viernes, febrero 09, 2024

LA HOSPITALERA DE ATIENZA

 

LA HOSPITALERA DE ATIENZA

Ana Hernando, natural de Atienza, legó sus bienes para levantar un hospital

 

     Cuando doña Ana Hernando vio la luz del mundo, Atienza era una de las principales poblaciones de la hoy provincia de Guadalajara, tanto que incluso contaba con, al menos, dos hospitales de cierta entidad, San Julián y San Antón. El Hospital de San Julián dependía del Concejo, mientras que el de San Antón estaba regido por la congregación de frailes del mismo nombre. Alzándose el de San Julián junto a uno de los portillos de la muralla, el de Palacio, en los arrabales de San Gil; San Antón extramuros de la villa, junto al antiguo barrio de San Salvador.

   Todavía, en nuestros días, se mantiene el edificio del que fue antiguo hospital de San Julián con la misma estructura con la que lo dejó el siglo XVII; mientras que el de San Antón terminó por desaparecer. Sobre su solar se alzó, en 1930, el primer juego de pelota, o frontón, que conoció la villa de Atienza, que al igual que los pueblos del entorno tuvo gran afición a un juego que fue popular desde los siglos XV o XVI, hasta no hace demasiados años.

   Por supuesto que aquellos hospitales no son como los que hoy conocemos. El de San Julián atendía, mayoritariamente, a transeúntes. En el de San Antón todavía se practicaba algún tipo de medicina. La historia nos dice que trataban mayoritariamente lo que se llamó “fuego de San Antón”, una especie de erupciones provocadas por el cornezuelo del cereal. E incluso se llegaron a hacer algunas operaciones, si a la amputación de miembros podemos llamarla de aquella manera. 


HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA (Pulsando aquí)

El libro de la Historia de Atienza (aquí)

 

 

 Ana Hernando

   Ana Hernando nació en Atienza, en el seno de una de las tantas casas nobiliarias que poblaban la villa de aquel tiempo, en torno a 1680, trasladándose con el conjunto de su familia a Madrid, donde casó con el caballero Manuel Morán de Mena.

   En Madrid falleció, ejerciendo el cargo de cerera de la casa real, el 15 de octubre de 1745, tras otorgar testamento en la Corte el 13 de marzo anterior, al tiempo que otorgaba poderes a don Manuel López de Aguirre, cura a la sazón de la parroquia de los Santos Justo y Pastor y a don Baltasar de Elgueta y Vigil, quien ostentaba entre otros cargos, el de intendente de la fábrica del Palacio Real, natural de Atienza, para que a su vez y siendo conocedores de sus propósitos, testaran en nombre de ella y de su hijo Manuel, de la que era su tutora por ser el hijo incapaz, debido a sus deficiencias. Los albaceas, tres años después de su muerte, comenzaron a dar forma a las cláusulas de dicho testamento, en principio complejo, que fue poco a poco hilvanándose.

   Al fallecimiento del hijo, amortajado con el hábito franciscano, se celebrarían 2.000 misas en sufragio de su alma, las de sus padres y abuelos; el resto del quinto de los bienes que quedaren, una vez pagados funeral, misas y sufragios, se dejarían para capital cuya renta sirviese para dotar huérfanas y costear estudios a parientes; tradicional en la época, entre gente de posibles.

   Inventariados y tasados los restantes bienes de Manuel Morán Hernando, descontado el quinto se harían tres partes, una para sus parientes en grado más cercano; otra para los parientes vivos por parte de sus padres hasta el cuarto grado, y la tercera tendría que destinarse para construir en Atienza un nuevo hospital.

   La mitad de esa tercera parte la heredaría el hospital que se construyese en la villa, en esta ocasión para curación de enfermos, poniéndose el capital en renta o empleándolo en fincas productivas, siendo recibidos en él, en primer lugar, los enfermos parientes pobres de la testadora o de su hijo; cumplida esta cláusula, cualquier enfermo de Atienza o pueblos vecinos; invirtiéndose en la construcción 80.000 maravedíes. El hospital tendría trece alcobas, seis de ellas para enfermos varones, cuatro para mujeres y las restantes para sacerdotes.

