EL BOLO DE BUDIA, Y SU PAISANO MANUEL CATALINA
Budia es una de esas poblaciones de nuestra provincia en las que las historias, los personajes, o las leyendas, forman parte de su ser
Budia, para quienes no lo conozcan, que a estas alturas del tiempo no han de ser muchos guadalajareños, es uno de esos pueblos hermosos que se encuentra en el partido de la siempre magistral, histórica y monumental villa de Brihuega, con la que compartió parte de historia y lo hace los colores alcarreños que dan razón y sentir a una comarca.
Fue, en tiempos pretéritos, una de las grandes poblaciones de esa parte de la provincia que, como casi toda por aquí, perteneció al Común de Villa y Tierra de Atienza, del que pasó a aquel manirroto personaje, como a algunos historiadores gustó denominar, que llevó por nombre Alfonso Carrillo de Acuña quien, tras recibir de sus mayores un inmenso legado en pueblos, villas y lugares, se fue deshaciendo de ellos para pagar deudas contraídas en llevar, por el siglo XV, vida de noble.
Budia, a partir de aquello, cayó en el lado de los Mendoza, por parte de los descendientes de quien fue denominado tercer rey de España, don Pedro González, con el sexmo de Durón, sus villas y tierra iniciando, a partir del siglo XVI, una historia nueva. Sin por ello dejar atrás la pasada.
De Budia se ocuparon los escritores del siglo XIX, lo mismo que los del XX, ante todo desde que, por indocumentado y vagabundo, mandó don Demetrio Millana a pasar la noche en un oscuro calabozo a todo un Premio Nobel de Literatura, don Camilo José Cela quien, años después, no habló muy bien del bueno de don Demetrio: … perdonada sea la manera de señalar…
Budia, la villa de los obispos
Pocas poblaciones de la provincia de Guadalajara pueden presumir de tener entre sus naturales un elenco mayor de obispos que los que salieron de la villa de Budia a correr mundo y, en la mayoría de los casos, hacer historia.
Popular fue, sobre todos ellos, don Víctor Damián Sáez Sánchez, aquel obispo al que conservaron, después de muerto, en una tina de aguardiente hasta que llegó la hora de darle cristiana y devota sepultura en la catedral que gobernó, la de Tortosa. Después de regir los destinos del reino tras convertirse en la mano justiciera del rey de las Españas, don Fernando VII de mala memoria. Don Víctor Damián fue hombre de recio genio y pluma ágil, además de tener un ingenio mayor que el de sus enemigos, pues siendo llamado a dar cuentas a las justicias del reino, desapareció de la carretela que lo llevaba desde Sigüenza a Madrid y nadie supo cómo ni en qué momento del camino; hasta que apareció, la noche del 12 de septiembre de 1839, seis años después de que lo buscasen por media España y parte del extranjero, pues lo situaban en la Francia de los Napoleones, a las puertas de la catedral de Sigüenza, en camisa, descalzo, sentado en una silla, sujeto a ella con una cuerda, y sin más adorno que un birrete colorado; es de suponerse que oliendo a aguardiente, puesto que, cadáver, lo acababan de sacar de la tina famosa. A Don Víctor Damián se le tiene, así lo refieren los últimos estudios, como uno de los primeros traductores del genio literario de Víctor Hugo.
Y no le fue a la zaga en algún aspecto de la historia quien lo heredaría en aquel obispado de Tortosa, su sobrino don Damián Gordo quien, aunque nacido en Cantalojas, llevó, por parte de madre, sangre de Budia.
En Budia nació igualmente don Bernardo Antonio de Calderón y Lázaro, para con el tiempo presidir el vecino obispado de Osma; o don Gabino Catalina, obispo, como don Pedro González de Mendoza lo fuera, de la diócesis de Calahorra; y de Budia también salió, para administrar la diócesis de Coria, don Juan José García Álvaro.
Un gran actor, Manuel Catalina
También algunos de los grandes actores del siglo XIX que pasearon su arte por los principales escenarios de España, salieron de Budia. Quizá el más popular de todos ellos fuese don Manuel Catalina Rodríguez, familiar del obispo del mismo apellido y hermano de otro de los actores que dieron ser al teatro madrileño del siglo XIX, don Juan Catalina. Ambos estaban llamados a continuar los pasos del padre, magistrado de oficio y regidor de Budia a mediados del siglo XIX. Ambos hermanos, como el tercero, don Eduardo, principiaron la carrera de Derecho que únicamente don Eduardo concluyó, llegando a ser Magistrado de la Audiencia de Manila.
