viernes, mayo 06, 2022

ALGORA: UNA VILLA PARTIDA POR DOS

ALGORA, UNA VILLA PARTIDA POR DOS

La línea divisoria de los ducados de Medinaceli y del Infantado, dividía el pueblo por la mitad

 

  

   Una línea mucho más invisible que el camino general de Madrid a Aragón, después carretera y más tarde autovía, dividió en dos la hoy villa de Algora que, en la actualidad, queda a un lado de la general. La dividió en toda la extensión de la palabra, puesto que aquel camino general llegó a ser la frontera entre dos señoríos, o ducados, el de Medinaceli y el de Mandayona, señorío este que más tarde terminaría en la casa ducal del Infantado. 

 


 

   A los de Medinaceli les tocó en suerte la parte rica, y de mayor caserío; a los del Infantado, la parte pobre, de apenas media docena de vecinos. Cada una de las dos Algoras, tenía que rendir tributos a sus señores correspondientes, dos señores que, en la mayor parte de su existencia, estuvieron enfrentados, cosas del tiempo y el poder, por los límites de sus tierras, tan extensas que pareciera increíble que se pudieran dar cuenta de cuál de ellos traspasaba con sus rebaños la raya de la frontera respectiva. Pero allá estaban, sino los duques, sus respectivos administradores, guardas o mayorales dispuestos a levantar la vara.

 

Algora, la villa donde mandaron las mujeres

   Fue, la tierra de Algora, desde que los castellanos pusieron el pie por estas tierras, en el lejano siglo XI o XII, tierra nueva, de aquella que se conquistó a golpe de espada.

   Debió de hacerlo el francés que puso esta parte de Guadalajara al servicio del rey castellano, don Bernardo de Agén, el obispo que comenzó a alzar la catedral seguntina.

   Más tarde los reyes, caprichosos ellos, pusieron la tierra en poder de sus condes, o de sus señores. En la tierra de Algora, al menos en la parte que tocó a Guadalajara, tuvo extensos dominios don Íñigo López de Orozco, el caballero que trajo a nuestras tierras el imperio de los Mendoza, hasta que don Íñigo cayó en desgracia y el rey, que lo era don Pedro I, lo mandó ajusticiar.

   Otro monarca, don Fernando IV, o su madre, la reina María de Molina, pusieron Algora en manos de su camarera mayor. Urraca Martínez de nombre, con algunos dominios más por las parameras molinesas. Tierra esta la de Algora que, con las otras, volverían a doña María de Molina porque así lo quiso doña Urraca, quien legó en testamento a su ama lo que su ama le mandó, con el encargo de que emplease lo que la devolvía para la dotación de las Huelgas de Valladolid que por entonces doña María había ordenado levantar; y así lo hizo. Vendió las tierras de Algora a quien en su día pertenecieron, el Común de Villa y Tierra de Atienza, que pagó por ellas algo así como 35.000 maravedíes, que hubo de ser gran cantidad; y de donde, del Común de Atienza, de nuevo el rey, tan caprichoso siempre, o mejor, la reina, María de Aragón, mujer de Juan II, las volvió a sacar, con otras numerosas villas, para ponerlas en manos de doña María de Castilla, como regalo de bodas, cuando doña María se fue a casar con don Gómez Carrillo.

   Terminaron, los descendientes de María de Castilla, vendiendo Algora, con Mandayona, a otra de las damas de alta alcurnia de la provincia por aquellos tiempos, doña Brianda de Castro, mujer que fue de don Íñigo de la Cerda, quien pretendió, a la muerte de su hermano y en contra de sus sobrinos, proclamarse Duque de Medinaceli. Que no lo logró, aunque sí que tuvo sus dimes y diretes con la familia, por las tierras de Mandayona, las de Miedes, Condemios, Somolinos, Albendiego… ¡líos de familia!

 

El Señorío de Mandayona

   Se compuso, además de por la villa cabecera, por los, primero lugares y villas después, de Villaseca de Henares, Aragosa, Mirabueno y la parte que le cupo de Algora. Teniendo por la villa cabecera, Mandayona, especial predilección, tanto doña Brianda como sus sucesores, quienes, a las cercanías del río, y pegado a la iglesia, se mandaron alzar casa palacio; y lo mismo hicieron los obispos seguntinos, que acá comenzaron a venir a respirar los sanos aires alcarreños desde que don Francisco Javier Delgado y Venegas mandase alzar la casa. En ella le alcanzó la muerte a su sucesor en la mitra, don Inocencio Bejarano, a las puertas del invierno de 1818.