   Igualmente, el edificio había de contar con habitación para el capellán; un cuarto para el hospitalero: una cámara suficiente para guardar, tender y cuidar la ropa; cocina y todo aquello que permitiese el terreno, junto a una capilla donde se pudiera oficiar la misa y donde serían enterrados los enfermos que en el hospital falleciesen. Dependería de la iglesia de La Trinidad, siendo su párroco el encargado de nombrar capellán, con una asignación de 800 ducados anuales. También sería, el cura de La Trinidad, visitador y encargado de la admisión de enfermos, sin dar opción a los patronos de oponerse a sus decisiones. En dicho hospital, para el que dejaba unas casas junto al arquillo de Palacio, perteneciente a la parroquia de la que había de depender, no serían admitidos enfermos de tisis o crónicos.

   El patronato de todas sus fundaciones estaría compuesto por dicho párroco de La Trinidad, el Abad del Cabildo de Clérigos, el Padre Guardián del convento de San Francisco, uno de los regidores municipales empezando por el decano -para renovarse cada año-, y el pariente más cercano de Ana Hernando, percibiendo cada uno de ellos 200 reales de vellón al año y otros 200 el Guardián de San Francisco en concepto de limosna.

 

 

 

HISTORIA DE LA VILLA DE ATIENZA (Pulsando aquí)

El libro de la Historia de Atienza (aquí)


 

El nuevo Hospital de Santa Ana

   Los patronos, usando las facultades que les concedía el testamento, acordaron edificar dicho hospital en una explanada a la entrada de la villa, junto al lugar en el que se alzaba la picota o rollo, por cuyo motivo fue denominado coloquialmente como casa nueva del royo. Las obras para la construcción comenzaron inmediatamente, y con arreglo a un proyecto bastante más amplio que el permitido por el pequeño capital destinado para construir el primitivo, aquellos 80.000 maravedíes –al parecer- daban poco de sí en el siglo XVIII, y el nuevo edificio costó unos cientos de miles. Se levantó en planta cuadrilátera, con dos pisos, patio central con galerías superpuestas formadas cada una por seis arcos y a las que rodeaban por tres de sus lados las estancias para los enfermos, más otras dependencias, mientras que el cuarto lado lo ocupaba la capilla, con cúpula de media naranja.

   Las obras se supone que debieron comenzar en torno a 1749. Hacía 1751 se techó el edificio, y en 1753, se colocó el Sagrario de la capilla. Comenzó su funcionamiento en 1766, cuando en él se refundieron algunos de los otros hospitales con los que contaba Atienza.

   En el libro de cuentas del hospital constaba una relación de los bienes que poseía el año 1770 para atender a su sostenimiento; se trataba de dinero dado a censo en numerosos pueblos del entorno, como Gascueña de Bornoba, Miedes, Riofrío, La Bodera, Hijes, Atienza, Imón, Riba de Santiuste, Albendiego, La Miñosa, etc., por un total de varias decenas de miles de reales. Al suprimirse antes de acabar el siglo XVIII el hospital de San Antón, fue acordado trasladar el servicio de cirugía existente en aquel, al nuevo hospital de Santa Ana.

   Aquel hospital que idease doña Ana Hernando para la villa de Atienza, y que merced a sus patronos se edificó con mayores aires, fue un edificio significativo, tanto por el servicio que ofreció a la población, como por su permanencia en el tiempo, ya que estuvo abierto hasta mediada la década de los años sesenta del siglo pasado, convertido en fundación docente, patrocinada por los hermanos Pascual Ruilópez, Bruno y Francisca, para la enseñanza de los niños de Atienza.

   Para la capilla del Hospital se ideó, y a ella lo trajo el testamentario de doña Ana, el atencino Baltasar de Elgueta, el Cristo del Perdón de Salvador Carmona, y sobre su fachada si situó el medallón, del mismo taller, que muestra a Santa Ana aleccionando a la Virgen. Fue, sin duda, un pilar más de la reciente historia de Atienza que el tiempo se encargó de mandar al olvido.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 9 de febrero de 2024

 

 





 

 

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