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Manuel Catalina Rodríguez compartió tablas, desde mediados de aquel siglo, con Julián Romea y Matilde Díaz, que fueron dos de los más grandes cómicos de los teatros del Príncipe, del Español o de la Cruz, de los que don Manuel también llegó a ser uno de sus más populares directores, empresarios y promotores. También lo fue en su pueblo natal, donde todos los años, con ocasión de la festividad de la Virgen del Peral, se celebraba gran función teatral protagonizada por los mozos y mozas de la villa, de cuya gesta da cumplida relación otro de los grandes personajes salidos de Budia, don Andrés Falcón y Pardo, quien llegó a escribir a comienzos del siglo XX, una obrita a la que puso por título: “La función de la Virgen”, en la que da cumplida cuenta de cómo, por aquellos tiempos, se festejaba, por el entorno budiero, a Nuestra Señora del Peral.
Don Manuel Catalina no sólo se hizo popular con sus representaciones teatrales, recorriendo los pueblos de España con su propia compañía, sino que también llegó a escribir alguna que otra obra, y a lucirse como cumplido poeta en las revistas de moda de su tiempo, llegando a hacer un buen capital que, finalmente, terminó perdiendo en arriesgadas puestas en escena.
Le acompañó la suerte durante algunos años, hasta que se le torció, a él y a sus hermanos, que pareciera que les hubiesen hecho un mal conjuro. Don Manuel falleció en Madrid el 26 de julio de 1886, retirado poco tiempo antes de los escenarios, cuando contaba con algo más de sesenta años de edad. Su entierro fue de los que marcan época, pues salió el cortejo de su domicilio, en la Costanilla de los Ángeles y pasearon la carroza mortuoria por los teatros en los que don Manuel mereció aplausos, deteniéndose la comitiva en el Español, hasta donde llegaron las orquestas de los teatros de la zona para tocar allí una marcha fúnebre en su honor; su hermano, el actor don Juan, murió en Ávila, pocos años antes; y mientras se dirigía al funeral, a don Eduardo, el magistrado de Manila, le acometió la enfermedad en un pueblecito de Barcelona y, diez días después, allí lo dieron a la tierra.
El Bolo de Budia
Al Bolo de Budia le pusieron aquel apodo porque era más alto y recio que un bolo; que entonces eran uno de los más populares juegos en la provincia y, ante todo, en la Alcarria.
El Bolo de Budia, según cuentas, se llamó Joaquín Alcalde, y tuvo el honroso oficio de Albéitar-Herrador en los últimos años del siglo XVIII y comienzos del XIX. En aquellos tiempos todavía el Veterinario, o Albéitar, se encargaba de herrar a los caballos, y con motivo del herraje tuvo un primer episodio histórico mediante el cual, según quien lo cuente, fue capaz de doblar con dos dedos un duro de plata que le entregó un coronel de los tercios, o un soldado de aquellos; ya que del caso se ocuparon Fermín Caballero, quien dejó escritas sus hazañas en 1834, así como sus compañeros veterinarios, mediado el siglo; también su paisano, Falcón y Pardo, quien a comienzos del siglo XX le dedicó otra jugosa historieta. De su vida se cuentan tantas aventuras que se puede llegar a dudar de las que son reales, y de las que, pasado el tiempo, fueron fruto de la fantasía. Su paisano Falcón y Pardo contó que solía ser peligroso invitarle a un trago de vino, pues se podía beber entera una tinaja de las de ocho o diez arrobas que, a doce o más, litros la arroba…
Más que por lo de doblar duros de plata con dos dedos, herrar caballos o ser diestro en el arte de la tauromaquia, pues también fue torero, el Bolo de Budia pasó a la historia por ser diestro en otro de los juegos populares de nuestra tierra: el del tiro de la barra.
Juego que cuentan fue motivo de entretenimiento también para uno de los monarcas que nos reinó, don Carlos de Borbón, IV del nombre quien, al parecer, se hizo levantar en el palacio del Retiro su propia cancha, y por ella pasaban cuando las ocupaciones se lo permitían, los más diestros tiradores. También el Bolo de Budia, Joaquín Alcalde quien, en contra de lo que los demás hicieran, dejar ganar al rey, se atrevió a lanzar la barra más alta y a mayor distancia de lo que señaló Su Majestad quien, en lugar de montar en cólera, como todos esperaban, mandó señalar, así lo cuentan, con dos hitos, la marca que dejase en la cancha de tiro el Bolo de Budia, a quien nadie pudo superar. Como que grandes y altos, más que un rey, son algunos paisanos alcarreños.
Mucho tiempo después, Fernando Poyatos retrató Budia, y a sus gentes, en todas las situaciones posibles, legando también para la posteridad, la imagen gráfica de una hermosa población alcarreña.
Tomás Gismera Velasco /Guadalajara en la memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 20 de mayo de 2022
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