sábado, octubre 14, 2023

EL PINTOR DE RENALES, Y DE GOYA

 

EL PINTOR DE RENALES, Y DE GOYA

Luis Gil Ranz, que fue uno de los alumnos del genial pintor de Fuendetodos

 

 

  Luis Gil Ranz nació en Renales (Guadalajara), el día 12, y recibió las aguas bautismales el 14 de octubre de 1787. Añadiendo a su biografía los diferentes estudiosos de su obra, desde que abandonase el mundo mediado el siglo XIX, que era sobrino de un librero que se estableció en la madrileña calle de la Cruz, frente a la del Pozo. Siendo asistido por algunos familiares oriundos del hoy pueblo soriano de Barcones. Anteriormente, tierra de Atienza.

   El nombre del librero era Elías Ranz, quien se encargó de llevar a nuestro hombre a la capital del reino a fin de que estudiase, más que las artes pictóricas a las que con el tiempo se dedicó, las literarias, ya que, en estos años, los del fin del siglo XVIII, las artes literarias, entendiendo en ellas la caligrafía, se encontraban altamente valoradas.

 

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Entre la caligrafía y la pintura

   Alguna noción de pintura debía de llevar en la cabeza Luis Gil Ranz cuando entró en la escuela de uno de los mejores calígrafos de Madrid, ya en los inicios del siglo XIX. Calígrafo que daría a la imprenta un conocido manual o “Arte de Escribir por reglas y muestras”, don Torcuato Toribio de la Riba, quien en su manual, al hablar de sus alumnos, lo hace elogiosamente de nuestro genio, quien lo cita entre “los muchachos más destacados de mi arte”, en la edición de su tratado gramático y ortográfico que verá la luz en 1801; contaba Luis Gil, cuando de aquella manera lo trata el maestro de escritura, con 13 años de edad.

   Fue examinado de 6º de Gramática en la sala de las Comendadoras de Calatrava el 5 de octubre de 1800, basando su examen en los 12 tomos del Evangelio meditado. En 1805 continuará siendo uno de los más destacados calígrafos, figurando entre los 23 alumnos seleccionados para premio de segunda clase, pero en esta ocasión en el apartado de pintura; arte que le comenzaba a atraer.

   A través de su tío el librero y su familiar de Barcones, Antonio Sanz Romanillos, llegó al estudio de quien entonces estaba considerado como uno de los grandes maestros de la pintura española, como pintor que era de cámara del rey. El maestro no era otro que don Francisco de Goya y Lucientes quien, como todo artista de mérito, empleaba su tiempo, a la par que en pintar grandes lienzos, en enseñar a quienes trataban de seguir sus pasos.

   Junto al maestro vivió aquellos aconteceres que siguieron al 2 de mayo de 1808, cuando en la capital de España estalló el pueblo contra los invasores franceses, los alcaldes de Móstoles declararon la guerra contra las tropas de Napoleón; las calles se cubrieron de sangre; surgieron las guerrillas y las juntas de defensa y, en Zaragoza el pueblo, capitaneado de alguna manera por Agustina Zaragoza, o de Aragón, se lanzó a la defensa de la ciudad.

   Cuentan que, cumpliendo un encargo del general Palafox, viajó Francisco de Goya a Zaragoza para tomar apuntes de lo que allí ocurría, como lo hizo en Madrid, para posteriormente plasmar en lienzo aquellas luchas. Y fue nuestro hombre, Luis Gil Ranz, el encargado de guiar al maestro a través de una España en guerra, atravesando de lado a lado la provincia de Guadalajara para entrar en Zaragoza, y regresar.

   Con el añadido de que ambos, por su posición, podían ser tomados como espías por cualquiera de los dos bandos alzados en armas. La crónica cierta nos dice que ambos, don Francisco y su alumno, corrieron no pocos riesgos en los caminos, con el añadido de la sordera del genial pintor, a quien nuestro paisano, que hubo de aprender el lenguaje de signos, tenía que traducir lo que el otro no alcanzaba a oír.

