MARANCHÓN Y SUS CONSTANTES (I)
Maranchón, que surgió al pie de los caminos, encontró la manera de vivir de ellos
Maranchón, batido por los vientos, se encuentra en uno de los extremos provinciales, a camino entre el Señorío de Molina y la Serranía, al pie de la línea por la que concluye Castilla y comienza Aragón; cuenta la historia que en parte vivió del camino que lo atravesó, que fue Camino Real de Aragón; o del camino que, desde las altas cumbres castellanas, y a través de la capital de esta tierra señorial, Molina, conduce a Levante.
Por aquí marcharon las huestes del Cid camino de la conquista valenciana; hicieron un alto los reyes de vuelta de las Cortes de Zaragoza, y lo dibujaron viajeros ilustres, de los que patearon la tierra española a partir del siglo XVI, como hiciese Pier María Baldi, acompañante de Cosme de Médici, Gran Duque de la Toscana, en la última parte del siglo XVII.
1ª Constante: Maranchón, en el camino
La imagen que de Maranchón nos dejó Pier María Baldi muestra, como escena principal, la silueta inconfundible de su iglesia, Nuestra Señora de la Asunción, que como otras tantas de la provincia, fue “iglesia de Asilo”. Un derecho que ya reguló, hace casi mil años, el gran rey Alfonso X; el fuero eclesiástico prohibía a milicias y santas hermandades penetrar por la fuerza en templos e iglesia que se constituían de aquella manera en refugio seguro. Claro está que para ello, acogerse al refugio sagrado, hubo normas que llegaron a tiempos casi recientes, pues fueron reguladas por esta parte de la tierra por el obispo diocesano don Francisco Delgado y Venegas en 15 de febrero de 1773.
No sólo por aquí se encontraba asilo en la iglesia de Maranchón; desde Berlanga a Molina se podía hallar en Atienza, Almazán, Sigüenza, Ayllón, Medinaceli y algunas más que se alejaban un tanto de estos caminos.
2ª Constante: Las mulas de Maranchón
Cuando don Pier María de Baldi, acompañando a don Cosme de Médici pasó por estas tierras, al parecer procedente de Zaragoza, todavía no había comenzado Maranchón a figurar como centro muletero para la mitad de España. Más como si de una premonición se tratase, don Pier Maria retrató, en primer plano, a algunos maranchoneros con sus recuas de mulas dirigiéndose a la villa.
Faltaban todavía algo más de ciento cincuenta años para que los de Maranchón se echasen, por el camino que dividió en dos la población, a mercadear con aquellos animales que tan necesarios fueron para el trabajo de nuestros campos, y que con el pasar del tiempo serían parte de la riqueza y prosperidad del municipio.
3ª Constante: La Feria
Tampoco había feria cuando por aquí pasó Cosme de Médici. La feria de Maranchón, que fue una de las señaladas en la comarca junto con las de Molina, Sigüenza y parte de Aragón, sería autorizada en los primeros años del siglo XIX, y en ella se comercializó en mulas, en granos y en todo aquello que los buhoneros de las provincias vecinas fueron capaces de acarrear.
La feria de ganados de Maranchón, para competir, sanamente por supuesto, con las de Jadraque, Molina o Sigüenza, se instituyó en 1805 tras la solicitud del Concejo de la Villa a la Secretaría de Gracia y Justicia del Reino tratando, con su celebración, de paliar algunas de las deficiencias económicas que entonces padecía la población. La celebración de la feria reunía a comerciantes y visitantes con lo que, distribuidos los unos por los mesones y tabernas de la comarca; los otros por las posadas, entre todos podían dejar algunos beneficios, aparte claro está de los impuestos que, por las compras y ventas, obtenía el municipio. Se celebró por los días de septiembre en los que los de Maranchón festejaron, y lo continúan haciendo, a Nuestra Sra. de los Olmos, cuyo Santuario no aparece en la obra de Cosme de Médici, pues se levantó algo más tarde, a pesar de que por entonces ya recibía la milagrosa imagen aparecida en un olmizo, la devoción de los vecinos.
Justamente cincuenta años después, en 1854, a la celebración de la feria de septiembre se unió la licencia para que el Concejo, o Ayuntamiento, pudiera celebrar, los viernes de cada semana, un mercado público al que pudiesen concurrir a vender los mercaderes de la comarca, lo mismo que acudieron, del conjunto de la comarca, a comprar, granos principalmente y, cómo no, alguna de las famosas mulas o muletas, que ya tenían fama, de Maranchón.
4ª Constante: El Pollo de Maranchón
Sin duda que por aquellos años, los de la mitad del siglo XIX, cuando el nombre de Maranchón comenzaba a escucharse por los cuatro puntos cardinales de una España en continuo movimiento, quienes iban y venían por el camino que atraviesa Maranchón, ya fueron capaces de escuchar las gaitas y tambores que daban paso al que con el tiempo se ha convertido, como las mulas de trato, en emblema de esta parte de la provincia: el baile de El Pollo. Algún estudioso, tal que Antonio Aragonés, nos dejó escrito que es quizá el “pollo”, la danza o baile que puede situarse entre los más populosos de la comarca de Molina. Que algunos estudiosos lo definieron como una especie de popurrí jotero a medio camino entre la aragonesa y la extremeña, si bien, muy bien encadenado.
El transcurrir del tiempo lo ha convertido en una seña de identidad, y sus danzantes trenzan sus jotas al ritmo de la gaita y del tambor, en las fiestas mayores y en las fiestas menores, y acompañan a San Pascual Bailón el día de su festividad, el 17 mayo, fecha que, aquellos que andaban al trato mular marcaban en rojo en sus calendarios para retornar, por mucha que fuese la distancia, a bailarlo, o verlo bailar, o cantar: Si San Pascual está triste / porque no tiene gaitero, /nosotros le alegraremos/ con la jota de mi pueblo.
5ª Constante: El trato, y su feria
A él se dedicaban, en los últimos tiempos del siglo XIX, la práctica totalidad de los vecinos de Maranchón. A la venta de mulas que los hicieron famosos.
Desaparecieron las mulas, barridas por la revolución industrial que dejó por los campos de España los inmensos tractores, capaces de llevar a cabo en un par de horas el trabajo que hiciesen unos cuantos hombres, y unas cuantas yuntas de mulas, en unas cuantas semanas.
Los tratantes levantaron, y modernizaron, el pueblo de Maranchón; ahora es el pueblo de Maranchón el que homenajea, por no olvidar sus raíces, a los hombres que le dieron fama y lo hicieron ser lo que es.
En unos días los nombres de muchos de los tratantes que corrieron los caminos y ferias de España y parte de Europa regresarán, si quiera en homenaje festivo, a su pueblo; también regresarán las memorias de los muleteros de Campanario (Badajoz), hasta donde fueron algunos maranchoneros a vender, y algunos serranos a establecerse, pues allí quedaron, como punto de unión, los Fernández Manrique, ovejeros de Atienza, que hicieron el camino de la trashumancia a los pastos de Extremadura; allí, en Campanario, echó raíces don Francisco Fernández Manrique, de los Manrique de la calle de Cervantes, que casó con doña Antonia Donoso, de aquella villa.
Pero esa es ya otra historia, por ahora dejamos pendientes estas “Constantes de Maranchón”, que nos guían hasta la celebración de la II Feria del Tratante, el 9 y 10 próximos donde, de nuevo, Maranchón volverá a ser una fiesta, de las de guardar y no perderse.
Tomás Gismera Velasco /Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 1 de julio de 2022
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