LA GIRALDA DE ESCAMILLA
Junto con el Mambrú de Arbeteta, ha forjado la leyenda de amor más conocida y romántica de la historia provincial
Doña Amalia Serrano Sanz, natural de Ruguilla, falleció hace poco más de cien años, el 18 de julio de 1915. La diabetes pudo con ella, y con su vista. Murió ciega, sin que ni su marido, Félix Layna; ni su hermano, Félix Serrano; médicos ambos, pudiesen hacer nada por ella.
ESCAMILLA. TODA UNA HISTORIA (Pulsando aquí)
A juzgar por uno de los pocos retratos que de doña Amalia se conservan, era toda una dama, aparte de ser una gran narradora. Su hijo nos contó que gustaba hacerlo al amor de la lumbre, en la profundidad de una inmensa cocina, iluminada por el baile zumbón de las llamas.
Doña Amalia nunca dijo quién le contó aquella historia de amor, y si lo dijo el tiempo lo olvidó; pero dejó grabada en la memoria de la provincia esa historieta que, de tanto repetirse, ha quedado convertida en leyenda viva, y sentida, de dos localidades, Escamilla y Arbetet, esa que lleva por título: “El Mambrú de Arbeteta y la Giralda de Escamilla”.
Mambrú se fue a la guerra
A juzgar por quien escribió la historia que escuchó siendo chiquillo, de labios de doña Amalia, Mambrú se fue a la guerra montado en una perra. Eso lo cantaban los muchachos de Ruguilla jugando a la dola, que era, en los inicios del siglo XX, y fue, hasta mucho tiempo después, juego de chiquillo de pueblo.
La cancioncilla, hace memoria de Sir John Churchill, Príncipe de Mindelheim y del Sacro Imperio, Conde de Nellenbourg, hijo de don Winston Churchill, caballero irlandés al servicio de don Carlos II de Inglaterra y, por supuesto, antepasado del don Winston, primer ministro. La cancioncilla nació en Francia como homenaje a don John Churchill, quien también fue conde de Malborough, el Mambrú de nuestros juegos, y uno de los principales protagonistas en la Guerra de Sucesión Española que enfrentó a media Europa por el trono que dejó vacante la herencia de don Carlos II, el Hechizado.
Aquel Mambrú de la Guerra de Sucesión hubo de ser, en Arbeteta, el hijo del Sacristán de la Villa. Oficio, el de Sacristán, que conocido es no fue de mucho lustre con el pasar de los siglos, a pesar de que en los tiempos de los que la historia nos habla, el Sacristán de la Villa era hombre de respeto, encargado, a más de la preparación de los oficios religiosos, de tocar el órgano, las campanas a misa, vísperas, oración, nublo y nieve; llevar, en muchos casos, la secretaría municipal, regir el reloj de la villa, donde lo hubo y, por si fuera poco, enseñar a los chiquillos del pueblo las cuatro reglas, como maestro de primeras letras.
Las chiquillas de Ruguilla, saltando a la comba, que también fue juego de chiquillas de pueblo, mientras lo hacían cantaban lo de Mambrú se fue a la guerra… y no sé cuándo vendrá.
La Giralda de Escamilla
El Mambrú de Arbeteta se fue a una guerra imaginaria, por fortuna, enamoriscado de la Giralda de Escamilla que era, esta sí, hija de caballero poderoso y con dinero, de ahí que la unión entre ambos fuese poco menos que imposible. Una especie de Romeo y Julieta; o de Isabel de Segura y Juan de Marcilla, a lo alcarreño.
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Al pasar por Escamilla, en los últimos años del siglo XVIII, origen de la leyenda, reconstruida ya la imponente iglesia de esta hermosa Villa, y al parecer a medias, como quedó, la no menos monumental torre campanera, don Antonio Ponz, quizá uno de los viajeros más populares que ha dado el suelo patrio, tomó de un paisano que por allí encontró uno de los asertos más tristes que se pueden escribir en torno a la originalidad y hermosura de una torre: No se debe pasar por alto la torre de Escamilla, muy alabada por su hechura y materia, toda de piedra con giralda en el remate. Su forma es de las más ridículas sin otro método, que el estar una piedra sobre otra figurando una especie de aguja del todo extravagante. Es uno de los modernos abortos dignos de desprecio y compasión por los mal empleados caudales en ellos. ¡Cuánto de esto hay en España! A cualquiera, leyendo aquello, se le ocurriría pensar que suerte tuvo don Antonio Ponz con vivir el tiempo que le tocó. De hacerlo en los nuestros no tendrían sus ojos, ni su pluma, descanso alguno.
Así pues, hacía 1780 ya estaba la Giralda de Escamilla coronando su torre, y es más que probable que, a la distancia, al otro lado del horizonte, sobre la torre de la iglesia de Arbeteta, su Mambrú.
La Giralda, y el Mambrú
Contó don Francisco Layna, el hijo de doña Amalia, a quien por la década de 1940 se le ocurrió imprimir la leyenda que escuchó de niño en la hermosa cocina de la casa familiar de Ruguilla, que… queriendo referirla según suponía que los viejos del pueblo la seguirían contando, escribí a varias personas de Arbeteta y Escamilla para que me enviaran una referencia exacta y ¡oh dolorosa sorpresa!, la respuesta unánime ha sido que por allí nadie sabía una palabra de la ingenua historia de amores aludida por mí…
Suele pasar que, las leyendas, si no se escriben, se olvidan. ¿O acaso la leyenda del Mambrú y la Giralda fue un invento de doña Amalia Serrano Sanz?
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Y es que el tiempo ha ido echando a perder las historias que fueron un día germen de nuestras tradiciones; aquellas que nacieron como parte de la vida ordinaria de los pueblos y se convirtieron en eso, en cuento, en leyenda. Como la de la moza de Atanzón, el topo de Yélamos, el escribano de Berninches, la boca del infierno, y tantos asuntos más.
La desgracia unió para siempre a aquellas dos veletas monumentales, que tal son, a ambas las destruyó el látigo del rayo una tarde de tormenta. Las que hoy se pueden contemplar son, de alguna manera, modernas. La Giralda de Escamilla, tras la última tormenta, es una obra monumental de Jesús Esteban Alda, repuesta en los primeros años de la década de 1980; el Mambrú de Arbeteta, tras partirlo otro rayo lo compuso, unos años después, en 1988, el escultor Antonio García Perdices en su taller de Alcolea del Pinar.
Ambas veletas rematan imponentes torres, y se han convertido en seña de identidad de dos hermosas poblaciones de nuestra provincia.
A D. Francisco Layna, memorando aquella historia, y el recuerdo de su madre, le quedó la amargura de no haberla podido complacer en vida. Contaba que ella sólo pedía vivir hasta que su hijo terminase los estudios de medicina, que los culminó al año siguiente, en 1916. Luego montaría su consulta con aquel imponente despacho de estilo inglés en madera de nogal que pronto verá la luz tras esa metódica restauración que cuentan ha llevado a cabo la Diputación provincial, a la que lo legó. A todos los demás nos queda leer aquella historia, y darnos una vuelta, por Arbeteta y Escamilla para, recordando a doña Amalia, abrir la página de la historia provincial, hoy por la parte de sus leyendas: Érase que se era en aquellos tiempos antiguos cuando los hombres llevaban calzón corto, chupa y casaca, sombrero de tres picos, camisa con chorreras de encaje y peluca empolvada, todo ello tratándose de gente principal…
Tomás Gismera Velasco /Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 10 de junio de 2022
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