   Y hasta Mandayona, en los días buenos, y en los malos también, tenían que acudir nuestros buenos amigos de Algora, a pedir o cumplir justicia; porque aquí se encontraban los jueces, puestos por los Castro, los de la Cerda y, al cabo, por los Mendoza, desde que, a través de enlaces matrimoniales, el señorío de Mandayona, con sus villas y lugares, fuese a parar a las manos de otra de nuestras grandes damas alcarreñas, doña Ana de la Cerda, princesa de Éboli. Sus emblemas, o mejor, los de sus padres y abuelos, todavía lucen con severa urbanidad sobre la elegante portada renacentista de la iglesia parroquial.

 

Las Villas de Algora

   Cuando ambos barrios, así se denominaron por los tiempos medievales, y en cuya existencia les alcanzó el siglo XVIII, se pusieron de acuerdo para elevar al rey la petición de la unión de los dos lados, corría el año de gracia de 1752. En el mes de septiembre de aquel, los alcaldes y regidores de ambos lados del camino general de Madrid a Zaragoza, elevaron al rey la petición para que ambos extremos se uniesen, y, previo acuerdo de pago de los correspondientes derechos, solicitaron les fuese otorgado el título de Villa, a fin de que los unos no tuviesen que acudir a Mandayona a dirimir sus cuestiones, y los otros, a lo mismo, a Medinaceli, que todavía les pillaba más lejos.


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   Quiso la casualidad que, en medio de las negociaciones, ya se sabe que las cosas de palacio van despacio, surgiese aquella tan exhaustiva indagación catastral del marqués de la Ensenada, que tenía como fin último establecer una Única Contribución, que no pudo llevarse a cabo.

   Lo que sí ocurrió, con las dos Algora, fue que, mientras que a la parte que correspondía a Guadalajara y ducado del Infantado, le llegó el turno de hacer la declaración, sus regidores señalaron que lo hacían en nombre del Lugar de Algora, barrio de la Jurisdicción de Mandayona; mientras que los otros, cantando victoria antes de tiempo, lo hacían en representación de la Villa de Algora, jurisdicción del Duque de Medinaceli…

   Claro, a los del Infantado les llegó el Juez Subdelegado el 16 de marzo de 1752; a la otra Algora, imaginamos que no sería por aquello de la distancia, el Juez Subdelegado tardó casi un año en llegar, les tomó la declaración el 16 de febrero de 1753, cuando ya el proceso para la obtención del villazgo estaba en marcha.

   Aunque tendrían que esperar unos años más. Hasta que el señor Duque de Medinaceli y la Sra. Duquesa del Infantado, Doña María Francisca de Silva, quien poseía los títulos, se pusieron de acuerdo y el Rey, al fin, firmó aquel documento que unía ambos lugares, los convertía en Villa y rompía, para siempre jamás, la invisible línea fronteriza que los separó.

   Fue el 12 de diciembre de 1757 cuando se firmaron los documentos. Aquellos en los que el Rey decía a sus súbditos de Algora, de los dos lados, que por la presentte de mi propio motu, ciertta ciencia y poderío real absoluto de que en estta partte quiero usar y uso como rey y señor natural no reconocientte superior en lo temporal, en consequencia de los consenttimientos y trattados que tenéis hechos con la duquesa del Ynfanttado y duque de Medinaceli, eximo, saco y libro a vos, el dicho lugar de Algora y vuestros dos barrios, de las jurisdiciones de las dichas villas de Medinazeli y Mandayona…

   Bueno, les daba el privilegio de nombrar sus propias justicias, y les permitió, y ordenó, que pusiesen, horca, picota, cuchillo y las demás ynsignias de jurisdizión que se han acostumbrado poner por lo passado y se acostumbran poner por lo presente en las ottras villas que tienen y usan jurisdidición ciuil y criminal, altta y baja… ¿Qué cuánto les costó la libertad? Pues siete mil quinientos maravedíes, por cada uno de sus 57 vecinos, un dineral…

 

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   La picota, con sus emblemas, se alzó en la plaza. La horca en el cerro de San Cristóbal, que es lugar desde donde se observa uno de los mejores panoramas provinciales, a medio camino entre la Alcarria y la Sierra.

   Como que, tras cada uno de nuestros pueblos, la historia, caprichosa ella, nos reserva una sorpresa. En este caso, la de un pueblo que, en tiempos, fueron dos.

 

Tomás Gismera Velasco/ Guadalajara en la Memoria/ Periódico Nueva Alcarria/ Guadalajara, 6 de mayo de 2022

 

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