JUAN BAUTISTA MAÍNO, EL PINTOR DE LA NAVIDAD
Natural de Pastrana, ha legado algunos de los lienzos más emblemáticos, que ilustran el tiempo de Navidad
Una hora, cuentan historia, leyenda y tradición, se permitía que doña Ana de Mendoza, nuestra adorada y emblemática princesa de Éboli, se asomase al hermoso paisaje que señorea su palacio sobre el horizonte del valle del Arlés. Una hora que, según las circunstancias de la vida puede ser mucho, o poco tiempo. Pasarse en un soplo o ser una eternidad.
Sin duda que a doña Ana, de ser cierto aquel incierto permiso real, aquella hora se la pasaba en un suspiro, puesto que admirar el paisaje que se tiende más allá del principesco palacio merece una eternidad. Quizá para entonces, para aquellos días tristes de la década de 1580, y comienzos de la siguiente la vida de Pastrana había empezado a dar un vuelco, o todavía no. Todavía conservaba los fastos de una casi corte real en torno a los Éboli, a doña Ana y don Ruy, que en esta parte de nuestra tierra levantaron casa, escribieron historia y atrajeron gentes de la cultura de media Europa.
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De no saber que para entonces Pastrana ya era una las capitales de la Alcarria, y que pujaba un poco a ser algo así como la Granada arriacense, hubiésemos pensado que nació con ellos, con los Éboli, que también lo hizo, porque ellos la dieron aún mayor grandeza de la que tenía. La ensalzaron y pusieron en camino de ser uno de los más emblemáticos escenarios para cualquiera obra dramática de nuestra historia, con personajes reales asomándose tras su telón; tan reales con el Rey Prudente, don Felipe II; tan reales como Teresa de Jesús; tan auténticos como Juan Bautista Maíno, quien nos llegó tarde para legarnos el retrato de una doña Ana, asomándose desde su ventana de la Hora.
Doña Ana, la princesa triste
Cuando Juan Bautista Maíno llegó a este mundo, en aquella Pastrana señorial que se asomaba al otoño, en el mes de octubre de 1581, la Princesa de la Villa, doña Ana, ya se encontraba en prisiones, comenzando a ser parte de una historia de novela y romance digna de ser cantada por los mejores juglares del siglo XII. Los que pudieron acompañar, desde Burdeos, hasta Ágreda, a doña Leonor de Plantagenet.
A doña Ana, Señora de Pastrana, el Rey la encerró en la torre de Pinto dos años antes del nacimiento del pintor, y cuando este lo hizo, doña Ana, tras un breve paso por otra desabrigada torre, Santorcaz, se encontraba de camino hacía su airoso palacio; desangelado por orden de Su Majestad.
Su guardián, en estos casos siempre hay un guardián, como lo hubo de la reina Juana para que contase sus padecimientos en el encierro de Tordesillas, contó al Rey los de la princesa alcarreña en las torres de Santorcaz y Pinto. Don Juan de Samaniego se llamaba el supuesto carcelero quién, compadecido, lastimosamente daba cuenta de que: convendría para la salud de la Princesa y para el bien de sus pleitos y negocios de su hacienda que tuviese libertad; porque aunque de algunos días acá muestra estar bien conmigo, no por eso en cuanto a entender conmigo en sus negocios hay mudanza de lo que al principio que yo vine, como le avisé a V.M., de que no deja de seguirse mucho daño a esta casa, lo cual procede de verse la Princesa tan triste y afligida.
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Y, para aliviar sus males y poner remedio a los asuntos de su casa, a ella la mandó, para continuar su encierro, hasta aquel día, final de su camino por este valle de lágrimas; el de la Presentación, de 1592. En una Pastrana, sin duda, aterida de frío, como corresponde a los febreros en la Alcarria.
Cuando llegó la Princesa a Pastrana, Juan Bautista Maíno ya era nacido; cuando la Princesa entregaba su alma, la familia de Maíno se disponía a salir de Pastrana en busca de otros mundos.
Juan Bautista Maíno, el pintor
Juan Bautista Maíno, padre del pintor, procedente de Milán, llegó a Pastrana, atraído a esta tierra por la industria tapicera y de sedería creada por el duque don Ruy, en tiempos en los que en Pastrana se dio cita una parte importante del comercio, industria y arte de Castilla, y de fuera de estos reinos. A pesar de que uno de sus máximos estudiosos, el pastranero don Francisco Cortijo Ayuso, nos dirá que bien pudo llegar de Milán, directamente, o bien a través de El Escorial, teniendo en cuenta que en torno al famoso monasterio se daban entonces cita los grandes maestros de todas las artes a fin de legarnos la maravilla que representa.
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También era entonces Pastrana lugar de encuentro de numerosos descendientes del vecino Portugal, tierra original del duque; y de la que llegaron los progenitores de Ana de Castro, la madre de nuestro genial pintor, hombre que, sin duda, y de la mano de algunos familiares, diestros en el arte de la pintura en tierras italianas, comenzó a temprana a edad a tomar los pinceles, dando muestras de que era nacido para ese arte inmortal.
La muerte de la Princesa en sus prisiones, y la anterior del Duque don Ruy, debieron dejar a Pastrana desangelada en los últimos años del siglo XVI, con lo que muchas de aquellas gentes que vinieron atraídas por la corte principesca, comenzaron a marchar en busca de fortuna. Lo hizo don Juan Bautista Maíno, padre de nuestro pintor, con la numerosa familia que formó en la villa Ducal.
El regreso de Juan Bautista Maíno a Pastrana, convertido en genio de la pintura, cuentan que en parte debido a la agudeza artística de otro de los grandes de su tiempo, El Greco, tras su paso por la escuela italiana de los clásicos del siglo, tuvo lugar en torno a 1611 o 12, poco antes de que entrase en religión, en la Orden de los Dominicos, y de que se convirtiese en profesor de dibujo de uno de los más significativos monarcas de la Casa de Austria Española, Felipe IV.
El genio del gran pintor
La obra de Juan Bautista Maíno es sin duda una de las más coloristas del Siglo de Oro español. Siglo en el que dominaron de alguna manera escenas como las que nos retrata, representando los dos principales momentos de la Navidad: La Adoración de los Reyes, y la de los Pastores. Motivo pictórico ampliamente repetido y del que quedan en la provincia no pocas muestras, desde la catedral de Sigüenza, a las obras, casi maestras igualmente, del genial Matías Jimeno, cuyos lienzos quedaron en la grandeza de las iglesias de Arbancón, o de Santa María del Rey.
Son, sin embargo, las obras de Juan Bautista Maíno, en contraste con las otras, de un colorido excepcional, que dan mayor grandeza a su composición, y llenan de luz unos días que contrastan con los grises invernales.
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Quizá alguien haya escrito que Juan Bautista Maíno es el pintor de la Navidad en la Alcarria. Si nadie lo hizo, anotado queda. De lo que no cabe la menor duda es que, a través del tiempo, y de los museos de medio mundo, las pinturas de nuestro pastranero universal han servido para felicitar la Navidad, de cualquier rincón del mundo.
Son estas dos obras, La Adoración de los Reyes, y la de los Pastores, tal vez, las más conocidas de nuestro paisano. Dignas, como cualquiera de las decenas que salieron de su pincel, de hacer historia. Y lo hacen, y sirven, como sirvieron, para felicitar la Navidad Alcarreña; desde Pastrana, desde las páginas de este Nueva Alcarria, que a tantos lugares llega, hasta donde estas estas líneas se estén leyendo.
Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 23 de diciembre de 2022
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