anduvo desde el mes de febrero de 1837 hasta el de agosto de 1838 en el que se le conmutó aquel destierro por el más cercano de Ávila. Regresando a su iglesia al cabo de dos largos años, siendo encausado nuevamente en 1841 por no querer entregar títulos y papeles de la iglesia segoviana a la que servía.

   El pronunciamiento de 1843 le proporcionó algún descanso. El gobierno de S.M., doña Isabel II ya en el trono, dicen las crónicas, dejadas sabiamente aquellas malas pasiones, principió a proponer para el episcopado a las personas beneméritas del clero sin distinción de colores, dando en ello un nuevo ejemplo de tolerancia y conciliación.

 


  HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA (Pulsando aquí)

 

Obispo de Salamanca

   En 1851, el 28 de marzo, cargado de años, contaba ya 70 nuestro paisano, fue propuesto para ocupar la sede episcopal de Salamanca. Su consagración como obispo, en el Madrid de la época, el 5 de noviembre en la catedral de San Isidro, fue todo un acontecimiento social. Don Antolín, con su corte de criados y familiares partió inmediatamente para tierras salmantinas, concretamente hacia Alba de Tormes, donde había de hacerse el tradicional recibimiento oficial por las autoridades de aquella provincia y obispado, para dirigirse a la capital atravesando las aguas del Tormes. Un gentío inmenso, cuentan las crónicas, salió de Salamanca a esperarle, circunvalando las calles de su tránsito y acompañándole con muestras de júbilo hasta su morada

   Apenas tuvo tiempo para comenzar a organizarse en la diócesis, el 14 de mayo siguiente, por la tarde, salió a dar un paseo por la ciudad. Aquella noche comenzó a sentirse indispuesto y se metió en cama, asistido por su sobrino, nuestro también paisano –de Atienza- y escritor romántico Pascual García Cabellos. A eso de las diez de la mañana su estado comenzó a empeorar; y a las cuatro de la tarde del 15 de mayo, tras sufrir una apoplejía, expiró, apenas mes y medios después de su llegada.

   Fue sepultado, con todos los honores de su dignidad, en la capilla contigua a la sacristía de la catedral nueva de Salamanca en la mañana del 18 de mayo de 1852, en un nicho de la pared, sin epitafio ni distinción alguna, tras haber permanecido expuesto su cadáver, como mandaba la costumbre, durante tres días, en la capilla del palacio episcopal.

   La historia, y la vida, tan caprichosas siempre.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 10 de mayo de 2024

 

 


 HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA (Pulsando aquí)

 

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