   Al regreso, quizá perseguidos por las tropas francesas o por las guerrillas españolas, tuvieron que buscar refugio en el pueblo natal de Luis Gil, en Renales, localidad en la que ambos recobraron el aliento y descansaron durante varios días, antes de tornar al camino de Madrid; previamente lo tuvieron que hacer en Fuendetodos.

   Penoso nos relata D. Arturo Ansón Navarro en su obra: “Los Discípulos de Goya”, el viaje que desde Madrid llevaron a cabo el genial Francisco de Goya y nuestro hombre, a la sazón de 21 años de edad; como penosa fue su estancia en tierras de Aragón, en medio de la guerra, sin que falten las penurias en el retorno a Madrid, tras comprobar en primera persona los desastres que aquella causaba en la capital de Aragón y pueblos del recorrido.

   Ansón nos da cuenta de que en estos días de estancia en Renales retrató al entonces deán diocesano, Don Diego Eugenio González Chantos y Ullauri, refugiado como lo estaban ellos, en el propio Renales. Al retorno a la capital se pierde el rastro de Luis Gil Ranz, para la mayoría de los estudiosos de su obra.

   Otros nos dan cuenta de que, tras su paso como asistente, discípulo o criado de Francisco de Goya, pues como a tal se refieren los distintos autores que trazan su figura, lo encontraremos, concluida la guerra de la Independencia, como funcionario en distintos departamentos de la Corte.

 

Pintor y funcionario

   Sin duda, los tiempos que siguieron a la marcha de los franceses no fueron todo lo buenos que cabía de esperar para los españoles.

   Arturo Ansón nos dejará escrito que el Rey Carlos IV, tiempo antes de abandonar el reino, concedería a Luis Gil Ranz, en los inicios del siglo XIX, una pensión de la Tesorería General de nada menos que 400 ducados, es decir, 16.000 reales anuales. Lo que nos da a entender que era alumno aventajado, y con posibles, en el mundo de la pintura.

   Lo prueba el hecho de que para entonces Gil Ranz ya se encontraba dentro de la Real Academia de San Fernando, como alumno de pintura, a pesar de que la fortuna no le acompañaría a la hora de que los maestros de la Academia apreciasen sus trabajos en la misma forma en la que él, o el propio Francisco de Goya, lo hacían.

   No obstante, algo debió de suceder para que nuestro genio abandonase los pinceles; como tiempo después Francisco de Goya abandonó España.

   El nombre de Luis Gil Ranz dejará de sonar durante un largo periodo de tiempo, pues no lo volveremos a encontrar hasta que concluya la primera Guerra Carlista, en 1840, como funcionario de la Secretaría del Estado y Despacho de Hacienda, trabajando como oficial de su archivo con un salario igualmente destacado, de 14.000 reales anuales.

   Antes de ello conocemos que tuvo alguna intervención en los sucesos que se vivieron en Madrid durante el Trienio Liberal; o que fue uno de los hombres que aportó su óbolo para la construcción, a partir de 1852, del Hospital madrileño de la Princesa, para cuya obra se abrió suscripción pública, aportando Luis Gil Ranz, sin duda de acuerdo con sus posibilidades económicas, 12 reales.

   Tal vez, de su obra pictórica, la única pieza que ha quedado, públicamente conocida a través del paso del tiempo, es la que dejó para la iglesia parroquial de La Seca (Valladolid), bajo el título de “El Bautismo de Cristo”. Quedando sus trazas, sin lugar a dudas, en alguno de los lienzos que, finalmente, firmó el gran Francisco de Goya.

   Al momento de su fallecimiento, el 23 de julio de 1867, Gil Ranz pertenecía a la Sociedad filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos, la que se encargó de comunicar su fallecimiento, y pedir a sus socios que acompañasen sus restos, que recibirían sepultura en el cementerio madrileño de la Sacramental de San Nicolás, a las nueve de la mañana del día 25, desde el domicilio del pintor, en el que falleció, en la calle Mayor, núm. 62-64.

   Su hijo, Manuel Gil y Sacristana, continuó sus pasos en el mundo de la caligrafía y el grabado.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 13 de octubre de 2023

 


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